martes, 10 de junio de 2014
Parirás a tus hijos (literarios) con dolor
Los escritores nos pasamos la vida hablando de cuánto nos gusta escribir. Solemos decir, también con bastante frecuencia, que es algo que necesitamos hacer, "tan inevitable como respirar" (esto, sin duda, lo añadimos para aportar el indispensable toque literario). Que nos llena, que nos realiza... Pero pocas veces sacamos al escenario esos otros aspectos menos placenteros o, ¿por qué no decirlo?, directamente insufribles, que disminuirían un tanto el aura romántica de oficio tan noble como la escritura.
Pero están ahí, ¿quién podría negarlo? A veces terminar un escrito, del tipo que sea, resulta tan mágico como darte de cabezazos contra la pared. ¿Y eso por qué? Pues porque escribir no es una actividad que se desarrolle seguida y en línea más o menos recta, como un placentero río que atravesara verdes colinas. No, es más bien como las cataratas del Niágara. Seguidas de tramos mesetarios en los que cada gota de agua avanza solo porque las otras se empeñan en empujarla. Y luego te encuentras en un lago. Y ahí te quedas. Y, sin poder preverlo, de repente estalla una tormenta y te precipitas por torrenteras improvisadas que lo arrasan todo. Y acabas en un paraje que ni en tus más desaforados sueños habías siquiera imaginado.
Bueno, esto sigue teniendo un cierto aura romántica, ¿no? Entonces vamos bien.
Hay partes en todo escrito, que yo llamo "de estructura", que son de un tostón insufrible. Tú tienes a tu protagonista en un sitio, realizando una hazaña espectacular, luchando en una batalla cargado de honor, enamorándose de la, o el, otro protagonista, matando a su padre, salvando a su hijo... O enfrascado en cualquier noble tarea semejante. Y le tienes que llevar a otro sitio, a otra escena. Bien, hay que hacerlo y se hace, pero resulta pesadísimo dar los pasos necesarios para que se traslade de A a B. ¡Pero si tú estás ya deseando meterle en otra insigne y esforzada tarea! Lamentablemente, él o ella tienen que comer, echarse la siesta, preparar el equipaje, ir de compras, viajar, ver paisajes espectaculares (o tétricos, o galácticos) y hablar. ¡Tiene que hablar! Con la pereza que te da escribir diálogos intrascendentes solo para preparar la entrada en escena de otro actor en tu trama. Siempre siente uno la tentación de meter un viaje en el tiempo. Que es un buen recurso, no vamos a negarlo, a pesar de un uso harto frecuente. Pero no siempre resulta adecuado. Y encima tienes que inventarte el medio, diseñar la máquina, contar cómo se ha hecho... Y el protagonista... ¡acaba hablando de ello con un amigo!, y puede verse en la necesidad de despedirse de todos sus conocidos, antes de emprender aventura tan peculiar.
También pasa que, en mitad de un pasaje de ese plan maestro que has ideado para que lo vivan tus chicos noblemente, descubres un agujero (o varios, lo que es, claro, bastante peor). ¡Horror!, ¿qué hago? Siempre es una opción cargarte parte de lo escrito y, desde allí, tomar otra dirección para evitar el escollo. Pero, ah, no, un escritor casi nunca contempla esa opción. ¿Podéis imaginar lo duro que resulta renunciar siquiera a una frase, cuánto más a un párrafo entero o a una página? Si además te suena bien (porque, seamos honestos, de primeras todo te suena muuuuuuy bien), ya ni hablamos. Es como si te amputaran un miembro. Así que te devanas los sesos (toque literario) y das las vueltas que haga falta para que las piezas encajen.
Un drama frecuente es también el muy famoso y-ahora-cómo-sigo. Que parece que uno tiene muy claro lo que quiere contar y que gobierna en todo momento con mano firme su embarcación literaria. Pero eso es una mera suposición sin fundamento. Cierto es que se dice por ahí que hay escritores planificadores y sistemáticos que empiezan por hacer un proyecto detallado de su novela. Algunos tan esforzados que hacen esto mismo también para sus relatos. Meditan de antemano y planean la estructura de la novela, y dividen la trama en capítulos y luego en escenas. Se hacen un listado de los personajes y los caracterizan. Los dotan de apariencia y psicología. Y, cuando al fin se ponen a escribir, mantienen firme el timón y se ajustan a lo pensado... O no. También ellos son víctimas frecuentes de musas entrometidas y personajes que se desmandan. También descubren agujeros inesperados y ese arma o esa huella que no debería estar ahí, deja con un palmo de narices al avispado detective que los ha pasado por alto.
