Esta entrada va de escribir a varias manos. De cómo puede ser el
proceso que te lleva a experimentar con otros escritores y ver qué es lo que
pasa.
De momento son dos las veces en que yo me
he embarcado en proyectos literarios grupales, y en ambos casos me sentí satisfecha tanto con el proceso como con los resultados, pese a ser muy distintos entre sí.
Creo que eso se debe,
en una parte, a que tenía claras mis expectativas, y por otra, a que
soy una persona lo bastante realista para aceptar de antemano que nada es
perfecto (ni falta que hace) y que es cuestión de buscar en cada ocasión los pros y los contras.
Uno de los dos proyectos de los que voy a hablaros es el del "Crucero por el amor y la
muerte", en realidad, en cuanto a fechas, el segundo que yo
abordaba. Una novela conjunta escrita con Relatopía, el club de relato corto al
que pertenezco. Se trata de un grupo que nació en torno a la Biblioteca Rafael
Alberti, que se reúne semanalmente y que se va embarcando en distintos y
variados proyectos cada año en función de los intereses de todos. Digamos que
la base es el relato breve, y a partir de ahí se emprenden otros retos, a los
que cada miembro se suma en la medida que quiere/puede.
Sobre la forma en que construimos la novela, podríamos decir que se
pareció bastante a uno de esos conciertos benéficos del tipo “We are the
world”. Es decir, alguien tuvo la idea, fue el promotor del guión. Y el resto
fuimos como músicos convocados para la ocasión, un guitarra, un bajo, un
baterista… Todos tomaríamos parte en la composición de la música, pero cada uno
se ocuparía de su instrumento, sin dejar que desafinase demasiado con el resto,
hasta llegar a aunar fuerzas en los instantes finales de colofón de la canción.
Cuando decidimos entre todos que queríamos escribir una novela común se plantearon diferentes proyectos, votamos, y elegimos por mayoría el de
Enrique Romero, una novela que sería un crucero por el Mediterráneo. El suyo (el
más viable) era un guión estructurado según nuestras necesidades: cada capítulo
sería una ciudad en la que atracase nuestro barco, y sería escrito de manera
independiente por uno de nosotros. Luego juntaríamos todos y el final lo
decidiríamos en común.
Nos pusimos manos a la obra y empezamos por decidir unas bases de
partida. El reparto de capítulos y por tanto de ciudades. El orden. La
extensión de los capítulos, para que fueran lo más uniformes posibles. Los
elementos comunes, a saber, la presencia de una sirena, un encuentro
amoroso/sexual y un asesinato, algún guiño que enlazara con el capítulo
precedente y el que vendría después…
Y en menos de un año la tuvimos terminada y la presentamos en
sociedad, autoeditada con Bubok.
Conclusiones: Fue un experimento muy interesante, un ejercicio del
que aprender, que era lo que yo buscaba. A nivel estrictamente literario tengo
que decir que tal vez resulta un tanto chocante, si lo comparamos con cualquier
novela al uso, porque el estilo de cada uno se demostró bastante diferente, y
los enfoques y temas de interés también. Pero creo que en conjunto quedó una
novela entretenida y dinámica, y nos sirvió a todos para aprender a amoldarnos
a unas premisas de partida, a estructurar el conjunto, a casar o armonizar
aspectos…
Pero este, ya digo, fue mi segundo experimento en este sentido. El
otro, el primero, fue mucho más intenso creativamente, fue más como tocar
realmente en una banda. Por una parte, creo que fue decisivo que estuviéramos
(todo el tiempo) solamente tres autores implicados en él. Siempre es más
manejable trabajar con menor número de personas. Por otra, que fuera casi en
directo y con igual participación de todos. También por eso mismo fue más
problemático, más proclive al desgaste, más absorbente… Y tan intenso, tan
gratificante otras veces, que es de esas obras de las que estás orgulloso, sea
cual sea su resultado objetivo, porque has dejado en ellas parte de ti mismo.
Bien, este experimento del que hablo es el blog Destino, un proyecto de Literatura en vivo, y las dos novelas que
escribimos en él Alex Godmir, Gerard P. Cortés y yo: “Viaje infinito a bordo del Destino” y “Los amos del Destino”.
