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viernes, 30 de octubre de 2015

3 miradas sobre "La casa de los cerezos"

Tres reseñas, tres, sobre mi novela.



A la vuelta de este fin de semana tan intenso que acabo de pasar en Zaragoza (ya os contaré largo y tendido sobre el Cónclave que hemos celebrado allí unos cuantos lectores y escritores de mal vivir, de nombre Penumbra), me he encontrado con una nueva reseña de mi novela "LA CASA DE LOS CEREZOS", obra de mi amiga Ángeles Pavía Mañés, lectora y correctora profesional, reseñadora, jurado en diversos concursos y socia fundadora de la empresa de servicios editoriales Côdex Iuvenis.
         Me ha llenado de orgullo y satisfacción que una profesional como ella diga haber disfrutado con su lectura y elogie el formato, tanto como el fondo, de la novela (los que la conocéis sabéis que es insobornable y que, por muy amiga mía que sea, su opinión es siempre la que es, sin adulteraciones, y la expresa tal cual la siente).
        
Aquí podéis leer la reseña: Côdex Iuvenis: La casa de los cerezos

Al hilo de este hallazgo, he recordado otras dos reseñas que hicieron hace tiempo otros amigos míos y que compartí en su día.
         Siempre me resulta curioso extraer, entre las opiniones de los lectores, los puntos comunes y las divergencias, las distintas miradas que distintas personas dedican a la misma obra. Porque, como siempre digo, la lectura no es en absoluto un ejercicio pasivo, sino auténtica reconstrucción. De modo que el texto que sale de la mente y las manos de un autor se convierte en algo nuevo y original tras pasar por los ojos y la mente del lector.
         Aquí queda demostrado.

EL PUENTE LEJANO - La casa de los cerezos
Íñigo Pereyra Urdíroz

PUESTO DE LECTURA - La casa de los cerezos
Easton, el duende documentalista. O, si lo prefieren, Daniel G. Castro en esta dimensión espacio-tiempo :-)

miércoles, 14 de octubre de 2015

La española que inventó el libro electrónico

Estos días mi amigo Easton, el duende documentalista que trabaja en las catacumbas más profundas del blog, inspeccionando día y noche los legajos polvorientos que allí se amontonan, anda más activo que nunca.


DuendeDeOz

Suelo oírle mientras tecleo, tarareando alguna cancioncilla de esas machaconas que siempre consiguen desconcentrarme, y automáticamente le visualizo diligentemente entregado a su tarea, abajo, en el subsuelo, con su elegante uniforme de trabajo verde y amarillo, colocando y descolocando papelotes, abriendo cajas y ordenando nuevos documentos que crecen y se reponen sin cesar bajo el efecto de su búsqueda, en una especie de reproducción espontánea literaria de la que solo él es responsable. He de decir, así entre nosotros, por si queréis conocerle un poco más, que Easton tiene, además de su trabajo, otros vicios menos confesables. Escribe y reseña (aquí). Y, claro, estas facetas de su personalidad de duende acaban por acarrear conflictos cósmicos y la multiplicación exponencial de los campos de interés. Los suyos y, de resultas, los de aquí arriba.
         Hoy, sin ir más lejos, me ha pasado un trocito de papiro (porque Easton es un clásico y solo escribe sobre papiro egipcio, del que se hace traer remesas enteras a lomos de los sufridos elefantes estelares que se ocupan de estas (y otras) cuestiones de transporte. Sí, estoy leyendo a Pratchett y se nota), donde había anotado un nombre y el correspondiente enlace. Se trataba de una de esas prometedoras semillas que encuentra de vez en cuando, una que me ha permitido enterarme de una historia de veras fascinante.


         





Tan fascinante como dije, ¿verdad?

Existe, por cierto, una monografía sobre esta asombrosa mujer y su obra, una edición conjunta del Ministerio de Economía y Competitividad y Ministerio de Educación, Cultura y Deporte:
"Ángela Ruíz Robles y la invención del libro mecánico".

Y ya indagando en la cuestión, hasta ahora desconocida para mí, he querido saber más de esta mujer adelantada a su tiempo, a la que las enciclopedias no han rendido el merecido tributo. Asombraos como he hecho yo, ella lo merece.


Ángela Ruiz Robles (1895-1975) fue una maestra, escritora e inventora, precursora del libro electrónico. Nació en Villamanín, provincia de León. Estudió magisterio en la Escuela de Magisterio de León. Con solo 24 años obtuvo la plaza de maestra en una aldea cercana a Ferrol, donde estaría 10 años. Luego daría clases en distintas instituciones, algunas de carácter benéfico, teniendo entre su alumnado tanto niños como adultos. Lo suyo era verdadera vocación pedagógica. Consideraba que la manera de impartir los conocimientos se había quedado obsoleta, y toda su vida fue una búsqueda en pos de hallar las mejores vías para instruir a los alumnos y mejorar el estado general de la enseñanza.
         En cuanto a su faceta como inventora, inspirada por esos mismos principios, se desarrolla sobre todo entre 1944 y 1949, un período en el que crea su Atlas científico-gramatical de España, la máquina taquimecanográfica y la Enciclopedia mecánica de la que hemos hablado.
         Recibió en vida diversos premios y condecoraciones, pero, en mi opinión, es una lástima que permanezca a día de hoy casi desconocida, dejando que nos mantengamos en la falsa creencia de que no ha habido mujeres investigadoras, creativas y absolutamente innovadoras, y que esas virtudes son patrimonio exclusivo de los hombres. Ella lo fue. Todo eso. Y es posible que haya más como Doña Ángela, y que poco a poco las vayamos rescatando del olvido.

domingo, 11 de octubre de 2015

Nox Arcana. Sintámonos siniestros.


