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viernes, 10 de julio de 2015

EN LA ERA DE LOS ANTIGUOS DIOSES - III

Tengo muchas obsesiones, y una de ellas es el Imperio Bizantino. Me fascina desde que puedo recordar. Tengo incluso un relato que habla de una encarnación de Justiniano, y plantea la transformación que ha ido viviendo esa tierra al convertirse en Imperio Otomano y, más adelante, en la moderna Turquía.
         Ya os dije que el concepto que tan bien manejaba Vernon Lee del Genius Loci era para mí palabra de Dios. Pienso que hay lugares especiales en la tierra cuya historia los ha ido modelando en determinada dirección, dotándoles de unas características propias e inigualables. Captar el espíritu de esos sitios es el verdadero objetivo cuando uno se plantea conocerlos.
         Mi historia de amor y muerte tenía que discurrir ahí.
         Concretamente, en el mágico lugar de otra obsesión: la Atlántida, que, ¿por qué no?, pudo hallarse en Thera (base naval del Imperio Minoico), actual Santorini, esa isla circular y mucho más grande que quedó convertida en esto...



... por efecto de una terrible erupción volcánica.

El funesto suceso está documentado y ha sido datado de diferentes maneras: por datación de radiocarbono, se lo sitúa entre el 1639 y el 1616 a. C.; mediante análisis de dendrocronología, en el 1628 a. C.; a partir de datos arqueológicos, entre el 1530 y 1500 a. C. 
         Sus efectos se hicieron sentir en diferentes partes del mundo y seguramente fue el origen de los mitos de muchas culturas que hablan de oscurecimientos en el cielo en pleno día, columnas de humo que se elevaban día y noche, división de las aguas del Mar Rojo, plagas en Egipto, maremotos, y hasta la destrucción de la mítica Atlántida.

Ahí, sí, en la misma Thera, ¿pero en qué época?
         Fue entonces cuando, investiga que investigarás, di con unos monasterios asombrosos que resultaban perfectos para la historia de uno de los personajes, el que representaría al nuevo Dios y todos los nuevos preceptos que acabarían con la Diosa pagana, la Diosa Madre que también era Doncella y era Anciana, la que representaba el ciclo verdadero de la Vida.
         ¿De qué monasterios hablo? De estos:


Monte Athos


Monte Athos - Monasterio Simonos Petra




Monte Athos - Monasterio de Stavronikita


Los Monasterios del Monte Athos, Ágion Óros en griego.

Wiki dixit: Es el hogar de veinte Monasterios Ortodoxos (griegos, rumanos, ruso, búlgaro, serbio y georgiano) que conforman un territorio autónomo bajo soberanía griega (Estado Monástico Autónomo de la Montaña Sagrada). Esta consideración le permite estar exento de ciertas leyes, tanto griegas como provenientes de la U.E., dando autoridad al territorio de prohibir la entrada a todas las mujeres. En el Monte Athos sólo pueden vivir monjes de sexo masculino y la población rondaba los 2.200 habitantes en 2005.
El Monte Athos fue declarado, por su patrimonio cultural y natural, como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1988.
La comunidad monástica del Monte Athos se fundó en 963 con la ayuda del emperador Basilio II bajo la Regla de S. Basilio. El primer monasterio establecido fue el de Gran Laura, fundado por S. Atanasio de Athos. Este cenobio sigue siendo hoy en día el mayor de todos los del estado, y se convirtió en el más grande y célebre de todos los monasterios de Oriente, es en realidad una provincia monástica.

Os lo voy a presentar: aquí el Megisti Lavra.


Llegados a este punto, tenía ya una fecha aproximada donde encuadrarlo todo: finales del S. X o principios del S. XI.
         Con ello pudo empezar de una vez mi relato, que terminaría compuesto al final por 5 pequeños capítulos, en los que se iría desarrollando la historia de una saga de mujeres, cada una de ellas involucrada, aunque fuera de distinta manera, con los antiguos dioses, especialmente con el dios del Inframundo, nuestro ya conocido y admirado Hades (¿cómo podría ser de otra forma teniendo la pinta de Mads Mikkelsen?).

