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lunes, 21 de octubre de 2019

ESPECTROFILIAS - Continuamos en el S. XX

LA TORRE RUGIENTE (Roaring tower, 1937). Stella Gibbons

 

(Pixabay - ArtTower)

Algo que vamos viendo que resulta común entre las escritoras que se ocuparon de los fantasmas es que todas ellas eran mujeres singulares, por el motivo que fuera; es decir, cumplían características que las hacían distintas de la mayoría de sus contemporáneas. En el caso de Stella Gibbons, este carácter distintivo se aprecia no solo en su obra, sino también en el modo en que condujo su carrera literaria y, me atrevería a decir, en el modo en que la percibieron, debido a sus elecciones y comportamientos, el resto de colegas afines a las letras: escritores, críticos, editores y demás gentes del canon. 

Y así, aunque en el mundo académico de la literatura inglesa la calificación de Gibbons como autora debería ser alta (el éxito inmediato y duradero de Cold Comfort Farm por sí solo ya lo justificaría) lo cierto es que su estatus literario es indeterminado y mediocre. 

         Stella Gibbons no se promocionó a sí misma, y ​​era indiferente a las atracciones de la vida pública: «No soy tímida», explicaba, «simplemente soy insociable». Rechazó abiertamente el mundo literario y lo criticó y caricaturizó en sus escritos. No se movía en círculos literarios, no frecuentaba los lugares típicos ni tuvo alguna de esas historias amorosas bohemias y sonadas que dieron fama a muchos de ellos. Y además, era mujer y escribía de forma homorística, satírica e incluso algo esperpéntica, lo que, a juicio de algunos críticos, hizo que calificaran su estilo como middlebrow; un término que sirve para designar la literatura apta para gente, digamos corriente, instruída pero sin llegar a la intelectualidad de altura. Es decir, Stella Gibbons no fue aceptada dentro del «canon literario» porque sus novelas y cuentos no van dirigidos a una selecta clase intelectual que está por encima de la vulgaridad, sino que fueron y son entretenidas y accesibles para una mayoría. Y, para más inri, fue publicada por Longmans, una editorial no literaria.

         Por otra parte, hay que tener en cuenta que Gibbons iba hiriendo susceptibilidades allá por donde paseaba su talento escritoril. Su ridiculización del establishment literario de la época en Cold Comfort Farm no divirtió en absoluto a ninguno de los implicados. Y, aún más, que se atreviera a burlarse de figuras canónicas como Lawrence y Hardy fue algo que le granjeó la antipatía y el desprecio de escritores de prestigio como Virginia Woolf, quien primeramente había alabado su trabajo pero que, más tarde, llegaría a cuestionar su merecimiento a la hora de obtener el premio Prix ​​Étranger .

         Más cosas que la alejaban de sus colegas: Stella Gibbons defendía lo que llamaba «poderes gentiles, o amables» (lástima, afecto, tiempo, belleza, risa), enfrentándose así al modernismo desilusionado de su tiempo y colocándose, una vez más, fuera de la órbita imperante en su tiempo y entorno. Ni siquiera se le hace hueco entre aquellos escritores (como John Betjeman y Stevie Smith), alejados de la corriente principal, que hicieron suyo, como escenario literario, el mundo de los suburbios, los trabajadores y clases medias. Cuando, sin embargo, en todos sus escritos se rechaza la visión estereotipada de los suburbios como poco emocionantes, convencionales y limitados. Los suburbios ficticios de Gibbons, según la profesora Faye Hammill, son social y arquitectónicamente diversos, y sus personajes, que van desde escritores experimentales hasta comerciantes, leen e interpretan estilos y valores suburbanos de formas diferentes e incompatibles". Hammill agrega que la fuerte identificación de Gibbons con su propia casa suburbana, en la que vivió durante 53 años, puede haber influido en su preferencia por permanecer fuera de la corriente principal de la vida literaria metropolitana, y de vez en cuando burlarse de ella.

         Y en lo que respecta a La torre rugiente, el relato que yo he seleccionado de Stella Gibbons para nuestras Espectrofilias; habrá que empezar por decir que es absolutamente «anómalo» dentro de su obra, ya que no solo versa sobre fantasmas, en contra del talante realista del resto, sino que además está exento de cualquier rasgo humorístico.

         Según el Espejo Gótico, el rasgo femenino fundamental del relato de fantasmas, apreciable en mayor o menor medida en todos los cuentos clásicos, se vincula estrechamente con el aislamiento y la reclusión, residuos de una sociedad que clasifica a las damas como meros objetos de belleza de contenido incierto. Estos fantasmas, reflejo distorsionado del alma prisionera de la sociedad patriarcal, se rebelan casi siempre contra los paradigmas establecidos y nunca de un modo pacífico.

         Esto es así en La torre rugiente, donde la protagonista, sumida en la depresión por causa de la prohibición paterna y materna para casarse con el hombre del que está enamorada, es enviada a casa de una tía que vive en el campo, a una región remota donde supuestamente se olvidará de todas esas tonterías sentimentales y recuperará el buen juicio. Allí entrará en contacto con un misterio y una criatura fantasmagórica, primitiva y salvaje, a la que liberará gracias solamente a la compasión. Y, al mismo tiempo, ese mismo sentimiento, ese acto, en el fondo de amor, servirá para liberarla a ella misma. Desde el reconocimiento de esa otra naturaleza (naturaleza instintiva propia, inaprensible pero cierta), desde su asunción, llega la paz y regresa el equilibrio perdido.

         Una vez más podemos observar que el tratamiento y la utilización del leit motiv de los espíritus y espectros, en manos de una autora, produce como consecuencia un relato, una historia, mucho más ambiciosa y significativa que el mero cuento de horror. Incluso cuando quien se enamora de los fantasmas es una escritora tan poco dada a ese género como es Stella Gibbons.