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lunes, 23 de marzo de 2015

Espectrofilias - Rebeca - (3ª parte)

DAPHNE DU MAURIER


Hemos llegado a Manderley. Después de la luna de miel los recién casados se dirigen a instalarse en la mansión familiar de Maxim, una enorme y vetusta construcción junto al mar, rodeada de enormes jardines y atendida por numerosos criados. Entre todos ellos destaca Mrs. Danvers, el ama de llaves, una mujer adusta e imponente que se lo va a poner muy difícil a nuestra querida muchacha. Y, como siempre, si esperaba apoyo o comprensión por parte de su nuevo y flamante marido se va a quedar con las ganas.
         La chica no acaba de hacerse con el majestuoso entorno, del que la separa la clase social, la edad y la costumbre, y también en gran medida su personalidad tímida e insegura. Pero uno siente una inmediata solidaridad con ella: llega y se encuentra rodeada de criados que la miran por encima del hombro. Su marido la deja librada a su suerte desde el primer día, no se le ocurre enseñarle la casa ni acompañarla en las obligadas visitas sociales. No le muestra afecto, todo lo contrario, se muestra más distante desde que han regresado; y, cuando a ella se le ocurre hablarle de lo mal que lo pasa en esas reuniones sociales, él solo le dice que es algo que tiene que hacer y que es una tontería pensar así.

Y desde el primer día tiene que competir con Rebeca, cuyo recuerdo está por todas partes. Se ve obligada a utilizar sus cosas, a comer la comida que le gustaba, a organizar su día a día de acuerdo con los horarios habituales de la primera esposa. Con lo que se siente una extraña en aquella casa, de ninguna manera la señora. Un día descubre las que fueron sus habitaciones. Mrs. Danvers las conserva tal y como estaban cuando vivía Rebeca, cuidándolas con mimo y teniendo dispuesto cada pequeño detalle como si fuera a volver en cualquier momento.
         Para nuestra recién casada "el enemigo" tiene nombre de mujer, y este empieza por "R". Pero en realidad, su vida sería muy distinta si su marido la tuviera en cuenta y le hablase del pasado. Pero como el pobre está tan ocupado y le atormentan tanto los recuerdos... Y claro, siempre es mejor odiar a una muerta que enfrentarse con el hecho de que el hombre con el que vives no te hace mucho caso.
         Un ejemplo de cómo son sus relaciones, relatado por ella misma: "... Él me acariciaba la mano, sin fijarse en lo que hacía mientras hablaba con Beatrice.
         Eso es lo que yo hago con Jasper (el perro), pensé. Ahora soy como Jasper. Me acaricia de cuando en cuando, si se acuerda, y me gusta. Me arrimo entonces más... Le gusto, como a mí me gusta Jasper".
         Ella tiene la lucidez necesaria para darse cuenta de algo así, pero eso solo la entristece, de ninguna manera la impulsa a luchar por cambiar la situación.



Hay otra escena muy reveladora que incide en el mismo aspecto. Están cenando y ella piensa cuánto desearía ser mayor y sofisticada como era Rebeca. Sonríe con lo que cree es una expresión más mundana y Maxim comenta: «No quiero verte (así)... Tenías en los ojos una mirada de... saber cosas, cosas que no están bien. —¿Qué quieres decir? (pregunta ella). —Mira pajarillo mío (contesta él); cuando tú eras pequeñita, ¿no te prohibían leer ciertos libros, y no los tenía tu padre guardados con llave? Pues al final de cuenta, un marido es parecido a un padre. Hay cosas que prefiero que no sepas. Están mejor guardadas con llave. Y nada más. Ahora, cómete esos melocotones y no preguntes más cosas o te pondré castigada en un rincón».
         Ella protesta porque la trata como a una niña, pero sin ningún efecto. Y se propone hacer que cambie de idea sorprendiéndole con su traje para el baile de disfraces que se avecina, pensando convertirse en otra mujer por una noche para que él le tome en serio.
         Una vez más le saldrá el tiro por la culata. La pérfida Mrs. Danvers la engaña a sabiendas, para que mande hacerse el mismo vestido de época que llevó Rebeca en el último baile.
         Cuando nuestra heroína aparece de esta guisa (y mira que está imponente), la conmoción entre los que esperaban abajo es indescriptible.


