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martes, 27 de enero de 2015

Un fantasma enamorado

Vernon Lee

Se trata de una novela corta que se desarrolla en una mansión campestre en el condado de Kent, Inglaterra. Concretamente en una casa llamada Okehurst.
         De hecho el título de la novela varió en posteriores ediciones, pasando a ser conocida como Oke de Okehurst, lo que da idea de la importancia que se concede en la trama del libro al legado familiar y a esa residencia con historia propia que tanto va a influir en las vidas de los personajes que la habitan.
         La novela arranca de la mano de quien será su narrador, un pintor que vive en la ciudad y al que contrata Mr. Oke para realizar su retrato y el de su esposa. Nuestro artista tendrá que desplazarse a la mansión de Okehurst y será quien nos haga de guía a través de las vicisitudes de la novela y los intrincados laberintos de la antigua mansión.
         Todo lo veremos a través de los ojos del artista, y a través de su personalidad y sus gustos. No se puede negar que es un hombre algo esnob, que huye despavorido de la vulgaridad y las cosas corrientes y se deleita con lo excepcional. Es por eso que, desde el principio, se siente enormemente cautivado por la señora de la casa, Alicia Oke, una criatura singular en todos los sentidos, desde su apariencia física hasta sus preferencias y su manera de comportarse. Su marido en cambio no despierta de momento grandes simpatías en el pintor, que le considera demasiado típico, demasiado "adecuado" en su continuo esfuerzo por ajustarse al estereotipo de perfecto caballero rural inglés.
         El pintor no logra conectar con la dueña de la casa, de la que solo es capaz de hacer algún boceto; hasta que se da cuenta de un hecho curioso. Alicia Oke tiene un enorme parecido con una dama que aparece retratada en uno de los lienzos de la casa, fechado en el siglo XVII. Bien, nuestro artista ha dado con la clave, pues la citada dama, y el triángulo amoroso que protagonizó, constituyen la primera y única obsesión vital de su clienta.
         De boca de la señora y de su esposo conocerá la historia completa: un antepasado de ambos, puesto que los Oke son primos, llamado Nicholas Oke se casó con una dama de una familia vecina, Alicia Oke. A la mansión llega un forastero, poeta, de nombre Christopher Lovelock, que se convertirá en amante de la señora. Cuenta la tradición que el marido, consumido por los celos, le dio muerte una noche, fingiendo un asalto de bandoleros. Pero lo más pintoresco del caso es que contó al parecer con un ayudante para el crimen, la propia Alicia Oke disfrazada de hombre. Y la nueva señora Oke, la que tiene que retratar nuestro pintor, vive pendiente de aquella historia pasada, que a su marido le horroriza, y se siente en la piel de aquella antepasada que mató por amor, aunque fuera un amor obsesionado y posesivo. Se viste como la mujer del cuadro, sueña con el amor del poeta muerto, lee una y otra vez sus cartas, sus poemas... De algún modo el pasado revive en aquella casa y les conduce a todos, inexorablemente, al único desenlace posible.



