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jueves, 13 de febrero de 2014

La revolución francesa

El segundo de los artículos de la serie.

La libertad guiando al pueblo - Delacroix

Imaginemos una Europa dominada por las fuerzas del Antiguo Régimen, Monarquías absolutas como forma de gobierno, una Iglesia poderosa que impone sus criterios y administra sus privilegios a través del clero, preponderancia de unos estamentos, aristocracia y alto clero, en oposición a una burguesía emergente que ve asfixiadas sus pretensiones por los primeros. Una economía principalmente agraria y feudal, con un campesinado exhausto, analfabeto y medio muerto de hambre...
En medio de este cuadro, inmovilista y desigual, irrumpen una serie de ideas que propugnan un nuevo mundo, un nuevo orden, una nueva forma de ver las cosas. La Ilustración, movimiento filosófico que aspira a convertir la Razón en la nueva guía del mundo para desterrar la ignorancia, la superstición y la tiranía, que abandera principios de libertad, igualdad y fraternidad, se expande a lo largo de más de un siglo por todos los países y es acogida con particular entusiasmo por esa clase media, de burgueses comerciantes e intelectuales, que ve en su ideario la respuesta a sus aspiraciones truncadas.
Ahora trasladémonos a un lugar concreto: Francia. Y consideremos otros cuantos aspectos cruciales. Tenemos una, cada vez más grave, crisis económica, debida a una serie de malas cosechas y al dispendio con que las arcas públicas han apoyado la guerra de independencia norteamericana. Sumemos el resentimiento exacerbado de las masas populares contra las clases privilegiadas, nobleza y alto clero, libres de los altos impuestos que desangran a todos los demás. Añadamos el efecto que causan las noticias que llegan del otro lado del océano, donde la consecución de la independencia ha permitido la construcción de una nueva nación, los Estados Unidos de América, con una democracia basada en los principios ilustrados.
Terreno abonado y a punto para lo que vendría a continuación. Nos falta solamente encontrar esa primera chispa incendiaria que haga detonar todo de una vez.

1789 Luis XVI convoca en mayo los Estados Generales en Francia, con el objetivo de recuperar para él y los suyos parte del poder perdido. Pero, por el contrario, los miembros del tercer estado, la burguesía, se autoproclaman Asamblea Nacional y se erigen en los únicos representantes del pueblo. Su primera medida: la elaboración de la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”.

14 de julio. Toma de la Bastilla e inicio de la revolución, que irá extendiéndose al resto del país. El poder del rey, de la aristocracia y del clero ha sido abolido, ahora el poder corresponde al pueblo. Se suprimen las servidumbres personales, los diezmos y las justicias señoriales, instaurando la igualdad ante el impuesto, ante penas y en el acceso a cargos públicos.

1792. Se acaba con la Monarquía constitucional y se proclama la República, que se gobierna de la siguiente forma: el poder legislativo lo detenta la Convención, y el ejecutivo el Comité de Salvación Nacional.

1793. Los reyes son guillotinados y se inicia el llamado Terror, que acabará con el golpe de estado dado por Napoleón Bonaparte en 1795. Mientras, el resto de Europa se levanta en pie de guerra contra Francia y el nuevo orden. Napoleón instala el Consulado, con él mismo como primer cónsul en un nuevo gobierno autoritario. Esta situación habrá de durar hasta 1799, año en que Napoleón, que no parece tener bastante con su cargo, se nombrará a sí mismo emperador.

