martes, 1 de abril de 2014
El carisma
Me gusta el baloncesto, sobre todo el patrio. Y desde luego soy Demente, seguidora del Estudiantes (el mejor equipo de baloncesto, para quien no lo sepa XDD). Para quien siga la liga no es ningún secreto que llevamos unos cuantos años malos; hace dos, de hecho, descendimos. Nos salvamos de milagro y por motivos económicos, cosa que no alegró mucho a los aficionados, porque bajar a la LEB era duro, pero no bajar por causas ajenas a nosotros era injusto.
Esta temporada seguimos en la misma tónica, si no algo peor. Cada vez fidelizamos menos jugadores, plantilla y entrenadores rotan, vendemos a cualquiera que parezca descollar y hemos cambiado de cancha con demasiada frecuencia. El resultado es el enorme desencanto que arrastramos muchos de los aficionados, que convierte en un esfuerzo inmerecido el simple hecho de asistir a los partidos, cosa que en cualquier otro caso era una fiesta.
El domingo ganamos, pero lo más importante es que fue un gran partido, entretenido y con muchas buenas jugadas. Y la afición respondió como acostumbra. Si a poco que nos dan...
Fue además el primer partido de la temporada en que yo veía jugar a Lucas Nogueira, y en cuanto salió a pista ya estableció una diferencia. Y entonces yo pensé por primera vez en el carisma. Eso que tienen algunos jugadores, que resulta difícil de explicar pero que uno percibe casi de un solo vistazo. Nogueira tiene carisma.
Luego, y pese a que el base lo estaba haciendo bastante bien, me encontré pensando en otro base legendario: Nacho Azofra, echando en falta ese desparpajo suyo a la hora de jugar, ese disfrute, ese "algo" que sabía despertar en la cancha y esa complicidad con la afición. Azofra también tenía carisma.
Y empecé a preguntarme en qué consistiría aquello, y si realmente, siendo tan difícilmente definible, tan difuso, podía tener alguna relevancia real en el resultado de algo.
No hace falta que se sea el mejor jugador, ni el más simpático, ni el más motivado. No hace falta destacar por un gran atractivo físico y ni siquiera llamar la atención por ser especial o diferente. Pero esa gente de algún modo brilla. Engancha con el personal, despierta atracción, motiva a los demás, los enardece y, en algunos casos, consigue sacar lo mejor de ellos.
Pasar de ahí al tema literario fue para mí cosa de un pequeño salto (de esos a los que soy tan propensa). Así que recordé un artículo que escribió alguien sobre cómo la emoción puede influirnos a la hora de comprar libros. Y cómo otro alguien (en este caso recuerdo el nombre: se trataba de Manuel Mijé, escritor y excelente discutidor, autor de interesantes artículos en torno a temas literarios. Y recuerdo también que era a cuenta de lo sucedido con Lucía Etxevarría); decía que en su percepción de la escritura nunca tendría en cuenta factores extra-literarios.
Pues bien, mi reflexión me llevaba a otro sitio esta vez. Es cierto que veo difícil que yo compre algo porque me caiga bien un autor, si no sé que su estilo va conmigo. Pero tal vez lo lea si cae en mis manos, tal vez le dé al menos esa oportunidad. Lo que es seguro en cambio es que si un escritor me cae mal no voy a comprar nada suyo, ni lo leeré, ni le daré publicidad. Hay escritores a los que directamente no soporto, les oigo hablar, leo entrevistas suyas, etc. y quedan automáticamente anatemizados.
¿Factores emocionales de nuevo? No necesariamente. O mejor, no solo. Porque si contemplas, como yo, que el acto de la escritura consiste en proyectar el mundo interno de uno, se hace lógico, se hace incluso esencial, que encuentres agradable a la persona, y sus valores o creencias, para encontrar agradable o significativo lo que escribe.
Supongo por otra parte que, igual que sucede con lo que transmite el lenguaje no verbal, uno no puede impostar algo así. Porque si no, se nota. Creo que el carisma no se "fabrica", aunque creo que sí puede cultivarse. Quizá sea triste entonces que un autor llegue a ser apreciado en alguna parte, por pequeña que sea, por quien es y no solo por lo que escribe, por esos factores extra-literarios que mencionábamos. Pero eso sería pelearnos con la propia condición humana. Somos lo que somos, en una parte emocionales e irracionales. Y eso está bien. Creo que la verdadera cuestión entonces es hacernos conscientes de ello, llegar a ser capaces de separar lo que tienen nuestras valoraciones de juicio objetivo y lo que implican de factores personales y subjetivos.
jueves, 27 de marzo de 2014
La Ilustración en España II
El reinado de Felipe V (1700-1746)
Contemplemos ahora estos "años ilustrados" divididos en períodos más pequeños, siguiendo para ello el hilo de los distintos reyes que tuvo España. Veamos cuál era el talante gobernador de estos monarcas y cómo pudieron influir en el "comportamiento" futuro del país.