Estoy terminando una novela. Para ser más precisa, la novela está terminada desde hace un mes más o menos. Pero estoy en proceso de revisión y corrección. Y lo odio.
Lo odio porque me aburre soberanamente leer veinte veces lo mismo. ¡Ya me lo sé! Sé lo que pasa, y si muere alguien o se derrumba una pared. No hay sorpresas.
Y eso no es lo peor. Lo peor es que lo que releo ¡¡¡NO ME GUSTA!!! Bueno, no seamos extremistas: hay cosas que me gustan mucho, que me hacen pensar que soy una chica lista; ingeniosa, podríamos decir. Pero hay otros pasajes que no encajan. ¿O sí? Llega un momento en que no sé qué pensar. Y reescribir me vuelve loca. Es como ir atrás y adelante una y otra vez, sin avanzar un milímetro.
Así que hago lo que cualquiera en mi situación. Cualquier otra cosa menos ponerme con la novela. No es que no la abra. Y me lea un trozo. Pero antes de darme cuenta estoy procrastinando como una loca. Ni siquiera el sentimiento de culpabilidad persistente me ablanda el corazón como para centrarme en la pobre huérfana abandonada.
Ayer, creo que fue ayer, mi buena amiga Sandra Parente escribía un artículo en su blog titulado "La hoja en blanco", donde planteaba la existencia de ese fantasma que nos ronda a todos alguna vez. Es algo muy parecido al y-ahora-qué-hago pero puede suceder sin que tengas siquiera algo que resolver. Yo le comentaba que a mí me sucede normalmente ante los finales. Cuando se acerca el fin de la novela (o de un relato especialmente largo) empiezo a tener dificultades imprevistas, aparentemente fortuitas, o raptos de pereza inexplicables. Hace tiempo que descubrí que en el fondo esto no es más que una manifestación, afortunadamente temporal, de miedo al fracaso.
El miedo al fracaso puede estar presente siempre que se acomete una tarea. ¿Por qué se hace, entonces, más acuciante cuando te enfrentas a un final? Hay varias razones.
Cuando estás a punto de acabar un proyecto literario, sobre todo si es largo, llevas ya invertido en él un considerable esfuerzo y mucho tiempo. Así que, existe el temor justificado de "fastidiarla" a esas alturas y cargarte de ese modo tu inversión. Por otra parte, y esto lo vemos claramente como lectores, si un libro te está gustando mucho sueles sentir, cuando te acercas al término, una cierta ambivalencia. Por una parte estás deseando llegar al final y enterarte de todo. Pero, por otra, te resistes a que todo termine y a tener que decir adiós a la historia y los personajes que te habían acompañado en los últimos días. Se produce un cierto vacío cuando eso ocurre, ¿no es verdad? Como autor, experimentas lo mismo. Hasta dar con otro proyecto que te apasione, padeces una especie de vértigo bastante desestabilizador.
Hay por último, en el caso de los escritores y sus obras, una tercera razón de que ese miedo al fracaso se agudice justo al acabar. Y es que a partir de ahí empieza el tedioso proceso editorial. Mientras estabas con tu novela tú estabas haciendo algo. Pero ahora, si no quieres condenar al olvido lo que tanto trabajo te ha costado, a ese niño mimado que, como buena madre o padre, siempre ves tan mono; tu obligación es darle un futuro y una buena posición. Si no, ¿para qué te has partido el lomo (figura literaria campechana) creándolo? Así que te metes en eso que los escritores amamos tanto y que tiene un éxito tan incierto. La búsqueda de editorial. Que empieza por la elaboración de una propuesta literaria. Y se sigue de cartas y más cartas, con sus subsiguientes no-respuestas o respuestas-rechazo. Siempre a la búsqueda de esa dorada oportunidad de publicar con un buen sello... lo que te llevaría de todos modos a nuevas y espeluznantes sesiones de corrección, de promoción y más promoción.
Como veis, hasta en las mejores familias los partos duelen. Y ante eso cualquiera de nosotros se ve tentado, siquiera puntualmente, a hacer otras cosas que desempeñen la honrosa tarea de impedirnos hacer precisamente lo que debemos: terminar de escribir de una maldita vez aquello en lo que estamos embarcados.
Exactamente lo mismo que estoy haciendo yo escribiendo este artículo.
