Sí, lo reconozco, soy pedante. Uso con frecuencia
palabras de cuatro sílabas e incluso más, y frases largas como un día sin pan,
a poder ser con abundancia de relativas y subordinadas.
Pero la culpa no es mía, la culpa es de mis padres.
Lo sé fehacientemente (toma palabro), desde que tengo a
mis hijas y veo en ellas comportamientos verbales igual de reprobables que lo
fueron los míos en la infancia. Y les escucho decir exactamente lo que quieren
decir, usando el vocabulario que les parece más preciso, por mucho que algunas
o muchas de esas palabras no suenen habitualmente en la mayor parte de las
conversaciones entre adultos. Y digo que la culpa es de mis padres (y ahora
mía) porque yo me he criado oyendo conversaciones de todo tipo, comentarios
sobre lo divino y lo humano, sobre lecturas y más lecturas, en las que todos
esos términos eran moneda corriente. Qué se le va a hacer.
Sí, ya de pequeña yo apuntaba maneras. Y descubrí
enseguida que en aras de la convivencia social había que moderarse un poquito.
Que la gente te miraba raro, y los niños más, cuando dabas muestras de ese
hablar excéntrico que era marca de fábrica en mi casa.
Con los años sin embargo, igual que en otros temas, he
decidido que es mejor hacer lo que me dé la real gana, que es mejor ser como eres,
pase lo que pase y caiga quien caiga. Y espero que llegue un día en que
realmente y para todo, me importe un pito lo que nadie más pueda opinar sobre
mí y mis circunstancias. Ventajas de la edad, digo yo.
Curiosamente, también he mantenido siempre una misteriosa
afición por ciertas palabras malsonantes, por los tacos y jergas varias, que me parecen
dotadas de una fuerza y una energía gratificantes. Supongo que será mi gusto
por los contrastes.
Hace poco leí una crítica de una crítica, y este asunto
de la pedantería voluntaria volvió a salir a la luz en mi conciencia. Se
decía, y admito mucha razón en ese caso, que el crítico parecía empeñado en
mostrarse sesudo y brillante hasta extremos gafapasta total. Y que no es necesario tanto alarde para explicar algo que hubiera quedado mejor con un
lenguaje llano y comprensible.
Ummm… Sí y no. Que haya casos en que premeditadamente
se usan unas formas estilísticas rebuscadas y, en ocasiones, de otros tiempos,
no quiere decir que “siempre” debamos amoldarnos a un tipo concreto de
literatura basada en la sencillez. Porque quizá (o seguramente) estemos perdiendo con ello precisión lingüística y menoscabando la función comunicativa del lenguaje.
Las palabras, muchas de ellas, tienen más de una acepción. Si
a eso añadimos las connotaciones, que proceden de cada grupo cultural
concreto, que posee un pensamiento, una forma de ver el mundo concreta,
tenemos una riqueza de matices y apreciaciones a la que no deberíamos
renunciar. Porque entonces, dada la estrecha relación existente entre lenguaje y pensamiento, estaríamos de paso empobreciendo irremediablemente este último.
Claro que, para mucha gente, los conceptos son unitarios como buenos colores primarios, y resulta innecesario nombrar específicamente los distintos tonos o matices que se derivan de la combinación de los cuatro básicos. Ya sabemos que el fucsia no existe.
Bien, póngase uno como se ponga, eso es empobrecer, reducir posibilidades, restar afinamiento y precisión.
Bien, póngase uno como se ponga, eso es empobrecer, reducir posibilidades, restar afinamiento y precisión.
En un uso general del lenguaje no debería tratarse de que el que vaya sobrado “rebaje” su nivel de
expresión. Sería mejor que fomentáramos desde todas partes que el resto aumentara el suyo.
Dicho esto, hay que reconocer que los excesos existen. Que hay gente que habla como si estuviera dándote una clase magistral, y gente que escribe una noticia o una crítica como si se la hubiera inspirado el propio Góngora. Pedantes auténticos, que tienen que mostrar a cada hora del día lo listos y lo cultos que son igual que muestran lo bien que comen, los muchos sitios que conocen, lo al tanto que están de las modas... Porque son cosas que van normalmente unidas, no nos equivoquemos, cuando la forma de hablar se convierte en una "apariencia" más, como el coche de uno o el lugar en el que vive.
¿Cómo conciliar entonces estos dos extremos, cómo saber si algo es excesivo o es un estilo propio y una elección personal? En primer lugar, si algo suena impostado seguramente lo es. En segundo lugar, hay una prueba infalible a la que se puede recurrir.