(Continuará.................................)




miércoles, 8 de julio de 2015

EN LA ERA DE LOS ANTIGUOS DIOSES - II


No soy yo de mucho planificar cuando me pongo a escribir algo. Sé que soy del tipo de escritor-jardinero, por contraposición al perfil de escritor-arquitecto.

En palabras del maestro George R. R. Martin, que lo explica la mar de bien: “Creo que hay dos tipos de escritores, los arquitectos y los jardineros. Los primeros planean todo con antelación, igual que un arquitecto diseña una casa. Saben cuántas habitaciones va a tener la casa, qué tipo de tejado van a instalar, por dónde van a pasar los cables, qué fontanería va a haber… Lo tienen todo diseñado y planificado incluso antes de poner el primer clavo. Los segundos cavan un agujero, depositan una semilla y la riegan. Saben más o menos qué semilla es, pero cuando la planta brota y la riega, no saben cuántas ramas va a tener, lo averiguan según va creciendo. Yo soy más jardinero que arquitecto”.

Siempre empiezo con una chispa de inspiración que lo dispara todo. Puede venir de una idea, un tema dado de antemano, una canción que oigo, un paisaje, un estado de ánimo, una imagen... Esa es la semilla, que yo riego y expongo al calor. Y en cuanto da lugar a las primeras hojitas, voy encauzándola de la manera que me sugiere el momento, más derecha o más retorcida, más luminosa o, con frecuencia, más oscura y subterránea.
         Unas veces sale primero el título, otras es una escena entera, aunque siempre tengo más o menos claro lo que quiero contar, unas cuantas ideas básicas y unas cuantas emociones que sé que están ahí, que detecto antes incluso de que se formen del todo y se concreten en algo reconocible.
         Por todo ello, no suelo preocuparme demasiado si de momento tengo solo una frase, o unos personajes, o un problema... Si se me escabulle un final, o la estructura o la atmósfera exacta. Con el tono o el ritmo lo llevo peor, porque tengo comprobado que es muy difícil cambiar el que llevas de partida. Pero lucho y porfío hasta que al final acabo resignándome. Es entonces, cuando menos me lo espero, cuando las cosas se atan y todo se encadena como estaba destinado en mi mente a encadenarse. Y me recuerdo que no sirve de nada preocuparse en exceso... Hasta la próxima vez, cuando todo empieza de nuevo.

Después de unos días "sufriendo" con mi título a cuestas, y esas ideas aún informes dándome guerra de día y de noche, con la "sensación" cada vez más acuciante de un tiempo y un lugar determinados, ya sabía cuál era el mito al que iba a dar forma.
         Había decidido previamente que esta vez iba a ser obediente y elegir la temática que se daba como preferente en las bases: griegos. En cuanto al dios o diosa por el que decantarme (porque ya que iba a tirar de mitología, qué menos que hacerlo a lo grande y fijar mis intereses literarios en una divinidad con renombre, en vez de un semidiós o un héroe cualquiera), cuál podía ser sino el dios del Inframundo, el oscuro Hades, el invisible que aguarda donde menos te lo esperas. Y su amada Perséfone, la joven doncella que él convertirá en su reina. Kore, la hija de Démeter, que llorará su ausencia como cualquier madre verdadera; que con su descenso y su regreso definirá las estaciones.

Al dios Hades la iconografía no le ha tratado demasiado bien. Lo mejor que he encontrado sobre él ha sido esto:



Hades, copia romana de un original griego.















                          Hades - Agostino Carracci 

En el resto de imágenes que hay el pobre está bastante echado a perder. Y eso que el cómic me lo ha rehabilitado algo en los últimos tiempos, pero aún así como héroe romántico, que era lo que yo necesitaba...

Así que me he fabricado mi propia versión, actualizada y más acorde con los objetivos del relato, con estas imágenes de Mads Mikkelsen, donde le vemos de lo más sombrío y oscuro, como corresponde, pero bastante más apetecible e imponente.


