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martes, 7 de febrero de 2017

DUELO DE RESEÑAS - Segundo movimiento



Qué astuto el amigo Pedro Moscatel. Como sabe que soy una blanda, ahora que le toca mover ficha en nuestro duelo de reseñas, se aplica en repartir a lo largo y ancho de su texto unas cuantas lisonjas literarias —que si literatura morganiana por aquí, que si registro mágico y potente por allá... Música para mis oídos, como no podía ser de otra forma—, para despistarme y que no me dé cuenta de sus argucias argumentativas. Vamos, que quiere colarme la estocada de gracia antes de que se me ocurra replicar siquiera.
         Pero no, por mucho soborno que haya de por medio, yo no olvido ni por un momento mi sagrada misión.

me llamo Íñigo Montoya

Y así, diseccionaré y rebatiré hasta enfermar.

Vayamos por partes y abordemos en primer lugar el tema de la superstición, al que no puedo dejar de responder ya que mi oponente utiliza en su defensa un argumento algo tramposo. No, no me refiero a eso que dice sobre que las creencias religiosas también son superstición, en cuanto que creencias irracionales y no comprobables; algo que podría discutir fácilmente apelando a la autoridad de la RAE: «superstición: del lat. superstitio, -ōnis. 1. Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón». Pero como tampoco sigo a pies juntillas todo lo que dice la RAE (no olvidemos que aceptaron almóndiga y toballa y que andan siempre mareando con tildes que no les hacían ningún daño) no lo haré, no discutiré ese aspecto. Acepto convertirme, siquiera temporalmente, al pastafarismo que pregona mi colega esgrimista y negar así la congruencia de esta excepción, que me parece discriminatoria para los no-religiosos, cuyas creencias pueden ser tan espirituales y sinceras como las de las religiones oficiales.
         No, el argumento definitivo, para mí, es otro y tiene que ver con las «leyes» de la ficción.
         Cuando escribimos ficción, y más concretamente fantasía (en cualquiera de sus vertientes), creamos universos propios, paralelos, con más o menos contacto con este mundo nuestro al que llamamos mundo real. Por ello, entre el lector y el escritor de fantasía debe producirse un acuerdo tácito sin el que no sería posible disfrutar de verdad de la experiencia. El lector acepta «suspender (en cierto modo) su incredulidad», juega a que va a aceptar unos parámetros mínimos impuestos por el escritor, por más que le resulten algo irracionales o directamente fantasiosos, para entrar de verdad y por completo en el mundo que hemos creado. Y el autor (el buen autor) se compromete a cambio a ser coherente y consistente en cuanto a esas leyes especiales con las que ha decidido configurar su universo.
         ¿Qué es lo que cuenta entonces, lo que debemos considerar? No las leyes naturales del mundo real, desde luego. Sino las reglas o leyes del universo que hemos creado y sobre el que escribimos. En tu relato, en el mundo de A Yolanda no le asusta el cementerio, los muertos se comunican de diversas maneras, «existen». Los vivos, algunos vivos, pueden verlos. Las acciones de los muertos tienen efecto en el mundo físico (los arañazos y heridas de Yolanda). Y en el camposanto hay vida, aunque sea de un tipo desmemoriado y translúcido.
         ¿Cómo podría ser entonces superstición todo esto que apuntas: ...el enterramiento de los difuntos en una tierra que supuestamente es sagrada, en un campo de atribuida santidad, para la ligazón de sus almas al mundo de los vivos a la espera del juicio final? Las creencias de tus personajes, las que imperan en ese mundo que tan bien has descrito, son reales. O se hacen realidad. Luego tienen fundamento racional, empírico. Ellos creen en lo que ven. Porque en ese mundo es posible.


En segundo lugar, la falta de punch en el final de Ouija.
         Tiene usted toda la razón, mi señor duelista. Mi relato carece de vuelta de tuerca o giro final que deje con la boca abierta. No es la primera vez ni será la última que se me acusa de tal cosa. Casi podríamos decir que es marca de la casa. No tiene punch y... —como soy de Madrid añado—: ni falta que le hace :-)
         No, en serio, creo que los finales de impacto están sobrevalorados. En vez de eso yo abogo por abrazar los principios del sexo tántrico y dejar de concentrarnos tanto en el final apoteósico, para disfrutar, y poner el acento, en el durante y el mediante.
         Y sé que con esto me enfrento a los dictámentes de los grandes maestros del relato, que pregonan en sus decálogos como únicos finales válidos aquellos sorprendentes, que te sacuden como un buen puñetazo y te dejan sin resuello. Qué se le va a hacer, a ese respecto mis relatos son una declaración de intenciones. Escribimos (o deberíamos hacerlo) según somos y pensamos. Y para mí hay finales totalmente válidos sin ruptura. Finales de cumplimiento, que caen por su propio peso como la fruta madura del árbol. O, como en el caso de Ouija, finales que son un cierre y se quedan resonando por ello como un aldabonazo en la puerta.
         En este caso, el final es la conclusión última de la idea que se va articulando a lo largo de todo el relato: el valor de la intimidad, y cuánto podemos permitirnos perder de ella, incluso en el seno de relaciones afectivas muy cercanas. La conclusión de Ouija es que hay secretos que nunca deberían ser desvelados. Porque es convicción propia que en todas las personas hay un núcleo irreductible e íntimo que no debería ser nunca vencido. O al menos la persona debe conservar la ilusión de que esto es así para poder elegir desde la libertad real cómo y cuánto quiere compartirse.

En tercer lugar, y dejando ya los bloqueos defensivos, pasemos al ataque con el siguiente relato de QUIÉN TIENE MIEDO A MORIR.
         Su título: Bajo el hielo de Vostok.

Pat Perry
 Lago Vostok - Pat Perry
        
Es este un relato mucho más dependiente de la trama central del libro que el anterior, ya comentado. Aquí es crucial tener en mente quién es el (supuesto) autor del relato para entender a la primera uno de sus giros.
         Es un relato gamberro, ligero, que recuerda mucho a una de esas pelis de serie B de científicos locos y horror cósmico. Y aunque los detalles lo sitúan en la época actual, a mí me ha traído a la mente uno de esos laboratorios soviéticos de la guerra fría, siniestros y ocultos, convertidos por obra y gracia de la literatura y el cine en escenario de aterradores experimentos.

URSS

A pesar de ese estilo, y de su brevedad, el relato logra colarnos como al descuido unas cuantas cuestiones claves. La importancia de las perspectivas o los distintos puntos de vista, en la línea de pensamientos del tipo «lo que la oruga interpreta como el fin del mundo es lo que su dueño denomina mariposa».
         Nuestro antropocentrismo, que nos lleva a olvidar con demasiada frecuencia nuestra pequeñez e irrelevancia reales, en medio de este vasto universo.
         O la atracción y el miedo simultáneos hacia lo desconocido.

Creo que es un relato que habré de volver a considerar en el conjunto del libro, una vez lo acabe de leer. Pues tengo la sensación de que funciona dentro de él como una pieza más con la que ir armando el carácter del personaje que cumple el papel de villano.

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