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jueves, 3 de marzo de 2016

EL "MÉTODO": los 7 pasos del éxito




Hercule Poirot le dedicó una mirada con la que manifestó su aprobación.
—Orden y método —dijo—. Ese es el placer que se obtiene al tratar con una mentalidad tan científica.

Mira que yo me considero una persona «natural», o espontánea, en el sentido de que no me muevo o actúo según cuidadosos cálculos, ni después de rigurosos análisis de pros y contras. Y que cree firmemente que debemos dejarnos de corsés que nos limitan y comportarnos buscando siempre ser fieles a nuestra auténtica naturaleza. Ser quienes somos de verdad, no quienes nos han dicho que tenemos que ser.
         Pero eso no tiene nada que ver, a mi juicio, con que mi forma de abordar los problemas o los asuntos cotidianos sea todo lo metódica y sistemática posible.
         Racional, en una palabra.
         ¿Por qué digo esto? Pues porque muy a menudo observo, casi con desesperación por mi parte, cómo esa distinción, que a mí me parece tan clara, no existe para una gran mayoría de personas. Y «me peleo» y me desgasto tratando de hacer ver a personas que me importan —y que suelen estar embarcadas en proyectos que también me importan— por qué no hay que empezar la casa por el tejado.
         Por qué conviene pararse a pensar un momento (que no es ninguna pérdida de tiempo, aunque hoy en día casi nos hayan convencido de que parar, de la manera que sea, es pecado).
         Y escuchar a quienes puedan tener experiencia. Y que hay que ir despacito y buena letra. Y que hacer por hacer, sin saber por qué ni para qué, no tiene ningún valor.
         Lo veo incluso entre personas que han estudiado las fases y las ventajas del método científico, que lo defienden y lo aplican rigurosamente en sus trabajos o actividades académicas. Pero que NO LO RELACIONAN con la vida real, con los problemas o circunstancias que nos presenta a todos el día a día.
         Con demasiada frecuencia, las materias de estudio nos parecen burbujas aparte, desligadas totalmente de nuestra experiencia cotidiana y no pensamos de ninguna manera en ponerlas en práctica en lo que nos rodea. 

Pues bien, señoras y señores, esto es un gran error. Uno no puede desenvolverse con éxito en ningún aspecto de la vida dando palos de ciego o moviéndose por impulsos. Es necesario pararse (nunca insistiré bastante) a pensar alguna vez, y ejercitar con rigor nuestra mente aunque no estemos ante un problema matemático o un misterio policíaco. 
         "Método", queridos míos, tal como dice nuestro querido Poirot. Es decir, un modo ordenado y sistemático de proceder para llegar a un resultado o fin determinado. O un procedimiento que se sigue para conseguir algo.


Observemos el siguiente cuadro explicativo. Porque de ahí deriva todo. Podemos llamar a cada paso por distintos nombres, especificar y matizar ciertos aspectos... Pero la base del proceso será siempre la misma.


Todo empieza, como siempre, con una pregunta. Una necesidad, un problema (DETECCIÓN). Lo observamos, lo aprehendemos... En suma, reflexionamos sobre ello hasta llegar a entenderlo por completo (REFLEXIÓN).
         Luego lo definimos como un objetivo (o varios) a lograr, lo que ayudará en la definición del siguiente paso y de todo el proceso, ya que nos va a marcar el norte hacia el que queremos dirigirnos (DEFINICIÓN).
         Ahora llega el momento de planificar, de ver qué actividades concretas, o qué acciones, voy a emprender para conseguir lo que me he fijado como objetivo. Aquí tendré en cuenta los recursos a mi alcance y las dificultades previsibles (PLANIFICACIÓN).
         Acción. Es el tiempo de poner en práctica aquello que he decidido de antemano (APLICACIÓN). Es un momento crucial, es cierto, pero no tiene sentido sin los pasos anteriores. Por lo que no puede ser nunca el primer paso. La acción es útil cuando va encaminada a unos objetivos. Cuando se sabe por qué y para qué tiene lugar.
         Pero aún no hemos acabado, nos falta estudiar los efectos de esas actividades emprendidas (EVALUACIÓN), para decidir si los resultados obtenidos han servido para cumplir el/los objetivo/s o, por contra, son resultados insuficientes o que apuntan en otra dirección que no es la deseable (RESULTADOS).
         En ese último caso, retomaríamos el proceso y planearíamos otras estrategias distintas, o incluso retrocederíamos aún más, hasta el punto de estudio, tratando de descubrir por qué no ha funcionado la cosa.
         Esta fase es siempre vital, incluso cuando hemos obtenido resultados positivos, porque siempre arroja enseñanzas muy valiosas y nos da pautas de lo que se puede mejorar.

En resumen y gráficamente, que es la manera más fácil de capturar en nuestras mentes las ideas esenciales de algo, su esquema:



Morgan aprendiendo a hacer diagramas


Tal vez alguien diga que existen personas que no siguen estos pasos y a las que parece irles muy bien. Que no necesitan dedicar su tiempo a planificar nada para que las cosas les salgan, ni tienen que ser metódicos u ordenados, que pueden permitirse el «lujo» de improvisar, de hacer aquello que les sugiere el impulso del momento. Que eso es en realidad lo deseable, lo que mola. Que es arte. O intuición. O ser libre y espontáneo o... Podemos poner las excusas que queramos o apuntar las razones que se nos ocurran. Da igual, no es cierto.
         Sí hay algunos afortunados, muy pocos, que son capaces de poner en práctica este proceso decisorio de manera casi automática e inconsciente. Que funcionan, aparentemente, de manera completamente anárquica, sin rutinas y sin que se les vea "el método".
         Mi madre, sin ir más lejos, es de ese tipo de personas, pero es porque tiene lo que se dice una cabeza muy bien amueblada. Podríamos decir que tiene el proceso interiorizado: posee una especie de líneas maestras mentales, asentadas y bien definidas. Una "estructura" básica, firme e inamovible. A partir de ahí, puede improvisar lo que quiera, puede mover o cambiar de sitio actitudes y/o actividades, puede hacer hoy las cosas de un modo distinto a como las hizo ayer... Porque la base la tiene clara.
         Pero, lamentablemente, esto no es así para el común de los mortales. La mayoría «necesita», necesitamos, apuntalar con un claro y estable orden externo el orden interno, a veces precario, sea por carácter o por circunstancias. Solo así nuestras intenciones, objetivos y deseos pueden llegar a puerto.
         Eso, naturalmente, requiere práctica, imponerse un comportamiento racional y metódico a la hora de enfrentarse a las tareas. Hasta que uno logra (los recursos los tenemos todos, recordemos que todo, todo, se puede aprender) sin tener que pararse notoriamente, sin tener que planificar cada paso sobre un papel, ver los parámetros de una situación a la primera y acertar con los pasos debidos para llevar a cabo cualquier proyecto.

El éxito no está nunca garantizado en nada que emprendamos. La vida es así. Hay imponderables y, como personas, podemos (e incluso debemos) variar en nuestros objetivos y en nuestras opiniones. Abandonamos sueños antiguos y nos surgen otros nuevos. Lo que ayer nos parecía fantástico, hoy no lo queremos. Pero eso también da igual.
         Lo importante es que las luchas que emprendamos las libremos en las mejores condiciones y con los mejores fines, que nuestro esfuerzo esté bien empleado y que tengamos claro a dónde vamos y para qué estamos haciendo lo que hacemos.