Mads Mikkelsen

Mads Mikkelsen

Ya puestos, recreémonos.

Mads Mikkelsen

En cambio de Perséfone hay para dar y tomar, y cómo no, mis queridos prerrafaelitas se llevan el gato al agua, en mi opinión, con estas dos versiones:



Perséfone - Dante Gabriel Rossetti


Perséfone - John William Waterhouse

Tenemos dioses y tenemos un mito, el suyo, que sirva de punto de partida. Pero la historia de Hades y Perséfone tal cuál nos lo han contado nunca ha sido muy de mi gusto. ¿Qué es eso de raptar a la bella Perséfone y luego engañarla para que se quede con él?
         Recordemos un poco cómo fue todo.



Matthew Kocvara


Mito griego del rapto de Perséfone (+ info en LA REVELACIÓN): Perséfone era hija de Démeter, la diosa de la naturaleza, y Zeus, el dios supremo. Hades, el dios del inframundo y tío suyo por ambas partes, pues era hijo de Cronos y Rea igual que Démeter y Zeus (estos griegos eran la caña, por lo que se ve, en cuestión de parentesco); se enamoró perdidamente de ella. Y un día en que la bella estaba recogiendo narcisos, él emergió a través de una grieta en el suelo, montado en su carro negro de negros corceles, y se la llevó con él (más o menos voluntariamente, depende de las versiones).
         Cuando Démeter supo de la desaparición de su hija quedó desolada, y se dedicó a vagar en su busca, descuidando la tierra, que se volvió yerma y fría, causando el hambre y la muerte de los hombres. Zeus intervino entonces, pidiendo el regreso de Perséfone, pero esto no era posible ya que la joven había comido seis semillas de granada (por deseo propio o engañada por Hades, de nuevo según versiones), y es cosa sabida que quien toma algún alimento en el Tártaro ya no puede abandonarlo y el mundo de los vivos permanece vedado para él.
         Zeus insiste, pues no era cuestión de permitir que Démeter siguiera con su huelga indefinida, y al final alcanzan un acuerdo: Perséfone se quedará con Hades la mitad del año, como su esposa y reina del Inframundo, y volverá con su madre la otra mitad, permitiendo que el ciclo de la vida se desarrolle. Cuando está en el mundo de arriba es primavera y verano, y cuando desciende al Hades comienzan el otoño y el invierno, cuando su madre extiende un manto blanco y frío sobre la tierra, que permanece dormida hasta el siguiente encuentro.


De eso nada. "Mi" Hades nunca haría eso. Y "mi" Perséfone nunca sería esa criatura pasiva y resignada. Entre ellos tenía que haber amor del bueno, o nada. Y eso de los narcisos... ¡Buff!

Rebecca Guay

Todo iba a ser distinto. Distinta época, distinto lugar y distintos motivos. Lo que conferiría al mito la cualidad de eterno, y daría a ese amor extraño y oculto la posibilidad de ser real y trascender el marco estrecho donde ha vivido confinado.

(Continuará......................................)

lunes, 6 de julio de 2015

EN LA ERA DE LOS ANTIGUOS DIOSES - I






Hace mucho tiempo ya, me presenté a un concurso de relatos mitológicos que organizaba la web LA REVELACIÓN y que había conocido a través de Hislibris, tras haber participado por primera vez en su concurso de relato histórico.

Se pedían relatos, cito las bases: "que incluyan en su temática alguna referencia mitológica(preferiblemente griega o romana), con total libertad para dar a ésta el tratamiento que se desee; tratándose del camino del mito, se premiará la originalidad del mismo. Los trabajos deberán ceñirse a una extensión que supere los diez folios y que no exceda los veinte, a cuerpo 11 en Times y con un interlineado de 1,5 puntos (mínimo5.500 palabras, máximo 10.000).

