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miércoles, 25 de marzo de 2015

MODERNAS Y VANGUARDISTAS

Mujer y democracia en la II República
Mercedes Gómez Blesa



La II República fue llamada con toda justicia la República de los intelectuales. En primer lugar por ser un régimen que la intelectualidad del momento asumió como creación propia, en su lucha contra la Monarquía y desde su convencimiento de que España necesitaba ser transformada política y socialmente.
         En segundo lugar, porque fueron muchos los intelectuales que desempeñaron tareas en el gobierno.
         Y en tercero, porque esta élite intelectual se consideraba llamada a guiar al pueblo, considerando la educación -la lucha contra el analfabetismo y el atraso cultural secular del pueblo español- algo imprescindible en el proceso de regeneración de la patria.
         Ese proceso de modernización que habría de vivir España en esos primeros treinta años del siglo XX no puede comprenderse plenamente sin la incorporación de las mujeres, una minoría de mujeres, eso sí; a la vida cultural, política y artística del momento. Resulta crucial para entender en toda su magnitud el cambio de mentalidad y de sociedad que se dio entonces, tener en cuenta el nuevo concepto de femineidad creado por ellas, a través de ensayos, artículos periodísticos, narrativa y poesía. Esa "nueva mujer", forjada gracias a la rebeldía y emancipación de todas estas mujeres que Mercedes Gómez Blesa cataloga como modernas y vanguardistas.

Este libro de Mercedes Gómez Blesa, escrito desde una perspectiva femenina o de género, resulta imprescindible a la hora de entender y valorar en toda su extensión el período que va de 1900 hasta el final de la Guerra Civil española. Unos años en los que se forjó una nueva España, renovadora y crítica, que sería destruida, negada y olvidada en los posteriores años del franquismo. Una España donde la mujer tuvo un papel esencial pero poco o nada reconocido. 
         Por un momento cundió la esperanza. Durante unos pocos años pareció posible escapar por fin del atraso cultural, económico y político que nuestro país arrastraba desde siglos atrás. Y se creó una sociedad distinta, que miraba por primera vez hacia el futuro y las posibilidades de renovación. Una etapa fructífera, convulsa y a veces caótica, como todo período de crisis y cambio, que enfrentó encarnizadamente las dos posturas básicas que existían en el seno de nuestra sociedad: los reaccionarios y los renovadores. Un momento histórico que una parte de nuestra sociedad no supo ver, mucho menos apreciar, y que quedó truncado en abril del año 39 para no regresar jamás.
         Entre todas las esperanzas rotas, las de las mujeres, de vuelta a la casa y a la iglesia, convertidas de nuevo en productoras de hijos, criaturas domésticas sin identidad social propia y sin autonomía moral.

EL NUEVO MODELO DE MUJER
la Garçonne o la Flapper



Esa nueva mujer se despojó del corsé y adoptó una vestimenta cómoda, fresca y juvenil, completamente en consonancia con su nuevo estilo de vida: activo, deportista, liberado de las restricciones tradicionales que la obligaban al ámbito de lo doméstico y lo invisible.
         Se cortaron el pelo, y de paso acortaron sus faldas. Salieron a la calle y empezaron a participar de la vida académica, laboral, política y artística del momento. Algo imposible de concebir tan solo pocos años antes.
         Gracias a ellas, a las olvidadas y calumniadas, las que no aparecen en ninguna de las relaciones que existen sobre las sucesivas generaciones de intelectuales que compartieron el espacio artístico en esos años, y que incluyen solo a sus coetáneos masculinos; las mujeres consiguieron importantes mejoras sociales y legislativas. Consiguieron el voto. Consiguieron un espacio donde desarrollar sus aptitudes personales, demostrando con su propio ejemplo que eran falsos todos aquellos infinitos prejuicios que se habían sembrado en su contra durante siglos de premeditado oscurantismo.
         Los años 40 las mandaron de vuelta a casa y a los fogones. Pero el germen que plantaron en nuestra memoria acabaría por dar sus frutos, aunque hubiera que esperar otro medio siglo para ello. No importa, si hay algo que se nos ha enseñado a las mujeres a conciencia es a esperar. Ahora es el momento de demostrarles a ellas, a esas modernas y vanguardistas, que tuvieron razón y que sus obras no se han perdido.
         Para terminar, nada mejor que esta cita de María de Maeztu, que aparece recogida en el libro y que resume bien el pensamiento de su autora respecto a la cuestión del género. Aparece en La mujer moderna (1920): "Soy feminista; me avergonzaría de no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana. Y esto es lo que para mí significa, en primer término, el feminismo: es, por un lado, el derecho que la mujer tiene a la demanda de trabajo cultural, y, por otro, el deber en que la sociedad se halla de otogárselo".

lunes, 23 de marzo de 2015

Espectrofilias - Rebeca - (3ª parte)

DAPHNE DU MAURIER


Hemos llegado a Manderley. Después de la luna de miel los recién casados se dirigen a instalarse en la mansión familiar de Maxim, una enorme y vetusta construcción junto al mar, rodeada de enormes jardines y atendida por numerosos criados. Entre todos ellos destaca Mrs. Danvers, el ama de llaves, una mujer adusta e imponente que se lo va a poner muy difícil a nuestra querida muchacha. Y, como siempre, si esperaba apoyo o comprensión por parte de su nuevo y flamante marido se va a quedar con las ganas.
         La chica no acaba de hacerse con el majestuoso entorno, del que la separa la clase social, la edad y la costumbre, y también en gran medida su personalidad tímida e insegura. Pero uno siente una inmediata solidaridad con ella: llega y se encuentra rodeada de criados que la miran por encima del hombro. Su marido la deja librada a su suerte desde el primer día, no se le ocurre enseñarle la casa ni acompañarla en las obligadas visitas sociales. No le muestra afecto, todo lo contrario, se muestra más distante desde que han regresado; y, cuando a ella se le ocurre hablarle de lo mal que lo pasa en esas reuniones sociales, él solo le dice que es algo que tiene que hacer y que es una tontería pensar así.

