Comentaba yo el otro
día, en un artículo anterior llamado "Una cuestión delicada", cómo cada
vez que se roza, siquiera de pasada, la cuestión política se produce una singular
polarización entre las personas involucradas en la conversación. Y nunca
resulta un tema neutro, como pueden ser otros muchos, sino algo que, o bien se
evita por completo, con comentarios del tipo: “no me interesa” (o no sé, o no
tengo opinión), o bien se produce un tipo de coloquio, por decirlo de alguna
manera, “intenso”, capaz de enfrentar incluso a buenos amigos o familiares.
Parece que la cuestión
supone un estímulo demasiado agudo como para que podamos hablar de ello
serenamente, de una forma razonable que busque conclusiones lo más objetivas
posibles. La inmensa mayoría de gente, por el contrario, lo aborda como si
fuera la liga de fútbol, o bien algo que le tocase tan de cerca como un asunto
de familia.
No es algo nuevo, por
otra parte. Queramos reconocerlo o no, esto es un claro ejemplo de la escisión
ideológica y nacional que arrastramos desde hace por lo menos un par de siglos.
Por mucho que algunos hayan querido borrarlo, taparlo o sumergirlo –primero en
dictadura y luego en la transición y la democracia– dándolo por solucionado. Y es
un ejemplo también de que el diálogo y el debate constructivo se fomentan en
España igual de poco que el emprendimiento o la innovación. Es un método
abolido de nuestras escuelas y universidades, y también de la escena social y
política.
Creo que en cambio
nosotros, si queremos hacer las cosas bien y sacar alguna conclusión
pertinente, deberíamos indagar en las raíces, viajando hacia atrás en el tiempo
hasta desenredar la madeja y llegar al núcleo de la cuestión. Descubramos, si
es posible, cuándo empezó esta divergencia de base entre españoles. Incluso, antes
que eso, planteémonos si es cierta. ¿Es verdad, por mucho que sea algo tan oído,
eso de las dos Españas? ¿O será una frase hecha, un término acuñado con
indudable acierto mediático, pero carente hoy en día de veracidad?
Todos conocemos de
memoria aquello que decía don Antonio Machado de "Españolito
que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de
helarte el corazón". Y damos por hecho
que se refiere, no ya a votantes del PP y votantes del PSOE, algo reciente y
además falso, por restrictivo, ya que una gran parte de la población actual no se
reconoce en ninguno de los grandes partidos; sino a dos posturas encontradas que
nombraremos como "derechas" o "izquierdas", y se hacen
provenir, –o sea, se les asigna la génesis– de la guerra civil, como si hubiera
sido el conflicto el que hubiera causado la escisión o el cisma.
Pero si hacemos el esfuerzo, si nos paramos lo
suficiente para pensar sobre ello, deducimos de inmediato que el enfrentamiento
ideológico era algo anterior, y que precisamente a causa de él nuestros mayores
fueron a la guerra.
Situémonos
entonces en los tiempos de la Segunda República, tratemos de captar el contexto
y el sentir de entonces. Fue una época conflictiva, eso lo sabemos de sobra, en
la que tenemos gente que estaba "a favor de la República" (que
simplificaremos como de izquierdas, pese a que el ardor republicano aglutinara
decenas de matices y colores), y la "contraria a la República" (que
igualmente reduciremos llamándoles "de derechas").
Claro que aquí no hemos venido a simplificar,
nuestro objetivo es precisamente otro: queremos conocer el tema a fondo, tanto
como para llegar a entender de dónde provenía ese "color" pro o anti
República, qué ideas, qué acontecimientos pudieron haber dividido tan
claramente a los españoles y causar esos enfrentamientos, ideológicos y de
facto, que se dieron durante los cinco años que duró el “experimento”
republicano. ¿Por qué, una vez más, no pudo llevarse a cabo en este país el
paso adelante que necesitaba como el comer?
Y para
ello es preciso seguir indagando, retroceder en el tiempo aún un poco más. Permitidme por tanto un salto de importancia, que
nos lleve a los alrededores de 1789, para asistir a la REVOLUCIÓN FRANCESA.
(Continuará...............)
Este un tema que me interesa mucho. La historiografía alemana, tras la segunda guerra mundial, intentó dilucidar el por qué habían llegado hasta ese extremo. Lo bautizaron como el "sonderweg" o el camino propio que recorrió el pueblo alemán para tratar de explicar el horror.
