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viernes, 27 de abril de 2018

WANGARI MAATHAI, la Madre de los Árboles



SON LAS PEQUEÑAS COSAS QUE HACEN LOS CIUDADANOS LAS QUE MARCAN LA DIFERENCIA. MI PEQUEÑA ACCIÓN ES PLANTAR ÁRBOLES.

Se podría decir que esta frase resume bien el pensamiento de la gran mujer que fue Wangari Maathai, una activista por el medio ambiente y los derechos humanos que comprendió desde muy pronto que ambas cosas son inseparables.

         Igualmente, a todos esos de los grandes discursos, los que siempre están dando lecciones y criticando las iniciativas de los demás, les iría de maravilla tener presente otro de sus pensamientos y «ensuciarse» de una vez las manos:

Wangari Maathai

PERO, ¿QUIÉN FUE WANGARI MAATHAI?
 
Hoy vamos a descubrirlo.

Nobel de la Paz 2004

(Biografía extraída de las páginas Biografías y vida y Huellas de mujeres geniales; y completada con Wikipedia)

Wangari Muta Maathai (Nyeri, Kenia, 1940 - Nairobi, 2011) Bióloga y ecologista keniana que recibió en 2004 el premio Nobel de la Paz.


Maathai nació el 1 de abril de 1940 en las tierras altas centrales de Kenia, entonces colonia británica. Su familia era kĩkũyũ, el grupo étnico más numeroso de Kenia, y residía en la región desde hacía varias generaciones. En 1943 decidieron mudarse a una granja de propietarios blancos, en el Valle Rift, cerca del pueblo de Nakuru, donde su padre había encontrado trabajo. ​ A finales de 1947 Maathai regresó a su aldea natal, Ihithe, con su madre y hermanos, ya que dos de estos iban a empezar la escuela primaria y en la granja no podían ser escolarizados. Su padre se quedó en la granja trabajando. ​ Poco después, con ocho años, Wangari comenzó a ir también a la escuela primaria de Ihithe junto a sus hermanos.
         A los once años se incorporó a la escuela primaria intermedia Santa Cecilia, un internado de la Misión Católica Mathari en Nyeri, donde permanece cuatro años. Durante este tiempo aprende a hablar inglés con fluidez y se convierte al catolicismo, haciendo suyo el credo de «servir a Dios a través del servicio a los semejantes». Al estudiar en Santa Cecilia, Maathai estuvo a salvo de la sublevación Mau Mau en curso, que obligó a su madre a mudarse a un refugio de emergencia en el pueblo de Ihithe. Terminó sus estudios en 1956 la primera de su clase y fue admitida en el Loreto High School de Limuru,​ que entonces era la
única escuela preparatoria católica de mujeres en Kenia.


En 1960, gracias a sus excelentes calificaciones y a la recomendación del obispo de Nairobi, pudo incorporarse a un programa financiado por una fundación norteamericana e ir a estudiar a los Estados Unidos. En 1964 se licenció en Biología por el Mount St. Scholastica College de Atchison (Kansas). Y dos años más tarde obtuvo el título de Master en Ciencias por la Universidad de Pittsburgh.    

En 1966, Wagari regresa a Kenia donde le ofrecen un trabajo como investigadora adjunta de un profesor de zoología en el University College de Nairobi. Sin embargo, en lo que ella consideró una decisión influenciada por su sexo y etnia, la solicitud de trabajo le es retirada. Durante dos meses busca trabajo en su recién independiente nación (Kenia se independizó tres años antes), hasta que se le ofrece una plaza en el nuevo Departamento de Anatomía Veterinaria en el University College de Nairobi. Aquí, en ese mismo año, conoce al que sería su futuro esposo: Mwangi Mathai, otro estudiante keniano que había hecho su carrera en Estados Unidos.

         En 1967, animada por el Profesor Hofmann, su jefe de departamento, viaja a la Universidad de Giessen en Alemania para estudiar un doctorado, que realiza en esa universidad y en la Universidad de Múnich.
         En la primavera de 1969, Wangari regresa a Nairobi para continuar sus estudios en la Universidad de Nairobi como profesora adjunta. ​ En mayo de ese año se casa con Mwangi Mathaiy, y poco después se queda embarazada de su primer hijo, al tiempo que su marido se presenta al Parlamento, perdiendo por un pequeño margen.
         En el transcurso de las elecciones, Tom Mboya, que había sido crucial para la creación del programa que la envió al extranjero, fue asesinado. Esto llevó al presidente Jomo Kenyatta a terminar con la democracia multipartidista en Kenia.
         Poco después nace Waweru, su primer hijo. ​ En 1971 se convierte en la primera mujer de África Oriental en obtener un doctorado, en su caso de anatomía veterinaria,de la Escuela Universitaria de Nairobi, que se convertiría en la Universidad de Nairobi al año siguiente. Presentó su tesis sobre el desarrollo y diferenciación de las gónadas bovinas. Su hija Wanjira nacerá en diciembre de ese mismo año.

