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martes, 7 de abril de 2020

#LecturaGratis #EnCuarentenaSeLee

Si sueñas con bosques

El relato que comparto hoy forma parte de una antología colectiva que sacamos la gente de NEUH, el colectivo de autoeditores al que pertenezco, con relatos de corte hopepunk***: Antología colectiva Neuh


antología neuhopepunk


El relato, en su primera formulación, estaba escrito desde bastante antes y fue solo el azar (o la Providencia, el Destino...) lo que lo llevó a formar parte a última hora del proyecto que se estaba gestando en Neuh en torno a un estilo o enfoque literario que, aunque ha existido siempre, solo ha adquirido nombre o etiqueta muy recientemente.
         La historia juega con los sueños y con el bosque como ecosistema complejo y misterioso que ejerce un fuerte influjo en todos los seres vivos que con él se relacionan, incluidos, por supuesto, los humanos. Imaginad que el escenario de alguna forma determinara la acción. Que el ambiente que nos rodea nos afectara a niveles tan profundos que nos atrajera irremediablemente hasta un centro y un desenlace determinado. Y que lo que vives en un sueño fuera más real y significativo que lo que pasa en la vigilia. Con todo eso... Aquí está el resultado.


Si sueñas con bosques

L. G. Morgan



Y aunque tú ya no estés,
en mi cuerpo hay mil espejos
por donde yo te puedo ver.
Mil Espejos (NudoZurdo)


Sueña. Es consciente de que se trata de un sueño.
Está dentro de un bosque a la luz de la luna. No sabe cómo ha llegado allí. Siente una especie de urgencia o acusada intranquilidad. Las frondosas ramas se alzan ominosas sobre su cabeza y le mantienen preso. Sin embargo, la luz le permite ver bien alrededor. Camina hasta un claro y la descubre. Ella. Como si estuviera aguardándole. Y una sensación de cumplimiento le hace olvidar cualquier duda, cualquier temor.
─Te conozco –dice él, y siente que es cierto, en un sentido más profundo que nada que haya pensado alguna vez.
─Te conozco –contesta Ella.
Solo en un sueño se puede decir algo tan estúpido y que no parezca absurdo. Más que eso, tiene sentido. Esa simple declaración les acerca con un vínculo tan intenso que no parece terrenal.
Él la toma en sus brazos y la estrecha muy fuerte. Respira el olor de su pelo brillante. Saborea el tacto de su piel cremosa.
Ella le ciñe la cintura con posesiva seguridad. Y le besa como no le han besado nunca.
Un hambre insaciable les ahoga, diluye su consciencia, les hace olvidar cuanto no sea el deseo. Entonces se devoran el uno al otro. Se entrelazan, se retuercen. Y en el suelo mullido de hojas se entregan con desesperación el uno al otro, como si el mundo se tuviera que acabar mañana y ese fuera su último sorbo de vida. Se poseen, compartiendo su aliento vital, sus almas, hasta quedar colmados. Las manos unidas. Los ojos perdidos entre las húmedas hojas relucientes.
Después de una eternidad plácida y llena, Él se duerme dentro del sueño.
Y se despierta en la realidad, sofocado y a oscuras, y se siente el más desgraciado de los hombres, porque acaban de expulsarlo del paraíso.
Amanece en una habitación triste. Es una estancia oscura, desordenada y sucia, abarrotada de libros. Un viento helado se cuela por los resquicios de las viejas ventanas. Las paredes rezuman humedad. Él no ha podido volver a dormir después del sueño. Pero aun despierto, la fantasía aterciopelada y cálida en la que acaba de vivir se resiste a abandonarle. No quiere que le abandone. Sigue profundamente preso en el bosque, sigue inmerso en la visión de los ojos intensos de Ella y en la atmósfera húmeda bajo las hojas. El recuerdo se adhiere como una sustancia espesa, pegajosa, a su piel y a su conciencia. Le llena cada poro, los ojos, los oídos, dejando poco espacio para la realidad
Pero qué es real, se dice. No acaba de aceptar que la verdad habite en el mundo gris que atisba a través de la ventana. Es más de verdad el bosque plateado de luna donde vive Ella. El solo desea volver a dormir, aunque sabe que no es posible.


