CUARTA ENTRADA
Pues aquí estoy de nuevo, díscola participante del NaNoWriMo, ya concluido sin laureles para mí. Tan culpable me sentía hoy de los pocos avances logrados este mes que me he puesto en modo «escritura automática», reloj en mano, y me he fijado una hora seguida de concentración total que no admitiera distracciones de ninguna clase.
La cosa ha sido productiva: 740 palabras en una hora. Y casi todas decentes, esto es, que aunque tenga que corregir alguna parte, en su mayoría me parece que serán aprovechables.
Es una escena protagonizada enteramente por Sigrid, mi guerrera pelirroja convertida, casi a su pesar, en Konning o reina de Lorrell. En ella se suelta la melena (no os imagináis lo literal que es esto) y se mete en lo más hondo del bosque buscando estar sola y poder olvidarse por un rato de todo y de todos. Lo malo es que se va a topar con un problemilla que no esperaba. Pero, bueno, no se puede tener todo, ¿no? Porque el paisaje que la rodea en su paseo boscoso, tal y como yo lo imagino, no puede ser más sugerente.
¿Os suena? Es el hayedo de Tejera Negra, en Guadalajara, un lugar mágico donde he estado el fin de semana pasado y que me ha servido de recuerdo e inspiración para que Sigrid se desahogara de sus tareas políticas.
Hay una ruta de 6 km. (no confiarse, que tiene un tramo de subida durilla que hace que el trayecto dure más de lo previsto) que parte del aparcamiento, sigue el trazado del río y se sumerge de lleno entre las hayas.
Habíamos estado allí hace mucho tiempo, pero lo poco que yo recordaba de entonces era un gran tejo milenario que había en la última parte del camino. Allí sigue el tejo, pero ahora no conviene acercarse a él: un cartel te previene del peligro de compactación del terreno, lo que perjudica al árbol. Me pareció además más pequeño y menos majestuoso de lo que aparecía en mi memoria. Ya se sabe, la nostalgia y sus caprichos, que lo tiñen todo de colores propios, a veces inventados.
El caso es que resulta una visita muy recomendable, como escenario literario o no, y la maravillosa sensación que se apodera de uno cuando se encuentra en la hondura del bosque, con solo silencio, agua y hojas alrededor, ya no le abandona el resto del día. Los pueblos del entorno, muy pequeños y con sus casas de pizarra negra desafiando el paso del tiempo y la modernidad, son el complemento perfecto para el día de campo y desconexión. Porque, como no podía ser de otra forma en momentos idílicos de tal naturaleza, la cerveza es algo que no falta.
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