A TONTAS Y A LOCAS
Dicen las malas lenguas que las mujeres
hablamos mucho, demasiado, y que lo hacemos muy frecuentemente a tontas y a
locas, sin contenido concreto y sin haber pensado antes lo que vamos a decir.
Semejante expresión: “hablar
a tontas y a locas” sería impensable en su forma masculina. No existe eso de
hablar “a tontos y a locos”, lo que a mi juicio no es casual, ya que expresa
claramente la creencia real y firmemente instaurada de que el hombre habla y la
mujer charla, es decir, dice cosas con frivolidad y sin mucho sentido.
Hoy os voy a hablar de
un interesante libro que refleja esta y otras cuestiones, relacionadas con el
diferente lenguaje que usamos mujeres y hombres, o más bien con los diferentes
usos que hacemos de la lengua común, y los estilos comunicativos a que dan
lugar.
Su título es: ASÍ HABLAN LAS MUJERES. Y su autora: Pilar
García Mouton, doctora en Filología Románica, Profesora de
Investigación del CSIC, Profesora titular de Dialectología y Geografía
Lingüística en la Facultad de Filología de la UCM.
Dice Pilar García
Mouton ya en su introducción que estamos en un mundo cambiante en el que tanto
hombres como mujeres redefinen su identidad, advirtiendo que las
generalizaciones inevitables a las que recurrirá no pretender tener carácter
absoluto, ya que parece que el tiempo, afortunadamente, va limando en cierto
modo los contornos y límites que existen entre nosotros y permite una mayor
variedad dentro de los comportamientos de cada género.
Como apuntábamos en la
anterior entrada, sexo y género no son exactamente lo mismo, o no tienen por
qué serlo. Pero, pese a ello, las diferencias en nuestra forma de hablar
existen, de forma más o menos evidente, y son el resultado de la distinta
educación lingüística que solemos recibir.
Cada uno de nosotros aprende
a comportarse y a hablar según unos modelos establecidos socialmente. Es lo que
se llama “socialización”. Los hombres imitarán, en general y llegados a una
edad, modelos masculinos y las mujeres femeninos. Y esos diferentes modelos, o
roles o géneros, utilizan la lengua de diferente forma y persiguiendo
diferentes objetivos.
Recurriendo a los
orígenes podemos tratar de encontrar algunas explicaciones. Apunta Pilar García
Mouton que, tradicionalmente, la vida de las mujeres se ha desarrollado en
comunidad; en el ámbito de lo privado y entre mujeres, es verdad, pero siempre
en grupo. La vida familiar y en general todas las tareas que le eran propias
precisaban de la comunicación. De este modo la mujer utiliza el lenguaje con
esta función, comparte ideas y opiniones y expresa su afecto y su solidaridad
mediante la palabra. En cambio el hombre desarrollaba buena parte de su
actividad en solitario, siembra, caza o pastoreo no requieren en principio
compañía y conversación. Más recientemente, su ocio suele consistir en ver
deportes, jugar a las cartas o al dominó... No ha sido “entrenado” para
compartir su pensamiento, sino que está acostumbrado a hablar para dar
información con fines prácticos, para decir algo concreto y hacerlo de forma
escueta y sobria.
Las mujeres hablan
entre ellas de sus sentimientos, los analizan y verbalizan sus problemas. Y
también usan el lenguaje para apoyarse y reforzar sus lazos, de modo que es el
suyo un uso mucho más cooperativo, que expresa asentimiento a menudo y estimula
al otro para que hable también. Y es que una de las virtudes que desde siempre
se nos han potenciado es el saber escuchar. En sociedad la mujer ideal debe
estar callada y resultar casi invisible, mientras que al hombre se le permite,
incluso se le incita a ser protagonista y llevar la voz cantante.
Los hombres sin embargo
no hablan de sentimientos ni suelen contarse sus problemas entre ellos. Tienen
más dificultad para verbalizar lo que les pasa por dentro, porque no están
acostumbrados a hacerlo. Y hacen uso de la palabra con más decisión, incluso
interrumpen si tienen que hacerlo más que ellas, porque en sociedad el poder
tradicionalmente es suyo y se sienten respaldados y seguros.
Al tener estilos
comunicativos distintos resulta bastante normal que se produzcan ciertos
problemas de comprensión, ciertos desencuentros, entre ellos, ya que cada uno
valora como bueno lo que le es propio.
Volviendo de nuevo al
libro que nos ocupa, pondremos como ejemplo lo que dice Vicente Verdú,
periodista, a este respecto, es decir, sobre la forma de hablar de las mujeres,
que encuentra locuaz y detallista: “Puede sacarme de quicio esa forma de hablar
de la mujer que te cuenta punto por punto “y ese dijo esto, y luego el otro
dijo lo otro”, con esa poca capacidad para elevarse por encima del detalle e ir
a lo importante y a la abstracción”. E insiste en que las mujeres tienen: “…
una forma de hablar que podríamos llamar “muy poco periodística”. En periodismo
se empieza por lo importante, por la noticia, y a continuación se da el
desarrollo. Pues las mujeres lo hacen al revés: primero te cuentan el
desarrollo y tienes que esperar al final para saber cuál es la noticia”.