Tenemos, para empezar, a Felipe V, un rey que llega a España con diecisiete años y a la sombra (alargada) de su abuelo Luis XIV.
¿Cómo empieza Felipe su reinado en España? Pues de forma habitual en lo que a la política se refiere: con una guerra. Y transformando una monarquía compuesta en monarquía centralista. Todo ello ejerciendo de figurante a las órdenes del abuelito, que era quien realmente movía los hilos, siempre al servicio de Francia. El resto lo pasó nuestro rey inmerso en gran parte en sucesivas depresiones, lo que le haría abdicar bastante impulsivamente en su hijo Luis en 1724 (que solo gobernaría ocho meses, ya que tuvo una temprana muerte), retomar luego el gobierno, dejar el estado en manos de su segunda mujer, la reina Isabel de Farnesio, y sus ministros y morirse para ser sucedido por su hijo Fernando VI.
En la segunda parte de su reinado destaca el papel desempeñado por los ministros españoles. Entre ellos, los ilustrados José Patiño, José del Campillo y, luego, el marqués de la Ensenada (de cuya leyenda negra nos ocuparemos en el capítulo dedicado a Fernando VI, a cuyas órdenes también sirvió).
Contemplemos ahora estos "años ilustrados" divididos en períodos más pequeños, siguiendo para ello el hilo de los distintos reyes que tuvo España. Veamos cuál era el talante gobernador de estos monarcas y cómo pudieron influir en el "comportamiento" futuro del país.
Tenemos, para empezar, a Felipe V, un rey que llega a España con diecisiete años y a la sombra (alargada) de su abuelo Luis XIV.
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“España ofrece su corona a Felipe de Francia, duque de Anjou, en presencia del Cardenal Portocarrero “, Henry A. Favanne. |
GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA (1701-1713): Fue una guerra internacional y también una guerra civil, entre borbónicos y austracistas. O de otra manera, entre los partidarios del nuevo rey y los del Archiduque Carlos de Habsburgo. La guerra concluyó con la firma del Tratado de Utrecht en 1713, que estipulaba lo siguiente:
· Felipe V era reconocido por las potencias europeas como Rey de España pero renunciaba a cualquier posible derecho a la corona francesa.
· Los Países Bajos españoles y los territorios italianos (Nápoles y Cerdeña) pasan a Austria. El reino de Saboya se anexiona la isla de Sicilia.
· Inglaterra obtiene Gibraltar, Menorca y el navío de permiso (derecho limitado a comerciar con las Indias españolas) y el asiento de negros (permiso para comerciar con esclavos en las Indias).
A su llegada a España Felipe V había sido recibido, al menos en Madrid, con el entusiasmo propio de quienes esperaban que trajera una auténtica renovación, tras el estancamiento y decadencia de la dinastía de los Austria. Pero las esperanzas de estos optimistas se verán pronto truncadas: el rey instaura en el país una monarquía al estilo de la francesa, centralista y uniformista, acabando con la monarquía compuesta** de los Austrias de los dos siglos anteriores.
Pero no fue esa la única reforma sucedida durante los más de cuarenta años de su reinado, en el que podemos identificar fácilmente dos períodos: la primera época, hasta 1724, de fuerte influencia francesa e italiana. Y la segunda (de 1724 a 1742) de gran protagonismo de estadistas y ministros españoles.
**Esta reforma va a ser algo muy a tener en cuenta después, a la hora de explicar algunos aspectos clave de la idiosincrasia española en lo que atañe a la organización territorial, y los aires de independencia que han soplado desde entonces.
¿Qué es una monarquía compuesta?
Es la monarquía caracterizada por el hecho de constituir un conjunto de “Reinos, Estados y Señoríos” bajo un mismo monarca pero manteniendo su identidad institucional y legal.
En palabras de Juan de Solórzano Pereira (tratadista político castellano del siglo XVII): «Son aquellas monarquías integradas por diversos reinos y estados unidos bajo la fórmula de “unión diferenciada”, lo que significaba que los reinos se han de regir y gobernar como si el rey que los tiene juntos, lo fuera solamente de cada uno de ellos».
Uno de los más claros ejemplos es la Monarquía Hispánica, que nació en 1479 de la unión de la Corona de Castilla y la corona de Aragón, por el matrimonio de Isabel y Fernando. Desde entonces fue agregando diversos Reinos, Estados y Señoríos, en Europa y en América, hasta convertirse bajo la Casa de Austria en la Monarquía más poderosa de su tiempo. En 1580 Felipe II incorporó la corona de Portugal.