Y desde el primer día tiene que competir con Rebeca, cuyo recuerdo está por todas partes. Se ve obligada a utilizar sus cosas, a comer la comida que le gustaba, a organizar su día a día de acuerdo con los horarios habituales de la primera esposa. Con lo que se siente una extraña en aquella casa, de ninguna manera la señora. Un día descubre las que fueron sus habitaciones. Mrs. Danvers las conserva tal y como estaban cuando vivía Rebeca, cuidándolas con mimo y teniendo dispuesto cada pequeño detalle como si fuera a volver en cualquier momento.
         Para nuestra recién casada "el enemigo" tiene nombre de mujer, y este empieza por "R". Pero en realidad, su vida sería muy distinta si su marido la tuviera en cuenta y le hablase del pasado. Pero como el pobre está tan ocupado y le atormentan tanto los recuerdos... Y claro, siempre es mejor odiar a una muerta que enfrentarse con el hecho de que el hombre con el que vives no te hace mucho caso.
         Un ejemplo de cómo son sus relaciones, relatado por ella misma: "... Él me acariciaba la mano, sin fijarse en lo que hacía mientras hablaba con Beatrice.
         Eso es lo que yo hago con Jasper (el perro), pensé. Ahora soy como Jasper. Me acaricia de cuando en cuando, si se acuerda, y me gusta. Me arrimo entonces más... Le gusto, como a mí me gusta Jasper".
         Ella tiene la lucidez necesaria para darse cuenta de algo así, pero eso solo la entristece, de ninguna manera la impulsa a luchar por cambiar la situación.



Hay otra escena muy reveladora que incide en el mismo aspecto. Están cenando y ella piensa cuánto desearía ser mayor y sofisticada como era Rebeca. Sonríe con lo que cree es una expresión más mundana y Maxim comenta: «No quiero verte (así)... Tenías en los ojos una mirada de... saber cosas, cosas que no están bien. —¿Qué quieres decir? (pregunta ella). —Mira pajarillo mío (contesta él); cuando tú eras pequeñita, ¿no te prohibían leer ciertos libros, y no los tenía tu padre guardados con llave? Pues al final de cuenta, un marido es parecido a un padre. Hay cosas que prefiero que no sepas. Están mejor guardadas con llave. Y nada más. Ahora, cómete esos melocotones y no preguntes más cosas o te pondré castigada en un rincón».
         Ella protesta porque la trata como a una niña, pero sin ningún efecto. Y se propone hacer que cambie de idea sorprendiéndole con su traje para el baile de disfraces que se avecina, pensando convertirse en otra mujer por una noche para que él le tome en serio.
         Una vez más le saldrá el tiro por la culata. La pérfida Mrs. Danvers la engaña a sabiendas, para que mande hacerse el mismo vestido de época que llevó Rebeca en el último baile.
         Cuando nuestra heroína aparece de esta guisa (y mira que está imponente), la conmoción entre los que esperaban abajo es indescriptible.


Maxim le ordena que vaya a cambiarse inmediatamente, mirándola con evidente y extremo disgusto. Y no importan ni la decepción de ella, ni su tristeza ni su inocencia. Solo los sentimientos de él, que piensa que lo ha hecho aposta (no se sabe para qué) y la castiga con su indiferencia.
         A partir de aquí todo se precipita. A causa de un navío que está a punto de naufragar, descubren en el fondo de la bahía otro barco que ha permanecido hundido quién sabe cuánto tiempo. Se trata del yate de Rebeca, con el que tuvo el accidente, y hay un cadáver dentro.
         Enfrentado a las circunstancias, Maxim acaba por confesarse con su esposa. Él mató a Rebeca, porque ella le provocó insoportablemente. Luego metió su cuerpo en el yate, le hizo unos agujeros y lo hundió en el mar, haciéndolo pasar por un accidente. De pronto, Maxim y ella están unidos, como debieron estarlo desde el principio. Y además la necesita. Ella hará lo que cualquier mujer en su caso: apoyarle incondicionalmente.
         Sorprende un poco ver cómo el hecho de que Maxim matara a su mujer deja de tener importancia desde el momento mismo de su confesión. ¿Quién no habría hecho lo mismo, de darse semejantes provocaciones? (¿Os suena eso de algo?). Así que el resto de la novela gira en torno al juicio que se celebra y las posteriores peripecias de los protagonistas hasta que Maxim es exculpado por completo, ya que el veredicto final es suicidio (descubren que Rebeca pudo, presumiblemente, tener motivos para ello). 