El mundo real es un lugar inhóspito y cada vez más vacío, una grisura sin esperanza en la que se hunden los pocos alumnos con los que se topa en el Campus.
Pasa todo el día como un autómata, viviendo a medias, la mitad de sí mismo sumida en los restos del sueño que no olvida, que no se borra de su conciencia ni un solo instante. Está confortablemente sumergido en él, como en un útero materno acogedor y blando. Solo desea volver a dormir. Y todo el tiempo, cada vez que piensa en Ella, siente una cálida sensación invadir su entrepierna; olas ardientes de excitación, arrolladoras, se apoderan de él y le hacen sentir que nunca ha estado tan vivo. Pero no hay urgencia ni premura en ello. Es un estado de placentera plenitud, la convicción de estar lleno del sabor de ella, de su olor, de la suavidad de su boca caliente y sus manos valientes recorriéndole por entero, reclamando imperiosas cada parte de su cuerpo. Él fue suyo. Y sabe que Ella, aquella mujer que la sensatez le dice que no existe, fue suya también. Están unidos más allá de la vida y la muerte.
¡De la muerte!, advierte con sobresalto. No puede explicar por qué tiene esa irracional certeza, de dónde le viene tan descabellada idea. Sin embargo, es algo que siente en las tripas, se lo dice el corazón. Y el suyo no miente.

Sueña con un bosque. Tampoco ahora sabe cómo ha llegado allí. Altos y lisos troncos, hojas de verde y plata. El aire húmedo tiene una cualidad de espesura que se hace presente en torno a él. Un chorro de luz lunar inunda un camino. Está lleno de zarzas y espinos, intransitable.
Él la busca. En cada resplandor entre la fronda umbría espía su aparición. Da vueltas en círculos cada vez más estrechos. Se marea. Se ahoga. Tiene que encontrarla.
Y por fin la ve. Solo que en realidad no es así; más bien la intuye, la percibe. Como si estuviera ciego, se da cuenta de que en el sueño no puede ver, solo tocar, oler, saborear... Y sentir con una profundidad que no reconoce. Sus sentidos están anormalmente desarrollados, todo es tan intenso que casi duele. Y Ella lo llena todo. Estar con Ella es lo único real. Eso y el miedo a perderla al despertar. Por eso se aferra a su carne como a la única tabla de salvación posible. Y nota que ella hace lo mismo. Son dos náufragos que se ahogan en un mar que bulle y se agita alrededor, con olas rugientes que tratan de hacerles zozobrar. Todo se mueve en los bordes de la espiral. Y en el epicentro se abrazan ellos.

Otra vez el despertar es amargo. La mañana ácida y turbia, como un amanecer de resaca, le arranca de la cama y le convierte de nuevo en un muerto viviente. Otra jornada que ha de pasar desgarrado, desgajado del tronco de donde bebe la savia imprescindible, donde recibe el único alimento que le hace estar vivo. Arrastra su cuerpo por clases, cafetería y laboratorios silenciosos. La sensación de plenitud le ha abandonado, solo siente mutilación y nostalgia. Ha de volver al bosque para poder respirar. Apenas soporta la espera hasta la noche.
Se acuesta temprano, a las nueve. Y al fin duerme...

Esa noche algo es distinto. Es el mismo paisaje de hayas y centenarios castaños, pero esta vez puede oler una sensación de peligro que se insinúa en el viento. Las hojas se frotan entre sí, susurran nombres que no distingue. El miedo se mastica. Cree que algo acecha, escondido en las sombras que proyectan las ramas oscilantes.
Eso, lo que sea, parece aguantar la respiración, esperando el momento de cazar. Aguardando el instante preciso para dar el salto y abalanzarse sobre la presa, matarla de un solo zarpazo, de un tajo, un corte, un mordisco que la haga desangrarse.
Él lo sabe. Sabe que Eso está allí, en la oscuridad. Y, de algún modo, sabe lo que quiere: necesita matar y comer.
Busca a su alrededor con creciente angustia. Teme por Ella.
Por fin la ve. Son solo retazos de imágenes que pasan a velocidad de vértigo. Ella corriendo. La luz blanca reflejada en sus ropas al viento. Su pelo brillante flotando como una aureola en la penumbra del bosque. Su rostro aterrado...
Entonces Ella le mira, por primera vez, y sus ojos se encuentran y tratan de decirse lo que sus voces no consiguen. Él puede ver cómo el pánico hace aumentar las pupilas de Ella, que se desespera por hacerle entender algo. Grita, mas Él no logra oír lo que dice.
Le desgarra la frustración. La impotencia. Tiene que ir junto a ella. Tiene que salvarla. Dentro de un momento será tarde. Pero algo le retiene ahora. No sabe qué es, solo que le impide moverse. El bosque mismo se abalanza sobre Él para someterlo y enterrarlo entre verde y espesa selva.
Trata de luchar, araña, muerde, patalea. Se debate...

