—Sistema Eos; año 345 desde la fractura;
7.00 de la mañana hora estándar. Buenos días.
Guille llevaba un rato corriendo por
la bodega de carga; le gustaba hacer ejercicio antes de que el resto se
despertara. Normalmente Riordan le acompañaba, pero hoy no había sido así.
—Buenos
días, Guillermo. El sol está en ángulo de incidencia óptimo, deberías ir a la
cubierta solar.
—Hola Val, un par de vueltas más e
iré para allí. No te preocupes.
***
—Sistema
Eos; año 345 desde la fractura; 7.10 de la mañana hora estándar. Buenos días.
—Dile que se calle —masculló Julio—.
Soy el capitán, seguro que puedo dormir un par de minutos más.
El brazo de su esposa se deslizó por
encima de su pecho, ella se incorporó y le besó con ternura. Julio sonrió.
—Estos buenos días me gustan más
—dijo devolviendo los besos.
—Capitán
Santacana, el sol está en ángulo de incidencia óptimo, se recomienda su
presencia en la cubierta solar.
—Deberías ir —dijo Oma—, como tu
médico no puedo permitir que sufras desnutrición.
—No quiero ir, quiero quedarme
contigo. —Acompañó sus palabras con un ronroneo quedo.
—Debo
insistir, capitán.
—Anda, nos vemos en el desayuno
—dijo Oma empujándolo cariñosamente fuera de la cama—.Val, ya va para allí.
—Gracias,
Doctora Oma.
***
—Sistema
Eos; año 345 desde la fractura; 7.15 de la mañana hora estándar. Buenos días.
Marcos estaba levantado desde el
primer aviso de Val, pero no le apetecía ir a la cubierta solar. Como su oronda
silueta manifestaba, él prefería un desayuno más tradicional. Los rayos solares
serían muy nutritivos, pero no sabían a nada.
—Marcos,
el sol está en el ángulo de incidencia…
—¡Me importa una mierda de yugul el
ángulo de incidencia! —rugió interrumpiendo abruptamente el mensaje de Val—.
Voy a comer.
—Marcos,
los recursos de la nave son limitados y es conveniente no malgastarlos. Debo
insistir en que vayas a la cubierta solar.
—Oh, vamos, llevo tres días sin
probar nada sólido. No pasará nada si como por una vez.
—Puede
que la Doctora Oma y Riordan no compartan su opinión. Ellos carecen de dermis
simbiótica.
—Lo sé, lo sé —dijo. Ya era muy
viejo para discutir por galletas secas—ahora muevo mi culo verde, nave pesada.
***
Riordan se agitó en la cama: había
oído los avisos de Val, al menos los colectivos. Nunca había saludos
personalizados para él y tampoco los necesitaba. Tenía que abrir los ojos, pero
aquella mañana era inusitadamente difícil. Quizás pudiera dormir un rato más…
ya se comería Marcos su desayuno.
***
—Me abuuuuuurro —canturreó Guille.
Fotosíntesis: la mejor forma de ahorrar en alimentos. O al menos, eso fue lo que pensaron los que
decidieron implantar la dermis simbiótica en casi toda la especie. Los “humanos
fotosintéticos”, eran la raza de humanos más numerosa surgida tras la revolución
genética. Ellos pertenecían al grupo de los “verdes”, por el color de sus
trebuxioides[1]
simbiontes.
Al principio era relajante tenderse
desnudo sobre la alfombra de césped mientras el sol activaba sus cuerpos. Podía
notar como cada una de sus pequeñas algas simbiontes despertaba y latía llena
de vida. Los primeros minutos eran como un cosquilleo de actividad vibrante,
pero llevaba casi una hora y empezaba a resultar irritante.
—¿Cuándo podremos volver a comer
algo sólido? —gruñó Marcos.
—Ya os lo he dicho —dijo Julio
pacientemente—, en cuanto entreguemos el cargamento entrará dinero y podremos
abastecernos como es debido.