Como vemos, el patrón típico esbozado en esta novela de lo que es (en un momento determinado y en una cultura determinada) la relación hombre-mujer; y de los distintos roles, masculino y femenino, que deben desempeñar los individuos bien adaptados, define, o al menos influye de forma notoria en cómo van a ser esas relaciones y esos roles en la vida real.
         Hace poco observaba un debate parecido sobre la influencia de la novela «50 sombras de Grey» en los patrones románticos y sexuales de las mujeres de hoy en día. Y era curioso constatar cómo, salvo detalles de ambientación: vestuario, atrezo, adelantos tecnológicos...; lo que cuenta esa novela es prácticamente lo mismo que lo que cuentan todas las demás, incluso novelas con más de un siglo de vida.
         Cambian los tiempos pero los modelos de relación no lo hacen. Y animados por esas «bellas historias» que se nos cuentan seguimos esperando el mismo tipo de hombre para enamorarnos y ellos, igualmente, se siguen sintiendo atraídos por el mismo tipo de mujer de antaño (hablamos, naturalmente, de mayorías).
         Por otra parte, cada vez que se enuncia esta evidencia u otra semejante aparece el (la) lumbreras de turno protestando por ello, aduciendo que esto que citamos no es más que una novela (o una película, o una canción, o un cómic), que deberíamos dejar de sacar las cosas de quicio y no hablar de influencia ni de definir modos de vida. Que la gente es como es y no se puede responsabilizar de sus actos a lo que es, clara y simplemente, un entretenimiento. Que son solo cosas que leemos o vemos y que no nos afectan.
         Pues bien, amigos de la simpleza, siento desilusionaros, eso no es cierto. Y solo quien concibe la vida (y la realidad toda) como una serie de experiencias almacenables en compartimentos estancos; quien pretende catalogar ordenadamente y «por colores» las vivencias humanas; puede empeñarse en que estas cuestiones van por separado. Y cuando lo hacen, están dejando de lado una cuestión básica: que el pensamiento colectivo, los modos y modismos de una cultura determinada en un momento determinado, se conforma —y a la vez se retroalimenta—, en función de todas esas manifestaciones culturales, todos esos estímulos que recibimos diariamente.
         La vida es así. Los humanos somos así. Como un ecosistema. Cada minúscula parte de vida interactúa con el resto, influye y es influida por otros. Evoluciona o muere, se reproduce o se extingue, en perpetua convivencia con otros organismos, en mutua interdependencia. Y así, un modelo valorado socialmente se convierte en un referente a seguir en nuestro día a día.
         A no ser...
         A no ser que nos hagamos conscientes, nos demos cuenta del asunto y lo contemplemos a la luz de la razón, con espíritu crítico y honesto (sin falsear lo que vemos), para continuar dándolo por bueno o para revisarlo e iniciar el proceso de cambio necesario. Solo así las cosas, los patrones mentales y culturales (generales), pueden transformarse y pasar a ser otros.

Pero volvamos una vez más a la novela que nos ocupa. Después de todo este análisis —y de las conclusiones sobre la estructura patriarcal que reafirma el libro de Du Maurier— podría parecer que la novela no me ha gustado nada.
         No es cierto. Para una feminista resulta una obra dura de leer por los patrones específicos que ensalza. Pero literariamente la obra contiene aportes muy meritorios. Los personajes adquieren entidad real, la trama está perfectamente hilada, el ritmo es bueno y el suspense espectacular. Daphne Du Maurier construyó una novela perdurable (no hay más que ver la maravillosa película de Hitchcock, basada bastante fielmente en el libro) que seguimos leyendo con deleite. El problema es, simplemente, que refleja con fidelidad un estado de cosas, discriminatorio e indignante, que es del todo real.
         Enfadémonos pues con la realidad cotidiana, con ese mundo desigual e injusto que nos rodea. Y luchemos por cambiarlo. Que la buena de Daphne no tiene ninguna culpa. Al fin y al cabo, no hizo sino lo que hace la mayoría, tragarse sin pensar la píldora que nos endosan. Por más amarga que esta sea.

***Si os interesa, podéis encontrar una biografía de Daphne Du Maurier en el siguiente enlace de wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Daphne_du_Maurier

viernes, 20 de marzo de 2015

Espectrofilias - Rebeca - (2ª parte)

Daphne Du Maurier


Vamos ahora a la cuestión del "patrón romántico" que posee la novela, el esquema elemental, por otra parte, sobre el que descansan la mayor parte de novelas del género. Veréis que pueden cambiar los detalles en cada una, pero el guión básico SIEMPRE es como sigue:
Mujer joven, normalmente pobre o con escasez de medios, inexperta en casi todos los aspectos, en el sexual especialmente. Lo más habitual es que nuestra protagonista sea virgen e inocente, pero en caso de no cumplir con ese extremo debe, necesariamente, haber tenido el menor número posible de parejas sexuales, a poder ser dentro del matrimonio o si no, en contra de su voluntad.
         Será también bella y deseable, aunque no a primera vista. Solo después de contemplarla mucho (y después, claro, de muchas páginas) se dará cuenta el héroe de semejantes cualidades.
         Que sea tímida y poco apta socialmente también ayuda. Y si está sola en el mundo o tiene importantes carencias afectivas (huérfana, incomprendida, con una vida de aislamiento) ganará puntos inmediatamente.
         Esta cándida criatura (a la que no hay más remedio que apreciar desde el principio, ¿quién no se ha sentido aunque fuera una vez patito feo? Si es que encima es buena, ayuda a las ancianitas a cruzar la calle, ha cuidado de su madre o su hermanita enferma y rescata gatos perdidos) se enamora locamente del héroe de la novela.
         ¿Y cómo es él? Guapo, eso es fundamental. Sexi, con ese atractivo plenamente "varonil" que incluye un poco de agresividad y un mucho de misterio. Que parezca siempre reconcentrado, como si ocultara un drama antiguo que no le deja ser feliz. Porque, claro, si fuera un hombre satisfecho y risueño, ¿qué labor de "reinserción" le quedaría a nuestra heroína?
         También es básico que sea rico, o al menos social y económicamente superior a la protagonista. Bueno, ya puestos a pedir, mejor superior en todo. Más edad (este modelo se lleva mucho: es el patrón padre-hija, maestro-alumna, etc., donde él siempre está para enseñarle a ella, corregirla, guiarla...). Más cultura, o mundo, o saber estar. Con experiencia. Al contrario que a ella, haber tenido muchas parejas sexuales a él le da puntos. Eso le otorga más mérito al hecho de que la haya elegido precisamente a "ella", con tanto donde tenía para escoger.
         Estas dos criaturas se conocen y se enamoran. (Pero no así de fácil; es fundamental que al principio haya ciertas dosis de verdadero sufrimiento, con ella y/o él que se hacen los duros y parece que no vayan a querer nunca al otro. Para que luego el clímax sea más intenso). Las circunstancias -sean las que sean, aquí se permite variedad-, se lo ponen difícil. Pero al final triunfa el amor y se quedan comiendo más o menos perdices, según la historia concreta de cada ejemplar.



