Hacer este postre así, a la antigua, resultó para mí extrañamente placentero. Amasar el queso fresco con las manos, ligar con las varillas el azúcar, la mantequilla y los huevos, batiendo enérgicamente. Oler los matices que se iban añadiendo con el limón y la canela... Me hacía sentir como si fuera una antigua hechicera urdiendo alguna de sus pócimas. Me hacía conectar con las fuerzas primarias, los alimentos, el poder de la urdimbre, los pasos y los nombres mágicos.
(Vale, estoy un poco pirada, pero, por favor, hagamos por un momento como si no XDD)
En mi opinión, totalmente a la altura de Las sombras de Atuan, el segundo libro de la serie, y muy por encima de La costa más lejana, el tercero, que no me ha terminado de entusiasmar precisamente. El libro que abre la saga: Aprendiz de mago, es una gran novela de fantasía, con sus propias y algo diferentes premisas. Su problema es que, al ser la primera, se queda por comparación con el resto algo disminuida: es una buena apertura, pero no llega a definir el trazo de la historia y los personajes como harán las novelas posteriores.
¿Qué tienen entonces de distintos el segundo y el cuarto libro para haberme dejado tan impresionada? Bueno, sobre todo que sale Tenar (y/o Arha), personaje que me encanta, y que a su lado Ged es distinto y mejor, mucho más interesante. Y que hablan de temas de especial interés para mí. En Tehanu sobre todo. ¡Y salen las brujas! Y mi niña quemada. Y el poder de la lengua antigua, la lengua de la creación. ¿Cómo no iban a gustarme por encima del resto?
Los personajes hablan mucho sobre el ser mujer y ser hombre. Como algo esencial y como algo hecho por la vida del mundo. Y del poder de ambos, si es que a las mujeres se les permite tenerlo alguna vez. Es Terramar un mundo donde los magos y los reyes, los que de verdad tienen valor y capacidad de decisión e influencia, son hombres. Las mujeres más sabias pueden tener su pequeña cuota de magia, pueden ser brujas, pero es un arte menor, mezquino y pobre. Y sus practicantes son mujeres solas, que eligen por tanto opciones transgresoras, sucias, zafias e iletradas, aptas solo para remediar males menores y urdir conjuros prácticos, como encontrar cosas perdidas o elaborar filtros de amor.
Tenar es una viuda de mediana edad en una sociedad campesina, una mujer normal que antaño tuvo poder, emanado de otros, y que saca sus propias conclusiones y piensa por sí misma. La vieja bruja le dice en una ocasión que para ella los hombres son como nueces; redondos, finitos, terminados en sí mismos. Por mucho poder, por mucha magia que tengan, son solo lo que son. Desaparece la nuez, se acaba todo. Y en cambio las mujeres son como árboles con raíces misteriosas. Imposibles de definir y sin contornos precisos y limitados. ¿Quién sabe que conexiones invisibles, qué relaciones hay entre ellas y el todo? Y Tenar escucha y añade a su propia sabiduría la de la bruja. Ella es puro amor, amor verdadero. Ama a los suyos, y a su niña quemada. Y ama a Ged. Él es un hombre peculiar y bueno. Sabio. Que sufre. Juntos hablan y comparten ideas. Y Ged la escucha como a un igual, y enseña y a su vez aprende de ella, y da y recibe.
Así que, según hacía yo mi quesada pasiega con todo esto en la cabeza, y disfrutaba como una auténtica (y lunática) bruja amasando y ligando aromas, pensaba sobre lo leído y me decía que es un gran poder el de urdir la trama de la vida y urdir la trama del alimento. Y que nos insultan a menudo a las mujeres negando la magia y el derecho a esos poderes; o nos convencen para entregarlos como si no hubiera otra forma de crecer e ingresar en el ámbito de poder del mundo, dibujado por los hombres, que renunciar a lo que tenemos, lo que nos han dejado hacer durante siglos.