Su condición de precursora en una sociedad que relegaba a la mujer a los pasillos académicos se confirma en 1976, al ser designada jefe del departamento de Anatomía Veterinaria de esa institución. Desde mediados de la década de 1970 compagina su actividad profesional científica con su preocupación por las extremas condiciones de pobreza en las que vivían miles de mujeres kenianas.
         Bajo la idea de que no podemos quedarnos sentadas a ver cómo se mueren nuestros hijos de hambre, promovió la creación del movimiento Cinturón Verde***, un programa que inició sus actividades en 1977 y cuyo objetivo se ha centrado en la plantación de árboles como recurso para la mejora de las condiciones de vida de la población. El programa ha estado destinado y protagonizado fundamentalmente por mujeres.

Diez años después de su matrimonio (en 1979) su marido decide solicitar el divorcio por ser ella «demasiado instruida, tener demasiado carácter, ser demasiado exitosa y demasiado obstinada para ser controlada».
         Su marido era miembro del Parlamento y hasta el más mínimo detalle del proceso de divorcio, que duró tres semanas, vio la luz pública. Los prejuicios culturales de la época hacia las mujeres instruidas hicieron que la prensa y autoridades dieran por hecho que el matrimonio había fracasado porque Wangari no cumplía con sus obligaciones y no obedecía a su marido, cebándose en su figura a modo de escarmiento público y advertencia a otras mujeres que tuvieran la osadía de desafiar la autoridad de sus maridos. Wangari explicó más tarde: «Entonces me di cuenta de que me estaban convirtiendo en un chivo expiatorio para que todo aquel que se sintiera resentido con las mujeres modernas, instruidas e independientes, tuviera oportunidad de escupirme en la cara. Así que decidí levantar la cabeza, sacar pecho y pasar el trago con dignidad: estaba decidida a demostrar a las mujeres y niñas que debían sentirse orgullosas y jamás avergonzarse de su educación, éxito y talento. "Lo que tengo –me dije– es motivo de celebración, no de vergüenza ni escarnio"».
         Previsiblemente, el tribunal falló en su contra, dejando a Wangari como única responsable del sustento y crianza de sus hijos. La sentencia la calificaba además como "cabezota, triunfadora, con mucho nivel educativo, demasiado fuerte y muy difícil de controlar". Salió de la sala sintiéndose traicionada, engañada y llena de dolor.
         Tras el divorcio su marido, Mwangi Mathai, le hizo saber que no quería que siguiera utilizando su apellido. Entonces a ella se le ocurrió la idea de añadir una «a» más al mismo y seguir usándolo, para no sentirse como un objeto cuyo nombre va y viene dependiendo de quién lo adquiere. «A partir de aquel momento solo yo decidiría quién era: Wangari Muta Maathai».
         Una semana después del juicio sus declaraciones en una entrevista sobre el fallo del jurado, diciendo que la única explicación que encontraba era que el juez fuera un incompetente o un corrupto, desencadenaron una serie de reacciones que la llevaron de nuevo a los tribunales, donde fue condenada a seis meses de prisión, arrestada de inmediato y conducida a la cárcel de mujeres de Lang’ata, en Nairobi. Su paso por la prisión fue breve debido a la presión social pero la experiencia marcó un punto de inflexión en su vida.
         Alentada por sus colegas, decide entonces (también en 1979) presentarse al puesto de directora del NCWK, el Consejo Nacional de Mujeres de Kenia, organización bastante influyente en aquella época que abarcaba unas veinte organizaciones diferentes, entre ellas, la que dirigía la propia Wangari, el Movimiento Cinturón Verde, fundado dos años antes. A pesar de que era el tipo de mujer que disgustaba a las autoridades ya que cuestionaba el statu quo dominante, consiguió ocupar la dirección del NCWK. El gobierno se lo haría pagar duramente, poniendo trabas continuas al desempeño de la labro tanto del NCWK como del Movimiento Cinturón Verde; el régimen tachó a Wangari de «desobediente» y trató de restringir sus actividades y acallar su voz.