—¿Y luego? —preguntó Guille
preocupado—. Cuando nazca el niño aún comeremos menos.
—Luego encontraremos otro encargo,
nadie dijo que sería fácil. Nadie da nada gratis.
—Si funcionara el maldito cultivador
hidropónico podríamos comer todos.
—Lo sé, Marcos, pero si no hay
dinero para comprar comida menos todavía para arreglar esa máquina vieja; ya no
hacen robots como los de antes.
—Podríamos… —empezó a decir el
joven, pero se arrepintió antes de continuar.
—Capitán
Santacana, en Sparta hay varias ofertas de trabajo para transportistas.
—No podemos ir a Sparta, Val, ya lo
sabes —dijo Julio. No era la primera vez que tenían esa discusión—, preferiría
que no volvieras a sacar el tema.
—Mis
disculpas, capitán.
Guille suspiró, era consciente de
que no podían ir a Sparta, ya era peligrosa antes del golpe de estado —un
eufemismo para describir la completa aniquilación del anterior clan
gobernante—. Los leónidas nunca habían sido muy sociables pero su planeta era
uno de los más ricos del sistema.
Cuando era joven, su padre viajaba a
menudo allí, era de los pocos que se atrevía a ello. Eso fue antes del cambio
de gobierno. La política en Sparta era un tema delicado: clanes familiares que
se repartían el poder en oscuras alianzas que gestaban traiciones que acaban en
matanzas. Como la que sucedió aquella noche: la masacre indiscriminada de todos
los varones del entonces clan gobernante. De todos, sin importar que fueran
bebés de pecho. Al menos, eso intentaron. Cuando
su padre se encontró a un chiquillo leónida, cubierto de sangre en una de las
cubiertas de carga de la Valkiria, no habría imaginado que con ello se cerraría
la puerta del planeta para siempre. Sólo tenía doce años en ese momento —Guille
recordaba perfectamente a ese niño asustado—, pero ya era considerado una
amenaza para el clan rival; una amenaza que no podía seguir viva.
Así eran los leónidas, más fuertes, más valientes, más animales que
ninguna de las otras razas que nacieron
tras la revolución genética. En teoría, fueron diseñados como soldados primero,
como mineros después, aunque no duraron mucho esclavizados. Prueba a esclavizar
a perros rabiosos; por mucho que les golpees, a la que te descuidas te arrancan
el cuello. Y eso que les pusieron correas, o al menos lo intentaron.
***
Oma diluyó los sobres de nutrientes
minerales en la jarra de agua. Arrugó la nariz ante el fuerte olor que
desprendía el producto; en algunas ocasiones, tener los sentidos más
desarrollados podía ser una auténtica maldición y cada vez que tenía que
preparar el desayuno para su marido y su familia pensaba en ello. No en vano
era de la raza óptima, una “ojos saltones” como la llamaba Marcos, haciendo
referencia a sus ojos desproporcionadamente grandes. «Son para verte mejor»,
respondía ella cuando tenía ganas de seguir la broma. Luego continuaba con las
orejas; con los dientes no, no hacía falta.
La segunda parte del desayuno era más sencilla y bastante
menos desagradable: un paquete de galletas deshidratadas, leche de yugul,
cereales en polvo y complementos vitamínicos, todo lo que necesitaba un humano
no fotosintético para sobrevivir. «Sí, para sobrevivir, pero no estaría de más
comer algo con sabor para variar.»
El desayuno estaba listo, ahora sólo faltaban los
comensales, su pequeña familia, que pronto se haría más grande, pensó con
ternura pasándose la mano por el abultado vientre. Uno más... Si se lo hubieran
dicho en aquel momento les hubiera tachado de idiotas.