¿Por qué parece que tiene que renunciar una mujer, para ser libre, moderna y activa; a declararse feliz y sentirse realizada siendo madre; o a preferir el patinaje artístico al fútbol; o a hacer calceta si le da la gana? ¿Es que acaso es incompatible, es que el cerebro, la inteligencia y una vida plena están reñidos con esas tareas o esas preferencias? Lo que cuenta en realidad es que puedas hacer lo que quiera que elijas, sin importar si eliges "bien o mal". No se trata de caer en el otro extremo y considerar que van contra la igualdad todas las elecciones más "tradicionales". ¿Quién decide qué es lo bueno y qué lo malo? ¿Quién, lo que tiene valor y lo que no? ¿Seguiremos permitiendo que nos definan los valores de otros? A mí me hace mucha gracia que, hasta hace bien poco, han sido los hombres los que nos han explicado cómo somos y sentimos las mujeres. Puesto que no teníamos voz como pensadoras, no teníamos presencia pública y visible, nos identificábamos con las definiciones que, por fuerza, nos daban ellos. Bien, es mucho lo que hemos evolucionado en los dos últimos siglos, pero aún están por cambiar ciertas definiciones y ciertos estereotipos, aún está por conquistar la verdadera libertad, que consiste en elegir por una misma.
Algunas veces me planteo también otra cosa curiosa. Se me ocurre pensar si muchos de esos avances que hemos conseguido las mujeres, en cuanto a reconocimiento y valoración de nuestras características de género, se deben, en igual o mayor medida que a nuestra propia lucha, a la de los hombres homosexuales. Como si fueran mejoras que hemos obtenido "de rebote" gracias a las reivindicaciones de ellos, también perjudicados por el patriarcado.
Hay tareas, tradicionalmente femeninas, que solo se han dignificado cuando han pasado a ser, al menos en parte, cosa de hombres. Hablo de cosas como la cocina, o la costura, o la decoración de interiores. Todas, cuestiones de las que siempre nos hemos ocupado nosotras (por no hablar del cuidado de los demás, la salud, la higiene...) pero que no han sido "importantes" hasta que un puñado de hombres han decidido hacerlas suyas. No todos homosexuales, claro, pero sí en un alto porcentaje. Porque ellos se han desmarcado también de sus imperativos genéricos y han elegido a pesar de ellos.
De pronto esos hombres han destacado por encima de los cientos, los miles y millones de mujeres que llevaban haciéndolo toda la vida. Esto es así en gran parte porque, como todo lo que la sociedad ha dejado como nuestro, lo que se hace dentro, en el ámbito privado o doméstico, no tiene la misma importancia que lo que se hace fuera, en la esfera pública. Como si resultara, por ejemplo, más difícil y meritorio apretar tornillos todo el día en una cadena de montaje que lograr ligar la mayonesa y servir una comida completa de tres platos. Como si requiriese más inteligencia sumar las cuentas de una empresa que llevar la economía familiar, a la vez que se vigilan los deberes escolares de los hijos. Como si fuera más artístico coser para fuera que hacerles toda la ropa a los tuyos.
Pero también obedece a otros aspectos. Lo singular causa más admiración que lo cotidiano, hay que reconocerlo. Y también, cualquiera sea su tendencia sexual los hombres son hombres, y poseen más mecanismos y parecen obtener mayor respeto a la hora de jugar al juego que al fin y al cabo han definido ellos. ¿Significa todo esto que estoy criticando a los hombres homosexuales? Habría que ser muy torpe para pensar algo semejante. Solo me lamento un poco de nuestra propia impotencia. De que debamos algunos avances a sus logros, y no al reconocimiento de lo legítimo de nuestras demandas.
Tal vez debería dejar de leer libros como este y limitar mis lecturas "feministas". Y tal vez debería dejar de cocinar.
Está visto que se trata de una actividad altamente peligrosa, que te llena la mente de ideas subversivas y asociaciones extrañas. No sé, quizá me tire a la calceta o al ganchillo.
Al menos, eso sí, la quesada me quedó estupenda.
Ay, las esferas, qué terribles contradicciones encierran. Hay mucho sobre lo que reflexionar y lecturas como estas, la de tu blog y las de Terramar, ayudan. Como amo de casa irredento entiendo a la perfección lo que es estar en el otro lado, el invisible. Muy interesante la entrada.
ResponderEliminarGracias, amigo ;-)
EliminarAmos de casa, ¡uníos! XDD