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jueves, 30 de octubre de 2014

PARÍS: DÍA 2

Empezamos con el prometido desayuno, que el día se presentaba completito y había que hacer acopio de azúcar XD. Metro hasta los Campos Elíseos, para reservar fuerzas.

El arco del triunfo al fondo
Place Clemenceau


Caminando por el inmenso paseo llegamos hasta la Place Clemenceau, desde donde arranca una avenida que pasa entre el Petit Palais y el Grand Palais, construidos ambos para la Exposición Universal de 1900.












Viendo lo que llaman Palacio "pequeño" ya puede hacerse uno una idea de qué dimensiones manejan los parisinos en cuestión de edificios.


Petite Palais
Desde allí tuvimos nuestra primera visión de la Torre Eiffel, junto al puente magnífico de Alejandro III, uno de los más opulentos de cuantos se tienden sobre el Sena. La primera piedra de su construcción fue colocada por el Zar Nicolás II, conmemorando la alianza franco-rusa.



Puente de Alejandro III

De vuelta a los Campos Elíseos, alcanzamos el siguiente objetivo: la Plaza de la Concordia, donde termina esta enorme arteria, la avenida más larga de París, que comienza en el Arco del Triunfo. La plaza de la Concordia fue concebida en honor de Luis XV, luego albergó la guillotina durante los tiempos de la Revolución, para finalmente ser nombrada de la Concordia, celebrando con ello el fin del Terror. El obelisco que se erige en su centro procede de Luxor, y fue donado a Francia por Mehmet Alí, que era entonces gobernador de Egipto, en nombre del Sultán otomano.

A esas alturas estábamos convencidos de estar viendo la parte más mastodóntica de la ciudad, monumental ya de por sí. Cada edificio parecía superar al anterior, cada plaza, cada espacio abierto, ser aún mayor que el último que habíamos visitado. Era una escalada continua. Tanto como para preguntarse como en La chica del 17: pero esta gente, ¿de dónde saca, p'a tanto como destaca? XDD
         Tras la Concordia se encuentran los jardines de las Tullerías, donde aprovechamos para descansar un poco, en unas graciosas tumbonas que hay colocadas todo alrededor del estanque. Había salido el sol y el día invitaba a la pereza.

Tullerías, con el estanque y el museo de L'Orangerie al fondo.
Allí teníamos prevista una cita con Monet, en el museo de L'Orangerie, que se encuentra en lo que fue un invernadero de naranjos, y alberga las renombradas pinturas de Monet, "Les Nymphéas", los Nenúfares; en una sala ovalada concebida específicamente para ese fin según instrucciones del propio artista. La impresión es curiosa, porque da la sensación de estar viendo la misma escena sometida al paso del tiempo, con las sutiles diferencias de luz y de color que proporcionarían las horas del día.
         En el museo se pueden ver también obras significativas de otros pintores impresionistas y post impresionistas. Personalmente, me llamó mucho la atención la obra de Maurice Utrillo, hijo de la pintora Suzanne Valadon, que retrató en sus oscuras pinturas el ambiente de Monmartre en el que vivió. Las biografías de madre e hijo son de estudio :-)
         Y en mi búsqueda perpetua de mujeres artistas, me fijé también en Marie Laurencin, otra pintora de la época cuya obra es sin embargo distinta a todas las que le rodearon. Pinta siempre, con raras excepciones, mujeres. De piel blanca e insondables ojos fremen (estoy leyendo Dune, aviso). Etéreas y eternas. 

Hora de comer. Para ello nos aventuramos por el distrito del Louvre, rumbo a La Madeleine. Hicimos una comida rápida al lado mismo, y cotilleamos un poco las tiendas tan coquetas de los alrededores.


Luego visitamos esa macro iglesia, mandada hacer por Napoleón, aunque fuera para servir a otros fines, que lleva por nombre la Madeleine. Todo lo que impulsó este hombre tenía por objeto la magnificencia, el tamaño (supongo muy importante para un hombre de escasa talla física pero con aspiraciones y logros de emperador) y el servicio al recuerdo imborrable de su gloria. La Madeleine no podía ser menos. Y hay que reconocer que el gran corso consiguió su objetivo: impresionar, impresiona. Y mucho.