El concurso me interesó sobre todo por su mecánica, muy parecida a la del Hislibris, el Monstruos de la Razón u otros similares, que consiste en que los textos enviados (con o sin seudónimo en este caso, a elección del autor) se muestran en la web de la que se trate, al alcance de cuantos lectores quieran dar cuenta de ellos, para ser comentados en abierto y, más tarde, votados. Pero, sin embargo, tenía una pega, no sabía si insalvable, y era que yo no había escrito nunca sobre mitología y ni siquiera había considerado hasta entonces ese tema dentro de los que más me interesaban.
         Sin embargo, ya sabéis lo que pasa, las pegas de ese tipo suelen convertirse en retos. Y, ¿quién es capaz de resistirse a un desafío literario? Yo no, desde luego. Así que, antes de darme cuenta de lo que hacía, estaba ya refrescando mis modestos recuerdos sobre mitología griega (aclaro que, en la pugna griegos-romanos yo siempre voy con los primeros. Caso de meter persas o algún mesopotámico de por medio... Mis lealtades cambian, naturalmente). Y pensando qué dios o diosa griega me motivaba más, y cómo podía hacer derivar el tema hacia mi propio terreno fantástico y algo oscuro.
         Fue entonces cuando me saltó de golpe un título para mi relato, todavía sin escribir, todavía sin concebir siquiera, pero ya moviéndose agazapado entre las sombras de mi imaginación, siempre calenturienta. El título surgió de entre esas frases que yo escuchaba con mi sentido épico levantado en armas, cada vez que veía la (gloriosa y a la par épica, que me gusta redundar) intro de una de mis series favoritas: Xena, la princesa guerrera (Antes de que os vengáis arriba y se os ocurra empezar a arrojarme objetos a causa de mis preferencias televisivas, os advierto que los xenites somos multitud y gastamos poco humor para estas cosas. Así que... ¡Cuidadito! O iréis de cabeza al calabozo del Xenaverso).
         En la era de los antiguos dioses...
         Esa frase siempre me despertó ecos de nostalgia. Con su sola pronunciación era capaz de evocar para mí un tiempo desconocido de la verdadera Antigüedad, miles de eones atrás, donde todo era posible y los más fantásticos prodigios estaban a la orden del día. Una tierra mítica al principio del principio.
         Algo así, pienso, como debía de pasarles a los alemanes frikis de la Ahnenerbe hitleriana, cuando pensaban en su Hiperbórea, de donde procedía, según ellos, la raza aria. O la mítica Edad Hiboria de Howard, donde Conan el Cimmerio hacía de las suyas. O Valinor, la tierra donde moraban los Valar de Tolkien.
         La frase servía también para reflejar otro aspecto que ya empezaba a perfilarse en ese embrión de historia que me sobrevolaba como un cuervo mensajero: la contraposición entre los viejos dioses y los nuevos, entre los modelos ancestrales y los que opuso la nueva religión mayoritaria: el cristianismo. Sobre todo en lo que respectaba a las mujeres, porque eso sí, una cosa me estaba dejando clara la musa, en esa historia de la que aún solo tenía la semilla, iba a ser importante "la diosa" y su caída.
         Y como ya tenía mi título, pude pasar a concentrarme en el siguiente paso: elegir un dios y ver la manera de enredar en su mito y hacerlo irreconocible hasta para el buen bardo que lo imaginó.

(Continuará......................................)

martes, 23 de junio de 2015

Duelo de casas encantadas

Traigo aquí un tema surgido mientras buscaba aportes de material para la nueva página de facebook de Calabazas en el Trastero. Se trata del duelo de dos novelas:
         
La maldición de Hill House




versus La casa infernal


Como ya sabéis "La maldición de Hill House" me impresionó muy favorablemente. Un poco más tarde, según buscaba información sobre casas encantadas, me topé con la novela de Matheson y me resultó muy curioso que fuera (algo premeditado por parte de su autor) algo así como un remake, o más exactamente un "lo veo y envido más".
         Matheson quiso hacer su propia novela de casas encantadas, aportando su propio estilo e incrementando las dosis de suspense y terror, para acabar con una explicación de los fenómenos narrados bastante alejada de la tesis que sostiene la novela de Jackson.