Pero no fue esa la única reforma sucedida durante los más de cuarenta años de su reinado, en el que podemos identificar fácilmente dos períodos: la primera época, hasta 1724, de fuerte influencia francesa e italiana. Y la segunda (de 1724 a 1742) de gran protagonismo de estadistas y ministros españoles.
En el primer período y a pesar de la Guerra de Sucesión, se inició la renovación cultural en España, se fundó la Librería Real, el germen de lo que llegaría a ser la Biblioteca Nacional; la Academia de la Lengua y las de Medicina e Historia. Fue en realidad un afrancesamiento de las formas, que no parece que calara mucho en la población general.
En el aspecto económico, se restauró la Hacienda y se protegió a la burguesía, buscando el crecimiento de la industria nacional, por medio de una política económica fuertemente proteccionista y suprimiendo las aduanas internas para favorecer el comercio interior. Se creó en Guadalajara una Real Fábrica, para elaborar tejidos de lujo, que llegó a contar con varios centenares de telares y unos miles de trabajadores. Respecto al comercio exterior, se trasladó la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, cuyo puerto ofrecía mejores posibilidades.
En el aspecto militar, reorganizó la milicia dotándola de disciplina, buscando la profesionalización de sus miembros, estableciendo una sólida jerarquía en los cuadros y un método de reclutamiento obligatorio. La Armada se fortaleció con la construcción de una base naval en Ferrol, mejorando la infraestructura portuaria de importantes ciudades, construyendo numerosos barcos y activando las industrias auxiliares de la navegación.
Felipe V y su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya.
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Desde 1714 casado con la italiana Isabel de Farnesio. Aquí les vemos, en este retrato de familia, en compañía de sus hijos, nueras y nietas.
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La familia de Felipe V-Louis-Michel van Loo |
Con ellos se acentuó el proceso de reconstrucción nacional, se expandió la flota, se reactivó el comercio, nacional y colonial, y se siguió protegiendo la industria. Para el suministro de materias primas se crearon compañías comerciales con América y se persiguió severamente el contrabando.
Sin embargo, en política exterior las cosas parecen haber resultado menos positivas. En esos años se consumó la liquidación del imperio español en Europa. El rey era más dado a las empresas militares que a la diplomacia. Esto, unido a la falta de buenos diplomáticos españoles, puede tal vez explicar los frecuentes fracasos de España en los tratados.
El país se vio envuelto en el peligroso juego del equilibrio europeo, llevado de la mano por Francia y supeditando luego, en ocasiones, los auténticos intereses españoles en Italia a los personales de Isabel de Farnesio.
La alianza con Francia, tanto en el reinado de Luis XIV como en el de Luis XV, resultó lesiva para los intereses de España, que se vio abandonada por su aliada en los momentos de negociar.
Spain is different
Spain is different
No puedo dejar de señalar una serie de aspectos, de carácter social, que empiezan a marcar diferencias entre nosotros y el resto de Europa, en un siglo que nos mete de lleno en la llamada Era de las revoluciones, de las que, casi en general, quedaríamos al margen.
+ La reforma religiosa: la separación de un buen número de países europeos de la Iglesia católica (y las guerras consiguientes) definió importantes diferencias entre los futuros estados. Luteranos y calvinistas tenían distintos ideales de vida, más basados en el trabajo y la austeridad. En sus países el estamento de la burguesía cobró mayor auge, lo que a su vez favoreció la revolución social ocasionada por su actividad. Por otra parte, la represión que España ejerció sobre los otros cultos en su zona de gobierno fue un aspecto crucial para la rebelión de esos territorios, los luego llamados Países Bajos, que lograron sacudirse el yugo de la corona, constituyendo un duro revés para la economía y el prestigio españoles.
+ Nuestro país seguía siendo eminentemente agrícola y el reparto de la tierra era desigual y continuador del feudalismo. Esto ocurría igualmente en otros países europeos, pero algunos como Inglaterra tuvieron su propia Revolución agrícola, que preparó el terreno para la Revolución industrial, de la que España quedó bastante al margen, y para la consumación del paso del feudalismo al capitalismo.
+ De nuevo acudiremos al Reino Unido, que contaba con un Parlamento como órgano de gobierno (aunque fuera al servicio del rey). Tras la llamada Revolución inglesa, esta institución adquirió nuevos poderes, mucho más extensos. El monarca nunca volvería a tener el poder absoluto y la llamada "Declaración de Derechos" se convertía en un documento definitivo. Por otra parte, ya sabemos lo que iba a ocurrir en Francia en pocos años. Pero esa es otra historia que dejaremos hasta el próximo monarca.
miércoles, 26 de marzo de 2014
Escultoras
Por 25 céntimos cada una, nombres de escultoras de todos los tiempos.