Habían pasado diez largos años desde que Oma llegara a la
Valkiria. La normativa estelar exigía que por cada nave tripulada hubiera un
personal médico cualificado. En aquel momento era joven, inexperta y muy osada,
se había apuntado en la bolsa interplanetaria desoyendo los consejos de sus
padres. No se arrepintió. Puede que las cosas fueran difíciles y que por un
mordisco de fruta fresca diera cualquier cosa, pero en la Valkiria había
encontrado lo que nunca hubiera hallado en Óptima: una familia, el amor…
Nada, había pasado un cuarto de hora y aún no había
aparecido nadie. Entendía que la parte fotosintética de la familia —su marido,
su cuñado y el tío de ambos— no hubieran aparecido aún. A su manera, ya estaban
desayunando en la cubierta solar, pero Riordan ya tendría que estar allí.
—Val, ¿has avisado a Riordan?
—Afirmativo, Doctora
Oma. Riordan recibió avisos a las 7.00, 7.10 y 7.20, ¿debo insistir?
—No —dijo Oma negando con la cabeza—. Val, estoy
preocupada, iré yo misma a buscarle. Normalmente es el más madrugador, puede
que esté enfermo.
—Sus constantes vitales
parecen estables.
—Que no se esté muriendo no significa que esté bien.
Verifica la señal del brazalete. —No quería decirlo, ni siquiera pensarlo, pero
tener un leónida en la nave era como tener una bomba de relojería a punto de
estallar.
Toda la fuerza y la agresividad de
los leónidas venía dada por la liberación de spartina: una variación de la
testosterona que actuaba como la adrenalina, secretándose en situaciones de
estrés, transformando al leónida en un auténtico hombre bestia. Para evitar su
secreción y los problemas que conllevaba, todos los leónidas interplanetarios
estaban obligados a portar un dispositivo inhibidor, un brazalete que regulaba
la síntesis de la problemática hormona. Riordan lo llevaba desde los catorce
años, nunca habían tenido problemas respecto a eso, pero siempre había una
primera vez para todo.
—Los niveles hormonales
están dentro de los niveles óptimos: tres puntos por debajo de los niveles
leónidas estándar. No se detectan disfunciones en el dispositivo.
—Bien, bien —dijo suspirando aliviada—, voy a buscarle de
todas formas.
Riordan no se perdía nunca el desayuno; no es que le
emocionara la leche de yugul ni las galletas secas, pero sabía a ciencia cierta
que disfrutaba restregando el alimento sólido ante las narices de Marcos. Por
mucho que se quejaran de lo soso que era su desayuno, los rayos de Eos eran
todavía más sosos.
***
—Riordan,
se solicita su presencia en el comedor.
—¿Val? —se sorprendió—. ¿Ahora me
despiertas a mí?
—La
doctora Oma está preocupada por usted. Debería personarse en el comedor.
—Oma… —Quizás debiera decirle que le examinara, no se
encontraba muy bien y le costaba articular las palabras—. Ahora… —Intentó levantarse,
al segundo intento consiguió incorporarse—, ahora voy.
Llegó tambaleándose a la puerta, al abrirla se dio de
bruces con Oma y casi cayó al suelo.
—¡Riordan!
—Estoy bien, estoy bien —dijo el joven leónida—. Me duele
la cabeza, nada más.
—Te haré un reconocimiento —dijo la doctora ayudándole a
ponerse en pie—. ¿A qué huele aquí?
—Yo no huelo nada —dijo encogiéndose de hombros—. Soy
consciente de que necesito una ducha, si te refieres a eso.
—No te lo voy a negar —dijo Oma con una sonrisa—, pero no,
no es eso. No consigo ubicarlo… Nada —arrugó la nariz y chasqueó la lengua—.
Saldrá cuando no le dé más vueltas. ¡Val! Haz un análisis de substancias en la
habitación de Riordan, avísame de cualquier anomalía.
—Entendido, Doctora
Oma, análisis comenzado. Tiempo estimado 20 minutos.
***
—Análisis completado. No se han detectado substancias
extrañas. ¿Desea más detalles?