Decía el señor Lázaro Carreter, al que yo recuerdo por sus manuales de Lengua española, áridos y escarpados como un páramo, pero que contenían auténticas perlas de sabiduría como esta, que el hablante culto es aquel que posee y domina varios registros y sabe cuándo utilizarlos.
A menudo olvidamos que la lengua es un
factor más de socialización, como todas esas normas de educación o urbanidad que adquirimos durante nuestra formación. Nadie dudaría de que no es muy conveniente irse de caminata a la sierra vestido con un esmoquin o un traje de noche (quien los use XD), o al mercado con bata de cola o a una boda con pijama.
Con el idioma debería ser igual, tan poco propio resulta disertar
con polisílabas y esdrújulas cuando vas a comprar filetes al mercado, como hacer la crítica de un libro igual que hablarías de fútbol con los colegas.
Y llevado más allá, dentro de lo que es ya la faceta escritoril, cada texto o cada historia, en mi opinión, cada tipo de trama, cada época reflejada, precisa un tipo propio de lenguaje. Y no me refiero al habla de los personajes, algo que cae por su propio peso, sino además a la cualidad global de la obra, relato o novela, a la forma en que se conduce la narración y se cuenta lo que se quiere contar.
No se trata ya del estilo propio de cada autor, más sencillo o más elaborado, más lineal o más florido, sino que un mismo escritor puede y debe jugar con el lenguaje para convertirlo en un medio más de ambientación, en otro vehículo que transporte al lector al lugar exacto que imaginamos en nuestra mente.
Y llevado más allá, dentro de lo que es ya la faceta escritoril, cada texto o cada historia, en mi opinión, cada tipo de trama, cada época reflejada, precisa un tipo propio de lenguaje. Y no me refiero al habla de los personajes, algo que cae por su propio peso, sino además a la cualidad global de la obra, relato o novela, a la forma en que se conduce la narración y se cuenta lo que se quiere contar.
No se trata ya del estilo propio de cada autor, más sencillo o más elaborado, más lineal o más florido, sino que un mismo escritor puede y debe jugar con el lenguaje para convertirlo en un medio más de ambientación, en otro vehículo que transporte al lector al lugar exacto que imaginamos en nuestra mente.
Cuánta razón en lo que decís en esta entrada. Creo que cada vez se va perdiendo más, el buen léxico.
ResponderEliminarHoy en día creo que nuestros hijos(o en su mayoría) ya no tienen si quiera el mismo diálogo con nosotros que a su vez teníamos con nuestros padres y mayores.
Por eso también la educación no solo es en la escuela con los maestros y profesores, que exigen más o menos, con respecto al lenguaje. En casa es donde empieza y se completa la educación y la formación de las expresiones futuras de nuestros hijos.
En un mundo de apariencias, es verdad que el lenguaje es diferente y en los últimos años, eso distanció más el querer hablar bien, tan solo por no querer ser confundido con una persona de ese mundo superficial. Creo que todo influye en la nueva generación, tal vez me equivoco.
Con respecto a que el escritor debería jugar más con el estilo del lenguaje, estoy de acuerdo.
En una misma novela, por ejemplo, los personajes pueden hablar de diferente manera, dependiendo su ámbito social si lo hubiera.
Creo que el lenguaje es tan rico y amplio que se debería explotar más.
Un besote. ( no sé si esta vez me fui de mambo jaja)
En cualquier caso, creo que oímos la misma música jajajajaaa
ResponderEliminarBesos para ti, gracias por pasar ;-)
El símil final es el que encierra la clave, porque se puede extender a todo el texto. Primero cada uno tiene un estilo a la hora de escribir, más o menos marcado, más o menos peculiar, e igualmente se tiene un estilo a la hora de hablar, un mayor o menor uso de ciertas palabras porque son las que has escuchado, una forma de usarlas porque es como las has escuchado, y luego las manías propias.
ResponderEliminarComo en la escritura también, el estilo que te es propio luego lo tienes que adaptar a la circunstancia, igual que al contexto, a los personajes, a las visiones que tratas en el texto que quieras llevar adelante. Si fuerzas el estilo, igual que si fuerzas el habla, se nota la impostura, chirría. Si no lo adaptas, por mucho que uno piense que eso es ser fiel a uno mismo, lo que vas a perder es la capacidad de comunicación, y eso tampoco es práctico.