Se despierta empapado en sudor, enredado entre las sábanas húmedas. Tarda un rato en recuperar la respiración. Al otro lado del cristal, hilachas grises de madrugada anuncian el nuevo día.
Se pone en pie y se marcha deprisa, como si estuviera huyendo, a correr entre los edificios desiertos del campus. Corre y corre hasta que le estallan los pulmones, hasta que los latidos de su corazón le retumban en los oídos y amenazan con romperle los tímpanos. Hasta que se borran los vestigios de civilización y deja atrás el eco más leve de cualquier sonido humano.
A duras penas contiene un alarido, que pugna por escapar de sus labios.
Se detiene al fin, en los límites del bosque que comienza allí.
Es curioso, nunca ha llegado tan lejos antes. Nunca ha sido consciente de qué hay fuera del perímetro donde el orden y la cordura académica rigen el destino de los días. Nunca se ha preguntado siquiera cómo sería el paisaje o si habría algo de interés que ver. De pronto se siente ganado por el pánico. No sabe por qué. Solo alcanza a sentir que el terror hace presa en él y que no puede zafarse.
Da media vuelta y se encamina con pasos rígidos, controlados, de vuelta a la seguridad del mundo pulcro y metódico donde sabe que estará a salvo.
Y al tiempo que recobra la tranquilidad, se siente desgarrado inesperadamente por el anhelo de Ella. Tiene más ganas de Ella de lo que ha necesitado nada en la vida. Su cuerpo y su mente la reclaman con la misma desesperación de un brutal síndrome de abstinencia.
Nunca ha deseado así a ninguna otra mujer, real o imaginaria. Y nunca ha querido tanto a ninguna otra persona. Lejos de Ella no está vivo.
No puede creer que esto sea la vigilia y aquello el sueño. Su cerebro trastornado le dice que es ahora cuando está dormido. Y que necesita regresar a los paisajes de su imaginación para volver a nacer.
Es casi cuando está de vuelta en la Residencia cuando se fija en un tablón de anuncios lleno de avisos. Pertenece al departamento de Antropología Social. Hay una foto de un equipo de trabajo que lleva a cabo una investigación puntera para el departamento. Y allí, entre dos tipos barbudos con pinta de exploradores, está su rostro, el de Ella.
¡Así que existe!
El corazón se le desboca, Él lo sabía, lo sentía, aún así... La convulsión es tan fuerte que le parece perder el equilibrio. Él no la había visto nunca, no la conoce, no ha podido hablar con ella... ¿qué le está sucediendo?
Entonces se dedica a estudiar el panel con más atención, con la esperanza de descubrir algún detalle adicional. Pero lo que ve lo deja sobrecogido. Hay un montón de fotos de chicas y chicos de distintos cursos, en color o en blanco y negro. Sobre todas ellas planea el mismo rótulo: Desaparecido, acompañado de fechas que se remontan, en algunos casos, hasta un año atrás. Y una larga lista de números de teléfono que demandan información sobre familiares y amigos.
«¿Cómo es posible?» se dice. «¿Cómo ha podido desaparecer toda esa gente mientras Él se ha mantenido al margen, ajeno a todo? ¿Cómo ha estado tan ciego? ¿Y por qué las autoridades universitarias no han tomado cartas en el asunto, se extraña, y la policía no ha emprendido interrogatorios en masa en cada una de las facultades?».
Sin previo aviso, vuelve a sacudirle la ya conocida impresión de irrealidad, como si se hubiera colado en una dimensión equivocada. Luego el pánico. El mismo terror irracional que ha experimentado hace escasos minutos en el bosque. La misma sensación de peligro inminente. Quizá es ese mismo peligro lo que agudiza sus sentidos y fuerza una conclusión. ¿Qué tienen que ver los desaparecidos con el equipo de investigación, y por tanto con Ella? ¿Es posible que se encuentre entre los primeros? Corre hasta la siguiente cristalera con el alma en un puño. Allí alguien ha reunido cuidadosamente, por medio de recortes de periódico que amarillean bajo la luz inclemente, la historia de una tragedia.
Todo tiene que ver con el bosque. El espacio verde de sus sueños. Fiestas de estudiantes de las que alguien no regresa. Denuncias por ruido y escándalo. Animales muertos, robo de ganado… Según dice el periódico más sensacionalista, el pánico ha empezado a extenderse entre alumnos y profesores del Campus, las sospechas y las consiguientes denuncias no se han hecho esperar. Las autoridades académicas han prohibido el acceso al parque forestal. Los vecinos de los alrededores culpan a la universidad y a los estudios y experimentos que esta lleva a cabo. La iglesia evangelista habla de profanaciones. El párroco católico de asuntos con los que no se debe jugar.
Un recorrido frenético por noticias y fotografías le devuelve la esperanza: Ella no está entre las posibles víctimas, aún no. Y Él se va a ocupar de que siga siendo así, lo jura.
Vuelve a su habitación, decidido a ir a su encuentro a cualquier precio. Tiene que volver a dormir. Necesita encontrarla.
Se toma un par de pastillas. El sueño no acude. Se agita invadido por el más inmenso infortunio. Ha de esperar. Debe cumplir la condena estipulada, parece ser necesario.
Y el día se desangra lentamente en minutos espesos, hasta poder volver a nacer.

