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lunes, 2 de septiembre de 2013

La historia se repite, como de costumbre




No es ningún descubrimiento, claro. Esto suele ser así en cualquier área que queramos considerar. Por eso mismo resulta tan difícil de aceptar que los humanos no parezcamos capaces de aprender de nuestros errores, y ni siquiera nos demos cuenta de los parecidos razonables que se dan tan frecuentemente entre lo que vivimos ahora y lo que pasaron los nuestros, años o centurias antes.
     
       Pues bien, el origen de este arranque histórico mío se encuentra en el libro que tengo entre manos estos días, que comienza con una visión general de lo que fue el siglo XI en la Península Ibérica, época de cambios que vería en menos de cien años la decadencia y desintegración del califato cordobés (a partir de la muerte de Almanzor en el 1002), y la emergencia simultánea de los reinos cristianos, que extienden durante ese tiempo su hegemonía por la mayor parte del territorio ibérico.
       Más concretamente, lo que ha desatado mi furor literario ha sido el análisis tan acertado que realiza su autor, el profesor F. Javier Peña Pérez, sobre el escenario geopolítico que imperaba en esos días, y las condiciones económicas que incidirán decisivamente en el declive del califato.

       ECONOMÍA EN CRISIS.
       Nos suena de algo, ¿no es así?
       Bueno, pues lo que viene a continuación es todavía más llamativo. En palabras de Javier Peña, nos encontramos con que, desde finales del siglo X, existen una serie de aspectos económicos que deberían haber dado la voz de alarma, pero que fueron desoídos sistemáticamente.

       "El (1) corte en el suministro de oro africano, los (2) excesivos gastos en bienes suntuarios, la (3) incapacidad del sistema para estimular la innovación técnica, los (4) abrumadores gastos en personal al servicio de la administración central y del ejército califal, habían sumido a la economía andalusí ... en un círculo vicioso en virtud del cuál las renovadas exigencias de gasto público se hacían frente mediante el sucesivo aumento de la presión fiscal, lo que a su vez alentaba el descontento social y, en suma, obligaba a contratar más personal para extremar la vigilancia y la presión hacia los contribuyentes..."

       Me ha gustado sobre todo porque, al enfocar la situación económica y su desarrollo, aborda todos los factores susceptibles de contribuir a ella, que son por otra parte los mismos que servirían para explicar nuestra situación económica actual. Cámbiese el oro por otras fuentes de ingresos y manténgase todo lo demás.
       No es sin embargo común que se tengan en cuenta todos ellos, ¿no es cierto? Porque no es costumbre hacer análisis serios que tengan intención real de llegar a la verdad. Mira que si entonces tenemos que enfrentar los hechos y hacer algo que no queremos...
       Lo de la incapacidad para estimular la innovación técnica suele olvidarse muy convenientemente. Y así estamos. En un país que no fomenta el emprendimiento y no perdona la innovación. Que posee brillantes cerebros... que marchan a trabajar para otros que sí les apoyan.
       Igual que lo de los excesivos gastos suntuarios, pretendiendo hacernos creer que es la población general, los productores, al fin y al cabo, quienes han dilapidado y vivido por encima de sus posibilidades. Sin pararse a considerar que la cuantía de ese supuesto despilfarro nada tiene que ver con la de las obras faraónicas que han emprendido nuestros gobernantes, sus sueldos y prebendas, y sus desfalcos.
       Que es también cierto que el estado no puede sostener seguramente los abrumadores gastos en personal administrativo. Pero esto debería dar lugar a una reforma de base que convirtiera el sistema funcionarial actual en un organismo eficiente y sostenible. Claro que esto de reformar no parece ser lo nuestro, es más trabajoso y largo que una congelación radical de salarios o, si se puede, un cese, prejubilación o reestructuración en masa. Que además es muy llamativo y da imagen de respuesta enérgica y contundente, lo que parece gustar mucho a unos cuantos.

Y lo peor no es esta cortedad de miras y la escasa o nula capacidad reflexiva. Lo peor es que, ante una situación contemplada errónea y parcialmente, las soluciones que se pretendan no pueden, por fuerza, ser efectivas. Una vez más, volvamos al siglo XI. Lo único que se les ocurrió a los lumbreras de entonces, gobernantes al fin, como los de cualquier tiempo y lugar, fue aumentar la carga fiscal sobre la población, ya exprimida en lo posible, al mismo tiempo que se les da menos y se los sujeta o reprime más.
       Vamos, como ahora.

Pero ahí no acaban los paralelismos, no, aún nos queda alguno más. Visto que la solución que se aplica (el aumento de la sangría sobre los pobres contribuyentes) no soluciona en realidad nada, llega el momento de encontrar otro "chivo expiatorio". ¿Y cuál va a ser? El poder central califal, convertido en fuente de todos los males. ¿Solución, pues? La Independencia.
       Pero resulta que (de nuevo en palabras de Javier Peña Pérez) "la multiplicación de los centros de poder, lejos de representar una alternativa moderadora del gasto público, multiplicó sin control los puntos de aplicación inmoderada del mismo, en una escalada en la que ningún príncipe quería parecer menos ostentoso que los demás en la elaboración de proyectos culturales y ejecución de obras suntuarias de altísimo coste y escasa rentabilidad económica y social (...) lo que determinó la reproducción a escala regional de los males del recientemente desmantelado califato".

Pues eso, que la historia se repite y se ve que no aprendemos.

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