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jueves, 23 de octubre de 2014

París bien vale una misa

Así cuentan que se expresó el rey de Francia, Enrique IV, cuando, el 25 de julio de 1593 se convirtió al catolicismo para poder acceder al trono de Francia.

Rostro reconstruido de Enrique IV de Francia y III de Navarra.
     
A finales del pasado agosto visité París con mi familia, y las palabras del bueno de Enrique acudieron a mi memoria desde el principio. Nada más pisar la plaza que está delante del Hotel de Ville, después de atravesar de punta a punta el barrio de Le Marais, en un arrebato de pasión, supongo, llegué a pensar que no había ciudad comparable a esa que estaba contemplando. Todo era a mi alrededor XXL, todo piedra clara, todo luz reflejada por el gris brillante del Sena. Y la noción de que aquello era solo el principio, solo conseguía aumentar mi deslumbramiento. He de decir también que había un cielo gótico muy francés, pletórico de nubes oscuras y luz filtrada, que parecía haberse confabulado para que París luciera lo mejor y más parisino posible. Y que el aire resplandecía. Uno se volvía hacia el río, miraba la orilla opuesta, se giraba hacia atrás, a izquierda y derecha, y no podía dejar de contener el aliento...
         Pero empecemos por el principio, antes de que Stendhal me ataque de nuevo. Dejadme que os cuente cómo fueron esos seis días, agotadores, que pasamos en la capital de Francia. Y que os lo muestre, gracias a las fotos de mi fotógrafo particular, también marido, que creo que debió de hacer como mil.

Día primero, jueves.
Llegamos al Aeropuerto Charles De Gaulle muy temprano. Allí mismo se puede tomar un tren hasta la estación París Nord, desde donde queríamos transbordar metro para así llegar a Republique, muy cerca de nuestro destino.
         Salimos a la calle y sufrimos nuestro primer shock: una dama enorme, de piedra blanca, te mira desde la cima de un inmenso pedestal. Es la alegoría de la República francesa, con un rostro benévolo y hermoso, que preside una plaza descomunal que constituye uno de los centros neurálgicos de esa zona de París. A pocos pasos de allí, siguiendo una avenida amplia y con bastante tráfico, encontramos el metro de Temple, y justo al lado, nuestra calle, Rue Vert bois.

Le Marais - M. A. Rodríguez

Llevábamos reservado desde Madrid un pequeño (diminuto) apartamento justo al lado, que resultó muy cómodo y provisto de todo lo necesario. Nos recibió el dueño, un tipo encantador, y nos instalamos enseguida, ansiosos por salir a ver mundo. La casa se hallaba en un edificio muy bonito y con solera, podéis juzgar vosotros mismos por las vistas, pero que era por dentro como la escalera que yo me imagino subía Raskólnikov en Crimen y castigo. Estrecha, con paredes llenas de grietas y desconchones, y un ascensor de esos que requieren de mucha fe a la hora de utilizarlos.

Unas vistas muy francesas, ¿no? Deben de serlo, porque se me ocurrió enviar por facebook una foto igual, como acertijo sobre dónde me encontraba, y muchos de mis amigos dieron de pleno en la diana a la primera. ¡Snif! El misterio me duró menos de lo que tardé en enviar las pistas XDD
         Luego salimos a dar una vuelta por "el barrio", que resultó de lo más animado, y comimos allí mismo; en un italiano, naturalmente XD
         Tras un pequeño descanso, acometimos el camino a Notre Dame, primer objetivo turístico que nos habíamos marcado. Por el camino descubrimos una de las verdades básicas sobre París: las distancias NUNCA corresponden a la idea que te has hecho sobre el mapa. Siempre son muuucho mayores. Lo que, en un acceso de optimismo, te ha parecido razonable resulta ser una etapa del camino de Santiago. Eso sí, tiene sus compensaciones, no vas a ver nada feo. Nada aburrido. El paseo entero va a estar salpicado de portales misteriosos, edificios señoriales, tiendas curiosas (¡la de joyerías y tiendas de bisutería que hay en Le Marais!) y gente a la que mirar con atención, a ver si es verdad eso del glamour parisino y la adicción por la moda. Erróneo, en mi opinión. Un mito. Igual que el de que hay pintores por todas partes, en las calles, y la gente lleva boinas de esas tan chic. Que mis hijas se llevaron a ese respecto una honda decepción XD
Pero, ¡un momento!, parad, hagamos una pausa. Porque hemos llegado al Hotel de Ville, uno de los edificios más impresionantes que vamos a encontrar en esta etapa.

