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jueves, 22 de mayo de 2014

Moverse no significa avanzar

De acciones, reflexiones y ese difícil equilibrio entre las dos, en la realidad como en los libros.



Pienso que la reflexión y el uso del pensamiento, la contemplación y el silencio interior, son valores que cotizan cada vez más a la baja. Lo veo cada día alrededor. Lo que se fomenta y se potencia como una virtud a practicar a toda costa es, en cambio, la ACCIÓN.
         La gente se mantiene ocupada, se apunta a gimnasios o hace deporte por su cuenta, todo el posible. Se embarca en una saludable y bien apretada vida social. Se inscribe en clubes, asociaciones o grupos de todo tipo, siempre que "hagan" algo, algo positivo, tangible y visible.
         Por contra, se pena la inacción. Cualquiera que se abstenga de esta frenética carrera que supone llenar el tiempo de cada día de tareas múltiples, voluntarias unas, obligatorias las otras, es tachado de perezoso, desmotivado o, lo que es mucho peor, de ser pasivo.
         Es la era de la acción, del movimiento constante. No sea que, si te quedas parado, tus pensamientos te atrapen; no sea que tus propios demonios te alcancen por fin y te obliguen a escucharlos. ¿Y si descubres quién eres y lo que realmente quieres? ¡Horror! Pero hay otra opción aún más dolorosa: ¿y si descubres que no sabes quién eres, ni lo que quieres, ni qué coño haces aquí? Las preguntas incómodas de siempre, acalladas a base de atiborrarse a conciencia de frenética actividad con la que adormecer el runrún inevitable que tarde o temprano nos asalta a todos.
         Bien, yo creo que no es un buen método. Es cierto que acallas la conciencia y adquieres una falaz sensación de utilidad, de tener un fin y estar contribuyendo a enriquecer tu vida y a cumplir el natural objetivo primario de cualquier ser: crecer y progresar. El problema es que una vez adoptas esa estrategia, no puedes parar nunca. En el momento en que dejas la carrera tu yo verdadero, las cuestiones eternas que nos rondan a todos, te alcanzan sin remedio. Porque no has resuelto nada. Porque sin un sentido detrás de las acciones estas no sirven de nada. Moverse no es necesariamente avanzar. No cuando te mueves sin ton ni son, sin tener claro si lo que haces te enriquece o, por el contrario, solo te mantiene ocupado.
         Por otra parte, ¿qué es eso tan horrible que te podría pasar si te quedaras un momento quieto, pero en una quietud activa, pensativa, y contemplaras tu vida, a ti mismo y al mundo? ¿Te deprimirías? ¿Te horrorizarías? ¿Te sentirías viejo y cansado, verías asomarse la cara enjuta de la muerte?
         Morirnos, vamos a hacerlo todos, lo que cuenta es cómo estemos viviendo, porque una vida de inconsciencia no es una vida plena en absoluto, es más bien una vida en huida eterna hacia delante.



Tampoco es una opción el extremo contrario. La reflexión que no se traduce nunca en acción es algo inútil. Pero no me parece que sea un riesgo en estos tiempos, la verdad.
         Sí lo fue en épocas pasadas. Ascetas y místicos adoptaron muchas veces ese camino, dando solo valor al espíritu o a la mente, al punto de negar el cuerpo y mortificarlo. Pero eso es, a la luz del pensamiento actual, otro error. Ya el propio Buda, que tuvo una revelación tras uno de esos períodos de mortificación y ayuno, y comprendió que esa vía era perjudicial para conseguir sus propósitos, aconsejaba seguir el Camino medio, huyendo igual de los dos extremos, la indulgencia con los sentidos y, de otra parte, la automortificación.
         Por mi parte, siempre he considerado que somos entes indisolubles compuestos de cuerpo y mente. Y nunca he comprendido los cilicios ni los otros extremos a los que llegaban los piadosos ejemplos de santidad que poblaban nuestros altares. ¿Para qué dormir con un leño como almohada, para qué pasar frío o hambre de forma premeditada? Señores, ¡un poco de sensatez! Pasar hambre o frío porque decides compartir tu comida o tu leña con otro, y no alcanza para todos, es digno de admiración. Hacerlo por ofrecer (a quien sea y como sea) un sacrificio... es difícil de entender, no parece que beneficie a nadie. Y si se ampara uno en motivos religiosos mucho menos: si Dios nos hizo a su imagen y semejanza y toda obra divina es perfecta, ¿se iba luego a columpiar y darnos un cuerpo del que renegar con desprecio? ¿Sería acaso lógico o santo que maltratáramos su obra? En fin, siempre te dicen que lo espiritual no necesita tener lógica alguna, pero eso no deja de ser un razonamiento algo absurdo. Precisamente lo espiritual, que emanaría directamente del ser, sin “manipulación” o desvirtuación nuestra, debería regirse por la lógica interna natural. Pero bueno, que me desvío de nuestro tema.
         Lo que quiero decir con todo esto es que solo de pensamiento tampoco se vive, es necesario trasladar ese pensamiento a la realidad tangible. Pero no pasarse (de largo) al otro extremo. No toda acción te hace más, ni mejor, ni más grande. Para que sea productiva tiene que tener una dirección concreta y perseguir un fin determinado. Y para eso, hay que pensar. Para eso hay que pararse.
         Necesitamos volver a aprender el difícil arte del no-hacer-nada. Es necesario. Debería ser un espacio a perseguir en nuestras vidas dedicado al sentir y al percibir. Para escuchar algo hay que vaciarse de uno mismo. O para escucharse a sí mismo hay que alejar, siquiera momentáneamente, el ruido de las otras cosas, los otros problemas, la otra gente. Del mismo modo, hay que dejar de hacer para comprender hacia dónde queremos ir y qué queremos construir o crear en nuestras vidas.