Ha aprendido los mecanismos. Ahora es Él quien conduce el sueño. Se introduce en la espesura y se deja envolver por el verde aliento de los castaños tiernos. Hojas repletas de savia. Ramas extendidas que se ciñen a los contornos que definen los troncos añosos. Anuncios de vida nueva, de veranos que se adivinan en la brisa de la noche templada. Respira. Saborea. Todo está bien.
Muy lejos, a través de ramas, hojas y arbustos, cree ver un resplandor. Ella acude a la cita. Se queda extasiado un momento, contemplándola. La luna le ha prestado su blancura fría y un halo la rodea. Parece flotar en el aire transparente, como un alma etérea e incorpórea. Sin embargo, Él sabe de su carnalidad cálida, conoce el peso de sus huesos y la realidad de su piel. Y ha escuchado su voz susurrándole al oído.
Mas, de lejos es tan pálida...
De golpe es como si una nube hubiera velado la luz.
Pozos de sombra se han alzado en torno a Él. El aire chisporrotea cargado de electricidad. Un olor nauseabundo, tenue al principio, invade sus fosas nasales. Siente un cerco alrededor, un estrecho cerco invisible que le oprime y le ahoga. Los contornos de las cosas se ahondan y difuminan como imágenes de carbón. Los árboles se tensan e inclinan, las hojas se estremecen y parecen aguantar la respiración.
Y Ella, tan lejos, ya no parece blanca y flotante; su rostro se desencaja en una mueca de terror. Grita y grita. Trata de correr...
Él cree morirse de miedo. Le cuesta moverse. Algo helado le rodea y le retiene. Sus movimientos son lentos, trabajosos, se agota en el esfuerzo, levanta los brazos, estira las manos, en un intento inútil de llegar hasta Ella, de salvarla.
Y lo último que ve, lo último que recordará, son los ojos de Ella haciéndose más grandes, su mirada desbocada pidiendo auxilio.

