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viernes, 20 de marzo de 2015

Espectrofilias - Rebeca - (2ª parte)

Daphne Du Maurier


Vamos ahora a la cuestión del "patrón romántico" que posee la novela, el esquema elemental, por otra parte, sobre el que descansan la mayor parte de novelas del género. Veréis que pueden cambiar los detalles en cada una, pero el guión básico SIEMPRE es como sigue:
Mujer joven, normalmente pobre o con escasez de medios, inexperta en casi todos los aspectos, en el sexual especialmente. Lo más habitual es que nuestra protagonista sea virgen e inocente, pero en caso de no cumplir con ese extremo debe, necesariamente, haber tenido el menor número posible de parejas sexuales, a poder ser dentro del matrimonio o si no, en contra de su voluntad.
         Será también bella y deseable, aunque no a primera vista. Solo después de contemplarla mucho (y después, claro, de muchas páginas) se dará cuenta el héroe de semejantes cualidades.
         Que sea tímida y poco apta socialmente también ayuda. Y si está sola en el mundo o tiene importantes carencias afectivas (huérfana, incomprendida, con una vida de aislamiento) ganará puntos inmediatamente.
         Esta cándida criatura (a la que no hay más remedio que apreciar desde el principio, ¿quién no se ha sentido aunque fuera una vez patito feo? Si es que encima es buena, ayuda a las ancianitas a cruzar la calle, ha cuidado de su madre o su hermanita enferma y rescata gatos perdidos) se enamora locamente del héroe de la novela.
         ¿Y cómo es él? Guapo, eso es fundamental. Sexi, con ese atractivo plenamente "varonil" que incluye un poco de agresividad y un mucho de misterio. Que parezca siempre reconcentrado, como si ocultara un drama antiguo que no le deja ser feliz. Porque, claro, si fuera un hombre satisfecho y risueño, ¿qué labor de "reinserción" le quedaría a nuestra heroína?
         También es básico que sea rico, o al menos social y económicamente superior a la protagonista. Bueno, ya puestos a pedir, mejor superior en todo. Más edad (este modelo se lleva mucho: es el patrón padre-hija, maestro-alumna, etc., donde él siempre está para enseñarle a ella, corregirla, guiarla...). Más cultura, o mundo, o saber estar. Con experiencia. Al contrario que a ella, haber tenido muchas parejas sexuales a él le da puntos. Eso le otorga más mérito al hecho de que la haya elegido precisamente a "ella", con tanto donde tenía para escoger.
         Estas dos criaturas se conocen y se enamoran. (Pero no así de fácil; es fundamental que al principio haya ciertas dosis de verdadero sufrimiento, con ella y/o él que se hacen los duros y parece que no vayan a querer nunca al otro. Para que luego el clímax sea más intenso). Las circunstancias -sean las que sean, aquí se permite variedad-, se lo ponen difícil. Pero al final triunfa el amor y se quedan comiendo más o menos perdices, según la historia concreta de cada ejemplar.



Pero vayamos ahora con ejemplos concretos de la novela para ilustrar nuestras tesis, pasajes que he seleccionado cuidadosamente por su alto valor pedagógico, y por resultar paradigmáticos de los conceptos de género y de modelo de relación romántica imperantes, no solo a principios del siglo XX, cuando se publicó, sino también (aunque de manera más soterrada) en nuestros días.

La historia propiamente dicha comienza en Montecarlo, donde la protagonista trabaja de acompañante de una rica y vulgar viuda americana. Allí conoce a Maxim De Winter, un acaudalado inglés de cuarenta y dos años (el doble exacto que nuestra protagonista), que ha perdido recientemente a su esposa, en circunstancias que no se revelan. Empiezan a tratarse y van adquiriendo cierta confianza. Nuestra chica es tímida y poco avezada en esto de la vida social, y se siente claramente acomplejada. En una ocasión en que están juntos se sorprende sincerándose con él, que es hasta la fecha casi un desconocido, pero que por alguna razón le inspira confianza (no logramos entender por qué, ya que el sujeto es de talante reservado, irónico y algo mandón). Bien, nuestra heroína le cuenta a Maxim (y así nos enteramos nosotros) que tenía una familia estupenda pero que sus padres, a los que estaba muy unida (se ve especialmente un vínculo intenso con la figura paterna, lo que tal vez luego explique algunas cosas) han muerto, dejándola sola en el mundo. Motivo que, unido a su falta de herencia, le ha hecho aceptar su trabajo actual. Maxim en cambio no revela nada de sí mismo, se muestra más bien hermético y, eso sí, atormentado.
         Empiezan a verse todos los días y ahí empieza la juerga. En una ocasión él le habla de Manderley (ella, por supuesto, aunque se muera de ganas por saber nunca pregunta. Ya hemos dejado claro que una buena chica es discreta y no importuna al hombre al que quiere con esa indeseable curiosidad tan femenina), y queda claro, en mi opinión, que la autora de la novela es una mujer y que aquí se columpia un poco respecto al trazado del personaje masculino. Maxim de Winter se tira dos o tres páginas hablando... ¡de flores! No sé vosotros, pero yo no conozco a ningún hombre capaz de semejante hazaña (salvo que fuera jardinero); me extraña incluso que el señor De Winter se hubiera fijado en ese específico detalle de su propiedad o que lo considerara siquiera propio de su interés.
         