El resultado es una novela sin duda más terrorífica, con escenas intensas que algunos han tildado de efectistas, y con una trama elaborada que parte de la misma premisa que utiliza Shirley Jackson pero que se va alejando hasta producir una conclusión bien diferente.
         Por contra, la creación de Jackson me parece a mí mucho más personal, más propia, más característica, poniendo el peso de la novela en el estilo literario y la complejidad psicológica de los personajes, sugiriendo más que mostrando. Y, sobre todo, estableciendo una estrecha relación entre la casa, el lugar concreto donde se desarrolla todo, y las características personales de los protagonistas, sus carencias y creencias.

En resumen, altamente recomendables las dos. Entretenimiento garantizado y un buen ejercicio comparativo. ¿Por cuál vota usted?

lunes, 15 de junio de 2015

FLAPPERS FAMOSAS - 4

Con esta entrada de hoy, y estas tres fantásticas mujeres: Josephine Baker, Helen Kane y Doris Eaton Travis; finalizo la serie que he ido desarrollando acerca de la New Woman, que surgió durante los primeros años del siglo XX. Por supuesto, hay muchos otros nombres dignos de mención además de los que yo he recogido, pero que esta escueta lista sirva como ejemplo para ilustrar ese nuevo modelo de mujer que algunas visionarias se atrevieron a soñar, y que marcó un desafío histórico gracias al cuál hemos ido consiguiendo importantes conquistas el resto de nosotras.
         Como habréis comprobado, el destino de la mayoría de ellas fue bastante cruel, como correspondía al de cualquier femme fatale. Y es que entre la chica moderna e independiente, que se rebelaba contra las convenciones impuestas, y la sofisticada "hembra" que seducía a los hombres para dejarlos tirados después, con el corazón destrozado, la mayoría de la gente no hacía más distinción que la que imponía el número de conquistas de cada una. Así, la mujer fuerte e independiente causaba estragos en el personal, pero al mismo tiempo (o tal vez por eso mismo) merecía la censura del pecador. Curioso, ¿no? La conclusión más inmediata parece ser la de que el pecado tiene un innegable efecto seductor, aunque haya luego que expiarlo con penitencia. Y claro, puestos a escoger, mejor que la penitencia la haga el otro (o sea, ella, la pérfida mujer) y no uno mismo.

Josephine Baker

Josephine Baker



Josephine Baker

Nació en 1906, fruto de las relaciones entre Carrie McDonald, una mujer negra que trabajaba de lavandera pero que tenía aspiraciones artísticas, y Eddie Carson, un batería blanco de vodevil, que las abandonó al poco. Tuvo una infancia infeliz, en medio de una de las zonas más peligrosas de St. Louis, Missouri y fue víctima de conductas racistas. Trabajó de criada, hasta que descubrió el teatro.
         Se casó por primera vez a los 13, ganó su primer concurso de baile a los 14 y a los 19, sola e independiente, divorciada de un segundo marido, debutó en París.
         Primero fue el escándalo, y luego la adoración. Con 21 años haría su primera película, convirtiéndose en la primera actriz afroamericana en protagonizar una, e inició también su carrera musical. Se convirtió en la artista mejor pagada de Europa, rivalizando con otras grandes del momento como Gloria Swanson y Mary Pickford por ser la mujer más fotografiada del mundo. Se dice que a ella se debe la introducción del charleston en Europa.
         A la primera película le seguirían otras dos igualmente exitosas: Zou-Zou (1934) y La princesa Tam-Tam (1935).
         A los 30 años realizó una gira por los Estados Unidos, donde no obtuvo el éxito esperado. Los norteamericanos consideraban sus espectáculos demasiado promiscuos y reprochaban a la artista que hablara francés y que pareciera "una extranjera".
         A su regreso a París volvió a casarse, obteniendo con ello la ciudadanía francesa. Llegaría a coleccionar 4 maridos y medio (su quinta boda solo fue en realidad una ceremonia simbólica, en la que ella y su gran amigo Robert Brady, un artista homosexual, se prometieron amor hasta la muerte) y contaría entre sus amantes a algunas mujeres notables. Josephine era claramente bisexual, pero mantuvo esa parte de su vida fuera del alcance del público general.
         Durante la II Guerra Mundial se unió a la Resistencia y actuó para las tropas aliadas, instando a los soldados de todas las razas a acudir juntos a verla. Colaboró con la Cruz Roja y condujo ambulancias. Recibió la Medalla de la Resistencia y la Legión de Honor.
         Volvió a casarse con el director de orquesta blanco Jo Bouillon. Regresó al espectáculo y estuvo en Cuba y USA, donde apoyó activamente el Movimiento por los Derechos Civiles.
         De vuelta en Francia y retirada de los escenarios, compró el Castillo de Milandes, en el sur, y allí se instaló con los 12 niños que había adoptado, de distintas razas, a los que llamó la tribu del arco iris.
         Tuvo que volver de vez en cuando al espectáculo por necesidades económicas, aunque también recibió ayuda de gente que la admiraba, como la princesa Gracia Patricia de Mónaco. Murió en 1975 de un derrame cerebral, recibiendo honores como pocos personajes públicos.