Hoy todo tiene que ser distinto, se dice al despertar. Hoy va a cambiar el estado de las cosas, va a forzar el destino, o lo que sea; va a alterar el curso de la realidad. Se lo debe. A Ella y a todos los otros. Porque Él «sabe», conoce, lo que esconde el bosque.
Viaja a la ciudad y logra hacerse con un mapa de la zona. El parque empieza en la linde del campus, hacia el este. Viene reflejada en el plano su enorme extensión y su elevación progresiva. En el centro, las curvas de nivel se aproximan indicando la máxima altura.
No sabe bien de qué va a servirle cualquier mapa para encontrar un lugar que ha visto solo en sueños, solo que le da una cierta tranquilidad, como si estuviera haciendo algo positivo y tangible para poner punto final a sus terrores y angustias.
Las reglas del juego han cambiado, ahora va a vivir, en la consciencia, lo que ha experimentado solo en los sueños. O en las pesadillas, rectifica. Tiene que recrear el escenario onírico que ha albergado su mente y su imaginación esas otras veces, e intentar cambiar el final.
Se prepara con todo lo necesario. Mete en un macuto una linterna y una brújula, algo de comida y agua —no sabe cuánto tiempo deberá hacer guardia— y ropa de abrigo suficiente. Lo último que coge es un machete que no ha usado nunca pero que le da cierta infantil sensación de explorador profesional.
Aguarda la noche. Ha de haber salido la luna. Ha visto en el calendario que hoy estará llena. Como tópico no está mal, todo misterio insólito y trascendente sucede siempre en luna llena, se dice sarcástico.
Llega andando por su propio pie, aunque le parece cabalgar a lomos del mismo sueño que ya conoce. Sabe que está despierto, aun así le cuesta creerlo. Realidad y ficción se han ido anudando, entrelazando y confundiendo para Él con el correr de los últimos días. Ya no puede distinguirlos.

El bosque es espeso y profundo, tal y como lo conoce en sus fantasías. No necesita la linterna; los ojos se le acostumbran enseguida a las sombras, mitigadas por la luna. Lo que requiere mayor esfuerzo es quebrar la maleza, impenetrable en algunos tramos. Y orientarse. No hay senderos ni caminos precisos, solo caprichosos atajos delimitados por los árboles altos.
Una intuición precisa, sin embargo, le lleva en pos de la memoria hacia el interior profundo y recóndito. Tras un buen rato de caminata alcanza el claro tapizado de hierba donde la encontró la primera vez. Lo reconoce sin ninguna duda. El recuerdo de su pasión flota en hilos tenues por todas partes. Su amor encendido ha dejado un poso de dulce y honda nostalgia en la hierba y en los troncos, en las hojas anchas y en las sombras que como encaje teje la luna.
Se entretiene sin querer, paralizado por la añoranza de su cuerpo y sus ojos, los de Ella. Pero no hay tiempo. Ha venido a salvarla.
Y entonces, de golpe, lo percibe esa noche por primera vez.
Debajo de los ecos de su ardor y su delirio adivina otra cosa. Como si estuviera de nuevo soñando, un presentimiento lo envuelve. Es algo impreciso que flota en el aire y en la tibia oscuridad, algo que invade insidioso y sutil cada rincón, como un mal olor desenmascarado bajo un perfume caro. Un hálito primario, atávico, que dispara de un golpe todas sus alarmas.
Echa a correr. La ominosa presencia le sigue. Su corazón se desboca, el aliento le quema. Bocanadas rápidas e intensas, zancadas precisas de corredor de fondo. Un jadeo crece detrás.
A lo lejos acierta a adivinar un reflejo. La luna desvela una blancura en movimiento, que parece flotar sobre la verde mancha de la hojarasca. Relámpagos de Ella, de su carne caliente y de su pelo enroscado en mechas que son como serpientes.
Elige esa dirección. Hay una abertura delante, en medio de la espesura. De un solo paso salva la distancia que le separa de ella y cae... No, no cae, tropieza con algo, y unas correas se abaten desde algún lado sobre Él y lo levantan en el aire. Es demasiado rápido, no lo comprende. Solo ha llegado a escuchar un sonido agudo y sibilante y la trampa se ha cerrado sobre su cuerpo, una red de cuerdas que le apresa como a un animal cazado.
Zarandea las cuerdas, grita y se debate, se agita tratando de hacer caer la red y romper el cerco.
Muy lejos aún, Ella viene corriendo hacia Él. La ve gritar pero no logra entender lo que dice. Su pecho se agita por el esfuerzo. Los ojos se le dilatan de pánico. Tiende las manos hacia Él en un gesto inútil.
Puede ver su pavor, puede sentir como propia su angustia. Y esta vez comprende que es por Él por quien teme, por quien se debate contra los elementos. Y el terror que hay en sus ojos, el terror que desfigura su expresión en los sueños, es miedo por su vida, por no ser capaz de llegar a tiempo de salvarle.
La mira y grita también, quiere decirle de golpe tantas cosas... Entonces siente un dolor intenso y cegador en la cabeza. La luz lo abandona y Él se sume inevitablemente en el más hondo abismo.