Bien, hasta aquí el argumento de "Un fantasma enamorado". Analicemos ahora sus rasgos propios.
         Un aspecto muy importante en la obra, donde podemos ver "la mano" personal de la autora, es ese amor por el pasado. Para Vernon Lee, amante de la historia y del arte de otros tiempos, el pasado es un mundo acogedor al que ir y volver con frecuencia, un espacio donde refugiarse del presente, menos hermoso y novelesco. Igual que hace Alicia Oke, su protagonista femenina, quien vive el pasado con mucha mayor entrega que el presente y establece con esos personajes incorpóreos, que ya no existen, relaciones mucho más vívidas y significativas que las que mantiene con nadie de su entorno. Y su marido, de manera involuntaria, también acabará representando un papel en ese drama que corresponde a otros. Son vidas vividas en el pensamiento, con poco contacto con su mundo, con poca influencia en la realidad que les ha tocado en suerte.
         Por otra parte, en la novela aparece representado, también claramente, ese concepto que decíamos era tan importante para Vernon Lee y que ella modeló a su medida, el del genius loci (en origen, espíritu de un lugar y hoy en día, de forma más prosaica, sus características propias), el poder evocador e incluso afectivo que ciertos lugares ejercen sobre nosotros. La influencia recíproca entre nosotros y nuestro entorno.
         Es algo que se repite en muchas novelas, porque es algo real para muchos de nosotros. Recuerdo haber leído en el prólogo de Cumbres Borrascosas escrito por Victoria Ocampo, que a la hora de tratar de captar de verdad a su autora, Emily Brontë, tomó contacto con los objetos que habían sido suyos, su casa, sus paisajes... Porque el espíritu de Emily seguía en ellos y porque ellos habían modelado de algún modo sus emociones y sus pensamientos.
         Pero no es esta, la que establecemos con cosas o entornos, una relación de posesión, no es que el hecho de tener esos objetos o poseer esos lugares, ser dueños de esas casas, nos haga sentir «más», nos aporte poder o sensación de riqueza. —A veces son incluso posesiones más que modestas—. Es más bien que llegamos a amarlos, que nos sentimos vinculados estrechamente a ellos y llegamos a imprimirles nuestra propia esencia en una simbiosis mutua. ¿Qué magia percibimos cuando nos encontramos ante ciertos acontecimientos inesperados? ¿Por qué sentimos una inmediata conexión con determinadas personas, por qué el enamoramiento imprevisto ante ciertos lugares?
         Eso es lo que hay en el fondo de esta novela, enamorarse de un fantasma, vincularse a unos seres del pasado y a una historia trágica en un lugar marcado, por más que sepamos que el mundo, el verdadero mundo de ahí afuera, nos está esperando.

lunes, 19 de enero de 2015

ESPECTROFILIAS - Vernon Lee

La tercera novela que compone "La galería de espectros" (primera en el libro) es Un fantasma enamorado, de la escritora británica Vernon Lee.


El verdadero nombre de Vernon Lee era Violet Paget. Nació (accidentalmente) en Francia, en 1856, y pasó su infancia en diversos países europeos, hasta que la familia se estableció definitivamente en Florencia, en el año 1873. Violet ya no abandonaría Italia. Desde 1889, y ya de forma independiente, habría de residir en Il Palmerino, una quinta a las afueras de la ciudad, hasta su muerte, acaecida en 1935. Realizó frecuentes viajes a Inglaterra, pero su vida estuvo siempre ligada a Italia, a su arte y a su historia, convirtiéndose en una reconocida experta en el Renacimiento italiano. Amaba también especialmente la música, su madre había sido una excelente pianista aficionada; siendo experta en la música barroca italiana. Escribió varios ensayos histórico-artísticos, religiosos, filosóficos y de crítica literaria, así como libros de viajes y numerosos relatos de ficción sobrenatural, además de una novela corta, por los que es especialmente considerada hoy en día.

                             

Su pensamiento se caracterizó siempre por unos principios inamovibles, que plasmó en su obra. Fue una feminista comprometida, que creía firmemente en la igualdad intelectual del hombre y de la mujer. Defendía los valores duraderos del pasado y estaba convencida de la natural superioridad de una élite intelectual, así como de la obligación moral de todo artista de producir belleza, aun desafiando las ideologías sociales y las ventajas materiales. Durante la Primera Guerra Mundial adoptó una postura pacifista que mantuvo hasta el final.
         Una constante en su obra la constituye el concepto de genius loci, la creencia de que algunos lugares se convierten para nosotros en objeto de un intenso e íntimo sentimiento. "Al margen de sus habitantes, y virtualmente de su historia escrita, estos lugares pueden llegar a afectarnos como criaturas vivientes".