En 1982 decide presentarse a las elecciones parciales al Parlamento con el propósito de enfrentarse en su propio terreno al Gobierno. Pero no solo le impiden presentar su candidatura sino que consiguen que pierda su plaza en la universidad como directora del Departamento de Anatomía Veterinaria, un puesto que había ocupado, con gran dedicación y profesionalidad, durante dieciséis años.
Llegaron entonces los momentos más difíciles, con tres hijos, sin trabajo, sin apenas ahorros y a punto de ser desahuciada de su casa. 
         «Tenía cuarenta y un años y, por primera vez en décadas, no tenía nada que hacer. Habría que empezar de cero. Pero para mí el fracaso siempre ha sido un acicate para volver a levantarme y seguir adelante. Cualquiera que haya logrado algo en la vida se habrá topado con diversos obstáculos; lo importante es salvarlos y continuar adelante. Esa ha sido siempre mi actitud. Y sí, a mí los obstáculos también me obligaron a detenerme, pero nunca a abandonar la carrera». 
         Wangari se rehizo. Aunque había perdido todo aquello que le proporcionaba una estabilidad (trabajo, casa, matrimonio, la opción de presentarse al Parlamento), todavía era directora del Consejo Nacional de Mujeres de Kenia (NCWK) y seguía al frente del Movimiento Cinturón Verde, entonces un proyecto en estado embrionario. En aquel instante tomó conciencia de que quizás había llegado el momento de comprometerse totalmente y ver hasta dónde podría llegar esa organización invirtiendo la fuerza, el tiempo y los recursos suficientes.
         La suerte pareció apoyar sus pretensiones, pues en 1981 surgió una oportunidad que cambiaría el curso de su vida y el futuro del Movimiento Cinturón Verde.
         En la Conferencia de Naciones Unidas sobre Energías Renovables que se celebró en Kenia tiene ocasión de hacer importantes contactos y despertar el interés de otras instituciones de Naciones Unidas por la labor del Movimiento Cinturón Verde. Gracias a ello, a finales de 1981 recibe una ayuda crucial, una importante subvención del Fondo Voluntario de Naciones Unidas para la Mujer, que incluía una pequeña retribución anual para vivir, lo que le permite dejar de buscar trabajo y centralizar todos sus esfuerzos en la expansión y coordinación del Movimiento Cinturón Verde, aplicando sus conocimientos y energía en un ámbito totalmente diferente.
         Tanto es así que a mediados de los ochenta el movimiento había expandido sus horizontes notablemente y exigía de Wangari una dedicación media de dieciocho horas diarias. Este nuevo impulso y esfuerzo se materializó en dos mil grupos de mujeres dedicadas al cultivo de los árboles, más de mil círculos verdes a cargo de escuelas y estudiantes del país y varios millones de árboles plantados.


Tras las desilusiones, el dolor y el rechazo al que había tenido que hacer frente en su país, a partir de 1985 comenzaron a llegar los reconocimientos internacionales. Uno de ellos, el premio Mujeres del Mundo, se lo otorgó en 1989 el grupo Women Aid, con sede en el Reino Unido, y recibió el galardón durante una ceremonia en Londres, junto a la madre Teresa y de manos de Diana de Gales.
         Estos premios fueron beneficiosos porque despertaron el interés de los medios internacionales hacia su labor, a la vez que permitieron aumentar el presupuesto del MCV. Sin embargo, el Gobierno de Kenia reaccionó de forma totalmente distinta, inventando formas de acabar con la organización cuando vieron que detrás había algo más que un «grupo de mujeres inofensivas plantando árboles». La educación en valores, responsabilidades y derechos que se propugnaba desde esta institución iba en contra de los intereses del Gobierno. Wangari abandonó la dirección del NCWK y el Movimiento Cinturón Verde se convirtió en una ONG independiente.

