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jueves, 24 de mayo de 2018

EL CUENTO DE LA MUJER DEL VIENTO

los cuatro elementos

El pasado viernes, día 18 de mayo, tuvo lugar (tal como os anunciaba en esta entrada: LOS CUATRO ELEMENTOS) el estreno de nuestra performance de inauguración de la nueva temporada de Las Noches del Huerto. 


Hoy me gustaría compartir con vosotros el guión de la representación de aquella noche, para que quien no estuvo pueda hacerse una idea, si quiere, de lo que fue el comienzo del proyecto de este año. Os iré contando, de uno en uno, los cuatro cuentos que se contaron las mujeres del bosque, reunidas una vez más para intercambiar y conservar una tradición que no debería perderse nunca.


El escenario del huerto será un bosque por esta noche. En el centro hay diseñado un claro con cuatro asientos, un fuego de papel seda y pinocho con una luz dentro, cuatro micros y diversos utensilios. Hay una mujer sentada y quieta, a oscuras (la mujer del fuego). 
         Empieza a sonar la música (Mystic’s dream – Loreena McKennitt (mezcla con sonidos bosque). Humo y focos rojos. Tras unos segundos, la mujer del fuego enciende la hoguera y se queda cuidando de ella. Una segunda mujer llega desde el lado del público (la mujer del viento). Lleva vestiduras largas y vaporosas y porta un farol en la mano. Camina mirando a todos lados, como si pensara que alguien puede estar vigilándola. Sube al escenario y va hasta la mujer sentada. Se abrazan y ambas se sientan. Por el lado derecho del escenario sale otra mujer (la mujer del agua), también con un farol. Esta va mirando hacia atrás mientras se dirige al otro extremo del escenario. Por la izquierda sale la cuarta mujer (la mujer de la tierra), solo unos segundos después de la tercera, igualmente con un farol y caminando con sigilo. Se encuentra con la mujer del agua, se abrazan y llegan juntas al centro. Cada una abraza a una de las sentadas y por fin las cuatro toman asiento.

SE BAJA LA MÚSICA PARA QUE EMPIECEN A HABLAR, PERO SE DEJA DE FONDO. 

         —(Mujer del fuego) Salud, mis amigas. Mujer del viento (le entrega un cuenco con bebida y la otra mujer bebe).

—(Mujer del viento) Mujer de la tierra (pasa el cuenco a esta)
—(Mujer de la tierra) Mujer del agua (pasa el cuenco a esta).
—(Mujer del agua) Mujer del fuego (le pasa la bebida). Por fin volvemos todas a vernos.
(SACAN LAS HABAS Y SE PONEN A DESGRANARLAS. MIENTRAS, HABLAN)
—(Fuego) Es verdad, por fin estamos juntas. Pero por un momento he llegado a temer lo peor: no sabía si podríais venir. Lo cierto es que los caminos del bosque ya no son seguros. Tan solo aquí, en este claro escondido entre los árboles, podemos aspirar a un poco de tranquilidad.
—(Tierra) Yo he tenido que esperar a que todos estuvieran dormidos. (Suspirando) Ya no sé qué excusa inventarme para escapar de la vigilancia de familiares y vecinos.
—(Viento) Igual que yo. El sacerdote de la aldea no nos quita los ojos de encima a las mujeres. Sobre todo si son, como nosotras, curanderas o sanadoras. El otro día vinieron a buscar a mi comadre Valentina, ya sabéis, la que hace de partera en mi pueblo, y la llevaron ante el alguacil para que diera cuenta de sus actos en el parto de la mujer del señor. El niño venía de nalgas y a la doña le costó dios y ayuda parirlo. Pero ¿qué culpa tiene la pobre Valentina? Son cosas que pasan. Lo que importa es que la madre y el niño están ya bien, aunque costara que salieran adelante. Solo por eso se perdonó a Valentina, pero está bajo sospecha desde entonces.
—(Agua. Con resignación) En los tiempos que corren cualquier mujer experta en hierbas y remedios antiguos es sospechosa de brujería. Y si supieran que nosotras, además, reverenciamos a la Diosa, arderíamos igualmente en una de sus hogueras. Eso no lo perdonan.
—(Fuego) Es verdad. Todo lo que se desvíe de su credo y sus ritos lo persiguen sin descanso. Quieren imponernos a toda costa al nuevo Dios, y así, predican que los antiguos usos solo sirven a Satán. E insultan a la Madre Tierra y reniegan de sus dones.
—(Tierra) Por eso precisamente no podemos rendirnos. Hay que mantener vivo este Consejo del bosque, y seguir contándonos cuentos e historias, que alimentan el alma y nos hacen seguir en pie.
—(Agua) Estoy de acuerdo. Tenemos que seguir juntas a toda costa, pues mucho es lo que depende de nosotras. Mantendremos viva la llama, conservaremos la tradición de nuestras mayores y preservaremos su sabiduría ancestral.
—(Fuego) Pues entonces ha llegado la hora de los cuentos, ¿no creéis? Esos cuentos semilla que compartimos desde siempre. Luego, cada una en su espacio y en su tiempo, habrá de plantarlos en el corazón de las personas que encontremos, para que allí maduren y den su fruto cuando sea preciso.
(ASENTIMIENTOS)
—(Viento) Empezaré yo, si no os parece mal. Os contaré una historia que lleva mucho tiempo cociéndose en mi mente. Una historia de viento y de agua, y también de amor.