Ella sabe que esa noche será crucial. Los sueños la han conducido hasta ese momento. Toda su vida, en realidad, la ha conducido a ese momento.
Hace tiempo que ha dejado de plantearse las preguntas de rigor, ya no le inquieta cómo explicar lo imposible. Ha perdido cualquier importancia el hecho de saber la verdad. Ahora ha decidido actuar. Aceptar las cosas como son, o como las está viviendo, sin preocuparse por la lógica o la realidad de todas ellas.
Resume mentalmente sus creencias, las pocas que ahora importan. Cree en Él y en Ella, juntos. Cree en el destino que les une, más allá de toda razón. Y cree en la existencia del Mal, como algo igual de primitivo y esencial.
Ella se sabe fuerte, y va a enfrentarse a aquello que quiere destruirles. Va a vencer o morir. Esta noche.

Con la llegada de la oscuridad se dirige al bosque, que empieza al cabo de un kilómetro desde donde termina el perímetro de la Universidad. Sabe de su extensión. Conoce su espesura. Lo ha investigado a fondo. El estudio que lleva a cabo para el departamento les ha permitido, a Ella y a los demás, descubrir desde el principio la extraña energía que posee el lugar.
Han examinado a conciencia la historia y orígenes de un dolmen primitivo que se alza solitario en el centro del bosque, enclavado en un afloramiento de roca en la parte más alta del arbolado. Al igual que otros monumentos megalíticos, parece haber sido levantado sobre una línea de fuerza o de poder, un enclave donde, según las creencias de diversos cultos, la energía telúrica se concentra y actúa sobre el mundo visible.
El hondo calado que tienen las fuerzas del bosque en los seres de alrededor es incuestionable. En el curso de sus indagaciones, los miembros del equipo han ido desempolvando leyendas sobre aquelarres de brujas y prácticas satánicas. Han tenido noticia de insólitos avistamientos de ovnis e incluso de alguna abducción. Y para culminar la leyenda negra que pesa sobre el lugar está el tema de las desapariciones y los asesinatos recientes. Es, precisamente, indagando sobre ese tema cuando todo cambia de pronto, y lo que había empezado como una investigación puramente académica adquiere un cariz en verdad dramático.
Todo empieza con una llamada del Rectorado, convocando a su jefe y a todo el equipo a una reunión de urgencia. Antes nadie había apostado un duro por su proyecto, pero ahora el Rector está desesperado y acude a ellos como último recurso, después de que la policía y el resto de autoridades competentes se hayan mostrado incapaces de acabar con la oleada de crímenes. Un poco tarde, se indigna Ella al conocer el alcance de los terribles sucesos que, con total nerviosismo, refiere el catedrático. 
El primer caso se remonta a un año antes, cuando unos excursionistas encuentraron el cadáver semienterrado de un hombre entre las hojas del bosque, cerca de unas piedras. Unas semanas después un pastor halló otro cuerpo, esta vez de mujer, bien visible en un claro junto al camino de subida al dolmen. En ambos casos se trató de crímenes que conmocionaron a la policía local por su salvaje e inhumana brutalidad y que a día de hoy siguen sin resolverse. La conexión con el Campus se mantiene en secreto «para no alertar sin motivo a los alumnos y, de paso, al asesino o asesinos», se justifica el Rector. «O para no afectar la reputación del centro», ironiza Ella para sí. A lo largo de los meses, sin embargo, el asunto se agrava y empiezan a filtrarse algunos datos. Los asesinatos se vuelven más brutales aún, mientras se multiplican las desapariciones. Siempre se trata de estudiantes, profesores o personal vinculado a la Universidad.
Después de eso, la investigación continúa su curso, con más empeño si cabe, pero también con mucha más precaución. Ahora se juegan la vida. Ella elabora su propia hipótesis sobre el asunto, callándose la parte que le afecta personalmente, porque está segura de que nadie va a creerla, nadie va a lograr ver el asunto con sus ojos. Y llega a una conclusión estremecedora.
Ahora está segura de que son las fuerzas ignotas del bosque las que los han convocado, a Ella y a Él, hasta su centro. Les han conducido con una atracción irremediable a través del mundo inconsciente de los sueños, donde sus defensas están bajas, donde pueden dejarse llevar y ser ellos mismos.
No se habían visto nunca, hasta el momento de soñarse, y sin embargo sus mentes se reconocieron, tal vez se sabían semejantes. Esa intangible afinidad, cree Ella, ha logrado abrir corrientes subterráneas entre sus vidas paralelas. Y gracias al bosque han encontrado el camino y la manera de unirse.
Sabe con la misma seguridad que en la verde y profunda espesura hay otros seres capaces de sufrir el mismo místico influjo. Criaturas desconocidas sobre las que las fuerzas del bosque centenario actúan con igual seducción.
Ella ha visto en los sueños a una de esas criaturas. Es un hombre que acecha para matar. En los sueños Ella lo sabe, lo presiente. Ha llegado a advertirle espiando sus encuentros. Un intruso en su mundo de emociones desbordantes. Ha matado antes, allí, y volverá a hacerlo si Ella no lo detiene. «Tiene que ser “el” asesino», se dice. Está segura. Sin embargo, no sabe quién es ni dónde atacará. Por eso ha acudido al bosque, de noche, para revivir el terror y ponerle fin.
Se adentra entre la fronda. Sigue caminos invisibles pero que le han sido revelados en sueños. Como le fue revelado Él. Como se le reveló el amor que hay entre ellos. Sube entre árboles húmedos hacia la cima donde el dolmen, envuelto en oscuridad,  va a convertirse en su atalaya. Allí puede observar todo el terreno. Tiene que descubrirlo a tiempo. Y tiene también que encontrarlo a Él, para advertirle del peligro y lograr que escape del cazador.

