...Sara no acertaba a imaginar cómo se iban a recomponer después de aquello. Primero, el incendio del olivar nuevo, que apenas habían acabado de sofocar en las primeras horas de aquella misma noche. Y ahora esto. Parecía como si una maldición les hubiera caído encima, empeñada en destruir todo por lo que había luchado los últimos años.
Contuvo las lágrimas y aceleró hasta el fondo, impulsada por una sensación de catástrofe que no le permitía perder un minuto. Y, con decisión, se metió de cabeza en la tormenta.
Una de las muchas cosas que tengo que agradecerle a la Literatura es que siempre me lleva a descubrir gentes, paisajes e historias fascinantes que de otro modo no habría conocido. Son ya muchos los viajes, reales o imaginarios, que han venido impulsados por algo que estaba escribiendo en ese momento. He pateado castillos que había encontrado en algún proceso de documentación; ciudades, pueblos y bosques descubiertos mientras ideaba entornos para alguna escena y me nutría de imágenes encontradas en la Red. Y así, en medio de este proceso de búsqueda hasta la cosa más cotidiana, como en este caso, el aceite de oliva, adquiere tintes de magia y misterio, contemplado desde el otro lado del teclado, el del escribiente.
No es solo lo que le pones tú —que también, el «filtro» que aplica uno cambia los colores de lo que se mira—, sino lo que te muestra al abrirse a tus ojos por primera vez, con la emoción de quien desenvuelve un paquete de regalo. Esas vidas de gente, esos sucesos pasados, esa luz que tienen de distinta los paisajes según quien los haya retratado.
En este caso, el Oro Verde, esa esencia de nuestra cultura y nuestra memoria —pues qué es la gastronomía sino registro de sabores y olores heredados— me ha llevado a una inmersión que ha cristalizado en este relato que aquí os presento:
Podéis leerlo completo en la página web de la Asociación que lo organiza: Más que cuentos.
Además de leer y comentar, en el concurso también se puede VOTAR, una vez al día durante 30 días. ¿Cómo se hace? Pues bien, hay que entrar en este enlace:
Y votar por tres relatos (los mismos tres cada día u otros distintos). El mío es el número 154, por si os gusta y queréis darle vuestro voto. Después tenéis que ir a vuestro correo y confirmar el voto haciendo click en el enlace que os habrán mandado. Y ya está. Así cada día hasta que os aburráis XD
De estas votaciones populares saldrán dos relatos con premio. Y luego habrá otros dos, concedidos por un jurado profesional que seleccionará los relatos que a su juicio tengan mayor calidad literaria en su conjunto.
Importante: entre los votantes (os identifican por vuestro e-mail) se sortearán lotes de productos oleícolas. Cada vez que votéis se os asigna un número, así que cuantos más votos, mayor posibilidad de premio.
Gracias de antemano. Y que el hada de los campos os recompense.
Por cosas de la vida (de la vida de escritora, que me zarandea muy habitualmente de aquí para allá), me veo inmersa estos días en un mundo de olivares y de almazaras, de rastreo histórico de los pueblos que han pasado por esa parte de Andalucía, anteayer parte de Al-Andalus, dejando en la tierra sangre, sudor y lágrimas, y también campos labrados, árboles frutales, acequias y sueños de un mañana mejor. Todos tenemos sueños de un mañana mejor, son precisamente los que nos impulsan a trabajar por cosas que requieren fe y una larga espera, pues no dan fruto sino pasado mucho tiempo. Como los olivos, u olivas, en tierras de Jaén.
Estos árboles son metáfora de una forma de entender la vida que implica ser capaz de demorar la recompensa, una capacidad que se desarrolla en la psique humana si la maduración psicológica va siendo la correcta;en contraposición con el modelo actual de inmediatez y visión a corto plazo que parece ir contaminando todo a nuestro alrededor.
Sembrar (o plantar) un olivo es un acto de fe, son árboles de lento crecimiento que tardan sus buenos cinco o seis años en dar su primera cosecha, y eso si las condiciones son óptimas. Son, sin embargo, árboles muy longevos (pueden llegar a vivir hasta 2.000 años), testigos de excepción del devenir de varias vidas humanas. Esa característica, recién descubierta en mis últimas investigaciones, me ha hecho contemplarlos de pronto como una especie de legado de los tiempos antiguos y, a la vez, como un monumento vivo que dejar a la posteridad.