Hotel de Ville

Es la sede del Ayuntamiento y ha sufrido varias remodelaciones a lo largo de su historia. Aquí estuvo en primer lugar la llamada Casa de las Columnas, adquirida para el municipio en 1357. En el S. XVI fue sustituida por un palacio, ampliado en el S. XIX, incendiado y vuelto a reconstruir (está visto que les dio para mucho el siglo). Su historia es fiel reflejo de la historia convulsa de Francia.  
         Desde aquí se alcanza fácilmente el Puente de Arcole, que te mete de lleno en la Ille de la Cité, donde se nos iba acelerando poco a poco el corazón porque nos sabíamos a punto de contemplar otra joya de la corona: Notre Dame. Pero primero, ¡a disfrutar del río! En sus diferentes versiones.




Y aquí está ELLA, en una primera vista.

Y ahora por dentro, que es de auténtica piel de gallina. Tuvimos además la suerte de que estaban celebrando un oficio y una voz femenina cantaba... cantaba algo, que era en francés y no puedo precisar más.



A la salida, ¿qué ibamos a hacer, sino dar la vuelta completa y admirar a la Señora desde todos los puntos de vista?





Después de tanto arte necesitábamos reponernos. Tuvimos que cruzar al otro lado, al Barrio Latino, y pasear por sus calles en busca de una buena cerveza y sendos Nestea, que es la bebida que últimamente está de moda entre mis hiijas.


De vuelta al metro, para ir hacia casa, no pudimos resistirnos a la puesta de sol sobre la catedral. Comprensible, ¿no?



Cogimos el metro con urgencia, pues el fotógrafo tenía que ver a toda costa el Péndulo de Foucault, sito en el Museo de Arts et Metiers, y no sabíamos si lograríamos llegar a tiempo porque cerraba en breve. Nos paramos en la estación del mismo nombre, que es sumamente curiosa...


... Y conseguimos entrar en el Museo media hora antes del cierre. Aparte del Péndulo, el museo entero es una pasada, con vehículos antiguos (reales) expuestos a lo largo y ancho de su espacio, ya que es una antigual iglesia y han utilizado sus notables dimensiones de la manera más artística posible. Hay aviones suspendidos, coches y vagones sobre plataformas de cristal, que los hacen parecer flotando en el aire. Carretas, coches de caballos, las primeras bicicletas...
 


Y ya por fin, a descansar, que a esas alturas estábamos destrozados. Nos fuimos a casa, ya anochecido, y cenamos las compras del súper. Por cierto, allí no tienen caldo con el que poder hacer una sopa (plato estrella en casa), sino una especie de puré clarito, también en break, que lleva fideos. Casi nos cuesta un motín. Solo pudimos salvarlo mediante la solemne promesa de ir a desayunar al día siguiente a la francesa, esto es, según el concepto de mis descendientes, croasanes con mantequilla en alguna terraza de los alrededores.

 

5 comentarios:

  1. Bravo, bravo... vaya tour. Estuve hace 4 años en París. Fue mi segunda vez y sin duda volveré. Encantadora y apabullante ciudad. Una ciudad para caminarla, independientemente de las distancias. ;-)

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    1. Tú lo has dicho bien: apabullante XDD Pero por lo hermosa y la cantidad de todo que tiene. Mis hijas han venido con ganas de repetir, y eso es muy importante, significa que la dosis de museos y caminatas les ha merecido la pena XD

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  2. Día 1 de 6, y la crónica parisienne promete.Te seguiré puntualmente.

    Por muy poco no me pillas encaramado a la torre, buscando alcanzar la campana "Emmanuel". Uno tiene un pasado de monaguillo…

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  3. XDD No te veo yo de monaguillo.
    A nosotros nos ha quedado pendiente lo de subir a la torre, siempre hay que dejarse algo para otra ocasión ;-) Ya es casualidad lo de las fechas.

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  4. El camino a la santidad está plagado de arduas escalinatas… y de severas tentaciones: ¿si te digo "macarons", no estaré desvelando algo fundamental de la crónica de los próximos días?

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