EL CUENTO DE LA MUJER DEL VIENTO

Érase una vez… cuando el mundo era joven, que las mujeres de Tehuacán descubrieron el maíz y aprendieron a amarlo como el gran regalo de la Madre que en verdad era. El maíz era bueno para comer, era la base de todo. Se cocía con agua y cal para ablandarlo. Luego se lavaba y se molía bien molido con ayuda del metate, para hacer la harina o la masa necesaria para cocinar. Después había que amasarlo y darle forma entre las manos, palmeándolo hasta formar unas deliciosas tortillas blancas, finas y regulares, que se ponían a cocer en comales de barro.
Se decía que las mujeres de toda Puebla eran buenas creando rico alimento del maíz, pero ellas sabían que se trataba de algo más, pues lo que hacían era pura magia. Sus tortillas llevaban el amor de la tradición y el aliento de vidas pasadas, y junto a la comida, las mujeres transmitían la raíz, la esencia, el principio y el origen de todos los misterios; y así la savia de la Madre Tierra corría por sus venas y formaba parte de todos ellos.

Con el correr del tiempo llegaron muchos adelantos, máquinas que pretendían hacer el trabajo, promesas de progreso y bienestar que a cambio, y sin que se dieran cuenta, mermaban los recursos y hacían más pobres a los pobres.

Las mujeres siguieron amasando, cociendo en el comal y recorriendo largas distancias para vender sus productos. Y pensando en todas estas cosas. Hasta que un buen día se dijeron: no vamos a permitir que los nuevos tiempos arrasen con todo y nos arrebaten la herencia que nos dejaron nuestras madres.

En Santa María Coapan, un pueblito cerca de Tehuacán, junto al Cerro Colorado, donde la mayoría de mujeres se dedicaban a este trabajo artesanal, se organizó la primera carrera de la tortilla. Corriendo descalzas o con huaraches, con sus faldas al viento y sus bonitas blusas bordadas, con el peso de su tenate cargado de tortillas a la espalda, las mujeres recorrieron los mismos kilómetros que hacían cada día para llevar sus productos al mercado. Grandes y pequeñas. Niñas y viejas. Mostrando al mundo, cada año a partir de entonces, que la comida auténtica no debe perderse, que la magia vive en la masa tierna de sus tortillas de maíz. Que es un regalo de la Tierra y que esta debe ser honrada por ello.

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