Pero vayamos ahora con ejemplos concretos de la novela para ilustrar nuestras tesis, pasajes que he seleccionado cuidadosamente por su alto valor pedagógico, y por resultar paradigmáticos de los conceptos de género y de modelo de relación romántica imperantes, no solo a principios del siglo XX, cuando se publicó, sino también (aunque de manera más soterrada) en nuestros días.

La historia propiamente dicha comienza en Montecarlo, donde la protagonista trabaja de acompañante de una rica y vulgar viuda americana. Allí conoce a Maxim De Winter, un acaudalado inglés de cuarenta y dos años (el doble exacto que nuestra protagonista), que ha perdido recientemente a su esposa, en circunstancias que no se revelan. Empiezan a tratarse y van adquiriendo cierta confianza. Nuestra chica es tímida y poco avezada en esto de la vida social, y se siente claramente acomplejada. En una ocasión en que están juntos se sorprende sincerándose con él, que es hasta la fecha casi un desconocido, pero que por alguna razón le inspira confianza (no logramos entender por qué, ya que el sujeto es de talante reservado, irónico y algo mandón). Bien, nuestra heroína le cuenta a Maxim (y así nos enteramos nosotros) que tenía una familia estupenda pero que sus padres, a los que estaba muy unida (se ve especialmente un vínculo intenso con la figura paterna, lo que tal vez luego explique algunas cosas) han muerto, dejándola sola en el mundo. Motivo que, unido a su falta de herencia, le ha hecho aceptar su trabajo actual. Maxim en cambio no revela nada de sí mismo, se muestra más bien hermético y, eso sí, atormentado.
         Empiezan a verse todos los días y ahí empieza la juerga. En una ocasión él le habla de Manderley (ella, por supuesto, aunque se muera de ganas por saber nunca pregunta. Ya hemos dejado claro que una buena chica es discreta y no importuna al hombre al que quiere con esa indeseable curiosidad tan femenina), y queda claro, en mi opinión, que la autora de la novela es una mujer y que aquí se columpia un poco respecto al trazado del personaje masculino. Maxim de Winter se tira dos o tres páginas hablando... ¡de flores! No sé vosotros, pero yo no conozco a ningún hombre capaz de semejante hazaña (salvo que fuera jardinero); me extraña incluso que el señor De Winter se hubiera fijado en ese específico detalle de su propiedad o que lo considerara siquiera propio de su interés.
         

Ella ya está completamente enamorada, y en uno de sus paseos en coche es tan ingenua como para confesarle cuánto le gustaría conservar ese momento en su memoria y no olvidarlo nunca. Bueno, se lleva un planchazo. Él lo toma a broma, lo que hace que empiece a pensar en el abismo que les separa y en lo poca cosa que es ella para el gran hombre. Claro que él le echa una mano en este sentido, diciéndole que "no se muerda las uñas, que ya las tiene bastante feas", lo que dice mucho del concepto que tiene de su relación. Entonces nuestra heroína da muestras de nuevo de gran ingenuidad, preguntándole si sale con ella por compasión o algo parecido. ¿Respuesta de él? Para el coche de golpe en medio de ninguna parte y, demostrando la misma sensibilidad que una piraña, le endosa una filípica de cuidado, concluyendo: "Se podía usted haber ahorrado ese discurso puritano, hipócrita, que me ha soltado. Y sus estúpidas suposiciones acerca de mi caridad, de mi amabilidad. Si la he invitado a venir conmigo es porque quiero su compañía, y si no me cree, puede bajarse del coche cuando guste y arreglárselas para volver a casa".
         El colmo de la consideración y el romanticismo, ¿no? Pero se ve que funciona. Siguen viaje y ella no puede evitar llorar. Y es entonces, cuando ella no lo espera, cuando él por fin tiene algún tipo de reacción humana: "... me cogió una mano y la besó, aun sin decir nada, y luego me arrojó sobre las rodillas un pañuelo que la vergüenza me impidió tocar". ¿Reacción de ella? Piensa en las heroínas de las novelas, que saben llorar y conservar su belleza, y las compara con ella. Sale perdiendo de todas todas. Y ya cuando está desesperada y pasa de todo, Maxim la abraza y le pide que empiecen a tutearse. Pero antes el angelico se explica: "tiene usted edad para ser mi hija y no sé cómo tratarla". ¡Normal!, pobrecillo, si es que... ¿qué esperaba ella siendo tan joven?
         Yo aquí veo una conducta típica de los maltratadores. Solo cuando ella está destrozada (por su causa) él le aplica cariño. Al fin y al cabo, si él ha sido un torpe bruto sin sentimientos es solo por desconocimiento o por algo que ella es, o ha dicho, o ha hecho.
         Pero, claro, yo es que soy muy rara. Podría ser solo amor.