—No importa, Val, gracias.
Riordan entornó los ojos, las luces le molestaban. Los
leónidas como él tenían la visión adaptada a la oscuridad. La luz mortecina de
la Valkiria no solía molestarle pero la iluminación de la enfermería era
diferente. Enormes plafones de luz blanca resaltaban las superficies
inmaculadas. Oma también vestía de blanco, los pliegues de su vestido
disimulaban su abultado vientre. Le enfocó con una linterna y le cegó.
—Sé que es muy molesto pero tienes que aguantar un poquito
—dijo. Su aliento olía a frutas aunque llevara meses sin probarlas. ¿Cómo lo
haría? Oma siempre olía bien.
—Ilumíname, mami —dijo con sorna, todos conocían y habían
sufrido el carácter matriarcal de la doctora, especialmente los miembros más
jóvenes de la tripulación. Puede que alguna vez dejara de tratarlo como si aún
tuviera doce años, pero una parte de él temía el día en el que eso sucediera.
—Las pupilas están reactivas, un poco lentas pero veo que
hoy todo tú vas poco a poco —Oma cogió un capilar cuadrado y se lo clavó en el
dedo. Riordan se apartó en un acto reflejo, ella sonrió y recuperó su mano.
Utilizó el capilar para recoger la gota de sangre que manaba del índice—. Val,
analiza la muestra. Niveles hormonales incluidos.
La doctora introdujo en una rendija
de la consola la pequeña pieza cuadrada, cargada con la sangre de Riordan.
—Muy bien, Doctora
Oma. Iniciando análisis…
—¿Niveles hormonales? ¡No me he quitado el brazalete!
—protestó Riordan ofendido, ¿acaso no confiaban en él?—. ¿Crees que es un
problema de hormonas?
—El metabolismo de los leónidas es muy complejo —se explicó
Oma—, no podemos saber hasta qué punto te afectan las limitaciones del
brazalete. Lo natural sería que tu cuerpo segregara spartina, pero al no
hacerlo puede que algunas de sus funciones se vean afectadas.
—Pensaba que eso estaba controlado.
—Y lo está, pero no
podemos estar cien por cien seguros, así que es mejor no correr riesgos.
—Análisis terminado.
Se detectan ligeras deficiencias en los niveles de hierro en sangre y residuos
del metabolismo del alcohol. Nada más fuera de los parámetros normales. ¿Desea
más detalles?
—¿Alcohol? —repitió Oma frunciendo el ceño. Antes de que
Riordan pudiera explicarse, recibió una colleja.
—¡Au! —protestó.
—¿Alcohol? ¡Riordan, lo que
tienes es una resaca!
—No bebimos tanto… —se defendió el leónida.
—¿Cuánto no es tanto para ti?
—Sólo una botella de kido entre los dos, de verdad, nada
más; he bebido mucho más sin tener nada de resaca. ¡Ni siquiera se me subió a
la cabeza, Oma!
—Tienes una ligera anemia —dijo la óptima con voz gélida—.
Complementos de hierro y nada de alcohol. Come algo.
—Oma, de verdad que no puede ser eso —insistió Riordan.
—Vete a desayunar.
***
Las galletas flotaron en la
superficie antes de sumergirse en el líquido rosado. No tenía hambre y la
cabeza le dolía como si un rebaño de yuguls le hubiera pasado por encima. Y
para colmo tenían que aguantar las broncas de Julio. Apartó lentamente el
tazón: con suerte se lo comería Marcos.
—No lo entiendo —confesó el capitán—, ¿tiene una resaca y
la solución es comer más?
—No es por la resaca, es por la anemia —explicó Oma,
volviendo a colocar el tazón de Riordan delante suyo—. Come —insistió. Riordan
ocultó la cabeza entre los brazos.