Me dejo para otro capítulo a Edmonia Lewis, una escultora de curioso origen que también vivió en Roma y obtuvo reconocimiento en su época, para ser, como Harriet, borrada de la memoria apenas unos años después de su muerte.
Ti-toriro-riro... ti-torir...
¿Qué, problemas? Eso mismo me ha pasado a mí esta mañana, que no daba con los dichosos nombres. No sabemos mucho de mujeres escultoras, me temo. Yo no sabía ni que hubiera XDD
Todo ha empezado hoy como de costumbre, con una leve pista, en este caso en forma de fotografía compartida por una amiga.
Se trata de la escultura de Beatrice Cenci, realizada por Harriet Hosmer. Es una obra realmente bella (la historia de Beatrice, que ya conocía, no tiene tampoco desperdicio), que me ha hecho indagar en la vida y obra de su autora.
¿Quién era Harriet Hosmer?
Esta mujer. Nacida en Massachusetts en 1830. Tuvo una educación peculiar ya que su padre, contrariamente a lo habitual en su generación, se empeñó en proporcionar una buena educación a sus hijas, a la par que una saludable actividad física que fortaleciera su salud. Harriet aprendió anatomía de él, que era médico. Luego estudió en el Sedgewick School, en Berkshire, donde además de recibir una exhaustiva educación hizo amistades que conservaría toda su vida.
Para ella fue decisiva la amistad con la actriz Charlotte Cushman, con quien se fue a Roma en 1852, y con su pareja, la escritora y periodista Matilda Hayes. Charlotte era algo más que un modelo de trayectoria profesional para Harriet, era también un modelo de vida, atreviéndose a vivir abiertamente su amor por otras mujeres en un tiempo en que no se conocía (o reconocía) el lesbianismo. Harriet tendría durante su vida varias relaciones con mujeres pero la más significativa y duradera parece ser la que mantuvo con Lady Louisa Ashburton.
En Roma tuvo relación con diversos escritores y artistas del momento, expatriados como ella: Nathaniel Hawthorne, William Makepeace Thackeray, George Eliot y George Sand. Y una estrecha amistad con el matrimonio formado por Robert y Elizabeth (Barrett) Browning.
El novelista Henry James acuñó un despectivo término para referirse al grupo de mujeres artistas del que formaba parte Harriet en Roma, «El Rebaño blanco marmóreo». Estas artistas incluían lesbianas como Anne Whitney, Emma Stebbins, Edmonia Lewis y no lesbianas como Louisa Lander, Margaret Foley, Florence Freeman y Vinnie Ream.
Harriet sabía que su éxito y, por tanto, su medio de vida dependían de que no se enfrentara frontalmente a los valores y mandatos de la sociedad de su época. Sin embargo, se las arregló para imprimir en su obra su propia visión, a menudo distinta, sobre la mujer, presentando a sus protagonistas no solo en sus facetas de belleza y sensibilidad, sino también mostrando su fuerza y su carácter.
Es fácil ver esto mismo en una de sus obras más conocidas, Zenobia in chains. La reina Zenobia de Palmira era un icono de la época, usualmente representada durante su desfile de la humillación, en Roma, luchando por desprenderse de sus cadenas. La Zenobia de Hosmer, en cambio, muestra toda la serenidad y la fuerza resignada de una verdadera reina.
viernes, 21 de marzo de 2014
La Ilustración en España I
(Las dos Españas)
La verdad, el tiempo y la historia - Francisco de Goya
Bien, ¿y qué estaba pasando en España durante esos años convulsos y de cambios de la Revolución francesa?
Permitidme lo primero un inciso: responder a esta pregunta me ha llevado mucho trabajo, ya que, en poco más de un siglo se cruzan y entrecruzan en la historia de nuestro país múltiples hechos y personajes que configuran unos tiempos agitados pero en el fondo inmutables, que cuesta desentrañar. Pasan muchas cosas pero da la sensación que en realidad poco o nada evoluciona, o al menos a mejor. Y eso es algo que cuesta sintetizar.
Para empezar, recordaremos que la Ilustración es el movimiento filosófico y cultural que se dio en Europa desde finales del S. XVII hasta la revolución francesa en el S. XVIII.
Su nombre viene dado por el que constituía su principal objetivo: disipar las tinieblas de la humanidad gracias a la luz de la razón.