La cosa empezó de una manera completamente diferente a como iba a
acabar, como ocurre innumerables veces. Así se sabe que algo está vivo, crece,
se retuerce, se transforma y se estira…
Yo andaba por entonces metida en un colectivo literario de nombre
Círculo de Escritores Errantes. Se me ocurrió crear un blog para dotar de
identidad a este conjunto de escritores cuyos objetivos empezaban a separarse demasiado
como para que tuviera sentido seguir juntos, al menos en las mismas condiciones
y sin introducir cambios radicales.
El blog sería nuestro escaparate, el lugar
donde haríamos lo que nos gustaba hacer: escribir. Donde mostraríamos al
público, en vivo y en directo, un universo ficticio pero que de alguna manera
nos representara. Por motivos diversos, la idea no despertó un gran entusiasmo.
Podía haberlo dejado estar, aceptado que no era el momento… Pero yo, que soy
cabeza dura y estaba demasiado entusiasmada como para abandonar, preferí echar a andar el blog como fuera, confiando en que se
fueran uniendo nuevos tripulantes a medida que tuviera el casco del barco al
menos esbozado. Así que me puse a investigar la blogosfera e hice mis primeros
pinitos diseñando el blog del Destino, que por aquel entonces no tenía ni
nombre.
Como tema, elegí una historia de navíos y
piratas, como decorado el mar infinito. Y empecé a anticipar una tripulación y
unas premisas básicas. Sería una nave maldita que navegara entre los mundos,
tendría un número fijo de pasajeros elegidos por diversos motivos en distintas
épocas y lugares… Y poco más.
Se apuntaron nuevos compañeros.
Esbozaron papeles y personajes y repartimos trabajo. Planteamos un guión muy básico, un objetivo que sería escribir una historia completa, tuviera la extensión que tuviera. Y nos lanzamos a fondo a
la aventura, con capítulos semanales de aproximadamente 1000 palabras. Así
hasta culminar un año, publicando cada viernes. Y como según avanzaba el
proyecto le íbamos cogiendo ganas y la historia (como suele suceder también) se
iba complicando y estirando, iniciamos nueva temporada y… Y aquí aparecieron
los primeros escollos.
Una de las cosas más importantes que he aprendido en este proyecto
del Destino, es que las cosas tienen su propia vida natural. Igual que tienen
que nacer, tienen que morir. O, poniéndonos menos trágicos, que todo tiene un
fin y que es bueno tenerlo presente desde el principio. Sin un final, sin un
objetivo al que apuntar, es fácil extraviarse y acabar en un ramal del río que
no lleva a ninguna parte. Utilizo aposta la metáfora del río porque casi desde
el principio la nuestra fue una novela de ese tipo, novela río con una trama
principal y múltiples afluentes que iban y venían. La cuestión es que, cuanto
más avanzaba el río grande, a veces rápido y desbordante como en el deshielo,
otras manso y hasta perezoso, como en tierras de meseta, las más de las veces cambiando
de curso sin decidir en qué océano desembocaría..., tanto más se iban abriendo y
quedando atrás sus afluentes.
Cuando uno aborda un proyecto largo como
es una novela, resulta necesario tener la capacidad de hacerse cargo de la
totalidad, de lo global. Tener una visión de conjunto o desde arriba, que te permita integrar en una sola imagen toda la trama (o al menos la básica). A eso es algo que se aprende, porque requiere práctica,
desde luego; no es fácil manejar una estructura de ese tipo. Y nosotros nos
fuimos haciendo conscientes de ese hecho pasado un tiempo. Yo empecé a tener la
sensación de que la cosa se abría sin cesar, y de que necesitábamos reconducir
las cosas de modo que fuéramos cerrando cabos y haciendo encajar las piezas, hasta dar de nuevo coherencia al conjunto.
Desde que decidimos poner punto y final,
aunque fuera en un futuro aún distante, creo que las cosas volvieron lentamente
a su cauce.
Por otra parte, cuando una serie de
creadores, sean del tipo que sean, deciden trabajar juntos, saben que van a
enfrentarse a ciertos problemas. Igual que habrá ventajas, claro. Surgen más ideas, la
cosa es más chispeante, a veces más rápida, más vital. Hay momentos de absoluto
subidón, como cuando coincides realmente, de cerebro a cerebro, sobre una
escena, una parte, un personaje y su historia… Ese “crear” realmente a cuatro o
a seis manos es irrepetible.