                                               

Fue la primera autora, además, en introducir el concepto alemán de la empatía en la literatura.
         Otro aspecto importante a la hora de entender la vida de Vernon Lee (seudónimo por cierto que adoptó en honor de su hermanastro, once años mayor que ella, Eugene Jacob Lee-Hamilton) es el de su homosexualidad. Tuvo en su vida principalmente dos amores: Mary Robinson, a quien conoció en 1880 y con quien mantuvo una relación hasta 1887, y la pintora Clementina (Kit) Anstruther-Thomson.

Mary F. Robinson

Mary era una joven inteligente con aspiraciones intelectuales. Ambas solían pasar los veranos en Inglaterra y los otoños en Florencia. En 1887 Mary se comprometió con James Darmesteter, un erudito francés de origen judío, poniendo fin a su relación.  Continuó escribiendo tras la boda, enviudó en 1894, volvió a casarse con Émile Duclaux, colaborador de Louis Pasteur, y volvió a enviudar. Murió con noventa y siete años, en 1944.
         Durante mucho tiempo Vernon Lee no logró perdonarla. Cayó en una intensa depresión de la que solo logró salir gracias a la escritura, y al apoyo de su amiga Kit Anstruther-Thomson, que se convirtió en su nueva compañera y colaboradora, desempeñando un importante papel en sus trabajos sobre Belleza y Estética. 
         Los últimos veinte años de su vida los pasó en un relativo aislamiento, debido en parte a una creciente sordera que llegó a dominar su carácter, cada vez más insociable.

*** Un fantasma enamorado, de Vernon Lee, en la siguiente entrada.

miércoles, 14 de enero de 2015

Nick Drake y la tristeza que mata


Como muchas otras veces, la culpa la tiene la radio. Iba yo caminando con mis cascos, totalmente desprevenida y ajena al riesgo, cuando ha sonado en Radio 3 esta canción, River man. Se ha enganchado a mí disimuladamente, con sus garras cubiertas de terciopelo, con tal decisión que ya no he podido sacudírmela de encima. Ni a ella ni a su autor, Nick Drake, ni a su trágica historia.

River Man 1969http://vimeo.com/34760926

¿Sabéis lo que es escuchar en bucle una canción? A la vez que tu pensamiento se desboca y va enlazando, una tras otra, ideas surgidas al ritmo de la música. Supongo que para eso hay que ser tan obsesiva como yo. Pero de todo hay en la viña del Señor XD

Es una canción hermosa, no cabe duda, del tipo de esas que te envuelven y se apoderan de tu ánimo. De las que te sugieren emociones y pensamientos. Y aunque la letra no hay quien la entienda cabalmente, al menos sin ayuda de sustancias,  a mí me ha hecho pensar en muchas cosas. Y, sobre todo, me ha metido de cabeza en medio de esa especie de tristeza "lúcida" que evoca, tan potente que me acompaña todavía.

Nick Drake fue un músico inglés, aunque había nacido en Birmania en 1948; que creció en medio de una familia realmente talentosa. Su madre escribía canciones, que dicen tienen bastante en común con las que luego haría su hijo. Su padre también era aficionado a la música y hacía sus pinitos en casa. Y su hermana mayor, Gabrielle (precioso nombre, por cierto), terminaría siendo una actriz reconocida. Su voz puede escucharse en algunas canciones de su hermano, que grabaron en privado.
         Estudió en buenos colegios y empezó Literatura inglesa en la universidad, carrera que abandonó tan solo meses antes de licenciarse. Dicen que tenía un gran talento, los músicos con los que se relacionó lo afirmaban todos, pero no alcanzó el éxito. Publicó tres álbumes, que vendieron entre todos menos de 10.000 copias. Luchó contra el insomnio y la depresión parece ser que toda su vida, hasta el punto de ser hospitalizado en alguna ocasión, y cuentan que era un tipo reservado y con problemas para relacionarse con los demás. Y que lo encontraron muerto una mañana, debido a una sobredosis de antidepresivos.