ResponderEliminarYo creo que aquí también tenemos nuestro propio "sonderweg" y me alegra saber que lo pretendes recorrer. Seguiré con atención tu camino.
Gracias. No sabía la existencia de ese proceso, y menos que tenía nombre. Y sí, yo también creo que nos es muy necesario en España, antes de poder lograr nada más. Pero el camino está bastante bloqueado por múltiples razones.
ResponderEliminarEstaré atento a esta serie de artículos. Yo soy un defensor de que, por importante que sea el debate económico (en el que abogo por la justicia social y la protección ante las políticas más dañinas del libremercado), nuestro problema primordial ahora es la carencia de un método de representación que permita desarrollarnos como ciudadanía participante en el estado.
ResponderEliminarVamos, que antes de decidir si hacemos unas políticas de un tipo u otro, deberíamos unirnos en un proceso constituyente y crear los mecanismos que nos permitan llevar el resultado del debate a la práctica. Tengo mucha ilusión depositada en los proyectos que están naciendo en este sentido de democracia participativa, asamblearia, real, radical o como se la quiera llamar y que curiosamente llaman la atención de algunas personas que tradicionalmente se han considerado a sí mismas de derecha o centro. ¿Podría haber una distanciación paulatina por fin del concepto de las dos Españas? ¿Cuáles serían las consecuencias de que aquellos que no se sienten historicamente españoles a causa del periodo franquista y la transición (no me refiero tanto a separatismos sino a la España republicana que perdió en el 39) recuperasen la noción de patria o de proyecto común? Personalmente veo este cambio más factible mediante una visión contemporánea de ilusión colectiva por el cambio que ante una revisión histórica que sí, ayuda, pero no basta por sí misma para dar el paso siguiente, que no anima a lanzarse a un proyecto común.
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ResponderEliminarMuy interesante tu aportación. Mi intención, con este viaje al pasado, desandando, como dice Lucie, el camino hasta descubrir cuándo, cómo y por qué surge la división, es sobre todo cambiar el concepto sobre esos dos bloques, que yo NO contemplo como derechas e izquierdas, sino como conservadores (gente contraria al movimiento, el avance, el cuestionamiento de lo recibido) y progresistas (quien aboga por lo contrario). Y en ese estado de cosas, considerando las causas internas, individuales y colectivas, que llevan a adoptar las dos posturas, mucho me temo que los proyectos comunes son imposibles. Tristemente, la única solución que se me ocurre es lograr el avance y la renovación, "pese" a los que no lo quieren ni lo van a querer nunca.
EliminarBueno, no creo que convenga enfocarlo como una división de izquierda y derecha, pero tampoco como una división de progreso/tradición. O por decirlo de otra manera, ambas son visiones correctas pero incompletas de un entramado complejo y voluble. Porque a veces el progresismo es coyuntural. Ahora hay "progresistas" de corte neoliberal que abogan por la abolición del estado social en pro del libremercado, por ejemplo.
EliminarPero vamos, eso son detalles, el meollo está claro: tienes mucha razón en que el progreso solo se da contra los conservadores y nunca con ellos, pues de no ser por sus esfuerzos continuistas la lucha sería efímera e innecesaria. Ahora bien, el proyecto común de cambio (común, no generalizado) sí es posible, pero matizo. Común a una mayoría de los que no formamos esa minoría conservadora y asentada en el poder. Es posible que la gente despolitizada, y también aquellos progresistas que no nos sentimos representados, incluidos, ni mucho ilusionados con este estado por razones políticas e históricas, formemos un frente común para la construcción de un nuevo estado con apoyo mayoritario de la ciudadanía. ¿Requisitos para esto? Una renovación profunda de bases, vocabulario, métodos. Una mirada contemporánea y un proyecto ilusionante, participativo. Opino que la revisión histórica es imprescindible en la formación de cada uno, pero en este caso concreto, en esta coyuntura de punto de inflexión, creo que tal vez fuese contraproducente dejarnos influir por ella. Porque las heridas son muchas y dolorosas, y podríamos perdernos en ellas cuando lo que necesitamos es una actitud positiva, valiente, constructiva. No queremos tirar los cimientos del régimen y ya está, sino constituirmos en un ejercicio conjunto de democracia. No queremos recuperar ninguna de las españas anteriores, queremos crear una España nueva a la que una amplia mayoría de pueblo empoderado podamos llamar nuestra. Que no sea la España roja con la que yo soñaba al estudiar historia en el instituto, sino una España ciudadana por y para los ciudadanos, y luego ya limaremos las asperezas y discutiremos los detalles de color (p.ej: ¿injerencias externas en el mercado?, ¿ayudas al desempleado?, ¿edad de jubilación?, ¿políticas de contratación?, ¿nacionalización energética?) o de progreso (¿paridad institucional?, ¿ley del aborto?, ¿lucha la discriminación?, ¿política de fronteras?, ¿respeto a la identidad sexual?). En un estado bien construido por el principio de la democracia participativa es de esperar que no siempre pero en muchos casos, la lucha por el progreso sea mucho más fácil y sobre todo más efectiva.