Sus principales características pueden resumirse así:
El período de la Ilustración se inicia oficialmente en España con la instauración de la dinastía de los Borbones, entre 1700 y 1758. Esto ocurre cuando Carlos II, el último rey de la dinastía de los Austrias, sin tener descendencia y en un uso como poco menoscabado de sus facultades, deja en su testamento como heredero a Felipe V, nieto del monarca francés Luis XIV, en el año 1700.
Cuatro serán los Reyes que cubrirán este periodo: Felipe V Borbón, sus hijos Fernando VI y Carlos III y su nieto Carlos IV. Con este último el modelo imperante entra en crisis y termina con las “abdicaciones de Bayona”, acaecidas el 5 de mayo de 1808, en las que Carlos IV y su hijo Fernando VII (que le había obligado a abdicar en su persona dos meses antes (Motín de Aranjuez), pero que, debido a las presiones de Napoleón, se vio obligado a “devolver” el poder a su padre), cedieron bajo coacción a Napoleón Bonaparte sus derechos a la Corona, que este a su vez pasó a su hermano José I Bonaparte, lo que dio inicio a la Guerra de Independencia Española.
Con los Borbones se iniciarán una serie de reformas, encaminadas a modernizar el país, aunque sin transformar las estructuras económicas y sociales del modelo imperante. Su programa de reformas se centrará en:
Con los Borbones se iniciarán una serie de reformas, encaminadas a modernizar el país, aunque sin transformar las estructuras económicas y sociales del modelo imperante. Su programa de reformas se centrará en:
Racionalización de la administración
Centralización del estado, a imitación del estado francés
Reforzamiento del poder de los reyes
Modernización de la defensa del estado y sus colonias
Fomento de la economía en todas sus vertientes
La reorganización de la hacienda, como paso previo para conseguir este amplio programa de reformas.
Centralización del estado, a imitación del estado francés
Reforzamiento del poder de los reyes
Modernización de la defensa del estado y sus colonias
Fomento de la economía en todas sus vertientes
La reorganización de la hacienda, como paso previo para conseguir este amplio programa de reformas.
La monarquía borbónica (al igual que otras europeas) se sentirá atraída por la faceta reformista de la Ilustración para utilizarla a su servicio, bien dispuestos a impulsar el "progreso" pero sin alterar el orden social y político establecido. Y cuando algunos ilustrados traspasaron ciertos límites acabaron sufriendo en sus carnes el poder coercitivo del Estado.
Y aquí toca hacer una aclaración. Hasta no hace mucho tiempo se pensaba que los principios de la Ilustración no llegaron a España en el momento en que se producía en Europa, sino después. Y que cuando lo hicieron fue de la mano de los Borbones. Esta exaltación de los méritos de la nueva dinastía fue obra de los propagandistas de la misma y se produjo especialmente durante el reinado de Carlos III. Pero las investigaciones históricas de las últimas décadas han demostrado que se trata de una visión falsa y que las nuevas corrientes culturales europeas ya eran en realidad conocidas en las dos últimas décadas del siglo XVII por los novatores; por lo tanto, antes de la llegada Borbones.
Y aquí toca hacer una aclaración. Hasta no hace mucho tiempo se pensaba que los principios de la Ilustración no llegaron a España en el momento en que se producía en Europa, sino después. Y que cuando lo hicieron fue de la mano de los Borbones. Esta exaltación de los méritos de la nueva dinastía fue obra de los propagandistas de la misma y se produjo especialmente durante el reinado de Carlos III. Pero las investigaciones históricas de las últimas décadas han demostrado que se trata de una visión falsa y que las nuevas corrientes culturales europeas ya eran en realidad conocidas en las dos últimas décadas del siglo XVII por los novatores; por lo tanto, antes de la llegada Borbones.
Pero, ¿quiénes fueron esos “novatores”? Pues un grupo de intelectuales y científicos españoles llamados así por sus detractores, despectivamente, debido a su afán por lo nuevo, por renovar o innovar. Representan algo así como la pre-ilustración.
Se caracterizaron por su interés por las novedades científicas y su defensa del empirismo y el racionalismo. Buscaban el rigor metodológico y la claridad expositiva y prefirieron usar las lenguas modernas antes que las clásicas, para publicar sus obras.
Los novatores eran conscientes del atraso científico de España y la marginalidad del ambiente intelectual español respecto a las grandes corrientes de pensamiento europeo, temas en los que se centran. Encontraban una causa principal del anquilosamiento de la Universidad española en el escolasticismo, que actuaba como una rémora. Sacaron el debate de sus ideas fuera de las aulas universitarias, a tertulias y Academias, más ágiles en su funcionamiento.
Sus ideas cristalizarían en el movimiento ilustrado propiamente dicho.
