WHISKY
Y ESTRELLAS
Fue un pedo monumental. Una cogorza de
esas que hacen época. Por eso mis recuerdos están desdibujados, como si hubiera
llovido sobre ellos y la tinta con que estaban escritos se hubiera escurrido hacia
abajo, para no ser más que un montón confuso de letras que cuesta leer.
—Por ti, Jon –Noel
levantó la botella de Glenfiddich hacia las estrellas una vez más, y apuró un
largo trago antes de pasármela.
—Por ti amigo, donde
quiera que estés –brindé.
Me di cuenta de que
empezaba a tener problemas con las erres. Normal, llevábamos bebiendo mucho
tiempo. Me levanté a mear y Noel me advirtió, arrastrando las sílabas
penosamente:
—Unai, apunta bien, no
vayas a mear la tienda como siempre.
Habíamos ido a dormir
al monte como tantas otras veces… cuando aún estaba Jon. Estar allí solos nos
partía el alma, pero a la vez sentíamos una extraña paz, como de ritual
cumplido. En el monte, donde aún era posible el silencio, podíamos sentir que él
estaba con nosotros de algún modo.
—¿Por qué crees que lo
hizo? –me preguntó Noel cuando volví junto al fuego. O quizá lo pregunté yo, no
puedo asegurarlo, era algo que habíamos repetido tantas veces que se había vuelto
una fórmula.
—No sé, tío, ¿por qué
alguien con veinte años se tira por un puente? ¿Cómo es posible sentirse tan
mal que no puedas soportar otro día?
Noel hizo un ruido raro. Me pareció que lloraba.
Bebió despacio y escupió con rabia:
—¡Mierda de vida! ¿Pero
cómo pudimos no darnos cuenta?, ¿cómo no lo vimos venir?
—Es cierto, debimos
haberlo sabido. Y haber intentado hacer algo para evitarlo.
—¿Sabes una cosa? –dijo
Noel mirando ensimismado la botella, dorada y brillante por la luz del fuego–. Si
esto fuera una lámpara de esas con genio… Yo pediría volver atrás. Mi único deseo
sería estar con él aquella noche, justo antes de…
—Yo pediría lo mismo.
Ya digo que estábamos tan borrachos que
apenas habríamos dado tres pasos en línea recta. Así que no nos sorprendimos
demasiado cuando sucedió. Cuando un hilo de humo emergió de la botella y se
inflamó sobre el fuego, con la forma de un hombre sin rostro. Luego fue como si
nos levantaran del suelo y nos llevaran a otro sitio. A su lado.
En ese limbo imposible,
nos abalanzamos encima de Jon y le abrazamos. Y en una confusión de súplicas y
razones mal expuestas intentamos hacerle desistir. Pero él nos miró con calma,
sonriendo de lado con esa mueca irónica que tan bien conocíamos, y contestó:
—Es que este es mi camino.
Tengo que marcharme.
Y entonces saltó al
vacío a cámara lenta. Bajo las estrellas impávidas. Las mismas estrellas que
esa noche planeaban sobre el fuego y el whisky. Porque allí estábamos Noel y yo
solos de nuevo, sin saber cómo ni cuándo habíamos regresado.
Luego todo se
emborrona. Solo recuerdo que Noel y yo nos abrazamos y lloramos como niños, con
la sombra de Jon para siempre a nuestro lado. Y al día siguiente pudimos continuar
con nuestras vidas.
Aceptando que las
cosas, algunas veces, simplemente son inevitables.
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