P.D.: perdona la parrafada... y lo peor es que no será la última, pero la culpa es tuya por tener un blog tan interesante ;).
Je, je, perdona, dice. Si yo me alegro inmensamente. Gracias por participar. Ahora, no sé si no acabarás tú arrepentido por darme pie al debate XDDD
ResponderEliminarIremos por partes porque, estando de acuerdo con lo que tú dices, mis objetivos no son en absoluto incompatibles. En lo que diferimos es en que yo creo que no es solo necesario, es imprescindible descubrir los orígenes de algo precisamente para cambiarlo.
Hay dos formas de construir sobre algo: demoler o arrasar con todo y empezar de cero (y aún así deberemos contar con algo aprendido de la experiencia, para lo que es necesario el análisis). Esto encajaría con la "Revolución" típica.
O bien hacer un estudio exhaustivo del edificio que tenemos, hasta detectar los problemas estructurales y de construcción para lograr sanear y cambiar esas partes y luego dar el acabado que se desea.
Yo abogo, sin tener muchas esperanzas de que pueda conseguirse, por el segundo sistema.
Y coincido contigo en que la única solución que veo son las alternativas de participación ciudadana que están surgiendo, y precisamente el enfoque que se está intentando. No por casualidad están siendo encabezados por profesores, politólogos, intelectuales... y no por una mayoría de economistas, empresarios y funcionarios de la Hacienda Pública, con lo que la "visión" imprescindible para abordar cuestiones tan globales parece por fin posible.
Por otra parte, absolutamente de acuerdo en la redefinición de términos, de hecho, ya verás como lo que yo llamo conservadores y progresistas no se refiere a los grupos que histórica y tradicionalmente hemos llamado así. Pretendo ir más allá y demostrar que, además de actitudes colectivas, son también variables individuales, producto por un lado de la educación y valores recibidos, y por otro de aspectos inconscientes contra los que no se puede luchar a menos que nos hagamos conscientes de ellos.
Vaya par nos hemos juntado xD.
EliminarDe acuerdo en que el análisis y la detección de los problemas de la sociedad presente requieren de un conocimiento contrastado y estudiado del pasado. A lo que voy es más bien a que una vez identificados los problemas y aprendido el modo en que se resolvieron o no y por qué en el pasado, a la hora de solucionar esos problemas debemos alejarnos de otras coyunturas históricas en cuanto a métodos y formas que pertenecen ya al pasado y también evitar análisis de la actualidad condicionados por el pasado y que por ello no se ajusten del todo a la realidad presente (que siempre es muy difícil de percibir). Por poner un ejemplo, alerto para que al intentar solucionar los problemas actuales no nos descubramos solucionando los problemas que tenía la república de preguerra, porque ni la situación del pueblo era la misma ni lo era la de sus enemigos. Yo iba más bien por ahí, y por evitar psicológicamente la noción de que estamos recuperando un bastión histórico, cuando una estrategia quizá más positiva sería crear un nuevo símbolo a conquistar, un proyecto nuevo. Vamos, que más que llevarte la contraria en lo del análisis histórico, matizaba que no hay que perderse en él, como un aviso a navegantes.
Al margen de tooodo eso, me parece interesantísimo lo que te propones. Especialmente la última frase, que es algo que todos "sabemos" pero que es muy arduo pararse a diseccionar, y las conclusiones a veces pueden sorprender a uno mismo. Ahí el enfoque psicológico arroja muchísima luz. Así que sigo atento a las siguientes entradas... y a los debates de después ;).
Entonces... AMÉN a todo XDDD
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