Hoy siento el siniestrismo correrme por las venas XDD
         Y, como no podía ser de otra manera, he estado recordando al grupo (para mí) siniestro por antonomasia, escuchando sus lóbregos ecos de ultratumba, y viendo las espantosas creaciones que sus mentes oscuras han sido capaces de crear...


NOX ARCANA
Night of the wolf

¿Y todo esto por qué? Bueno, pues porque estoy dándole vueltas a una idea que me ha surgido a partir de una especie de "encargo".
         Tengo previsto participar en una de las mesas redondas de Penumbra, el primer Cónclave de Terror de Zaragoza, que se celebrará a finales de octubre en la capital aragonesa.

(Aquí tenéis más información: PENUMBRA .
         Por cierto, todos los amantes del terror, la fantasía oscura y lo siniestro en general quedáis invitados a asistir. Si es disfrazados, mejor que mejor).

A raíz de esa intervención he estado reflexionando sobre la misma naturaleza del terror y, lo que es aún más interesante para mí, los motivos por los que determinados tópicos o aspectos repetidos en el género son capaces de atraernos de la manera en que lo hacen.
         Pensando que pensarás, he caído en la cuenta de que hay un tipo específico de horror cuya naturaleza intrínseca no es precisamente horrorizar, sino fascinar, seducir.
         Un horror que conecta con una parte inherente a los seres humanos, aunque algunos pretendan desoírla. Esos rincones secretos y siempre en la sombra, que configuran nuestras almas como el reverso indispensable de las zonas luminosas. No necesariamente perversos, solo ocultos y extraños, difíciles de admitir.

Estoy hablando de Ángela Carter y sus ambientes suntuosos y opresivos. De su prosa intrincada y fantástica. Del Romanticismo y sus elementos característicos: la noche, los cementerios, los lugares despoblados, las tormentas y los páramos batidos por la luna. Hablo del amor y la muerte como entidades unidas, como gemelos perversos, como cara y cruz de una moneda. De las trágicas amadas de Poe, de la Belleza de lo siniestro y la atracción de lo lóbrego.
         Pero también del mismo fenómeno observado en distintas manifestaciones artísticas, corrientes musicales y expresiones plásticas.
         Del rock gótico de bandas como Bauhaus, Siouxie and the Banshees, The Cure o Fields of the Nephilim. Del dark ambient de Arcana, Neurosis o Dargaard. Y el inquietante Sopor Aeternus. De artistas como Victoria Francés, Luis Royo, Natalie Shau o Rocío Santos. Del surrealismo, en cualquiera de sus manifestaciones.
         Hablo, en suma, de algo que podría resumirse como la atracción por la oscuridad. O la seducción del más allá. Esa llamada que todos sentimos dentro, con mayor o menor intensidad. Que nos hace buscar algo, y conectar con ello, sin saber por qué.

Me doy cuenta de que, desde este punto de vista, resulta inexcusable la presencia de una cierta dosis estética en cualquier obra de que se trate. Al menos en mi caso. Para disfrutar de una historia esta tiene que tener algún tipo de belleza, aunque sea una de esas extrañas y poco habituales. En esa línea, cuanto más cerca del asco esté un texto, más alejado estará de mis preferencias. Cuanto más simplista, menos interesante para mí. Quizá es que no puedo renunciar a que haya una cierta sofisticación, un algo de complejidad que me invite a darle vueltas a lo leído hasta hacerlo mío.
         Así, los zombis por ejemplo no suelen atraerme. Excesivamente faltos de glamour (y de ingenio). Los serial killers tienen que tener algo de fondo psicológico para que me entretengan siquiera. Y la literatura y el cine gore, si no aporta algo más que las vísceras y la sangre, se quedan en la cola de mis aficiones.
         Quizá pueda pensarse que, entonces, todo es un poco "postureo", artificios poco conectados con la realidad. Pero no es así. El que un escrito, una canción o una película tengan una faceta estética y fantástica no quiere decir que no reflejen algo de verdad auténtico, más significativo y real, en ocasiones, que el realismo más crudo, en el que no nos atrevemos a reflexionar sobre cuestiones demasiado cercanas, o demasiado aterradoras, porque resultan completamente posibles. Y, desde luego, más auténtico que la mera sucesión de efectos calculados en que consisten buena parte de las obras de género, actuales pero también pasadas; que se quedan en el objetivo de despertar el susto o la intranquilidad sin ningún contenido que perdure en la mente una vez finalizado el visionado o la lectura.

En cualquier caso todo es cuestión de gustos. De lo que uno busca en la lectura, se encuadre esta en el género que sea. De lo que conecta con uno y lo que no. Porque hay caminos que llegan a la propia imaginación y otros que no nos afectan, por muy cerca que pasen de nosotros.