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sábado, 15 de diciembre de 2012

LITERATURA CON ESTRÓGENOS - 3


A TONTAS Y A LOCAS

Dicen las malas lenguas que las mujeres hablamos mucho, demasiado, y que lo hacemos muy frecuentemente a tontas y a locas, sin contenido concreto y sin haber pensado antes lo que vamos a decir.

Semejante expresión: “hablar a tontas y a locas” sería impensable en su forma masculina. No existe eso de hablar “a tontos y a locos”, lo que a mi juicio no es casual, ya que expresa claramente la creencia real y firmemente instaurada de que el hombre habla y la mujer charla, es decir, dice cosas con frivolidad y sin mucho sentido.

Hoy os voy a hablar de un interesante libro que refleja esta y otras cuestiones, relacionadas con el diferente lenguaje que usamos mujeres y hombres, o más bien con los diferentes usos que hacemos de la lengua común, y los estilos comunicativos a que dan lugar.

Su título es: ASÍ HABLAN LAS MUJERES. Y su autora: Pilar García Mouton, doctora en Filología Románica, Profesora de Investigación del CSIC, Profesora titular de Dialectología y Geografía Lingüística en la Facultad de Filología de la UCM.

Dice Pilar García Mouton ya en su introducción que estamos en un mundo cambiante en el que tanto hombres como mujeres redefinen su identidad, advirtiendo que las generalizaciones inevitables a las que recurrirá no pretender tener carácter absoluto, ya que parece que el tiempo, afortunadamente, va limando en cierto modo los contornos y límites que existen entre nosotros y permite una mayor variedad dentro de los comportamientos de cada género.

Como apuntábamos en la anterior entrada, sexo y género no son exactamente lo mismo, o no tienen por qué serlo. Pero, pese a ello, las diferencias en nuestra forma de hablar existen, de forma más o menos evidente, y son el resultado de la distinta educación lingüística que solemos recibir.

Cada uno de nosotros aprende a comportarse y a hablar según unos modelos establecidos socialmente. Es lo que se llama “socialización”. Los hombres imitarán, en general y llegados a una edad, modelos masculinos y las mujeres femeninos. Y esos diferentes modelos, o roles o géneros, utilizan la lengua de diferente forma y persiguiendo diferentes objetivos.

Recurriendo a los orígenes podemos tratar de encontrar algunas explicaciones. Apunta Pilar García Mouton que, tradicionalmente, la vida de las mujeres se ha desarrollado en comunidad; en el ámbito de lo privado y entre mujeres, es verdad, pero siempre en grupo. La vida familiar y en general todas las tareas que le eran propias precisaban de la comunicación. De este modo la mujer utiliza el lenguaje con esta función, comparte ideas y opiniones y expresa su afecto y su solidaridad mediante la palabra. En cambio el hombre desarrollaba buena parte de su actividad en solitario, siembra, caza o pastoreo no requieren en principio compañía y conversación. Más recientemente, su ocio suele consistir en ver deportes, jugar a las cartas o al dominó... No ha sido “entrenado” para compartir su pensamiento, sino que está acostumbrado a hablar para dar información con fines prácticos, para decir algo concreto y hacerlo de forma escueta y sobria.

Las mujeres hablan entre ellas de sus sentimientos, los analizan y verbalizan sus problemas. Y también usan el lenguaje para apoyarse y reforzar sus lazos, de modo que es el suyo un uso mucho más cooperativo, que expresa asentimiento a menudo y estimula al otro para que hable también. Y es que una de las virtudes que desde siempre se nos han potenciado es el saber escuchar. En sociedad la mujer ideal debe estar callada y resultar casi invisible, mientras que al hombre se le permite, incluso se le incita a ser protagonista y llevar la voz cantante.

Los hombres sin embargo no hablan de sentimientos ni suelen contarse sus problemas entre ellos. Tienen más dificultad para verbalizar lo que les pasa por dentro, porque no están acostumbrados a hacerlo. Y hacen uso de la palabra con más decisión, incluso interrumpen si tienen que hacerlo más que ellas, porque en sociedad el poder tradicionalmente es suyo y se sienten respaldados y seguros.

Al tener estilos comunicativos distintos resulta bastante normal que se produzcan ciertos problemas de comprensión, ciertos desencuentros, entre ellos, ya que cada uno valora como bueno lo que le es propio.