Cuando yo miro las fotografías de Nick Drake ahora, no puedo decir que vea tristeza en sus ojos, no esa tristeza suave y mansa que todos tenemos en mente cuando mencionamos la melancolía. La suya es más bien una expresión reconcentrada, la de quien guarda dentro un profundo secreto, extraño y propio,  que nunca se atreverá a contar pero que necesitaría desesperadamente poder gritar a los cuatro vientos y que todo el mundo se enterase.
Y creo que ese pudiera ser, precisamente, el principio mismo de su desesperación, de la depresión constante que lo acompañó siempre. La conciencia de estar aislado, incomunicado de los otros en medio de alguna celda invisible pero bien cerrada, a cal y canto.
         Muy a menudo, son esos seres que tienen una carga extra de pasión dentro, una intensidad dolorosa con la que perciben las cosas, un cúmulo de ideas propias; los que sienten una necesidad mayor de compartirse, de comunicar con otro desde el yo más interno que uno guarda. Quizá es porque son más conscientes, aun sin poder definirlo, de poseer una vida más allá de la visible, de la del día a día.
         Mi querida Clarissa Pinkola Estés lo define, cuando habla de la doble naturaleza de las mujeres, como el alma. Ese río subterráneo que circula bajo la superficie de lo que somos para los otros. Algo que ansiamos que conozca y aprecie al menos otra persona para sentir que somos realmente queridos, porque solo quien nos conoce en lo que realmente somos puede proporcionarnos ese afecto verdadero que necesitamos.
         Yo en cambio lo siento a veces, más bien, como una bola de energía, ardiente, de bordes indefinidos y colores cambiantes, que ansiamos mostrar a los otros pero de la que también nos avergonzamos. Porque a veces no nos parece bonita, porque tiene dientes y muerde, y duele. Y porque sacada afuera, a la intemperie del exterior, resulta tan inocente y desvalida que cualquier pisotón dado en un descuido corre el riesgo de aniquilarla y aniquilarnos.





No sé si era esto exactamente lo que le pasaba a Nick Drake, lo que está claro es que a su vida le faltaba algo crucial. Que no encontraba reposo, que no sabía dónde ir la mitad del tiempo. El Hombre del río no debió de contestar nunca a sus preguntas.
         Así que quizá fuera algo así, ¿por qué no? O quizá Nick solo quería dormir. Y olvidar. Y no podía hacerlo sin pastillas.
         Eso es algo que nadie sabrá nunca. Lo único cierto, lo único que podemos afirmar es que su tristeza, su eterna tristeza, acabó con él a los veintiseis años.

martes, 13 de enero de 2015

ESPECTROFILIAS - Monsieur Maurice

Nueva novela fantasmal leída. En esta ocasión le ha tocado el turno a una de la autora Amelia B. Edwards.



