Biblioteca Joanina - Universidad de Coímbra
Al final no ha sido este un viaje nada forestal, qué le vamos a hacer, por más que a mí me hubiera gustado lo contrario. Pero el huracán Leslie, que atravesó Portugal en octubre, lo ha puesto muy difícil. El jardín botánico tendrá ciertas partes cerradas al público hasta que logren arreglar todos los destrozos que ha ocasionado. Aun así conseguimos entrar y ver los espacios que quedan abiertos, lo que nos dio una idea de lo maravilloso que tiene que ser el conjunto.
@ma_rodrin
Y el bosque de Buçaco, que yo estaba impaciente por conocer, está totalmente vedado hasta nuevo aviso (Ya podían poner algún tipo de aviso en su web para evitarnos el paseo a los turistas interesados). Con lo que tuvimos que conformarnos con tomar un café en el Gran Hotel de Luso, la ciudad balneario cercana.
El bosque de Choupal, a diez minutos en coche del centro de Coímbra, permanece cerrado domingos y festivos (¿Podéis creerlo, un parque cerrado precisamente los días de fiesta?).
Menos mal que, para compensar, Coímbra ofrece otros múltiples alicientes, desde su arquitectura y ambiente hasta las delicias gatronómicas. Y además, hemos tenido un tiempo excelente, sol cuando tocaba y unas brumas muy sugerentes que se instalaban sobre el río Mondego después del atardecer.
Rúa Ferreira Borges
@ma_rodrin
También hicimos una excursión de un día a Oporto, ciudad que ya conocíamos pero que nos tiene ganado el corazón y, como pasaría con cualquier amigo, vamos a visitar siempre que podemos.
Y otro medio día a ver el mar y saltar las olas en Figueira da Foz.
Claro que a nosotros no nos hizo ese tiempo. Por la mañana sí que hubo solito (tanto que tres kamikazes de nuestro grupo se bañaron en el mar), pero por la tarde empezó a medrar la niebla y acabamos así viendo el Faro del cabo Mondego.
@ma_rodrin
En lo que es Coímbra, una ciudad de configuración medieval con una parte alta (no es una forma de hablar, aquí las cuestas tienen la pendiente de un ocho mil) —o Almedina— lugar de residencia de nobles, clérigos y estudiantes; y una parte baja, a la altura del río, donde se agrupaban artesanos y mercaderes; vimos los monumentos de rigor. Con pausas para las correspondientes cervezas y viandas, claro está.
Además de la calle principal, Ferreira Borges, con sus ropajes navideños puestos al día, destacan la plaza Ocho de mayo, con la impactante Iglesia de Santa Cruz y unas cafeterías-pastelerías que hay que conocer sí o sí. La plaza del Comercio, alargada y señorial. La Universidad, por supuesto, alojada desde el S. XVI en lo que antes fue Palacio Real (no olvidéis que, antes que Lisboa, Coímbra fue capital del naciente Portugal). Con la joya de la Biblioteca Joanina dentro. El ya mencionado Jardín Botánico. La Sé Velha y la Sé Nova. La fuente monumental que es el Jardím do Manga (mejor ver de noche, iluminado. La luz diurna solo sirve para poner de relieve el deterioro que sufre, los desconchones y churretes que manchan su pintura y la suciedad de los fondos de la fuente). El paseo junto al río y el puente de Santa Clara. Y, al otro lado del río, Portugal dos Pequenitos y dos monasterios: Santa Clara la Vieja y Santa Clara la Nueva.
Dicen que en todos los viajes hay que dejarse algo por ver para tener motivos para regresar. Yo, desde luego, tengo apuntado un próximo viaje para ver por fin el bosque singular de Buçaco, encerrado entre sus muros guardados por once puertas, que nació como un sueño de los Carmelitas Descalzos allá por el siglo XVII. Así que no diremos adiós, sino solo «hasta pronto».
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