LITERATURA
CON ESTRÓGENOS II
Continuando
con el hilo de pensamiento que iniciaba en el primer capítulo, nos llega ahora el
momento de establecer si hay, realmente, diferencias significativas en el
comportamiento cognitivo de hombres y mujeres y, sobre todo, en su conducta
comunicativa y verbal.
De
nuevo tendremos que empezar por precisar de qué estamos hablando, porque lo
femenino y masculino no son sino conceptos cuyo contenido depende de la cultura
y la época en la que nos encontremos inmersos. Su significado cambia y se
amolda con el tiempo, según sea la evolución del pensamiento colectivo.
Habrá
primero también que empezar distinguiendo entre género y sexo. Distinguiremos
entre el concepto “sexo”, como una característica natural o biológica de los
seres humanos, del concepto género, una significación cultural que hace
referencia a un conjunto de roles. Esta diferenciación va a ser muy importante
para el tema que nos ocupa, porque si bien en muchos casos sexo y género irán
unidos, pueden en muchos otros ser dos aspectos que funcionen por separado y,
en ningún caso, el sexo será una cualidad estrictamente determinante ni
explicativa del género.
Por otra parte, vamos a revisar el
concepto del término “concepto”, valga la redundancia.
Del latín conceptus, el término concepto
se refiere a la idea que forma el entendimiento.
Se trata de un pensamiento
que es expresado mediante palabras. Un concepto es, por lo tanto, una unidad
cognitiva de significado. Nace como una idea abstracta (es una
construcción mental) que permite comprender las experiencias surgidas a partir
de la interacción con el entorno y que, finalmente, se verbaliza (se pone en
palabras).
Dicho de otra manera, para que sirva más gráficamente a
nuestros fines; del mismo modo que hemos elegido llamar “rojo” o “verde” o “azul”
a la experiencia perceptiva producida por una determinada longitud de onda, así
convenimos en llamar femenino o masculino a determinados patrones de
comportamiento.
Es importante tener en cuenta que la
noción de concepto siempre aparece vinculada al contexto. La conceptualización
se desarrolla con la interacción entre los sentidos, el lenguaje y los
factores culturales. Conocer algo mediante la experiencia y transformar ese
conocimiento en un concepto es posible por las referencias que se realizan
sobre una cosa o una situación que es única e irrepetible.
En ese mismo sentido, lo femenino y lo
masculino se define en cada cultura y cada época de una determinada manera. Y
esto cambia, como decíamos, con el tiempo y con las evoluciones o variaciones
del pensamiento colectivo.
No es igual, afortunadamente, la noción
de tales temas que tenían nuestros abuelos, o en la edad media, o entre los
árabes, o en Grecia y Roma…
La mayor parte de las veces adoptamos
nuestros conceptos inconsciente y automáticamente, sin que pasen una criba
crítica por parte de nuestra razón. Y es a veces, cuando por algún motivo nos
vemos obligados a revisarlos, que nos damos cuenta por fin de ello y los
reelaboramos. A veces no cambian los hechos en sí, sino el significado que les
damos, lo que a su vez determina la consideración de que les hacemos objeto.
Como ejemplo simple, yo recuerdo en mi
primer DNI que aún existía la categoría para el sexo Varón, en el caso de los
hombres, y Hembra, en el de las mujeres. A nadie le extrañaba, hasta que
empezaron a alzarse voces de protesta dándose cuenta de la discriminación que
suponían los términos. Ni siquiera los roles masculino y femenino implicaban
semejante disparidad, pero la palabra elegida en cada caso venía cargada de
connotaciones que hacían inferior en la consideración a la mujer.
Dicho todo esto, aclararé que en todo
momento en el presente artículo nos referiremos a mujeres y hombres en su
aspecto conceptual de género, en una época actual y una cultura como la
nuestra. Y que, obviamente, muchas de las cosas que se establezcan lo serán en
un ámbito de generalidad, y que habrá excepciones que no entren en nuestrso
parámetros.
Estoy leyendo el libro “Los hombres son de Marte, las mujeres son
de Venus”, de John Gray, un libro
que se hizo muy famoso en los años 90, del que tenía referencias, y que ahora
traigo a colación como posible guión para ordenar los aspectos de los que quiero
tratar. Cualquiera, por su experiencia propia, puede ver, al menos así es en mi
caso, cómo de diferentes resultamos ser hombres y mujeres en muchos aspectos. Cómo
se dificulta nuestro entendimiento mutuo por nuestras distintas formas de
pensar, sentir y reaccionar. Los diferentes ritmos, biológicos y sociales. Los
diferentes enfoques.
La tesis de este libro, orientado
principalmente a la mejora de las relaciones de pareja, es que gran parte de
nuestros problemas de relación se deben a que a menudo olvidamos o ignoramos
las diferencias entre nosotros. Tú esperas que los hombres reaccionen como tú,
y te decepcionas o enfadas cuando no sucede así. Al hombre le pasa lo mismo, no
comprende por qué tu respuesta es la que es, otra por completo distinta a la
que él daría según su propia psicología. Pero si comprendemos y conocemos lo
que nos separa, dejaremos de hacer atribuciones incorrectas y podremos valorar
las distintas formas de vivir y responder en igualdad, como algo ni mejor ni
peor, tan solo distinto.
A mí no me interesa en este escrito
tratar de la mejora de las relaciones hombre-mujer sino solo establecer las
diferencias entre nosotros, en aspectos principalmente comunicativos y
verbales.
Pero seguiré el libro en un primer
momento, como ya dije con funciones de guión ordena-aspectos, para lo que me
parece muy útil su enfoque.
Continuará...
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