En un mundo ideal (ideal para los que gustan de la literatura y de la reflexión, del pensamiento y del intercambio de ideas) no haría falta rebajar el tono del discurso ni la profundidad del mismo, porque todos tendrían una alta capacidad de comprensión y un buen bagaje de lecturas a la espalda para enterarse de lo que se habla. Pero en el mundo real eso no se da, y mejor rebajar para que al menos la comunicación se pueda realizar y algo quede después, que quedarse a las puertas del olvido del que no ha sabido comprender o del que simplemente ha pasado del escuchar al oír porque su interlocutor lo amedrenta con argumentos, vocablos o profundidades que, en el fondo, de forma confesa o no, lo hacen sentir inferior.
Hay entornos en los que el simple hecho de leer algo, aunque sea de vez en cuando, y tratar de expresarse de forma correcta, es sinónimo de ser un bicho raro, y para cambiar eso tiene que ser el bicho raro el que se adapte al entorno, que haga que eso que lleva dentro no resulte extraño en el peor sentido de la palabra, sino curioso, y así seguro que consigue que alguno, a través de esa curiosidad, busque y se encuentre conque eso que le parecía raro ya no lo es, sino que es algo gratificante y enriquecedor. Como en el símil literario, en el que mejor adaptarse a lo que el lector quiere y, a partir de ahí, ir añadiendo elementos que suban el nivel al tiempo que van cambiando el gusto de esa masa lectora. Lo otro, encerrarse en el "esto es lo que hay", lo que me gusta y puedo hacer, sólo sirve para aislarnos en una burbuja que sólo tenía sentido para Góngora y su círculo cerrado de culteranos, que en esa época sí que eran un porcentaje representativo de la masa lectora.
Es que esto de escribir es como la vida misma XD
EliminarSi tienes algo de eso que ahora se llama inteligencia emocional, o inteligencia social, te vas adaptando a los sucesivos entornos donde te mueves. Adoptas unos modos e inhibes otros, en aras de la convivencia. Siempre dentro de unos límites. Porque si no te los marcas y los respetas, corres el riesgo de diluirte totalmente en el ambiente.
Yo creo que a la hora de escribir es igual. Cuando empiezas, experimentas, pruebas, vas incorporando de aquí y allá, mueves tus escritos, los contrastas, etc. Y llega un momento, DEBE llegar, en que haces tus elecciones, es decir, decides dónde están los límites y lo que quieres dar (ceder) y lo que no.
Siempre desde la consecuencia y la coherencia, sabiendo que una cosa lleva a otra y que luego no hay que echarse las manos a la cabeza.
De nada sirve escribir algo que no te llene del todo, jugarás con el estilo, vale, pero lo que realmente quieres contar puede ser irrenunciable. Y si lo entienden cuatro y les gusta a tres... mala suerte. O buena, esto ya lo tenemos hablado, porque esos tres pueden ser suficientes.
Te doy toda la razón en lo que expones, Morgan.
ResponderEliminarLo que más me sorprendió cuando vine a facebook por primera vez es lo mal que se hablaba por el chat, igual que por un wassap o un mensaje de texto. Es una barbaridad colosal!!! Al principio, pensé que quizás debiera aprender a usar ese léxico pero duró 5 min ese pensamiento, porque de mis dedos siempre sale el vocabulario que utilizo. El adecuado a cada circunstancia, por supuesto y de lo que más me enorgullezco hoy es de que no tengo ningún amigo que me hable por el chat, wassap, sms, mms de esa forma idiotizada y absurda empeñada no solo en acotar sino en errar en las palabras que utiliza.
Para mí es un gran logro.
Tengo solo una conocida que sigue hablándome así pero pienso que es que es así. En este caso, debo darle la razón a Canijo y decirle que "esto es lo que hay" con esa criatura porque ¡anda que no lo he intentado veces!.
Un abrazo y arriba con el léxico culto.
Bienvenido de vuelta ;-)
EliminarDe acuerdo en todo lo básico, aunque creo que a veces ciertas transgresiones o ciertas "licencias" pueden ser bienvenidas. El lenguaje, como ente vivo, admite en ciertos entornos un poco de gamberrismo, no sé si será el caso de tu amiga, cosas que lo aligeran.
También conozco gente que, por determinadas circunstancias, maneja un lenguaje no del todo correcto. Y son sin embargo personas más inteligentes y con razonamientos más originales y exactos que algunos otros que hablan como académicos.
Sin embargo, tampoco me parece cuestión de "disculparse" uno por hablar bien. Tal como decíamos, debería ser una buena aspiración para todos.