Se caracterizaron por su interés por las novedades científicas y su defensa del empirismo y el racionalismo. Buscaban el rigor metodológico y la claridad expositiva y prefirieron usar las lenguas modernas antes que las clásicas, para publicar sus obras.
Los novatores eran conscientes del atraso científico de España y la marginalidad del ambiente intelectual español respecto a las grandes corrientes de pensamiento europeo, temas en los que se centran. Encontraban una causa principal del anquilosamiento de la Universidad española en el escolasticismo, que actuaba como una rémora. Sacaron el debate de sus ideas fuera de las aulas universitarias, a tertulias y Academias, más ágiles en su funcionamiento.
Sus ideas cristalizarían en el movimiento ilustrado propiamente dicho.
En España el movimiento ilustrado sólo se difundió entre determinadas élites (entre algunos nobles y clérigos, y entre algunos profesionales, funcionarios y miembros acomodados del "estado llano"), constituyendo siempre una minoría, dinámica e influyente, pero minoría al cabo y al fin. ‹‹Y aunque los principios que defendieron llegaron a impregnar toda su época, el censo de los indiferentes, de los tradicionalistas y de los enemigos de las Luces siempre fue mucho más abultado que el de los partidarios del progreso, la razón y la libertad››. (Antonio Mestre y Pablo Pérez García).
Para los ilustrados la razón era el instrumento esencial para alcanzar la verdad por lo que debían ser sometidas a crítica todas las "verdades" (o creencias admitidas) heredadas de la "tradición" (del pasado), especialmente aquéllas que se basaban en los prejuicios, en la ignorancia y en la superstición o en los dogmas religiosos.
Con ellos se produce la llegada de las nuevas teorías económicas, de la fisiocracia y del liberalismo económico. El interés por la educación y el progreso da lugar a nuevas instituciones de enseñanza, tanto secundaria como superior. Se reforman las Universidades y se favorece el desarrollo de las ciencias experimentales, creándose las Academias de ciencias.
Su afán reformista, cómo no, les llevó a chocar con la Iglesia y la mayor parte de la aristocracia. Pese a los afanes ilustrados, la mayoría del país siguió, como hemos señalado, apegada a los valores tradicionales.
Y eso que la mayoría de los ilustrados españoles ‹‹eran buenos cristianos y fervientes monárquicos, que no tenían nada de subversivos ni revolucionarios en el sentido actual del término. Eran partidarios de cambios pacíficos y graduales que afectaran a todos los ámbitos de la vida nacional, sin alterar en esencia el orden social y político vigentes››. (Roberto Fernández).
Así, como ha remarcado el historiador Martínez Shaw, ‹‹la campaña reformista de los ilustrados tuvo que detenerse ante los privilegios de las clases dominantes, ante las estructuras del régimen absolutista y ante los anatemas de las autoridades eclesiásticas››.
Para los ilustrados la razón era el instrumento esencial para alcanzar la verdad por lo que debían ser sometidas a crítica todas las "verdades" (o creencias admitidas) heredadas de la "tradición" (del pasado), especialmente aquéllas que se basaban en los prejuicios, en la ignorancia y en la superstición o en los dogmas religiosos.
Con ellos se produce la llegada de las nuevas teorías económicas, de la fisiocracia y del liberalismo económico. El interés por la educación y el progreso da lugar a nuevas instituciones de enseñanza, tanto secundaria como superior. Se reforman las Universidades y se favorece el desarrollo de las ciencias experimentales, creándose las Academias de ciencias.
Su afán reformista, cómo no, les llevó a chocar con la Iglesia y la mayor parte de la aristocracia. Pese a los afanes ilustrados, la mayoría del país siguió, como hemos señalado, apegada a los valores tradicionales.
Y eso que la mayoría de los ilustrados españoles ‹‹eran buenos cristianos y fervientes monárquicos, que no tenían nada de subversivos ni revolucionarios en el sentido actual del término. Eran partidarios de cambios pacíficos y graduales que afectaran a todos los ámbitos de la vida nacional, sin alterar en esencia el orden social y político vigentes››. (Roberto Fernández).
Así, como ha remarcado el historiador Martínez Shaw, ‹‹la campaña reformista de los ilustrados tuvo que detenerse ante los privilegios de las clases dominantes, ante las estructuras del régimen absolutista y ante los anatemas de las autoridades eclesiásticas››.
lunes, 17 de marzo de 2014
Pócimas y recetas
Esta vez un texto reciente, calentito, calentito como recién sacado del horno. Está hecho para un concurso de relato corto bajo el lema de "La Bruma". Hoy se ha publicado el fallo y mi relato no ha resultado agraciado. He de decir, eso sí, que han seleccionado solo 4 de un total de 80 obras presentadas. Así que la derrota resulta bastante asumible XD
He aquí mi...