Llegamos a la propuesta de matrimonio. Hecha de forma muy práctica. Ella está desesperada y no tiene más opción que acompañar a su empleadora de vuelta a América (recordemos que no tiene dinero. Vive de su trabajo). Entonces él le propone la solución: " De manera que la señora Van Hopper se cansó de Montecarlo y quiere volver a casita. Pues mira, yo también. Ella, a Nueva York; yo, a Manderley. ¿Cuál prefieres? Puedes elegir". La pobre chica se queda a cuadros. Se ve que no acaba de enterarse de en qué consiste la propuesta. Él se lo aclara (después de decirle que no sea corta de alcances). Y como nuestra prota se muestre insegura respecto a su adecuación como señora de Manderley, Maxim la tranquiliza de forma harto convincente: "Eres casi tan tonta como la señora Van Hopper, y casi tan ignorante. ¿Qué sabes tú de Manderley? A mí me toca juzgar si encajarías o no".
         ¿No os habríais quedado vosotras mucho más tranquilas?
         Después le explica de qué va todo esto: "... Dejas de ser la compañera de la señora Van Hopper y comienzas a serlo mía. Tus obligaciones serán casi las mismas. A mí también me gustan los libros nuevos, y tener flores en la sala, y jugar al bezique después de cenar, y alguien que me sirva el té. La única diferencia es que yo no tomo Taxol, pues prefiero Enos. Y tendrás que tener cuidado de que no se acabe la pasta de dientes que uso siempre".
         Jo, ¡qué bonito!, no me digáis que no. ¿A que dan ganas de casarse con él de inmediato? Y, para ponerlo más fácil, él se da cuenta de que "se está portando como un bruto", y empieza a hablar con (hiriente) ironía del tipo de declaración romántica que ella seguramente había imaginado.
         De todas formas, no tenía por qué haberse preocupado, la chica está en una nube y todo le vale. Y cuando él se ofrece a hablar con la viuda rica y explicarle todo (con lo que nuestra buena chica no tiene que enfrentarse a ello), casi salta de alegría. Parece que no se imaginaba que su idea sería hacerlo mientras ella se queda afuera (por orden de él) para que él mantenga la entrevista con tranquilidad. Quizá se extraña o se enfurruña un milisegundo, igual que se decepciona algo (pero poquito) cuando Maxim le explica que como él ya ha tenido una boda con invitados, flores, vestido de novia y "esas tonterías", va a prescindir de todo y se van a casar rápidamente y sin ceremonias.
         Pero nada importa. Casarse con él es lo único relevante en el mundo y lo demás queda convenientemente arrinconado.

(Continuará..................................................................................)

martes, 17 de marzo de 2015

OSCURO BELTANE


Ayer salió el resultado del concurso brujeril en el que os dije que estaba participando. Y mi relato, Oscuro Beltane, ha logrado hacerse con el Oro del Polidori, que así se llama el certamen, seleccionado para aparecer, junto con otros doce fantásticos relatos, en la antología que publicará en breve la editorial Saco de Huesos, igual que hizo el año pasado.
         Estoy profundamente satisfecha. Para empezar, porque considero este relato muy personal, de esos que escribes exactamente como quieres, dejándote llevar por la historia y los personajes, que apenas esbozados adquieren su propia vida y cobran tanta presencia como el paisaje y la casa donde se desenvuelven.
         Para mí esas son las mejores experiencias literarias, cuando lo que escribes cobra tal intensidad que se vuelve para ti casi tangible, casi real. Son historias escritas de dentro a fuera, historias que uno sangra, historias que uno da a luz.

En segundo lugar, me ha encantado todo el desarrollo del concurso, ha sido una experiencia muy gratificante. Tal como os contaba, en este certamen los relatos son expuestos en la web de OCIO ZERO para que todo el que quiera leerlos lo haga y aporte sus comentarios. Al margen del buen nivel que ha alcanzado en participación esta convocatoria, los comentarios no se han quedado atrás, solo hay que echar un ojo y comprobar cómo han primado el buen hacer y los certeros análisis literarios, cada uno en su estilo y gusto.
         Todo esto hace que la antología que se va a publicar sea a la fuerza muy compacta y posea una alta calidad literaria. Sin dejar de sorprender, desde mi punto de vista, la variedad de enfoques y de tratamientos sobre el tema dado de antemano: la brujería.
         Sin más preámbulos:


PRESENTA

III Concurso homenaje a John William Polidori

Los relatos que compondrán la segunda antología del Bestiario de lo Sobrenatural serán los siguientes:
Oscuro Beltane, por L.G. Morgan
El fruto del árbol, por Bloody Mary
La alquería, por Melmoth
Otro maldito viaje, por Sanbes
Aquello gritó bajo la lluvia, por Aldous Jander
Amor y derivados, por Hedrigall
La viuda Ruipérez, por jane eyre
Hanna, guardiana del claro, por Bestia insana
Superbia, por Ligeia
La carne es débil, por Elena Francis
Tinta de escoba, por Belagile
El círculo de Afrodita, por Uriel
De cómo se fraguó la leyenda de Árak el Salvaje, cazador de brujas, por Eddy Sega.
Para acabar, solo quiero compartir con vosotros la que fue mi banda sonora durante la construcción del relato. Descubrí a Agnes Obel y me enamoré sin remedio de su música y de su estilo. Posee exactamente el tono oscuro y a la vez dulce, intenso, misterioso... que yo "sentía" sonar en mi historia. Esa que existía ya en mi cabeza, aún embrionaria y magmática, pura materia primigenia, y que iba naciendo en la misma sutil frecuencia de estas notas:
DORIAN

THE CURSE


lunes, 16 de marzo de 2015

Espectrofilias - Rebeca - (1ª parte)

Daphne du Maurier - 1938



Incluyo esta novela en la serie Espectrofilias, pese a que no verse sobre ningún fantasma al uso. Pero desde mi punto de vista, y ya que se trata de dilucidar los motivos por los que tantas escritoras se han sentido atraídas por los espectros, la novela contempla algunas cuestiones comunes que creo resultan relevantes para el tema.
         Para empezar, toda la trama gira en torno a una protagonista invisible, pero cuya presencia es tan acusada que resulta casi corpórea. Ya desde el principio sabemos que Rebeca está muerta, pero pese a ello, tenemos la sensación de conocerla tanto o más que al resto de los personajes, cuyas vidas parecen determinadas por sus actos y su fuerte personalidad. Rebeca impregna cada rincón de Manderley, la mansión donde discurre la mayor parte de la trama y de la propia novela. Todas sus cosas se han mantenido intactas, las habitaciones que ocupaba, su ropa, su cama, sus flores preferidas, sus costumbres... Y el afecto o el odio de aquellos seres con los que se cruzó, que conservan su recuerdo grabado a fuego de tal modo que es como si siguieran conviviendo con ella cada día.
         No es, como digo, un fantasma al uso, y sin embargo, su esquiva presencia, que se hace sentir en cada rincón de esa casa, resulta tan turbadora para quienes comparten su espacio como cualquiera de esos otros entes inmateriales, descritos en otras novelas, que nos provocan escalofríos y nos erizan la piel.