Igual se puede decir de la literatura.
         Suele ser duramente criticados (hablamos del panorama actual, de las "modas" imperantes en el presente) aquellos estilos que tienden a la descripción, la reflexión y el diálogo interno de los personajes; o esas introducciones más largas de lo indispensable. Y si bien es cierto que un exceso de todas esas cosas hace un libro casi infaliblemente aburrido, de nuevo hemos caído en el extremo contrario. Solo sirve la acción. Y además la acción externa y visible, a poder ser lo más efectista posible, como si no fuera acción lo que pasa por dentro de los personajes y en los conflictos que surgen entre ellos. Las emociones y los pensamientos SON conducta, son actividad, aunque sea interna y no observable, salvo como traducción verbal o gestual de ella.
         Hace tiempo recuerdo haber pensado sobre esto mismo cuando vi una de las últimas películas de James Bond (afortunadamente, en la tele). Desde el principio el film es una cadena de escenas de acción: persecuciones de coches, explosiones y estallidos varios, saltos desde un puente, carreras desesperadas, disparos y lucha cuerpo a cuerpo... Creo que le concedí una media hora. Al cabo de la misma estaba literalmente saturada de efectos especiales y trepidante aventura, sin un argumento que pareciera animarlas. No había espacio para el enigma o la deducción, nada para los personajes. Era un simple ejercicio visual de ritmo acelerado que no aportaba absolutamente nada.
         En algunas novelas o relatos observo lo mismo. Hay muchos que, de puro esfuerzo activo, se quedan en un cascarón sin substancia, en un entretenimiento que, de tan saturado que tenemos el paladar con productos parecidos, ni siquiera entretiene.
         Como autora y como lectora, persigo el entretenimiento como cualquiera. Pero le pido algo más al asunto. Reconozco que no me doy del todo por satisfecha si después de cada libro no me siento más lista, más formada o más grande que antes.

4 comentarios:

  1. A mí me pasa lo mismo, necesito algo más que el "que pasen cosas" necesito engancharme con el argumento y los personajes y si eso falla da igual la acción que tenga, y aunque a priori no me apasionan los libros con mucha descripción, si pillo uno que tiene un argumento y unos personajes interesantes me voy a meter en la historia y no voy a notar ese exceso de descripción. En fin, contra las modas siempre nos quedarán los clásicos ;)

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    1. Así es. Y escritores actuales con las mismas manías ;-)
      Esos libros que, pasado un tiempo, todavía permanecen en tu memoria.

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  2. Antes de que llegaran los niños, mis vacaciones yo las describía como "vacaciones hacia dentro". Ïbamos a Los Caños, sin tele ni teléfono. Sólo la playa y el pinar para dar paseos. Yo soy un gran fan de la innacción y antes era un gran practicante. En cuanto al arte, ya sea cine o teatro, me gustan las obras que combinan bien ambos aspectos. En cine, creo que el ejemplo perfecto es "Heat". En libros, "Crimen y castigo" es otro ejemplo de perfección en la combinación de introspección y narración. Thomas Mann rellenaba tochos fascinantes en los que no pasaba gran cosa. Curiosamente, las películas basadas en ellos me parecen un tostonazo (sobre todo cuando hacen una escena en la que se transcriben directamente sus diálogos. No hay forma de mantener tensión dramática). Yo creo que en el caso de Mann, sus diálogos no son reales ni aspiran a serlos. Y sin embargo. "La montaña mágica" me cautivó.

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    1. El caso es que yo me considero una persona activa. Y también soy curiosa, y me gusta la gente, y disfrutar de mis amigos. Pero al mismo tiempo soy muy analítica, y eso me crea la necesidad de saber lo que quiero hacer y por qué, de que haya un equilibrio. Y no todas las actividades "alimentan". Es cuestión de ir aprendiendo a distinguir, supongo.

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