Considerada la primera mujer egiptóloga, la periodista y novelista Amelia Edwards nació en Londres en 1831, en el seno de una familia de clase media acomodada. Fue su madre, una mujer culta e inteligente, quien inculcó en ella el gusto por la literatura, el teatro, la música y la pintura. Amelia heredó el carácter decidido de su padre y la sensibilidad de su madre y mostró desde temprana edad una gran aptitud para el dibujo y la escritura, publicando en distintos medios artículos, cuentos e ilustraciones.
         Publicó en 1855, con veinticuatro años, su primera novela larga, My brother's wife. Siguió cosechando la consideración del público hasta que en 1864, con Barbara's History, consolidó definitivamente su reputación como novelista y consiguió una completa independencia económica. Su mayor éxito literario se lo proporcionó la novela Lord Brackenbury (1880) que llegó a tener quince ediciones.
         Tras la muerte de sus padres empezó su etapa viajera. Inglaterra encerraba para ella muy tristes recuerdos y eso le sugirió la búsqueda de nuevos horizontes. Realizó numerosos viajes por Europa, recorriendo regiones inhóspitas generalmente vedadas a las mujeres, en compañía de su amiga y compañera Lucy Renshawe, con la que viviría durante 30 años.
         Tenía ya cuarenta y dos años cuando, en noviembre de 1873, emprendió su único viaje a Egipto, una vez más acompañada por "L" (como siempre llamó Amelia a Lucy en sus escritos). Quedó definitivamente marcada. Se enamoró perdidamente de Egipto.
         Comenzó aprendiendo los caracteres jeroglíficos y estudiando una multitud de antigüedades egipcias. Realizó un viaje por el Nilo, lo que sería el germen de su libro más conocido: "Mil millas Nilo arriba", ilustrado por ella misma; y llegó a Abu Simbel, donde permaneció seis meses y realizó una excavación por su cuenta que dio como resultado el hallazgo de un Santuario hasta entonces desconocido.
         Durante su estancia tomó conciencia del estado en que se hallaban los monumentos faraónicos, sometidos al expolio y al descuido de turistas y comerciantes. Al regresar a Londres fundó el Egypt Exploration Fund (actualmente la Egypt Exploration Society), entidad destinada a la salvación de las riquezas históricas y al patrocinio de excavaciones en Egipto. Se formó concienzudamente en la historia y el arte de aquel país y trabó amistad con reputados egiptólogos de la época, tales como Flinders Petrie o Howard Carter.
         Fundó además la primera cátedra dedicada a dicha disciplina en el Reino Unido, asegurándose de que la Universidad que la albergase no hiciera distinción entre hombres y mujeres para su acceso. Amelia era una decidida sufragista y durante toda su vida fue un ejemplo de la lucha por la igualdad.
         Murió en 1892 de una simple gripe. Está enterrada en Westbury-on-Trymm, en una tumba presidida por un obelisco y cubierta con una lápida en forma de signo anj.

MONSIEUR MAURICE



Además de sus libros de viajes, Amelia B. Edwards escribió cerca de setenta cuentos de ficción sobrenatural.
         Sus relatos muestran su fascinación por los paisajes y climas extraños y están rodeados de la atmósfera romántica de los lugares recónditos que visitó. Es patente que dedicaba mucho tiempo y esfuerzo a recrear los ambientes en que se desarrollan sus novelas (solía trabajar en cada una de ellas unos dos años), y a establecer los antecedentes de sus historias.
         Todo esto es algo que se aprecia al leer Monsieur Maurice.
         La novela se desarrolla en Brühl, Alemania, en tiempos del rey Federico Guillermo III de Prusia. La protagonista es una niña de diez años que vive en compañía de su padre, oficial del ejército prusiano, en el nuevo destino de este: el castillo del Elector de Brühl. Un misterioso prisionero de origen francés es puesto a su cuidado. La relación afectuosa que se establece entre la niña y el prisionero será el hilo conductor de una serie de sucesos que se encadenan para permitir que entre en juego un elemento sobrenatural de carácter amable.
         La ambientación es estupenda, la autora nos hace "ver" perfectamente el paisaje en cada una de sus estaciones. Para mí ha resultado refrescante sumergirme tan por completo en un entorno diferente y "exótico", en el sentido que se aleja de la mayoría de escenarios de las novelas y cuentos que llevo leídas. Sin alejarse no obstante "de casa", por así decirlo; del entorno privado de una familia, por más peculiar que sea. El castillo y sus moradores aparecen también fielmente representados, deteniéndose la autora en detalles de decoración y comodidad doméstica como no lo haría ningún hombre, salvo contadas excepciones. También considero yo parte de la impronta femenina el particular ritmo con el que se sucede lo narrado. Hasta por lo menos tres cuartos de la novela no aparece, claramente, el primer suceso fantástico. Esto resulta algo frustrante si consideramos que estamos leyendo una ghost story. Pero a la autora parecen importarle más las vivencias de su protagonista y su relación con su padre y su "querido" monsieur Maurice. Y se esfuerza en establecer unas nociones y unas características de partida, para que la aparición de lo extraño resulte más impactante pero también con más significado.  