Como si no hubiera distancia que les separase, de pronto le ve, casi enterrado entre el verde que desdibuja su silueta, caminando despacio cientos de metros más abajo. Por primera vez en carne y hueso, fuera de los sueños, cálido y tangible.
Se detiene, se queda parada y quieta en la cumbre junto al dolmen dormido, como si necesitara grabarse bien cada detalle, empaparse de esa sensación, ese momento. Y entonces un anhelo insaciable la anega como un maremoto imparable. El deseo inoportuno.
Su pelo espeso y negro. Su pecho ancho. Sus manos amables y a la vez fuertes, exigentes.
Y necesita sentirse de nuevo llena de Él, completa.
El corazón se le viene a la boca.
Quiere morirse de amor en ese instante preciso para no despertar jamás, soñar su amor como otras veces, deshacerse en lava ardiente para pegarse a su piel, respirar por sus poros, beberse el agua de su boca... Para siempre hechos uno. Sin arrostrar peligros que tal vez les separen, sin necesidad de enfrentar la amenaza que ahora pende sobre ellos.
Una angustia atroz la traga de súbito. Presiente que va a perderle. A Él. A su compañero. Quiere gritar y no puede. Sabe que el enemigo es poderoso, su deseo oscuro se nutre de la misma fuerza que Ella, de la misma energía que Él. Pero es un deseo de muerte. Viene a saciar su hambre, un hambre antigua como el mundo que solo se aplaca con la destrucción y la muerte.
Oh, Dios, gime Ella para sí, Él no está preparado. No puede imaginar el Mal que acecha. Ella, en cambio, lo ha visto antes. Con muchas formas, con distintos aspectos. Puede reconocerlo agazapado en el bosque, alimentándose de las sombras y los surcos verdes, de la humedad oscura que lame las rocas y se filtra en los líquenes. Ahora tiene la forma de un hombre. Lo reconoce de igual modo. Respeta su poder. Lo teme.
Echa a correr, sabiendo que puede que no llegue a tiempo. Como las otras veces, como siempre en el sueño repetitivo que los convoca, a ellos dos, para separarlos luego.
La distancia es ingobernable. Se estira auxiliada por matorrales tupidos y escaramujos, hiedras y enredaderas que estorban la carrera de Ella. La luna relampaguea en haces de luz que se proyectan de tanto en tanto. Puede notar el aire frío en la cara y su pelo enredado en las espinas y las ramas bajas. Se debate, comienza a gritar.
Tiene que llegar hasta Él, que está ajeno a todo, al peligro, buscándola. Ahora puede verle fugazmente, pero solo cuando las ramas clarean. Se va a meter directo en la boca del lobo, aprisionado en las redes invisibles de la trama, para ser devorado después, aniquilado.
Le llama mil veces, le grita advirtiéndole del peligro. El viento se lleva su voz, la levanta hasta las copas oscuras para prenderla en las ramas y perderla después.
Entonces Él cae en la trampa. Ella lo ha visto venir y no ha podido hacer nada. Solo ha gritado de terror. Le ve atrapado entre las cuerdas tensas de la red. Ve su sorpresa inicial, su miedo luego. Le ve izado hasta la oscuridad de las copas negras. Y por primera vez sus ojos se encuentran y se dicen lo que sus voces no consiguen.
Un hombre sale de la oscuridad, su silueta recortada por la luna. Lleva ropas oscuras y un gorro. Se acerca a la presa armado con un garrote robusto. Le golpea. Él se derrumba inconsciente. Y lo último que Ella ha visto son los ojos de Él haciéndose más grandes, su mirada dolorida que le dice adiós, que se queda vacía cuando abandona la consciencia.

