El pasado martes, día 21 de septiembre, hubo luna llena. Luna de la cosecha, se le llama, por ser la de la temporada de recolección y el fin del verano. El 22 celebramos Mabon, la fiesta del Equinoccio de Otoño. Y, claro, La Casa Sombría tenía que regresar de su retiro vacacional por estas fechas tan simbólicas, para seguir regalándonos relatos oscuros de esos que nos gusta leer (o, mejor, que alguien nos los lea).
En esta ocasión ha tocado dramatizar un relato de otro de nuestros colegas foscos: Enrique Cordobés. Se trata de:
Un relato que fue seleccionado en el III concurso homenaje a John William Polidori e incluido después en la primera antología en solitario de su autor: «Relatos desenterrados».
(Quien lo desee, puede adquirirla en la página de la editorial, en el siguiente enlace: SACO DE HUESOS).
Se trata, como su propio título indica, de un viaje maldito que os llevará de un horror a otro sin dejaros tiempo para respirar siquiera. No olvidéis colocaros correctamente el cinturón de seguridad, pues este taxi circula sin licencia y sin seguro y cualquier pasajero que acceda a subir en él lo hace bajo su exclusiva responsabilidad. Si ese es tu caso, buena suerte.
Si deseas ver el vídeo completo, con introducción a mi cargo, este es el sitio:
Sí, damas y caballeros, en breve podremos vernos las caras (aunque sea tras las acostumbradas mascarillas) en un evento literario de los de antaño.
Y lo haremos en un lugar un poco desacostumbrado (ya sabéis que yo suelo ser más informal): nada menos que en el Salón de Plenos de la Junta Municipal de Retiro.
Pero la ocasión lo merece: esta vez será un acto conjunto. Mi compañera de NEUH (el colectivo de autores autoeditores al que pertenezco), Paula Yagüez, y yo presentaremos nuestras últimas dos novelas por medio de respectivas entrevistas.
En ella, y para enmarcar el nacimiento del Barón, os hablaré de mi colección «Relatos del Caldero», en cuyo seno se publica «Barón Von Humboldt», y del primer número de la colección, «Equinoccio».
Tras la charla... No podía faltar el cerveceo habitual. Hemos pensado para ello en una cervecería cercana: El Valle Hermoso.
Os esperamos. Libros y luego cerveza, ¿puede haber mejor plan?
***Por motivos de control de aforo es necesario avisar de vuestra asistencia. Podéis escribirme un e-mail, contactarme por whatsapp o dejar un comentario aquí en el blog.
Hoy vengo a hablaros de la última obra de teatro que he visto, concretamente este domingo pasado. Se trata de PERDIDOS, una comedia que está ahora en cartel en el TEATRO LUCHANA de Madrid.
SINOPSIS
Dos hombres, Juan y Luís, empleados de una empresa de recambios y reparaciones de calderas, se encuentran cada mediodía para comer. Una noche organizan una cena con sus respectivas compañeras. A partir de entonces, la relación entre ambos cambiará. Una propuesta de lo más inocente (o no) de Juan provocará un incendio cuyas imprevisibles consecuencias hará peligrar la apacible vida de hombres de familia de la que disfrutan.
No voy al teatro tanto como me gustaría, pero cada vez que lo hago salgo sintiéndome muy satisfecha. Incluso cuando la obra que he visto no me acaba de parecer redonda del todo el lenguaje escénico del teatro me sirve de compensación y lo convierte en toda una experiencia.
En el caso que nos ocupa, es que encima la obra me encantó. El texto es fantástico, ágil, directo, divertido, pero con mucho fondo.
Carlos Chamarro, Ignasi Vidal, Agustín Jiménez
Esto que dice Ignasi Vidal, su director: «...la sencillez de Perdidos contrasta con la gran carga de profundidad que exhibe el texto, sin pretender, por ello, nada más que hacer lo que toda buena comedia debe hacer: divertir y hacer reflexionar…», ilustra muy bien lo que quiero decir.
Los dos actores, Agustín Jiménez (Madrid, 1970) y Carlos Chamarro (Barcelona, 1973), realmente lo bordan. Tanto en su manejo de la palabra como en cuanto a repertorio gestual. Empiezan pareciendo los típicos obreros, compañeros de trabajo, que comen a diario en uno de esos bares donde los camareros te conocen y saben qué ponerte casi en cuanto entras por la puerta. Casi el estereotipo que todos tenemos en la cabeza, pero dignificado (o «personalizado») con rasgos propios, aficiones, inquietudes culturales, experiencias vitales... Según van hablando, mientras miran la tele, el móvil, ojean el periódico... van «entrando en harina», haciéndose confidencias de esas que a los hombres les cuestan y que por eso revelan como al desgaire, como hablando de cualquier cosa. ¿Tópico? No creáis. En lo externo, todos nos comportamos según estereotipos la mayoría del tiempo. Solo cuando bajamos la guardia, si estamos en confianza... Entonces van saliendo nuestras peculiaridades y nos mostramos como realmente somos.
Y así van saliendo, en medio de situaciones cómicas y diálogos rápidos, a veces muy divertidos, temas tales como la relación de pareja y su desgaste, los hijos, las ilusiones perdidas o cuando cumplir años parece obligarte a vivir al ralentí, aplastado por la rutina y las convenciones sociales.
Si podéis, tenéis que verla. Propuestas como esta merecen ser apoyadas. Que nos hagan reír y pensar a la vez no tiene precio.
