Tengo bien presentes, desde que las oí por primera vez, las palabras del ex-presidente de Uruguay, José Mujica, acerca de las dos corrientes básicas de pensamiento político, la derecha y la izquierda, o más precisamente, el conservadurismo y el progresismo (que no se identifican siempre "exactamente" con los extremos anteriores).
Decía Mujica que la patología (es decir, el extremo insano) del conservadurismo es el "reaccionarismo", mientras que la patología de la izquierda es el "infantilismo", el confundir realidades y deseos y no ser capaz de adaptar los medios a los objetivos que se persiguen.
De las tendencias reaccionarias no tengo nada nuevo que decir, bastante he comentado ya sobre ello, sobre el miedo que se esconde tras esa obsesión constante por tenerlo todo controlado y no poner a prueba ninguna de las supuestas certezas. Sobre la falta de consideración hacia cualquier cosa y persona ajena a uno mismo y su propia historia.
No, es más bien sobre el infantilismo que con tanta frecuencia desactiva los buenos propósitos de la izquierda, sobre lo que creo que es necesario hablar. Sobre lo que, de hecho, reflexionamos menos.
Esa confusión entre LA REALIDAD y mi realidad, empeñados a toda costa en lo que creemos que es mejor sin habernos preocupado de contrastarlo con lo que para la mayoría de los otros es mejor. Y esa creencia, totalmente infundada, de que el verdadero activismo, el auténtico compromiso no puede tener nada que ver con lo que implique planificación, estructura y método.
Es algo que observo muy a menudo entre la gente que trabaja en "lo social". Personas en general con las mejores intenciones, altruistas y comprometidas con el cambio y el avance humano. Pero que no tienen en cuenta que haya que sentarse a reflexionar, a definir objetivos, a diseñar los pasos necesarios para su consecución y los medios para hacerlos posibles.
Se hace mucho, pero se cosecha poco. Se hace por hacer, se hace infructuosamente. ¿Por qué? Porque gran parte de las acciones que se emprenden no tienen una dirección clara y definida de antemano.
Hay logros prácticamente accidentales. Muchos otros que se dan solo a costa de una gran perseverancia, y un "derroche" de tiempo y entrega personales que va minando las reservas de gente y recursos. Y gran parte de ellos, de los logros, que se pierden en la inercia del paso del tiempo y solo llegan a ser conocidos por aquellos que ya "están metidos en el ajo", que ya son conscientes de las necesidades de los demás y están implicados en el mejoramiento de aspectos sociales. En definitiva, los que ya pertenecen "al sector" y no necesitarían acción alguna para unirse y participar.
Hay muchas buenas ideas, tantas, de hecho, que no logran dar fruto, que mueren a poco de ser enunciadas. Y mucha, muchísima ilusión, que va decayendo por pura ley natural al no alcanzar fruto.
Hay que tener en cuenta un factor psicológico que sirve, en ocasiones, de mantenedor de ese estado de cosas, y que afecta a un cierto porcentaje de personas con este perfil altruista y comprometido. Se trata de la gente que, a sabiendas o no, hace descansar su propia autoestima únicamente en "lo que hace por los demás". Hasta la generosidad, cuando es extrema, puede obedecer a un impulso equivocado. Conozco madres, por ejemplo, que hacen todo por sus hijos, lo dan todo por ellos aun a costa de sus propias personalidades y realizaciones. Es algo que parece muy loable, ¿no? Bien, no lo es. No cuando se debe a la creencia de no merecer algo por uno mismo, de no tener "valor"
per se.
La primera responsabilidad de un ser humano es para con él. Es su responsabilidad "ser", ser realmente. Y cuanto más sea, más podrá dar a los otros. Los hijos no deberían nunca ser una excusa para no vivir plenamente, para no realizarse por completo.
El tema del activismo social puede ser bastante parecido. Es una cualidad admirable ayudar a otros y colaborar activamente para hacer del mundo un lugar mejor y más justo. ¿Cómo se puede dudar de eso? Pero siempre que la función que tiene eso para nosotros no sea la de llenar ninguna carencia, que no sea la de suplir en nosotros algún otro tipo de satisfacción. Si esto no es así, si servimos solo al deseo legítimo de ayudar a otros, lógicamente nos preocuparemos por que nuestras acciones sean efectivas, por que vayan a alguna parte. Es decir, no haremos por hacer, sin ton ni son, sino que nos marcaremos unos objetivos y lucharemos por ellos lo que haga falta.