domingo, 11 de enero de 2015

Nueva presentación

de La casa de los cerezos

Esta vez tendrá lugar en Manoteras, en el local de la Asociación vecinal, "la Soci", con una proyección de fotos del barrio y del distrito, teatralización de un fragmento de la novela y tertulia protagonizada por todos aquellos, hayan leído o no la novela, que se animen a participar.
         Este es el cartel que ha hecho para la velada la pintora María José Perrón, portadista de la novela.



jueves, 8 de enero de 2015

Espectrofilias - Galería de Espectros

Durante estos días de vacaciones he seguido acumulando munición sobre nuestro tema, haciéndome con un buen puñado de títulos y autoras con los que ilustrar ese amor femenino tan acusado por los espectros.
         Para empezar, me voy a referir hoy a un título que encontré en la Biblioteca y que llevo ya más que mediado. Se trata de "Galería de espectros", un libro publicado en 1995 en la colección El Club Diógenes, de la editorial Valdemar.


En él se agrupan tres novelas cortas, de otras tantas autoras del siglo XIX, elegidas como muestra representativa del género. Tenemos Un fantasma enamorado, de Vernon Lee. La puerta abierta, de Margaret Oliphant. Y Monsier Maurice, de Amelia B. Edward.

En la contraportada se dice sobre el libro:

Galería de espectros responde al deseo de presentar al lector las mejores historias escritas sobre aparecidos, espectros y fantasmas, en definitiva lo que en el mundo anglosajón se define como «ghost story», un género que no han eludido los escritores realmente grandes.
         Para llevar a cabo esta vindicación hemos elegido tres historias que permanecen en la cima del género por su belleza y calidad literaria y tienen la peculiaridad de haber sido escritas por mujeres, a quienes tanto debe el «ghost story».

Fiel a mi instinto de orden, yo he empezado por la de en medio: La puerta abierta, de Margaret Oliphant.

Margaret Oliphant, por Frederick Augustus Sandys (***)
Nació en Escocia en 1828 y a los diez años su familia se trasladó a Liverpool. Triunfó a los veintiún años con su primera novela: Passages in the life of Mrs. Margaret Maitland.
         Las desgracias familiares y los problemas económicos la acosaron durante toda su vida, por lo que se vio obligada a escribir a un ritmo intolerable. Pese a ello, está hoy justamente considerada como una de las grandes escritoras victorianas, destacándose sobre todo sus incursiones en el terreno de la "ghost story". Murió en 1897.

La puerta abierta es una novela deliciosa y fácil de leer. Igual que no me acabó de convencer La casa deshabitada, de Charlotte Riddell, a causa del cambio de registro que se producía a mitad de la novela y que no acababa de resultar, lo mejor de esta otra es en mi opinión precisamente el tono, tan logrado, equilibrado y bien medido entre acción y ambientación. Y el hilo conductor, el personaje del padre, desde el que todo se contempla, posee una auténtica naturaleza propia, lo que hace que nos resulte aceptable la premisa sobrenatural y hagamos el esfuerzo de creer en lo improbable.


Personalmente me ganó desde el principio el escenario, una mansión que alquila la familia del protagonista en alguna parte de Escocia, con ruinas en el jardín y un bosque denso de tilos y abedules. La acción transcurre siempre de noche y en plena naturaleza, con esa puerta abierta que ya no lleva a ninguna parte, como umbral metafórico hacia lo desconocido.
         Y como telón de fondo, y también como motor principal de la actividad de los personajes, una vida familiar bien dibujada, acorde a los cánones de la época, y un conflicto basado principalmente en sentimientos y cuestiones personales. ¿Se puede pedir más de una ghost story

domingo, 4 de enero de 2015

MUSAS - John Atkinson Grimshaw

Silver moonlight, 1880

En medio de esta serie de Espectrofilias he tenido que hacer hueco a este muso que se me ha cruzado en el camino. Le llamaban el "pintor de la luz de la luna". Si eso no le da derecho a un rincón en nuestro panteón de lo fantasmagórico...