Por cosas de la vida (de la vida de escritora, que me zarandea muy habitualmente de aquí para allá), me veo inmersa estos días en un mundo de olivares y de almazaras, de rastreo histórico de los pueblos que han pasado por esa parte de Andalucía, anteayer parte de Al-Andalus, dejando en la tierra sangre, sudor y lágrimas, y también campos labrados, árboles frutales, acequias y sueños de un mañana mejor. Todos tenemos sueños de un mañana mejor, son precisamente los que nos impulsan a trabajar por cosas que requieren fe y una larga espera, pues no dan fruto sino pasado mucho tiempo. Como los olivos, u olivas, en tierras de Jaén.
Estos árboles son metáfora de una forma de entender la vida que implica ser capaz de demorar la recompensa, una capacidad que se desarrolla en la psique humana si la maduración psicológica va siendo la correcta;en contraposición con el modelo actual de inmediatez y visión a corto plazo que parece ir contaminando todo a nuestro alrededor.
Sembrar (o plantar) un olivo es un acto de fe, son árboles de lento crecimiento que tardan sus buenos cinco o seis años en dar su primera cosecha, y eso si las condiciones son óptimas. Son, sin embargo, árboles muy longevos (pueden llegar a vivir hasta 2.000 años), testigos de excepción del devenir de varias vidas humanas. Esa característica, recién descubierta en mis últimas investigaciones, me ha hecho contemplarlos de pronto como una especie de legado de los tiempos antiguos y, a la vez, como un monumento vivo que dejar a la posteridad.
Me sorprendió esto último como una revelación, ya que, normalmente, cuando uno piensa en lo que es un monumento, «cualquier construcción o escultura hecha para perdurar que conmemora algo o a alguien», siempre nos vienen a la mente todo tipo de cosas inanimadas, de piedra o metal, que supuestamente son más duraderas, y también más grandiosas e impactantes. Pero hay árboles más viejos que muchas de las creaciones humanas. O jardines que nos impresionan tanto o más que el palacio al que acompañan. O bosques milenarios que estaban ahí mucho antes de que los humanos nos hiciéramos hueco y empezáramos a sembrarlo todo de casas, pastos y campos de labranza. Así que, ¿por qué no un viejo y gigantesco árbol, o un olivar completo, como prueba de nuestra existencia y recuerdo que se deja a nuestros descendientes.
Esa ha sido precisamente la chispa de arranque para mi próximo relato (que exuda aceite), convertir el olivo (o la oliva) en el nexo entre épocas, en la memoria viva entre distintas generaciones que poblaron una misma tierra y fueron dejando en ella los ecos de sus culturas y caracteres. Inventándole una respuesta a esa pregunta del insigne poeta Miguel Hernández: «Decidme en el alma, ¿quién, quién levantó los olivos?».
Y es que es pensar en aceituneros y venirme a la mente el poema, concretamente en las voces de Jarcha (1), una de las musicalizaciones que mejor se adapta para mí, o mejor recoge, la hondura y el significado de los versos del alicantino, que visitó Jaén (y escribió sobre ello) en 1937.
Aceituneros
Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos?
No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano, dijeron al pie del viento. Y el olivo alzó una mano poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida, no la del explotador que se enriqueció en la herida generosa del sudor.
No la del terrateniente que os sepultó en la pobreza, que os pisoteó la frente, que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán consagró al centro del día eran principio de un pan que solo el otro comía.
¡Cuántos siglos de aceituna, los pies y las manos presos, sol a sol y luna a luna, pesan sobre vuestros huesos!
Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pregunta mi alma: ¿de quién, de quién son estos olivos?
Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares.
Dentro de la claridad del aceite y sus aromas, indican tu libertad la libertad de tus lomas.
Miguel Hernández. Jaén, marzo-junio de 1937.
Según buscaba el enlace a la canción he recordado, cómo no, la versión de Paco Ibáñez (2), igualmente conmovedora:
Para acabar enterándome de otra cosa. Resulta que desde el año 2012 este poema es el himno oficial de la provincia de Jaén, con permiso de la familia del poeta. Pero en vez de utilizar alguna de estas excelentes versiones (llegando a algún acuerdo con los autores), la diputación de Jaén encargó la música al compositor Santiago José Báez. Aquí una de las interpretaciones:
Sin tratar de desmerecer de ningún modo la composición de Santiago José Báez, me parece una elección desacertada, por esto que he puesto como comentario en youtube:
Me parece un acierto que el poema de Miguel Hernández se convirtiera en himno de Jaén. Pero habiendo versiones cantadas tan buenas y sentidas como la de Jarcha o la de Paco Ibáñez, fijadas desde años atrás en el imaginario popular, no entiendo cómo se opta por esta otra versión, mucho más lenta y solemne, alejada de lo popular, de los cantos del pueblo, más espontáneos y sencillos. Que al final lo que importa es el mensaje, ¿no?, la fantástica letra del poeta Miguel Hernández, tan honda, tan representativa de la tierra y de su gente. De verdad que me parece una lástima este empeño constante de los poderes dominantes de separar las cosas de su raíz, de adueñarse de ellas y alejarlas de la gente de a pie.
¿Qué opináis vosotros?
(1) Jarcha es un grupo español creado en Huelva en 1972 por Ángel Corpa, Maribel Martín, Lola Bon, Antonio A. Ligero, Crisanto Martín, Gabriel Travé y Rafael Castizo; cuya línea musical se basa en tres pilares fundamentales:
La búsqueda, rescate y divulgación de canciones tradicionales principalmente de Andalucía.
Creación de canciones propias, la mayoría de las veces con amplio contenido social.
(2) Paco Ibáñez es un músico y cantante nacido en Valencia en 1934 que ha pasado su vida entre Francia y España. Ha dedicado su trayectoria artística casi enteramente a musicalizar poemas de autores españoles e hispanoamericanos, tanto clásicos como contemporáneos. Es también conocido por su activismo social y cultural.