TRIBUTO A LAS OLAS
L. G. Morgan
No podía seguir ignorándolo más, aquello
venía a por él. Había recibido advertencias de sobra, pero él se había empeñado
en negar la evidencia. Ya estaba bien, mejor que terminase de una vez, llevaba
demasiados años esperando el desenlace.
Desde su puesto en la
biblioteca del faro, a un piso tan solo de donde se encontraba el dispositivo
luminoso que servía para mantener a salvo a los barcos, veía cómo el mar se iba
tiñendo de rojo, el color de la sangre, el color de las vidas que había
arrebatado en esas costas, el color de la furia por no poder llevarse más. Y
veía también, como cada tarde desde hacía ocho días, tomar cuerpo a la bruma.
Empezaba a surgir del agua y se iba apoderando del aire alrededor de Bell Rock,
el faro que habían construido en contra de todo pronóstico, en aquel arrecife
sumergido que solo dejaba trabajar durante breves períodos cada vez.
Esa bruma espesa y
antinatural le producía pavor. Y no es que no hubiera visto nieblas iguales, o
incluso más profundas, en su vida junto al mar. No, Sean Fulton, oriundo de
Arbroath, Escocia, había crecido en la costa y conocía cada palmo, cada rigor
atmosférico, como conocía a los miembros de su familia. Pero esto era otra
cosa. La humedad gris se condensaba en apretadas hilachas, que se movían como
si tuvieran voluntad propia. Se levantaban del mar y venían a por él. No podía
ocultárselo más, había escuchado su voz que le llamaba. Se había dicho que eran
cosas suyas, pequeñas locuras que asaltan a los hombres que pasan mucho tiempo
solos junto a las olas. Pero en el fondo sabía que no era así, la había oído,
como la voz de una sirena, llamándole y reclamando lo que una vez casi fue
suyo. Y también la había visto. La bruma adoptaba formas curiosas, y todas
ellas le recordaban partes de él que ya se fueron. A veces era su madre amante
que venía dispuesta a abrazarle, a veces su novia, Janine, la que nunca llegó a
ser su esposa, la que le quitó el mar. Y otras, tal vez las peores, era John Irwin,
su mentor, que murió aquel día.
Aquel día… ¿Cuántas
veces lo había rememorado en su cabeza?
Se lo habían advertido
muchas veces a aquellos hombres de ciudad que vinieron a levantar el faro, que
iban a enfurecer al mar, quitándole lo que estaba acostumbrado a llevarse, lo
que consideraba suyo. Pero el señor ingeniero, míster Stevenson, se reía de
ellos, o bien pensaba que se trataba de trucos encaminados a conseguir más
salario, o más cerveza, o menos horas de trabajo.
Claro, aquella era su
gran obra. El arrecife había sido una trampa mortal para los barcos que hacían
la travesía a los fiordos. Permanecía sumergido todo el tiempo, salvo dos
breves períodos diarios de no más de dos horas. Se contaba que un obispo del
pasado había mandado instalar una gran campana allí, para avisar a los barcos
de la existencia de las rocas mortales. Pero si era cierto, ni Sean ni ninguno
de los lugareños la habían visto. Su sonido sí, eso les resultaba familiar.
Sobre todo en las noches de tormenta, cuantos vivían en Arbroath y alrededores
creían escuchar su tañido fúnebre, arrastrado por el viento.
Y se había decidido por
fin instalar allí un faro. Por medio de una labor de ingeniería revolucionaria
que el gobierno de su Majestad encargó a Robert Stevenson. La construcción se
había llevado muchas vidas, pero eso al gobierno, y a los ingenieros, no les
hizo cambiar de opinión.
—¡Malditos provincianos!
–exclamaba míster Stevenson cada vez que le contrariaban en exceso–, con sus
supercherías. Creen que si le quitamos al mar sus muertos encontrará la forma
de cobrarse otros.
—¡Como si fuera un
tributo anual! –contestaba, jocoso, míster Fletcher, su lameculos particular,
ingeniero también. Y añadía a voz en grito–: Lo que pasa es que trabajamos en
condiciones complicadas, y estos bastardos son descuidados y a menudo están
borrachos y…
—Conténgase, Frederick
–solía susurrar su jefe–, tampoco queremos un motín, ¿verdad?
Hubo un día en que casi
se ahogaron todos. Uno de los barcos que les servía de alojamiento y almacén se
soltó de su amarra. Y no fue capaz de volver a tiempo de rescatar a los hombres
antes de que subiera la marea. Milagrosamente, llegó otra nao, un mercante que
hacía la misma ruta, y salvó la vida de los hombres.