Helen Kane




Nació en 1904 en New York, siendo la menor de tres hermanos. Su padre era hijo de un inmigrante alemán y su madre era de origen irlandés. Ella trabajaba de lavandera y él de manera intermitente, en lo que le iba saliendo. La situación económica familiar fue siempre, por tanto, bastante precaria.
         Ya desde el colegio Helen destacó por sus dotes y aficiones artísticas y a los 15 años trabajaba como parte integrante de la obra de los Hermanos Marx "On the balcony", con la que recorrieron el Orpheum Circuit (una cadena de salas de vodevil y cines que estuvo en vigor hasta 1927).
         Durante la década de los 20 actuó como cantante y bailarina dentro del género del Vodevil, alcanzando una gran popularidad en los teatros de Broadway. En 1929 comenzó a hacer películas, participando en varias películas sonoras con la Paramount, pero su fama se desvaneció pronto.

A Helen Kane se la conoce por ser la inspiración del personaje de animación Betty Boop. Era el prototipo perfecto de chica flapper, con su carita redonda enmarcada en unos rizos negros, sus grandes ojos y sus labios de pitiminí, junto a su corta estatura (1.55 m.) y sus formas voluptuosas. Representaba el ideal de belleza femenina de esa nueva mujer, moderna y liberada.
         Betty Boop nació en 1930. El animador Grim Natwick, que trabajaba para los Fleischer Studios, presentó una caricatura de Helen Kane como una perrita caniche con largas orejas y una voz chillona, como parte de una serie de dibujos ya existente. Betty Boop, como se llamó el personaje, se hizo enseguida muy popular y obtuvo su propia serie. En 1932 se convirtió en un ser humano, y las orejas fueron transformadas en los famosos pendientes de aro.
         Pero Betty Boop, lejos de favorecer a Helen Kane, no hizo sino perjudicarla. Los estudios Paramount, empleadores de Helen y distribuidores de los Fleischer, dejaron de apoyar la carrera de la cantante para volcarse en la del dibujo animado. Así, según subía Betty, bajaba Helen.
         En mayo de 1932 Helen Kane presentó una demanda contra la Paramount y Max Fleischer, por competencia desleal y apropiación indebida de su imagen. Se basaba en el evidente parecido que había entre su estilo y el del dibujo e incidía en que el personaje imitaba su forma de cantar, aniñada y con acento de Brooklyn, y que la había hecho conocida como la "Boop-Oop-Doop Girl", en alusión a ese encadenado de sílabas y sonidos que introducía en sus canciones.
         El juicio duró dos años y se falló en contra de Helen, pues el juez estimó que su forma de cantar no era algo único y que, por tanto, no podía decirse que Betty Boop la hubiera copiado a ella y solo a ella. (Es curioso constatar como uno de los testigos importantes de la defensa fue Mae Questel, una cantante que se había dado a conocer precisamente en un concurso de imitadoras de Helen Kane, y que en esos momentos prestaba su voz a Betty Boop, cuya imagen había adoptado).