El segundo encuentro con la prisión de Wangari Maathai se produjo a raíz de su participación en un movimiento a favor de la democracia en su país. Ella y un reducido grupo de personas conocieron que se estaba planificando un golpe de Estado y Wangari estaba en la lista de personas que pretendían asesinar. Tras alertar a la prensa del golpe de Estado en ciernes, fue arrestada bajo la falsa acusación de extender rumores maliciosos, sedición y traición, este último delito castigado con la pena de muerte. Entonces tenía cincuenta y dos años y sufría de artritis en las rodillas. La estancia en una celda fría y húmeda le provocó un gran sufrimiento físico, al punto que, cuando compareció en los juzgados, apenas si podía ponerse en pie (sus rodillas nunca se recuperaron del todo). Por fortuna, en esta ocasión el juez decretó su libertad bajo fianza.
         Durante su traslado al hospital desde los juzgados, dolorida y abatida, recibió muestras de apoyo de numerosas mujeres que salieron a la calle. En una de las pancartas se podía leer: «Wangari, hija valiente de Kenia, jamás volverás a avanzar en solitario». Estas muestras de apoyo la conmovieron profundamente y le dieron fuerzas. También fue de vital importancia el apoyo que recibió del exterior, de los contactos internacionales que tenía en organizaciones que, a su vez, lograron que ocho senadores de Estados Unidos, entre ellos Al Gore y Edward M. Kennedy, presionaran al Gobierno de Kenia, quien finalmente retiró los cargos en 1992.

Tardaría poco en volver de nuevo al hospital. En esta ocasión, tras ser apaleada por la policía mientras prestaba apoyo a un grupo de madres que pedía que sus hijos fueran liberados de las cárceles donde estaban encerrados por sus ideas políticas, sin derecho a juicio. Durante el año que duró la resistencia pacífica de las madres, Wangari fue su líder, coordinaba y asesoraba sus movimientos y las acompañó en todo momento. En el transcurso de la lucha salieron a la luz pública numerosos casos de tortura sufridos por la población a manos del Gobierno. Finalmente, los presos fueron puestos en libertad ante la creciente presión nacional e internacional.

En 2002 se presenta de nuevo a las elecciones al parlamento, pensando poder continuar así, con más eficacia, su lucha contra la pobreza, la corrupción y la pésima política medioambiental, responsable de la pérdida de suelo fértil. Sale elegida parlamentaria y en enero de 2003 es nombrada viceministra de Medio Ambiente y Recursos Naturales del nuevo Gobierno de Kenia, aunque en este puesto como adjunta, que ocuparía hasta 2005, vería limitada la toma de decisiones acordes con sus ideales.

La mañana del 8 de octubre de 2004 Wangari recibe la noticia de la concesión del Nobel de la Paz. Celebra la noticia plantando un árbol, de rodillas, hundiendo sus manos en la tierra, y levantando la vista hacia el monte Kenia, su fuente de inspiración, tierra sagrada de sus antepasados.

En 2005, Maathai es elegida presidenta del Consejo Económico, Social y Cultural de la Unión Africana y nombrada embajadora de buena voluntad de una iniciativa dirigida a la protección de los ecosistemas forestales de la cuenca del Congo. Los seis últimos años hasta su fallecimiento proseguirá con su incansable labor asesorando proyectos, participando en foros mundiales o colocándose al frente de iniciativas ecologistas. Murió el 25 de septiembre de 2011 en un hospital de Nairobi, a la edad de 71 años. Y el planeta entero lamentó su pérdida. 

(Para ampliar esta información: la fantástica web HUELLAS DE MUJERES GENIALES, de la que he obtenido muchos de los datos.



***«Harambee es mi grito preferido», decía Wangari. Significa «todos a una».

  
Wangari Maathai



«Wangari Maathai recibió la noticia de la concesión del Nobel cuando se encontraba trabajando frente al monte Kenia, su preferido, y lloró recordando a esas miles de mujeres que se habían puesto en marcha en su país para conseguir una vida más digna.
         “Si vas al campo en África verás que son las mujeres quienes cultivan la tierra, van a buscar agua, cuidan a los hijos, a los mayores. Por eso era para mí natural trabajar con ellas”, opina Wangari. “Mi idea inicial era plantar árboles que proporcionaran a las mujeres leña, frutos y materiales de construcción para sus casas. Pero lo que ocurrió”, sigue explicando, “es que las necesidades descritas por las mujeres eran en realidad síntomas de otros problemas como la deforestación o la propia situación de las mujeres y de esta forma fuimos profundizando en temas como la degradación del medio ambiente, la malnutrición, las enfermedades. Me di cuenta de que, aunque parecen problemas distintos, están conectados”.
         Esos descubrimientos y su gran fuerza interior la llevaron a crear en 1977 el Movimiento Cinturón Verde (The Green Belt Movemet). En 1986 su ámbito se había ampliado a otros países de África y en la actualidad se considera uno de los proyectos más exitosos en lo referente a desarrollo comunitario y protección medioambiental. Desde su puesta en funcionamiento, las mujeres pobres de África han plantado más de 30 millones de árboles en el suelo de ese continente.

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