Accidentes o
imprevistos como aquel se sucedieron día sí, día también. En cuanto te
descuidabas, un bandazo de viento o de mar te podía arrojar al agua, lo que era
muerte casi segura. No eran solo las olas, eran también el frío extremo y las
casi dos millas que separaban Bell Rock de la costa. Y accidentes con las
herramientas y con las pesadas piedras que transportaban. Un hombre murió
aplastado por una de ellas, otro se cortó una mano, otros dos fueron arrojados
desde la altura de la torre y se estrellaron contra las rocas. Y aquella noche…
El faro estaba casi
terminado. Sean y John Irwin, su jefe de cuadrilla, tenían el encargo de
revisar los anclajes de la base durante la marea baja. El mar estaba en calma,
no tenía por qué haber problemas. Pero los hubo. Porque, de alguna manera,
despertaron a la bruma.
Un viento helado se
desató desde el noreste y encrespó las olas. Y el espacio se llenó de una
niebla gris tan cerrada como un muro. De golpe. Sin darles tiempo siquiera a
asimilar lo que estaba ocurriendo. El agua subió de inmediato hasta alcanzar
sus rodillas. El resto de los hombres estaban ya, o bien a bordo de los dos
barcos que les llevaban a la costa, o encaramados en la seguridad de la torreta
que habían levantado como almacén y alojamiento mientras durase la obra. El
rugido del viento ocultaba sus gritos y sus voces. La bruma hacía el resto,
manteniéndoles invisibles a los ojos del mundo.
Ahora el agua les llegaba
a la cintura y sus embestidas amenazaban con arrancarles de su precario
asidero: los pilotes del faro. Un cable de acero se desgarró de su
emplazamiento y restalló como un látigo en el aire tomado por la niebla. Sean
sintió un dolor espantoso en una mano, que le hizo soltarse de su anclaje. Pero
el brazo de John estaba allí para evitar que el mar se lo llevara. Le sujetó
por las ropas y le empujó de nuevo hacia la base de hormigón hasta que estuvo
de nuevo a salvo. El cable les fustigó de nuevo, y esta vez se llevó a John.
Luego, mucho más tarde,
en la seguridad de la enfermería, Sean repasaría la escena en su mente más de
cien veces, sin encontrar en ninguna qué podría haber hecho distinto, pero sin
poder perdonarse tampoco no haber sido capaz de devolverle a Irwin el favor
crucial. La aventura se saldó para él con la pérdida de dos dedos de la mano
izquierda.
Un año después
terminaron las obras y el flamante faro de Bell Rock empezó a dar servicio.
Sean Fulton y otros dos de los obreros que habían participado en la
construcción, accidentados como él en algún punto del proceso, fueron ‹‹recompensados››
con el cargo de fareros. Y empezaron a vivir allí, turnándose en el
mantenimiento del faro. Con un trabajo fijo de por vida, sí, pero sin raíces,
sin esposa ni hijos –se decía amargamente Sean. Después de que a Janine se la
llevaran las olas, nunca quiso volver a saber nada de amores ni hogares, que siempre
resultaban ser promesas vanas.
Y ahora todo había vuelto. La bruma
estaba allí de nuevo, buscándole, reclamando la vida que casi tuvo una vez y
que el destino, o la ayuda de un buen hombre, le arrebataron.
Sean tomó su decisión.
Dejó los escasos
objetos de valor que había reunido en una vida de trabajo, junto a la carta que
había estado escribiendo, allí en la biblioteca del faro. Se sacó el anillo que
siempre llevaba en el dedo junto al muñón de los otros, y que había sido de su
padre, abrió la ventana y lo arrojó a los dioses furiosos del mar. Prefería
dárselo él antes de que se lo quitaran las olas.
Luego bajó la estrecha
escalera y salió a las rocas. La marea estaba subiendo aprisa, mejor así. Se
quedó de pie, con los brazos abiertos, recibiendo la sal y las salpicaduras de
espuma en la cara, rodeado por la bruma espesa, que venía a estrecharle en su
abrazo como una amante.
Y esperó solo a ser
poseído por las aguas, devuelto a su seno como un hijo perdido.
*** El faro de Bell
Rock existe realmente, su construcción constituyó en su tiempo un milagro de
ingeniería. Sean Fulton y el resto de personajes de esta obra, así como la
propia trama, son totalmente ficticios; sin embargo durante la obra tuvieron
lugar accidentes similares a los que aquí se narran. Para quien desee ampliar
información, recomiendo el blog “iBytes”.
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