Pero también existe el conflicto, la
disparidad de criterios en cuanto a ritmo, temas y estructura. Y por muy bien
que te lleves, por muy compenetrado que estés, llegará un momento en que ya no
puedas (no quieras) supeditar tus ideas y tus gustos a lo común. Y creo que es
algo saludable. Si tienes las cosas claras, simplemente te das la mano y cada
uno sigue su camino.
Hace tiempo, cuando algún grupo de música
que me gustaba anunciaba su separación, esgrimiendo muchas veces el mismo
argumento sobre que les había surgido el deseo de iniciar carreras en
solitario, o probar nuevos cauces que no tenían cabida en el grupo, me parecía un gran error y a veces hasta una gran tragedia. Pero hace tiempo que lo veo de otro
modo. Porque he aceptado esa idea básica: estuvo bien mientras duró y me quedo
con lo aprendido. Pero esto se acabó y es momento de empezar otro proyecto.
Lo que importa es tener presente que puede ser algo igual de ilusionante. Lo que importa es que conservemos esa capacidad de aprender e
interesarnos por todo lo que se nos ofrece en el camino. Que, si uno está
atento, es innumerable. Lo importante, en suma, es asegurarnos de que cada final tenga siempre detrás otro comienzo.
Qué maravilla haber tenido la valentía de experimentar algo así.
ResponderEliminarLo importante es estar siempre predispuesto para aprender y cuando un camino llega a su fin, que sea porque hay otro con mejores posibilidades.
Un beso!
Gracias, Karina. Pienso igual que tú, lo importante que es la curiosidad y las ganas de descubrir. Mientras uno las tiene sigue siendo joven, da igual la edad que tenga ;-)
ResponderEliminarVaya, pues no es sobre colectivos, que de eso sí que tengo más experiencias, sino de escribir a varias manos, que ya no tanto.
ResponderEliminarLa única vez que me metí en algo así fue una novela de mafiosos que íbamos a hacer a doce manos, en un grupo que formamos para la ocasión y que resultó ser germen del colectivo El Círculo de Ecritores Errantes, que comenzó tiempo después. Allí estaban Kachi, Agutxi, Mik, Babilonia, Variwell y un servidor (todos asiduos de la antigua OJ, donde nos conocimos), y en un principio Elrikes, aunque luego se bajó del barco porque quería fantasía épica sí o sí y al resto no nos molaba el tema.
Al final la cosa no cuajó (llegamos a tener cinco o seis capítulos y la historia a un 25% o así), recuerdo que, para que no chocaran los estilos, cada uno llevaba un personaje distinto, pensando que las diferencias se entenderían como la voz de cada personaje, pero las diferencias no quedaron ahí, sino que algunos tenían una visión distinta de la historia que perfilamos de común acuerdo, amén de que todo el mundo no lo consideraba al mismo nivel de prioridad, que cada uno tiene el tiempo que tiene y a veces la vida les quita el poco que pueden tener para cosas así, etcétera.
No sé, como experiencia no estuvo mal, pero entiendo que esto hay que hacerlo cuando ya se está "más hecho" en esto de dar teclazos, con menos manos de por medio, y con más afinidades en cuanto a estilos, objetivos y propósitos.
En fin, fue bonito mientras duró, y luego, cada uno por su lado (aunque más tarde algunos de los que participamos voviéramos a unir proyectos).
Por cierto, muy interesante la entrada, al igual que la otra. Le dije a Kachi que te pegara el toque para colgarlas también en OZ y así tener más debate también con los pobladores de allí. ;)
Muchas gracias por pasarte, como siempre muy interesante tu aporte. No tenía idea de esa novela (uno siempre cree ser original y ya ves... XDDD).
ResponderEliminarEs dificil cuajar algo en solitario y más con otra gente pero ¡qué experiencia tan interesante! Admito que me atrajo especialmente la primera que planteaste, la de un capítulo por autor. Una entrada muy interesante :)
ResponderEliminarSí, yo creo que, salga como salga, siempre resulta muy enriquecedor. Lo que cedes de autonomía, lo ganas en cuanto al descubrimiento de otras perspectivas.
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