Según la biografía que aparece en la web del Museo Thyssen:

John Atkinson Grimshaw fue un artista de la época victoriana que adquirió fama por sus sombrías vistas de muelles y sus escenas nocturnas de callejuelas urbanas con desnudos árboles que se recortan contra el cielo iluminado por la luna.


 A Lane In Headingley

Grimshaw nació en Leeds en 1836 y era hijo de un policía retirado. Empezó a pintar cuando estaba trabajando en las oficinas de la compañía de ferrocarriles Great Northern Railway. En 1858 se casó con su prima Frances Theodosia Hubbard y ya en 1861 había abandonado el trabajo para dedicarse de pleno a la pintura. En las primeras obras de John Atkinson Grimshaw se denota la influencia de la doctrina de John Ruskin de «fidelidad a la naturaleza»; al mismo tiempo, adopta la minuciosa técnica prerrafaelita de otro pintor de Leeds, John William Inchbold. Le fascinaba igualmente el arte relativamente nuevo de la fotografía, y es posible que recurriera a la cámara oscura para desarrollar sus composiciones.


Hacia 1865 renunció a este estilo artístico. Pintó muchas escenas urbanas cuyos rasgos más característicos son la luz de la luna y las sombras. Las ciudades y los puertos que representó más a menudo son los de Glasgow, Liverpool, Leeds, Scarborough, Whitby y Londres. 


Autumn Morning

Son estas obras las que le han dado fama, aunque también creó paisajes, retratos, escenas de interior, composiciones con hadas y temas neoclásicos. Grimshaw pintó básicamente para clientes particulares. Sólo expuso cinco cuadros en la Royal Academy entre 1874 y 1876.

Three shadows on the Park Wall

Il Pensoroso

The lady of Shalott

Hacia 1870 ya había adquirido suficiente renombre como para instalarse en Knostrop Old Hall, una mansión del siglo XVII a algo más de tres kilómetros del centro de Leeds, que representó en muchos de sus cuadros. Además, hacia 1876, alquiló otra casa cerca de Scarborough, a la que llamaba «el castillo junto al mar». En 1879 Grimshaw sufrió un descalabro económico que le obligó a abandonar la casa de Scarborough. Se trasladó a Londres y alquiló un estudio en Chelsea, dejando a su familia en Knostrop, a donde regresó posteriormente y donde murió en 1893.
Varios de sus hijos, Arthur Grimshaw (1864-1913), Louis H. Grimshaw (1870-1944), Wilfred Grimshaw (1871-1937) y Elaine Grimshaw (1877-1970), también se dedicaron a la pintura

Nicole Ayton


Al contrario que otros artistas de su época, Grimshaw no dejó cartas, diarios o documentos que pudieran permitirnos conocer su pensamiento ni el proceso creativo que seguía en sus obras. Solo podemos especular sobre el hombre y su arte, y dejarnos arrastrar por nuestra propia imaginación, tratando de descubrir en sus cuadros a esos seres invisibles que, tal vez, le visitaban por las noches en su mansión victoriana, que parece, desde luego, escenario más que apropiado para semejante aventura.
         Y es que sus pinturas se prestan como pocas, en mi opinión, para provocar en nuestro coranzoncito victoriano y cazador de misterios el deseo de rastrear la pista de esas voces y rostros del pasado que deambulan por las novelas del XIX, las que nos hacen sentir a día de hoy cada vez que las abrimos la ilusión de que algún espectro de helados dedos se ha escapado de sus páginas, y se apoya ahora en nuestro hombro para susurrarnos sus secretos.


Knostrop Old Hall