Me sorprendió esto último como una revelación, ya que, normalmente, cuando uno piensa en lo que es un monumento, «cualquier construcción o escultura hecha para perdurar que conmemora algo o a alguien», siempre nos vienen a la mente todo tipo de cosas inanimadas, de piedra o metal, que supuestamente son más duraderas, y también más grandiosas e impactantes. Pero hay árboles más viejos que muchas de las creaciones humanas. O jardines que nos impresionan tanto o más que el palacio al que acompañan. O bosques milenarios que estaban ahí mucho antes de que los humanos nos hiciéramos hueco y empezáramos a sembrarlo todo de casas, pastos y campos de labranza. Así que, ¿por qué no un viejo y gigantesco árbol, o un olivar completo, como prueba de nuestra existencia y recuerdo que se deja a nuestros descendientes.
Esa ha sido precisamente la chispa de arranque para mi próximo relato (que exuda aceite), convertir el olivo (o la oliva) en el nexo entre épocas, en la memoria viva entre distintas generaciones que poblaron una misma tierra y fueron dejando en ella los ecos de sus culturas y caracteres. Inventándole una respuesta a esa pregunta del insigne poeta Miguel Hernández: «Decidme en el alma, ¿quién, quién levantó los olivos?».
Y es que es pensar en aceituneros y venirme a la mente el poema, concretamente en las voces de Jarcha (1), una de las musicalizaciones que mejor se adapta para mí, o mejor recoge, la hondura y el significado de los versos del alicantino, que visitó Jaén (y escribió sobre ello) en 1937.
Aceituneros
Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos?
No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano, dijeron al pie del viento. Y el olivo alzó una mano poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida, no la del explotador que se enriqueció en la herida generosa del sudor.
No la del terrateniente que os sepultó en la pobreza, que os pisoteó la frente, que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán consagró al centro del día eran principio de un pan que solo el otro comía.
¡Cuántos siglos de aceituna, los pies y las manos presos, sol a sol y luna a luna, pesan sobre vuestros huesos!
Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pregunta mi alma: ¿de quién, de quién son estos olivos?
Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares.
Dentro de la claridad del aceite y sus aromas, indican tu libertad la libertad de tus lomas.
Miguel Hernández. Jaén, marzo-junio de 1937.
Según buscaba el enlace a la canción he recordado, cómo no, la versión de Paco Ibáñez (2), igualmente conmovedora:
Para acabar enterándome de otra cosa. Resulta que desde el año 2012 este poema es el himno oficial de la provincia de Jaén, con permiso de la familia del poeta. Pero en vez de utilizar alguna de estas excelentes versiones (llegando a algún acuerdo con los autores), la diputación de Jaén encargó la música al compositor Santiago José Báez. Aquí una de las interpretaciones:
Sin tratar de desmerecer de ningún modo la composición de Santiago José Báez, me parece una elección desacertada, por esto que he puesto como comentario en youtube:
Me parece un acierto que el poema de Miguel Hernández se convirtiera en himno de Jaén. Pero habiendo versiones cantadas tan buenas y sentidas como la de Jarcha o la de Paco Ibáñez, fijadas desde años atrás en el imaginario popular, no entiendo cómo se opta por esta otra versión, mucho más lenta y solemne, alejada de lo popular, de los cantos del pueblo, más espontáneos y sencillos. Que al final lo que importa es el mensaje, ¿no?, la fantástica letra del poeta Miguel Hernández, tan honda, tan representativa de la tierra y de su gente. De verdad que me parece una lástima este empeño constante de los poderes dominantes de separar las cosas de su raíz, de adueñarse de ellas y alejarlas de la gente de a pie.
¿Qué opináis vosotros?
(1) Jarcha es un grupo español creado en Huelva en 1972 por Ángel Corpa, Maribel Martín, Lola Bon, Antonio A. Ligero, Crisanto Martín, Gabriel Travé y Rafael Castizo; cuya línea musical se basa en tres pilares fundamentales:
La búsqueda, rescate y divulgación de canciones tradicionales principalmente de Andalucía.
Creación de canciones propias, la mayoría de las veces con amplio contenido social.
(2) Paco Ibáñez es un músico y cantante nacido en Valencia en 1934 que ha pasado su vida entre Francia y España. Ha dedicado su trayectoria artística casi enteramente a musicalizar poemas de autores españoles e hispanoamericanos, tanto clásicos como contemporáneos. Es también conocido por su activismo social y cultural.