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¡Deja de escribir en el blog y termina esa novela!!! (yo podría aplicarme el cuento también, y dejar de leer blogs y terminar, que también estoy en medio de una corrección xDD). Ains, ánimo :)
ResponderEliminarJajajajajaaaaa Gracias, wapa. A veces necesitamos una regañina XDD
EliminarMuy interesante, Morgan. Es curioso que nos pase justo a la inversa. A mi me cuesta empezar pero cuando lo hago, no suelo descarrilar. Bueno, puede haber algún desperfecto en las vías del tren y tardar mas en algunos tramos, pero ya es raro que no llegue a buen puerto. Me doy cuenta al leerte que, al final, va a ser cierto eso de que somos nuestro peor enemigo (junto con ese invento del diablo tan intersante para unas cosas y tan falso en otras, como es internet XD). Un abrazo compañera y ánimos con esa novela que ya no te queda ná!!!
ResponderEliminarMuchas gracias :-)
EliminarYo sé que al final llego XDD No sé cómo ocurrirá, pero he aprendido a confiar en que encontraré el camino. Otra cosa es que remolonee más o menos jajajajaaa
Hola, Morgan.
ResponderEliminarAinsss el proceso de corrección… Es verdad que es insufrible, para qué mentir.;)
Conozco compis que acaban hasta “odiando” amorosamente a sus personajes. Y, a veces, no es para menos. Es un proceso tedioso, pero merece la pena.
Mucho ánimo, Morgan. Yo estoy “intentando” terminar mi novela y me veo reflejada en todo lo que cuentas.;) La verdad es que ya tengo ganas de iniciar el proceso de corrección porque eso significará que he logrado poner la palabra “fin”. XD
Un besazo, guapa. Dale caña!!
Sí, es eso mismo. Un poco montaña rusa. Llegas al "the end" y es subidón porque has logrado culminar algo. Luego ves lo que te queda y se te cae el alma a los pies. Revisas y das por zanjado. De nuevo arriba. Y miras lo que viene... Y vuelta a empezar XDDD
EliminarPero hay ratos buenos, ¿eh? jajajajjaaaa
Gracias y suerte con la tuya. Nos vemos en el Olimpo ;-)
Yo debo de ser el único bicho raro que disfruta del proceso de corrección XD. Será mi vena de tricotadora :P.
ResponderEliminarConozco bien eso de "aburrirte" para mandar a los personajes de A a B y todavía mejor lo de revisar lo escrito y odiarlo. A mí lo que mejor me funciona es el Barbecho (siempre que me lo pueda permitir). Dejar la obra sin tocarla durante un tiempo (unos días, semanas...) A veces odias lo que tiempo después de te parece bueno XD. Después, le doy una lectura general, tomando notas en una libreta (si puedo en el e-book para no sentirme tentada a meterle mano) para comprobar si en general la cosa funciona... y a partir de ahí ya me meto en harina, centrándome primero en el que menos me gusta o necesita más cambios. Es un método anárquico y vas saltando de una cosa a otra, pero a mí me funciona y evita esa sensación de "ya es la quinta vez que leo este capítulo" XD
Lo que procuro no hacer es revisar mientras escribo el primer borrador o, si tengo que hacerlo, no toco nada y tomo notas sobre cómo retocar esa parte en el futuro.
Pd. También me entra cierto vértigo al llegar al final. De hecho, siempre acabo redactando los finales telegráficos y les doy cuerpo realmente en la revisión.
Pues parece que coincidimos en un montón de método (en realidad no-método jajajajajja). Lo de obligarme a no reescribir durante el primer borrador. Lo del final, que muchas veces me queda del tipo "maleta hecha a toda prisa, de esas que te tienes que sentar encima para que cierren", que me lo dijo una vez Shagga de un texto mío y me encantó XDD Es en la revisión cuando les doy su espacio y convierto el morse en texto. También lo del barbecho. Creo que eso es porque hace mucho que decidí no ser demasiado dura conmigo misma jajajajaaa Y así me dejo seguir mi instinto y hacer el vago un poquito, confiando en que es mi sabiduría interior, y no las malas tendencias, lo que me guía.
ResponderEliminarTambién me he ido normalmente poniendo notas (a veces, eso sí, no logro encontrarlas) que luego me permitan investigar temas o retocar cosas concretas.
La verdad es que creo que relaja mucho quejarse, pero en realidad no me gustaría estar haciendo ninguna otra cosa. Así que, en breve y a pesar de los pesares, tendré al niño listo y lo mandaré a ver mundo.
Gracias por escribir, querida alienígena ;-)