Otro punto que tienen en común esta y las otras novelas que he comentado y comentaré, es el protagonismo que alcanza la casa en que viven nuestros protagonistas, en este caso Manderley; una mansión que parece haber adquirido una vida propia, suma y mezcla de las vidas de sus ocupantes. Manderley se rige por una rutina propia, y es, o resulta, benévola u hostil, luminosa o siniestra, según qué personaje la contempla.



"Anoche soñé que había vuelto a Manderley" debe de ser uno de los comienzos de libro más citados de la Historia. Nuestra protagonista, que contará la historia en primera persona pero manteniendo siempre un cierto segundo plano, añora ese lugar, tan determinante para ella en el pasado. Aún más lo fue para su marido, para quien representa su herencia y la memoria de su familia.
         Pero a la vez la derruida mansión ejercerá siempre en ella un siniestro efecto. En sus sueños Manderley es oscura y cargada de ominosas sensaciones, devorada por la maleza y asolada por el caos, representado este por la naturaleza desbordada, cuando ha perdido el control humano y se ha hecho dueña de todo, devastando ahora en  profusión los paseos y rincones que antaño fueron cuidadosamente mantenidos. De esta forma, la casa es más un lugar mental que físico, capaz de retener en ella todas las emociones y los hechos trágicos que una vez sucedieron.

Todo esto en cuanto a considerar la novela dentro del género que nos ocupa. Pero en esta ocasión he encontrado además otros aspectos muy interesantes desde el punto de vista de mis intereses reivindicativos sobre género y modelos femeninos. Y es que la novela aborda magistralmente la dualidad femenina "oficialmente" establecida, la misma que comentaba en el artículo donde hablaba del mito de la femme fatale. Y sirve también para diseccionar el guión básico del cien por cien de novelas románticas, publicadas antes o después de esta, proporcionándonos la certeza de que, pese a las apariencias, algunas cosas no han cambiado tanto.
         Vamos primero con la dicotomía buena chica-mala chica. Eva-Lilith. Virgen María-María Magdalena. Sin puntos intermedios. Sin posibilidades de elección. Sin individualidad.



La buena chica es la nueva y joven esposa de Maxim De Winter. No tiene nombre. Es tímida, callada y discreta. Tiene la piel pálida y el cabello liso y más bien claro. No se preocupa absolutamente nada por algo tan fútil como la ropa o la calidad de la lencería que lleva. Solo le preocupa la opinión que estas cosas puedan provocar entre los criados, ya que está convencida de que, por su matrimonio, ocupa un lugar en la escala social que no le corresponde. Lee algo, poco, y dibuja, poco también; no lo hace con verdadera pasión sino tan solo como un inocente pasatiempo, apropiado y que no molesta a nadie, en el que no cree destacar de ninguna manera. Tampoco es muy sociable, el trato con la gente le incomoda (por su propia timidez) y la única conversación de la que es capaz es de ese tipo, banal e insustancial, que se mantiene por pura cortesía. Eso sí, es indefectiblemente amable e incapaz de una mala contestación, siquiera sea en defensa propia. (Mi querida Clarissa diría que tiene el instinto herido, que ha perdido la conexión con la mujer salvaje). Y huye de cualquier aspecto demasiado intenso. Ni los colores fuertes, ni las flores demasiado dulces, ni los comportamientos demasiado vivaces van con ella. Casi se diría que le asustan, optando siempre por la moderación más extrema.

La mala chica es Rebeca, la primera esposa. Guapa, morena y despampanante. Pero mala como el pecado. Egoísta y manipuladora. Es rebelde y definitivamente independiente. Con un fuerte amor por la vida y la firme intención de exprimirle todo el jugo posible. Posee un gusto exquisito, que se plasma tanto en su propia ropa como en la decoración de Manderley, obra suya. Maneja eficazmente la casa y atiende su propio correo. Lleva una intensa vida social, le gustan las fiestas, pilota su propio velero, monta a caballo y a menudo viaja a Londres, ella sola. Pero su marido sabe que es una auténtica mala pécora, promiscua y con demasiada experiencia. Que no está dispuesta a emplear su vida haciéndole feliz. Es más, está acostumbrada a ser el centro de atención a cualquier precio y no se detiene ante nada con tal de salirse con la suya.
         No parece que su marido se casara con ella muy enamorado, sino más bien como fruto de la conveniencia. Pero eso no tiene importancia, lo que aquí cuenta es que Rebeca no parecía tampoco enamorada de él y que, desde un principio, fue ella quien dejó perfectamente claras cuáles iban a ser las reglas de su matrimonio.