Las afirmaciones que
hace Vicente Verdú reflejan la opinión de muchos hombres. Si bien es cierto que
espero no sea tan común la atribución, a mi juicio simplista, que hace del
citado hecho, en concreto eso de la poca
capacidad para elevarse e ir a lo abstracto. Parece claro que el señor
Verdú no es muy ducho en lo que se refiere a interpretar la psicología
femenina, no acierta a imaginar que si el discurso de una mujer sigue una
pauta, un ritmo y unas matizaciones que a él no le gustan, no se debe a
incapacidad alguna, sino que es más bien que, para nosotras, las cosas y las
historias pueden no ser tan simples y tan lineales o carentes de matices como
para los hombres, que tienen la costumbre por añadidura, muchas veces, de
acudir a buscar el postre saltándose los preliminares, cuando nosotras lo
hacemos más bien al revés.
Yo he observado estos mismos
comentarios, sobre el exceso de detalle, circunstancialidad, lentitud en el
arranque, demora del final y final poco llamativo…, no necesariamente
planteadas como críticas, en el ámbito de la escritura. Según mi propia
experiencia las críticas literarias, vertidas sobre el trabajo propio o el de
otras compañeras, a menudo concuerdan en estos puntos. Y no me resulta extraño,
si tengo en cuenta la forma distinta que tenemos hombres y mujeres de contar historias.
Pensemos en casos
prácticos, reales, que podamos encontrar a nuestro alrededor. Una mujer le
cuenta algo a un hombre, da igual si es su pareja, su amigo, hermano, compañero
de trabajo… Le dice por ejemplo que su amiga, prima, etc.,
X está fatal. Que resulta que el otro día iba de boda. Se había vestido de tal o
cual forma, había ido a la peluquería, había salido de casa temprano…
Inmediatamente, y da
igual el aprecio que le tenga el hombre en cuestión, la interrumpe, con tono no
exento de amabilidad, para decirle:
—Ah, sí, bueno, pero… (al
grano), ¿y qué pasó?
Mientras, piensa de
forma automática y casi diría que inconsciente: ¿Qué más me da a mí cómo iba
vestida tu prima y si había hecho esto o aquello? De hecho, ¿qué más me da a mí
lo que le haya pasado a tu prima, si la conozco muy poco?
La mujer lo intenta de
nuevo. Y sigue explicando que, según llegó a la ceremonia y tal como temía, la
prima X se encontró con su ex. Y pasa a contar quién es él y cómo rompieron, el
tiempo que llevaban… Hasta llegar, algo después, siglos después en opinión de
su interlocutor, que ya sabemos que el tiempo es relativo, a lo que quería
contar, a la conclusión o el final. Tal vez que el ex iba con otra novia
estupenda y que X se quería morir. O que se encontraron y él se mostró borde. O
que no la miró siquiera…
¿Incapacidad de
abstraer, vicio de hablar al tuntún, indefinición del final o de la estructura
de lo que se quiere transmitir? Nada de eso. Tal vez para quien lo está
contando es decisivo lo que hizo X antes, porque puede significar que hizo lo
posible por estar más que presentable y darle en las narices a su ex, que tenía
esperanzas de reconquistarlo, que por su empeño el chasco fue mayor… Qué se yo.
Y el final no importa tanto, o no solo, porque aquí lo decisivo es el proceso,
lo que la querida prima sintió y pensó, que puede ser tal vez lo que ella misma
ha sentido y pensado alguna vez y lo que está tratando de decirle al ceporro
este que no sabe escuchar “entre líneas”.
De modo que lo que
puede parecer un defecto es solo otra forma de hacer las cosas. Nada más y nada
menos. Pero, ¿dónde está el problema entonces?, ¿por qué la incomprensión o la
opinión negativa?
El verdadero problema
surge porque, desde siempre, funcionamos en esto de la escritura, como en el
habla, como en el pensamiento, como en todo, con modelos, parámetros y
estándares masculinos. Que son los que dictan lo que está bien y lo que es
correcto.
Así que no es que yo
hable distinto o escriba distinto, es que lo hago mal, o no bien del todo. No
lo hago como hay que hacerlo.
Por eso para mí empezó hace
ya tiempo a resultar tan importante establecer esas diferencias, que estoy
convencida de que se dan entre nosotros, porque si solo son dos maneras (o mil)
de abordar algo, dejará de haber bueno y malo, correcto o incorrecto. Serán
solo alternativas que están al alcance de todos.
Continuará...
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