Maxim le ordena que vaya a cambiarse inmediatamente, mirándola con evidente y extremo disgusto. Y no importan ni la decepción de ella, ni su tristeza ni su inocencia. Solo los sentimientos de él, que piensa que lo ha hecho aposta (no se sabe para qué) y la castiga con su indiferencia.
         A partir de aquí todo se precipita. A causa de un navío que está a punto de naufragar, descubren en el fondo de la bahía otro barco que ha permanecido hundido quién sabe cuánto tiempo. Se trata del yate de Rebeca, con el que tuvo el accidente, y hay un cadáver dentro.
         Enfrentado a las circunstancias, Maxim acaba por confesarse con su esposa. Él mató a Rebeca, porque ella le provocó insoportablemente. Luego metió su cuerpo en el yate, le hizo unos agujeros y lo hundió en el mar, haciéndolo pasar por un accidente. De pronto, Maxim y ella están unidos, como debieron estarlo desde el principio. Y además la necesita. Ella hará lo que cualquier mujer en su caso: apoyarle incondicionalmente.
         Sorprende un poco ver cómo el hecho de que Maxim matara a su mujer deja de tener importancia desde el momento mismo de su confesión. ¿Quién no habría hecho lo mismo, de darse semejantes provocaciones? (¿Os suena eso de algo?). Así que el resto de la novela gira en torno al juicio que se celebra y las posteriores peripecias de los protagonistas hasta que Maxim es exculpado por completo, ya que el veredicto final es suicidio (descubren que Rebeca pudo, presumiblemente, tener motivos para ello). 


Como vemos, el patrón típico esbozado en esta novela de lo que es (en un momento determinado y en una cultura determinada) la relación hombre-mujer; y de los distintos roles, masculino y femenino, que deben desempeñar los individuos bien adaptados, define, o al menos influye de forma notoria en cómo van a ser esas relaciones y esos roles en la vida real.
         Hace poco observaba un debate parecido sobre la influencia de la novela «50 sombras de Grey» en los patrones románticos y sexuales de las mujeres de hoy en día. Y era curioso constatar cómo, salvo detalles de ambientación: vestuario, atrezo, adelantos tecnológicos...; lo que cuenta esa novela es prácticamente lo mismo que lo que cuentan todas las demás, incluso novelas con más de un siglo de vida.
         Cambian los tiempos pero los modelos de relación no lo hacen. Y animados por esas «bellas historias» que se nos cuentan seguimos esperando el mismo tipo de hombre para enamorarnos y ellos, igualmente, se siguen sintiendo atraídos por el mismo tipo de mujer de antaño (hablamos, naturalmente, de mayorías).
         Por otra parte, cada vez que se enuncia esta evidencia u otra semejante aparece el (la) lumbreras de turno protestando por ello, aduciendo que esto que citamos no es más que una novela (o una película, o una canción, o un cómic), que deberíamos dejar de sacar las cosas de quicio y no hablar de influencia ni de definir modos de vida. Que la gente es como es y no se puede responsabilizar de sus actos a lo que es, clara y simplemente, un entretenimiento. Que son solo cosas que leemos o vemos y que no nos afectan.
         Pues bien, amigos de la simpleza, siento desilusionaros, eso no es cierto. Y solo quien concibe la vida (y la realidad toda) como una serie de experiencias almacenables en compartimentos estancos; quien pretende catalogar ordenadamente y «por colores» las vivencias humanas; puede empeñarse en que estas cuestiones van por separado. Y cuando lo hacen, están dejando de lado una cuestión básica: que el pensamiento colectivo, los modos y modismos de una cultura determinada en un momento determinado, se conforma —y a la vez se retroalimenta—, en función de todas esas manifestaciones culturales, todos esos estímulos que recibimos diariamente.
         La vida es así. Los humanos somos así. Como un ecosistema. Cada minúscula parte de vida interactúa con el resto, influye y es influida por otros. Evoluciona o muere, se reproduce o se extingue, en perpetua convivencia con otros organismos, en mutua interdependencia. Y así, un modelo valorado socialmente se convierte en un referente a seguir en nuestro día a día.
         A no ser...
         A no ser que nos hagamos conscientes, nos demos cuenta del asunto y lo contemplemos a la luz de la razón, con espíritu crítico y honesto (sin falsear lo que vemos), para continuar dándolo por bueno o para revisarlo e iniciar el proceso de cambio necesario. Solo así las cosas, los patrones mentales y culturales (generales), pueden transformarse y pasar a ser otros.

Pero volvamos una vez más a la novela que nos ocupa. Después de todo este análisis —y de las conclusiones sobre la estructura patriarcal que reafirma el libro de Du Maurier— podría parecer que la novela no me ha gustado nada.
         No es cierto. Para una feminista resulta una obra dura de leer por los patrones específicos que ensalza. Pero literariamente la obra contiene aportes muy meritorios. Los personajes adquieren entidad real, la trama está perfectamente hilada, el ritmo es bueno y el suspense espectacular. Daphne Du Maurier construyó una novela perdurable (no hay más que ver la maravillosa película de Hitchcock, basada bastante fielmente en el libro) que seguimos leyendo con deleite. El problema es, simplemente, que refleja con fidelidad un estado de cosas, discriminatorio e indignante, que es del todo real.
         Enfadémonos pues con la realidad cotidiana, con ese mundo desigual e injusto que nos rodea. Y luchemos por cambiarlo. Que la buena de Daphne no tiene ninguna culpa. Al fin y al cabo, no hizo sino lo que hace la mayoría, tragarse sin pensar la píldora que nos endosan. Por más amarga que esta sea.

***Si os interesa, podéis encontrar una biografía de Daphne Du Maurier en el siguiente enlace de wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Daphne_du_Maurier

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