Ella se abalanza bosque abajo y consigue llegar al lugar donde está instalada la red mortal. El asesino la espera, mirándola con torva expresión. Esboza entonces una torcida sonrisa de triunfo. La reta, la desafía. Empuña el bastón por encima de su cabeza, lentamente, con la clara intención de volver a descargarlo sobre la víctima. Hay un río de sangre que mana de la herida.
Ella está demasiado distanciada para poder pararle, para detener el golpe final. Ambos lo saben. Luego Ella se convertirá en la nueva presa. Ambos lo saben también.
Sin detenerse en su carrera, Ella echa hacia atrás la mano derecha, que brilla con un reflejo metálico. Con todo el impulso que le da la desesperación arroja el largo cuchillo de mango de asta que lleva, directamente hacia el asesino. Solo una milésima de segundo de sorpresa, una interjección interrumpida casi desde su inicio, y el puñal se clava en un ojo del monstruo, certero como una maldición chamánica. Y el hombre se derrumba, igual que un patético muñeco, desmadejado y roto.
Ella no pierde tiempo en comprobar que está muerto. Lo está, no puede ser de otro modo.
Salta hasta la red, trepa por ella, corta las cuerdas con un machete más pesado que el que ha utilizado como arma, abre un hueco para liberarle. Hay tanta sangre que Él tiene el rostro cubierto y empapadas las ropas, gotea desde las cuerdas hasta el suelo arrebatándole el pulso, llevándose su vida. Ella consigue taponar la herida para reducir la hemorragia. Es un organismo eficiente programado para la supervivencia.
La pérdida de sangre se reduce ostensiblemente. Se arranca tiras de la ropa y venda su cabeza. Todo va a salir bien, no para de repetirse. Todo tiene que salir bien. Él todavía respira. Le envuelve con sus brazos para prestarle su calor. Ella le retendrá, le mantendrá a su lado.
Entonces Él abre un momento los ojos, solo un momento, un infinitesimal segundo, pero su mirada lúcida basta para devolverle a Ella la esperanza.
Y Ella comprende que han vencido.
 



***Para hablar de Hopepunk os remito a un artículo de la escritora Laura Morán Iglesias, la primera que tradujo al español la clarificadora explicación de Alexandra Rowland, acuñadora del término: «Hopepunk. ¿De qué va este género y por qué es tan interesante?

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