Aquí Mae Questel

A partir de 1931 su estrella declinó lentamente. El cine dejó de ofrecerle papeles y Helen volvió a los teatros y a las actuaciones en diversos clubes nocturnos. En la década de los 50, tras un homenaje en su honor, volvió a adquirir cierta notoriedad, trabajando en varios programas televisivos en los que cantaba y fichando por una compañía discográfica.
Murió en 1966 víctima de un cáncer de mama con el que había batallado durante diez años. Tenía 62 años.


Doris Eaton Travis




(14 de marzo de 1904 - 11 de mayo de 2010)
  
Me encanta acabar con esta mujer, una absoluta triunfadora en todo aquello que se propuso. Muchas de sus coetáneas, como hemos visto, sobre todo si se trataba de mujeres independientes que se movían fuera de los cauces marcados, fueron derrotadas por sus destinos. Se enfrentaron en una lucha sin cuartel contra los mandatos de género imperantes, y pagaron el precio.

Pero con Doris Eaton Travis no fue así. Quizá la diferencia la marcó su familia, ya diferente de por sí. En su casa se daban cita distintas celebridades de la época, se tocaba el piano, se tomaban copas, se ensayaban espectáculos y se bailaba.

Así, no era de extrañar que todos los hermanos salieran artistas (las cinco chicas y los dos chicos).

A los 14 años, mediante un engaño, Doris consiguió un contrato como corista y bailarina con los dueños del Ziegfeld Follies, la versión americana de la revista musical parisina Folies Bergère. Pronto empezó a hacer las sustituciones de la estrella principal. Después de un año ya tenía sus propios números como protagonista.

Fue por aquel entonces cuando quiso conocer cómo era el cine. Participó en varias películas mudas y luego, parece ser que con la curiosidad ya saciada, regresó a los musicales.
Por unos años se instaló en la costa Oeste, y fue allí donde conoció al primer gran amor de su vida: Nacio Herb Brown, uno de los compositores de Cantando bajo la lluvia, pieza que Doris interpretaría por primera vez, en 1929. Su relación con Nacio se prolongaría, intermitentemente, durante ocho años. De vuelta en Broadway, en plena depresión y cuando las oportunidades escaseaban, tuvo la suerte de encontrar a Arthur Murray, un conocido profesor de baile, que la contrató como profesora de claqué.

Durante más de treinta años se desempeñaría en el sector, pasando de profesora a directora del estudio. Y luego abriendo diferentes sucursales por todo el país. Sería entonces cuando conocería a su futuro marido, Paul Travis, que la cortejaría durante once años pero al que finalmente daría el sí quiero y prometería convencida un "hasta que la muerte nos separe". Su matrimonio duró cincuenta años, hasta el fallecimiento de Paul.

Por la misma época fue también la autora de una columna periodística dedicada al baile y publicada en el Detroit News y presentó un programa televisivo local durante siete años.

Después de retirarse como profesora de danza en 1968, su marido y ella compraron un rancho en Oklahoma. Bajo su administración la finca cuadruplicó su tamaño y los caballos que criaron obtuvieron excelentes resultados en las carreras, lo que contribuyó sin duda a su prosperidad. Doris continuó dirigiéndolo hasta 2008. En 1992, ya con 88 años, Doris se graduó Cum laude en la Universidad de Oklahoma, y en 1998 volvió a Broadway para bailar en un acto benéfico, en el mismo teatro donde debutara. En 1999 tuvo un pequeño papel en una película de Jim Carrey.

Falleció en 2010, a los 106 años, siendo la última de las Chicas Ziegfeld en desaparecer.