Ella ya está completamente enamorada, y en uno de sus paseos en coche es tan ingenua como para confesarle cuánto le gustaría conservar ese momento en su memoria y no olvidarlo nunca. Bueno, se lleva un planchazo. Él lo toma a broma, lo que hace que empiece a pensar en el abismo que les separa y en lo poca cosa que es ella para el gran hombre. Claro que él le echa una mano en este sentido, diciéndole que "no se muerda las uñas, que ya las tiene bastante feas", lo que dice mucho del concepto que tiene de su relación. Entonces nuestra heroína da muestras de nuevo de gran ingenuidad, preguntándole si sale con ella por compasión o algo parecido. ¿Respuesta de él? Para el coche de golpe en medio de ninguna parte y, demostrando la misma sensibilidad que una piraña, le endosa una filípica de cuidado, concluyendo: "Se podía usted haber ahorrado ese discurso puritano, hipócrita, que me ha soltado. Y sus estúpidas suposiciones acerca de mi caridad, de mi amabilidad. Si la he invitado a venir conmigo es porque quiero su compañía, y si no me cree, puede bajarse del coche cuando guste y arreglárselas para volver a casa".
         El colmo de la consideración y el romanticismo, ¿no? Pero se ve que funciona. Siguen viaje y ella no puede evitar llorar. Y es entonces, cuando ella no lo espera, cuando él por fin tiene algún tipo de reacción humana: "... me cogió una mano y la besó, aun sin decir nada, y luego me arrojó sobre las rodillas un pañuelo que la vergüenza me impidió tocar". ¿Reacción de ella? Piensa en las heroínas de las novelas, que saben llorar y conservar su belleza, y las compara con ella. Sale perdiendo de todas todas. Y ya cuando está desesperada y pasa de todo, Maxim la abraza y le pide que empiecen a tutearse. Pero antes el angelico se explica: "tiene usted edad para ser mi hija y no sé cómo tratarla". ¡Normal!, pobrecillo, si es que... ¿qué esperaba ella siendo tan joven?
         Yo aquí veo una conducta típica de los maltratadores. Solo cuando ella está destrozada (por su causa) él le aplica cariño. Al fin y al cabo, si él ha sido un torpe bruto sin sentimientos es solo por desconocimiento o por algo que ella es, o ha dicho, o ha hecho.
         Pero, claro, yo es que soy muy rara. Podría ser solo amor.

Llegamos a la propuesta de matrimonio. Hecha de forma muy práctica. Ella está desesperada y no tiene más opción que acompañar a su empleadora de vuelta a América (recordemos que no tiene dinero. Vive de su trabajo). Entonces él le propone la solución: " De manera que la señora Van Hopper se cansó de Montecarlo y quiere volver a casita. Pues mira, yo también. Ella, a Nueva York; yo, a Manderley. ¿Cuál prefieres? Puedes elegir". La pobre chica se queda a cuadros. Se ve que no acaba de enterarse de en qué consiste la propuesta. Él se lo aclara (después de decirle que no sea corta de alcances). Y como nuestra prota se muestre insegura respecto a su adecuación como señora de Manderley, Maxim la tranquiliza de forma harto convincente: "Eres casi tan tonta como la señora Van Hopper, y casi tan ignorante. ¿Qué sabes tú de Manderley? A mí me toca juzgar si encajarías o no".
         ¿No os habríais quedado vosotras mucho más tranquilas?
         Después le explica de qué va todo esto: "... Dejas de ser la compañera de la señora Van Hopper y comienzas a serlo mía. Tus obligaciones serán casi las mismas. A mí también me gustan los libros nuevos, y tener flores en la sala, y jugar al bezique después de cenar, y alguien que me sirva el té. La única diferencia es que yo no tomo Taxol, pues prefiero Enos. Y tendrás que tener cuidado de que no se acabe la pasta de dientes que uso siempre".
         Jo, ¡qué bonito!, no me digáis que no. ¿A que dan ganas de casarse con él de inmediato? Y, para ponerlo más fácil, él se da cuenta de que "se está portando como un bruto", y empieza a hablar con (hiriente) ironía del tipo de declaración romántica que ella seguramente había imaginado.
         De todas formas, no tenía por qué haberse preocupado, la chica está en una nube y todo le vale. Y cuando él se ofrece a hablar con la viuda rica y explicarle todo (con lo que nuestra buena chica no tiene que enfrentarse a ello), casi salta de alegría. Parece que no se imaginaba que su idea sería hacerlo mientras ella se queda afuera (por orden de él) para que él mantenga la entrevista con tranquilidad. Quizá se extraña o se enfurruña un milisegundo, igual que se decepciona algo (pero poquito) cuando Maxim le explica que como él ya ha tenido una boda con invitados, flores, vestido de novia y "esas tonterías", va a prescindir de todo y se van a casar rápidamente y sin ceremonias.
         Pero nada importa. Casarse con él es lo único relevante en el mundo y lo demás queda convenientemente arrinconado.

(Continuará..................................................................................)

3 comentarios:

  1. Verdaderamente, diseccionada así la famosísima novela Rebecca, parece imposible que estos arquetipos sean reales. Es revelador el tratamiento que la escritora da a las mujeres buena y mala y al endiosado-malvado hombre.
    Estoy deseando que sigas con la vivisección tan interesante de estas psicologías sociales femeninas y masculinas.

    Un abrazo.

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  2. Gracias, mi amigo. Lo más curioso es que todo esto de Rebeca se repetirá vez tras vez en novelas que llegan a nuestros días. Que parece que siempre miramos al pasado con una especie de condescendencia, pero si observáramos atentamente nuestro presente se nos pararía en buena medida esa suficiencia :-)

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