Volviendo de nuevo al libro que nos ocupa, pondremos como ejemplo lo que dice Vicente Verdú, periodista, a este respecto, es decir, sobre la forma de hablar de las mujeres, que encuentra locuaz y detallista: “Puede sacarme de quicio esa forma de hablar de la mujer que te cuenta punto por punto “y ese dijo esto, y luego el otro dijo lo otro”, con esa poca capacidad para elevarse por encima del detalle e ir a lo importante y a la abstracción”. E insiste en que las mujeres tienen: “… una forma de hablar que podríamos llamar “muy poco periodística”. En periodismo se empieza por lo importante, por la noticia, y a continuación se da el desarrollo. Pues las mujeres lo hacen al revés: primero te cuentan el desarrollo y tienes que esperar al final para saber cuál es la noticia”.

Las afirmaciones que hace Vicente Verdú reflejan la opinión de muchos hombres. Si bien es cierto que espero no sea tan común la atribución, a mi juicio simplista, que hace del citado hecho, en concreto eso de la poca capacidad para elevarse e ir a lo abstracto. Parece claro que el señor Verdú no es muy ducho en lo que se refiere a interpretar la psicología femenina, no acierta a imaginar que si el discurso de una mujer sigue una pauta, un ritmo y unas matizaciones que a él no le gustan, no se debe a incapacidad alguna, sino que es más bien que, para nosotras, las cosas y las historias pueden no ser tan simples y tan lineales o carentes de matices como para los hombres, que tienen la costumbre por añadidura, muchas veces, de acudir a buscar el postre saltándose los preliminares, cuando nosotras lo hacemos más bien al revés.

Yo he observado estos mismos comentarios, sobre el exceso de detalle, circunstancialidad, lentitud en el arranque, demora del final y final poco llamativo…, no necesariamente planteadas como críticas, en el ámbito de la escritura. Según mi propia experiencia las críticas literarias, vertidas sobre el trabajo propio o el de otras compañeras, a menudo concuerdan en estos puntos. Y no me resulta extraño, si tengo en cuenta la forma distinta que tenemos hombres y mujeres de contar historias.

Pensemos en casos prácticos, reales, que podamos encontrar a nuestro alrededor. Una mujer le cuenta algo a un hombre, da igual si es su pareja, su amigo, hermano, compañero de trabajo… Le dice por ejemplo que su amiga, prima, etc., X está fatal. Que resulta que el otro día iba de boda. Se había vestido de tal o cual forma, había ido a la peluquería, había salido de casa temprano…

Inmediatamente, y da igual el aprecio que le tenga el hombre en cuestión, la interrumpe, con tono no exento de amabilidad, para decirle:

—Ah, sí, bueno, pero… (al grano), ¿y qué pasó?

Mientras, piensa de forma automática y casi diría que inconsciente: ¿Qué más me da a mí cómo iba vestida tu prima y si había hecho esto o aquello? De hecho, ¿qué más me da a mí lo que le haya pasado a tu prima, si la conozco muy poco?

La mujer lo intenta de nuevo. Y sigue explicando que, según llegó a la ceremonia y tal como temía, la prima X se encontró con su ex. Y pasa a contar quién es él y cómo rompieron, el tiempo que llevaban… Hasta llegar, algo después, siglos después en opinión de su interlocutor, que ya sabemos que el tiempo es relativo, a lo que quería contar, a la conclusión o el final. Tal vez que el ex iba con otra novia estupenda y que X se quería morir. O que se encontraron y él se mostró borde. O que no la miró siquiera…

¿Incapacidad de abstraer, vicio de hablar al tuntún, indefinición del final o de la estructura de lo que se quiere transmitir? Nada de eso. Tal vez para quien lo está contando es decisivo lo que hizo X antes, porque puede significar que hizo lo posible por estar más que presentable y darle en las narices a su ex, que tenía esperanzas de reconquistarlo, que por su empeño el chasco fue mayor… Qué se yo. Y el final no importa tanto, o no solo, porque aquí lo decisivo es el proceso, lo que la querida prima sintió y pensó, que puede ser tal vez lo que ella misma ha sentido y pensado alguna vez y lo que está tratando de decirle al ceporro este que no sabe escuchar “entre líneas”.

De modo que lo que puede parecer un defecto es solo otra forma de hacer las cosas. Nada más y nada menos. Pero, ¿dónde está el problema entonces?, ¿por qué la incomprensión o la opinión negativa?

El verdadero problema surge porque, desde siempre, funcionamos en esto de la escritura, como en el habla, como en el pensamiento, como en todo, con modelos, parámetros y estándares masculinos. Que son los que dictan lo que está bien y lo que es correcto.

Así que no es que yo hable distinto o escriba distinto, es que lo hago mal, o no bien del todo. No lo hago como hay que hacerlo.

Por eso para mí empezó hace ya tiempo a resultar tan importante establecer esas diferencias, que estoy convencida de que se dan entre nosotros, porque si solo son dos maneras (o mil) de abordar algo, dejará de haber bueno y malo, correcto o incorrecto. Serán solo alternativas que están al alcance de todos.
Continuará...

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