Cualquiera pensaría por un momento que casi parece preferible ser en este caso la mala chica que la buena. La segunda parece pasarlo bastante mal. Pero eso es hasta que te enteras de cómo acaban las malas chicas que se empeñan en no amar a sus maridos.
         Y hay otra cuestión: salvo que se sea amoral del todo, no queda más remedio que reconocer que esos ciertos vicios y esa falta de empatía, compasión y escrúpulos no están bonitos. ¿No sería entonces lo ideal una mezcla de ambos modelos? La libertad y pasión de una, con dosis elevadas de verdadera bondad y amor por los semejantes. Ah, pero eso NO ES POSIBLE. La "naturaleza" no contempla semejante híbrido. Si eres mujer una de dos, o eres buena o eres mala. Así que, chica, decídete por una u otra.

(Continuará....................................................................)

domingo, 1 de marzo de 2015

Espectrofilias: La maldición de Hill House

Shirley Jackson



"Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en unas condiciones de realidad absoluta; incluso las alondras y las chicharras, suponen algunos, sueñan.
         Hill House, nada cuerda, se alzaba en soledad frente a las colinas, acumulando oscuridad en su interior; llevaba así ochenta años y así podría haber seguido otros ochenta años más.
         En su interior, las paredes mantenían su verticalidad, los ladrillos se entrelazaban limpiamente, los suelos aguantaban firmes y las puertas permanecían cuidadosamente cerradas; el silencio empujaba incansable contra la madera y la piedra de Hill House, y lo que fuera que caminaba allí dentro, caminaba solo".
Shirley Jackson, 1959

Así comienza una de las novelas de casas encantadas más fascinantes que he leído. Principalmente, porque no es una más, porque, pese a ser citada como una de las más emblemáticas del género plantea matices poco usuales, que no veo representados y reproducidos en el resto.
         El tipo de encantamiento que plantea Jackson tiene en mi opinión mucho que ver con el concepto de genius loci, que mencionamos como uno de los presupuestos de la obra de Vernon Lee. Ya sabéis, esa creencia sobre algunos lugares concretos que adquieren vida para nosotros, o que al menos nos afectan como tales criaturas vivientes.
         House Hill tiene vida propia, una vida enferma y malsana, posesiva, que trata de adueñarse de sus habitantes para no dejarlos escapar nunca más. No es, como estamos acostumbrados a esperar, que las criaturas, vivas o muertas, que han pasado por la mansión sean nuestros verdaderos enemigos, los peligros de los que hemos de mantenernos alejados, los que han modelado la esencia de la casa en cuestión transformándola en algo maligno.
         Aquí se nos propone otro juego. Es la propia casa quien se constituye en un peligroso organismo vivo que quiere devorarnos, absorbernos de tal manera que formemos en adelante parte inseparable de él.

Genius Loci

Personalmente, me adscribo a esa idea de que hay lugares especiales que poseen una gran carga energética capaz de influir decisivamente sobre nosotros.
         Pero la energía es algo neutro, no es positiva ni negativa per se. Es solo algo que irradia un poder capaz de afectar a las personas involucradas con él. Y de hallar eco en ellas según su propia naturaleza. Algo así como pasaría con las sustancias adictivas.
         Leí hace mucho tiempo un libro del señor Antonio Escohotado, que dejó tal poso en mí que a día de hoy lo recuerdo perfectamente, al menos la tesis básica que sostiene. Se titula "El libro de los venenos", y parte de la base de que cualquier droga debe ser considerada un veneno, en el sentido de que su efecto será curativo o mortal en función de la cantidad que te administres. También plantea sobre el tema de la adicción una curiosa teoría, ya que sostiene que hay que considerar dicho efecto desde el prisma subjetivo de cada individuo. Una misma sustancia "enganchará" a una persona pero no a otra, según sean las necesidades vitales de cada uno. Siguiendo el ejemplo de la heroína, que él llama droga de paz (es decir, de efectos sedantes y analgésicos): si un individuo la consume en un momento dado para acabar con un dolor puntual, no existe riesgo (o no existe un riesgo muy grande) de adicción; si la consumiera en cambio aquejado por un dolor crónico, el riesgo se multiplicará incalculablemente.
         Volviendo a nuestro tema, la novela de Shirley Jackson y, más concretamente, el efecto de Hill House sobre cada uno de sus "huéspedes"; podemos observar muy claramente cómo resulta este específico en función de las características psicológicas personales de cada uno. Es como si la casa obtuviera eco en unos u otros, golpeando exactamente  las carencias, ahondando en las tragedias de esos cuatro desdichados que, sin saber dónde reside el auténtico peligro, se prestan a indagar en la materia de los fenómenos sobrenaturales que según se cuenta se producen en ella.

Una característica de Shirley Jackson (leída también su fantástica novela Siempre hemos vivido en el castillo) es el mimo que pone en la disección de los personajes. No están especialmente caracterizados desde fuera (no más que en cualquier otra novela, quiero decir), pero están en cambio "radiografiadas" sus psiques hasta el detalle. Son además personajes peculiares, de nuevo no en cuanto a su aspecto externo, sino más bien en cuanto a sus expresiones, sus ocurrencias, los chascarrillos que intercambian, las cosas que les gustan... Los personajes más emblemáticos, casi siempre mujeres, poseen unas características propias que los hacen inolvidables.
         La Eleanor de Haunted Hill, personaje principal sin duda, es una heroína trágica con apariencia de buena chica de pueblo. Ha pasado su vida cuidando de su madre enferma y siente que no hay ningún lugar en el mundo para ella. "Nunca me han querido en ningún sitio", le dice a su compañera Theodora (simplemente Theodora, gusta de presentarse, sin apellidos ni más filiaciones) cuando esta le echa en cara su insistencia para que la acoja en su casa. Ha pasado la vida esperando "que le pase algo", es decir, esperando vivir algo especial, alguna aventura memorable como las que parecen vivir todos los demás a su alrededor.
         Es por todo esto que Eleanor resulta la preferida de esta casa, con la capacidad sensitiva perfecta, con el vacío necesario para que la casa pueda llenarlo a su antojo. Y la vulnerabilidad y la "necesidad" de ser acogida, de pertenecer a algún sitio. La transformación de Eleanor (Nelly) es casi visible. Sin darse cuenta, empieza a tener sentimientos e ideas ajenos que la conducen a un fin inexorable. Como si todo estuviera escrito, concebido por esa maligna inteligencia que tiene cuerpo de piedra y madera, de vigas y cristal.