Pero más allá del método o la falta de él, más allá de las motivaciones profundas del compromiso social, otra de las cuestiones que habitualmente se asocian con el "infantilismo" es la
Utopía. Tildamos algo de utópico refiriéndonos a su imposibilidad y a su alejamiento de la cruda realidad y sus determinismos.
Yo no entiendo qué tiene de malo la utopía como objetivo a perseguir. La utopía debería ser el verdadero motor de la actividad humana. Aspirar a lo mejor, a lo más grande, a lo más justo. Sin olvidar que esa es la meta última y que lo que cuenta es descubrir los pasos necesarios para llegar a ella. Y darlos.
Pero tildar algo de utópico e irrealizable es la mejor manera de inducir la parálisis, de desactivar cualquier protesta y cualquier iniciativa. Nos ponemos mejor a "ser prácticos", realistas, y así
disminuimos la existencia y acotamos el pensamiento, lo hacemos mezquino y estrecho. Nos olvidamos de luchar por un mundo mejor y más justo. Total, seamos realistas y abracemos la realidad de los mercados, las leyes del comercio, tengamos en cuenta solo los números, tan confortables y abstractos. Asumamos nuestra propia debilidad, nuestra corruptibilidad como seres humanos. Y demos la bienvenida a los que son como nosotros, no sea que alguien mejor nos haga darnos cuenta de lo bajo que hemos caído. ¿Para qué un modelo mejor al que aspirar? Mejor, propugnemos una ética mediocre, reduzcamos nuestros valores, castiguemos el idealismo. Y así nosotros seremos igual que el resto. En el país de los ciegos, ya se sabe, el tuerto es rey.
Ains, ¡se está tan a gustito pudiendo dar ejemplo y lecciones de moral a los demás!
Claro que, no todo es cuestión de realismo en la viña del Señor. Hay un país donde el terreno siempre está abonado para otro tipo de crítica, para cualquier tipo de crítica. Es el país de los
estoy en contra de estar en contra, esa gente que se define mucho más por lo que odia o lo que critica que por lo que ama o lo que defiende. Personas que han convertido su espíritu crítico, en principio tan necesario y tan loable, en
hipercriticismo permanente. Algo así como "Todo es criticable, e igualmente su contrario".
Gente que se dice progresista, incluso de izquierdas, pero que no se casa con nadie porque todos acaban traicionando sus expectativas. Gente que ha criticado duramente el 15-M, la única iniciativa realmente renovadora de los últimos años, la primera muestra de que si la gente de a pie nos unimos y nos movilizamos podemos conseguir cambiar las cosas; primero por su poca concreción, por no definir, y luego instrumentalizar, objetivos claros. Por no alcanzar ningún canal de actuación real y tangible... Y luego por haberse hecho "partido" (incluso aunque esto último fuera discutible), por haberse convertido en "lo mismo que todos", por entrar en el juego, por tener ínfulas políticas.
Que critica a los partidos tradicionales, pero también critica a Podemos y a todas esas plataformas de nuevo surgimiento, donde confluye gente de distintas formaciones, que piensan dar la batalla en las urnas.
Me llamó la atención en su momento, en ese mismo sentido, lo ocurrido con las elecciones andaluzas, más concretamente con la investidura de Susana Díaz como Presidenta de Andalucía. Se han criticado las exigencias de Podemos para abstenerse en la votación. Y también se ha criticado la "blandura" de esas exigencias, conminando a impedir cualquier colaboración con el PSOE, el partido más votado, sin importar si cumplen o no las condiciones impuestas.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Qué alternativa propugnan? ¿Qué harían ellos?
No sabe, no contesta. Salvo honrosas excepciones (admiro y suscribo las iniciativas para crear tejido social desde la base. Pequeños colectivos que se van entrelazando entre sí y funcionan de manera asamblearia. Eso se está dando, y creo que es el germen del cambio) los
estoy en contra no parecen tener respuesta. Es el talón de Aquiles de los supercríticos, que saben lo que no quieren pero no saben lo que sí. Que ejercen de demoledores de edificios en mal estado pero no levantan nada en el solar.
¿Así se puede ir a alguna parte? Temo que no. Así lo que se consigue es dejar el solar derruido expuesto a la colonización de las malas hierbas, la degradación del tiempo y las posibles invasiones de elementos indeseables.
Seamos críticos, sí. Por favor, no nos olvidemos nunca de lo peligroso que es tragar sin digerir, ni de que hay alimentos que son veneno, por más que vengan en envase de lujo. Pero que la crítica no nos impida distinguir lo importante. Que no nos lleve a quedarnos sin hacer nada porque no existe algo lo bastante perfecto para nosotros.