Desde allí se puede contemplar, al fondo, la plaza de la Concordia, con el obelisco en el centro y el Ministerio de Marina detrás. Impresionante, ¿eh? Antes de abandonar la zona queríamos recorrer un poco la famosa Rue St. Honoré, la de las tiendas de moda más famosas, y la Plaza Vendome, donde se encuentra el Hotel Ritz. Lamentablemente, el obelisco que se encuentra en ella aparecía "embalsamado", cubierto de andamios y cuerdas, con lo que la plaza parecía una dama a medio arreglar y, no queriendo ofender su pudor, echamos solo un rápido vistazo y nos fuimos a otra cosa, mariposa.


Bien, se anticipaba otro "momentazo" parisino, porque ahora, de vuelta a las Tullerías, íbamos a tener la primera y gloriosa vista frontal del Louvre y la polémica pirámide de cristal. Ya te va advirtiendo el Arco de Triunfo du Carrousel, que se encuentra poco antes.


Pero, por más que hayas llegado a imaginar el momento el impacto es igual de fuerte cuando, antes de cruzar la calle, y obviando en tu mente las vallas que la separan, ves ante ti la maravilla de edificio que protagoniza tantas fotos. Sobre el ¿a favor o en contra de la pirámide?, que por lo visto dividió a los parisinos cuando fue erigida, allá por 1989, mi respuesta: DECIDIDAMENTE A FAVOR. Simplemente, me encanta.





Pero vámonos ahora de allí, que la tarde aún da de sí y se nos ha ocurrido la peregrina idea de que tenemos que ver el Louvre iluminado, así que habrá que volver esta noche. Siguiente parada: St. Germain des Prés. Y de camino, preciosos rincones como estos:

Interior de Saint Germain des Pres.

No olvidemos lo literario, paradita en el Cafe de Flore, donde se reunían Sartre, Beauvoir y sus compinches.

¿Dónde nos dirigimos ahora? Pista: esto es San Sulpice y nos estamos alejando del río.


Pues a los jardines de Luxemburgo, dónde si no XD Llegamos con la lengua fuera y cerca de la hora de cierre (como españoles que somos, no podíamos imaginar que un parque cerrara tan pronto. ¡Pero si es pleno día!). Ah, pero cada cuál sabe sus cosas. Al poco de abandonarlo (y lograr cazar al vuelo un autobús) el sol se marcha a dormir al Sena.


Y es entonces cuando cumplimos nuestro sueño.



Con la inmensa (e inesperada) fortuna de que se nos ha concedido un momento de esos mágicos que uno tiene que ir coleccionando en la vida, más valiosos por extraños. Ya antes de verlo, escuchamos las notas dolientes de su violonchelo, que le prestan al escenario una cualidad de leyenda. Después de esto, uno se va a dormir sintiéndose tocado por los dioses.




4 comentarios:

  1. Bravo, bravo, bravo... Estupendo recorrido. También estoy a favor de la pirámide de crista. El efecto es increíble.

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  2. Sí, ¿verdad? Qué buena conjunción de lo viejo y lo nuevo.

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  3. A propósito del (no tan) petit caporal, y antes de Davout me lo quite de la boca, cito:
    «En 1821 se llevó a cabo una autopsia de Napoleón Bonaparte y se determinó que su estatura era de 1,69 metros. La estatura media de los varones franceses entre 1800 y 1820 era de 1,64 metros. Y la del inglés medio, 1,68. De modo que Napoleón era más alto que la media. El gran enemigo de Napoleón, Horatio Nelson, por ejemplo, solo medía 1,62 metros.»

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  4. XDDDD
    Ya oigo revolverse en su tumba al querido emperador :-) ¿Tampoco padecía del estómago? Si se me cae también ese mito, no sé que va a ser de mí XD
    Supongo entonces que lo de su escasa talla sería difundido por sus enemigos para caricaturizarle de algún modo :-) A ver ahora qué explicación encontramos para sus raptos de megalomanía.

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