Naturalmente, hablar de esta novela precisa hablar de su autora, una mujer singular, con ideas propias dentro de una existencia aparentemente corriente que encajaba bien en el molde que le permitían las circunstancias.
         Shirley Jackson, norteamericana, nacida en 1916, criada en Rochester (Nueva York) y muerta en 1965 de un ataque cardíaco sucedido mientras dormía, a la temprana edad de 48 años.

Shirley Jackson

Como ya os contaba en la otra entrada donde mencioné su nombre, el carácter de nuestra dama siniestra debía de ser bastante singular. Pero además de su afición por el misterio y los horrores, su biografía se desarrolla por cauces bastante cotidianos, en absoluto excéntricos. Como si fuera, podríamos decir, extraña y original por dentro y normal y aceptable por fuera.
         Conoció al que luego sería su marido, Stanley Hyman, en la universidad y se casaron enseguida. Él llegaría a ser un prestigioso crítico literario. Los dos tenían en común ser ávidos lectores y se les describe como unos anfitriones cordiales y "coloridos". Tuvieron cuatro hijos, y los primeros libros de Shirley giraban en torno a su vida familiar: relatos "irrespetuosos" de la vida de sus hijos, los llamaba ella, que fueron apareciendo de forma muy exitosa en distintas publicaciones femeninas, para acabar recopilados en los libros "Living among the savages" y "Raising demons". Fue este un género literario muy popular entre las amas de casa norteamericanas que tenían aspiraciones literarias.
         Escribió además otros libros para niños, como "Nine magic whishes" y la obra teatral "The bad children", basada en el cuento Hansel y Gretel.
         Es la autora de varios inquietantes relatos, entre los que destaca la polémica, en su tiempo, "La lotería" (1948), un texto donde, sumergida en la apariencia fantástica, hace una crítica despiadada de algunos aspectos de la sociedad de su tiempo y, concretamente, de la vida cerrada y ajena al mundo de ciertas pequeñas comunidades de la América profunda.
         En cuanto a novelas, la primera que vio la luz fue su obra "The road through the wall", publicada en 1948. Fue entonces cuando a su marido se le ocurrió difundir lo de su afición a la brujería, que os contaba en la entrada que dediqué hace poco al tema. Luego vinieron "Hangsaman" (1951), "The bird's nest" (1954), "The sundial" (1958) y "The haunting of Hill House" (1959), de la que nos ocupamos hoy y que algunos consideran su obra cumbre.
         Su última novela publicada fue "We have always lived in the Castle" (1963); "Siempre hemos vivido en el Castillo"; una obra muy personal donde describe el universo dislocado y enfermo de una familia que arrastra las secuelas de una desgracia pasada. De nuevo, lo maravilloso y mágico (tal vez en un sentido horripilante) de esta obra es la naturaleza de sus personajes, "deformes" psicológicamente si se quiere, pero que sirven de clarificador contraste con los aparentemente "normales". ¿El mal vive en el castillo? Yo no lo creo. Los personajes son, como ya digo, anómalos. Y viven envueltos en un aislamiento enfermizo, defendiéndose a capa y espada del resto del mundo, defendiendo un reducto que albergó el crimen y algún tipo de locura. Pero tal como nos narra los acontecimientos la autora, tal y como "mima" a sus personajes, la percepción que tenemos de ellos nos produce cierta simpatía, hace que nos pongamos "de su parte" y en contra de ese pueblo mezquino y rutinario, voluntariamente instalado en el tedio y la mediocridad, en su propio reducto autoimpuesto donde lo que se aleja de la norma es considerado con el rechazo hacia el intruso.
         No podemos dejar de considerar esta novela concreta, aún más que las otras, en relación a la vida de su autora. En el magnífico artículo que publica Yolanda Espiñeira en El Fantascopio partiendo de este libro, podemos contemplar de cerca esta relación entre la vida cotidiana de Shirley Jackson y el costumbrismo de sus primeras obras, y el horror de sus otras novelas, esa faceta oscura y siniestra que está presente en ellas.
         Shirley padeció ciertas neurosis toda su vida (creía por ejemplo que los vecinos la observaban) y fue víctima de enfermedades psicosomáticas durante mucho tiempo, pero en los últimos años de su vida su situación se volvió trágica. Se agudizó su agorafobia, hasta el punto de pasar meses sin atreverse a salir de su habitación. Su marido tenía una aventura, sus hijos habían crecido y ya no la necesitaban, y ella llevaba diez años enganchada a las anfetaminas y los tranquilizantes, en un inútil intento de acabar con su problema de obesidad, cada vez más acuciante. Desde finales de noviembre del 62 no salía de casa.
         Cuando se decidió a visitar a un psiquiatra era, tal vez, demasiado tarde. Consiguió volver a escribir, pero ya no había tiempo. Llevaba apenas un puñado de páginas cuando la muerte la sorprendió una noche de 1965. Se cree que los medicamentos que recibió durante toda su vida tuvieron una parte importante en ello.
         Claro que también hubo quien sostenía otra hipótesis. Uno de sus amigos, según nos cuenta su hijo, estaba convencido de que la escritora de los misterios y las casas encantadas había caído víctima de una maldición.

*** Hoy justo me he enterado de que mi amiga, la escritora Ana Morán Infiesta, publica también artículo sobre Hill House. Será interesante comparar percepciones: La maldición de Hill House