Bien, dejemos ahora Francia y permitamos descansar a Napoleón unos días. Ya volveremos con él, en el momento en que planea hacerse con España y ponerla bajo el gobierno de su hermano, José Bonaparte.
Y analicemos ahora qué supuso, a grandes rasgos, la Revolución.
  1. El orden establecido deja de considerarse como un estado natural o dictado por Dios, con lo que se abren otras vías y otras posibilidades. Si todos los hombres son iguales, nada está escrito, todo es posible.
  2. La separación Iglesia-Estado. Lo que permite que la ley no sea dictada por preceptos morales o religiosos, sino por la razón, la igualdad y la justicia.
  3. Los antaño poderosos son los auténticos perjudicados, ya no descansarán en su empeño por volver al orden anterior.
Estos puntos, que podrían parecernos ahora cuestiones básicas, resultan en realidad nociones de capital importancia, y sonaron en su época como drásticamente “diferentes” respecto a las ideas que les habían precedido durante siglos. Sirven también para explicar la situación de aquellas culturas que no pasaron por ese mismo proceso, y que parecen hoy a nuestros ojos ancladas en una época histórica pretérita.  
No podemos olvidar, por otra parte, que son ideas y principios pertenecientes a la Ilustración, un sistema de pensamiento precursor, pero la Revolución fue su vehículo, el único quizá que podía lograr ponerlas en práctica, y eso parcialmente y en contra de grandes dificultades.
Así que no fueron las armas ni el reinado del terror lo que cambió el mundo, pero sin embargo, lamentablemente, parece bastante plausible que sin ellas la razón no hubiera triunfado.
Consideremos por fin una última cuestión. Los cambios políticos, la nueva constitución y lo que significó de cambio y adquisición de derechos, fueron el objetivo de burgueses y liberales. Pero el pueblo llano buscaba otras cosas más tangibles, perseguían por encima de todo mejorar su situación de penuria y miseria, sin pararse en ideales o abstracciones. Querían cambios prácticos y reales, como así ha sido siempre desde que el mundo es mundo, pues cualquier ser humano ha de atender primeramente sus necesidades básicas para poder ponerse luego a filosofar o a cuestionarse valores o derechos. Algo por otra parte muy conveniente para usar como estrategia de gobierno, cuando se desea el control total: si mantienes a gran parte de la población al límite de la subsistencia, bastante tendrá con sobrevivir como para pensar en darte problemas. 

4 comentarios:

  1. Interesantísimo el artículo. Gracias y recuerdos
    Rafael Lillo

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  2. Muy interesante. Ha faltado quizá incidir un poco en las diferencias entre unos y otros actores de la revolución, incluyendo a los jacobinos. Aquí hay un ejemplo de aquello que comentaba en tu artículo anterior acerca del progresismo coyuntural, de cómo algunos sectores de los progresistas liberales se convierten inmediatamente en conservadores y aguillotinan a una buena parte de los revolucionarios dudosamente acusados de "robespierrismo" y de actores del terror. Por eso digo que la división entre los bloques progresista/reaccionario puede dar una visión incompleta de la situación.

    El pueblo llano no solo quería comer y sobrevivir (que sí, es la prioridad), sino también el derecho a voto y la democracia, y en definitiva un espacio en el nuevo orden de igualdad (que los liberales no les dieron, pues el sufragio era censitario). Hubo libertad, igualdad y fraternidad... pero solo entre los nuevos señores. Más tarde, los descendientes de estos señores habrían de llevar a cabo la revolución industrial y al tiempo combatir el embite de los movimientos sociales, de los descendientes si no sanguíneos sí espirituales del pueblo llano que había sido dejado fuera a finales del siglo anterior y que intentaría conquistar lo que le había sido arrebatado tras el terror blanco y el torniquete burgués a la revolución.

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  3. Bueno, también hubo periodos breves de sufragio universal, pero tienes razón, enseguida fueron suprimidos. También la igualdad traicionó a las mujeres. Y lo que yo decía del pueblo llano, es que la inmensa mayoría no se paraba en esos derechos, eso fue cosa de quien tenía sus necesidades básicas cubiertas y podía aspirar a cuestiones más "elevadas".
    El mismo pueblo llano que fue utilizado por los jacobinos, como fuerza de choque y como masa "electoral", a la par que justificación de algunas de sus acciones. Pero tampoco conviene idealizarlo, como masa, estaban prestos a desatar sus instintos y desahogar su rabia y frustración sin atender diferenciaciones ni matices ideológicos.

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