—¿Una resaca? —El tono de Guille no dejaba lugar a dudas,
alguien se lo estaba pasando muy bien a su costa—. ¡Por una botella! Tío, esa
pulsera te está volviendo una niña.
—Vete a la mierda —murmuró con voz pastosa.
—¿Cuánto más tendrá que comer? —preguntó Julio frunciendo
el ceño.
—No es tanto la cantidad como el tipo —explicó Oma—,
necesitamos alimentos ricos en hierro. Los leónidas tienen una dieta muy rica
en carne…
—¡Carne! —exclamó Julio— ¿Y de dónde vamos a sacar carne?
¿Y cómo vamos a pagarla?
—No necesit…
—¡Tú te callas! —exclamaron al
unísono Julio y Oma. Riordan suspiró y agarró la cuchara llevándose una buena
cantidad de papilla de galleta y leche de yugul.
—No necesita carne —continuó Oma—,
tenemos los complementos de hierro que compramos en Galileo.
—Esos complementos eran para ti y el
niño —observó su marido con tristeza.
Oma sonrió restándole importancia al
asunto.
—No te preocupes, cuando lleguemos a
puerto compraremos más— dijo dándole un beso en la mejilla antes de salir por
la puerta.
—Claro, compraremos más —murmuró en voz baja—, como si
fuera fácil. ¡Riordan! —añadió con sequedad. El muchacho dio un respingo—,
espero que la resaca no te impida hacer tus tareas.
—¿Tareas? —repitió Riordan detectando algo sospechoso en el
tono de voz.
—Marcos —dijo con una sonrisa maquiavélica—, ¿recuerdas el
drenaje que se había atascado?
—¿La bomba de residuos orgánicos? Sí, deberíamos haberla
arreglado en la última estación —explicó el orondo mecánico mirando de reojo al
joven leónida—, se necesita a alguien joven y fuerte para descolgarse por los
conductos verticales. Alguien a quien no le importe mancharse de mierda.
Riordan puso los ojos en blanco y agachó la cabeza.
—¿Qué dices? ¿Que te ofreces voluntario? —exclamó Julio
dando un teatral aplauso—. ¡Gracias, Riordan! ¡Qué amable por tu parte! Cuando
acabe con eso busca algo más, no queremos que se aburra —dijo, dando una
palmada en el hombro del mecánico—. Si me necesitáis estaré en el puente,
discutiendo con Val sobre qué puerto planetario es el que nos ofrece más
oportunidades cuando tengamos que vender nuestro amor.
—Vadder —dijo Guille.
—Xenna —replicó Riordan.
—Estúpidos mozalbetes —rugió Marcos—, si tuvierais un poco
de cultura sabríais que el puerto más adecuado es Caribdis.
—Negativo —dijo
la mecánica voz de Val hablando por primera vez—, según mis cálculos, tanto en Caribdis como en Vadder y Xenna, hay
demasiada oferta, sería más aconsejable un término medio entre una zona con
poca oferta pero una gran demanda potencial. Las lunas de Origen sería la
elección más acertada para establecer un negocio de intercambio sexual.
Los tres empezaron a reír a carcajadas. Riordan se contuvo,
la risa hacía que su dolor de cabeza se acentuara. Pero no dejaba de tener
gracia: en Origen estaban los poderosos y xenófobos hombres auténticos,
vestigios endogámicos de lo que era el ser humano típico. Nunca se mezclarían
con las razas inferiores.
—¿Te imaginas a las estrechas princesitas de Origen
peleándose por nuestros verdes culos? Tú lo tendrías más fácil, leoncito, te
quitas la pulserita y las tendrás haciendo cola —dijo Marcos haciendo
referencia al conocido efecto atrayente de la spartina, muy similar al de las
feromonas animales.
—Ya la hacen con ella puesta, gracias. —replicó el joven
engullendo su desayuno.
—Puede, pero dudo que tengas el mismo éxito después de que
acabes tus tareas de hoy.
***
Cuando estás atacado por el dolor de
cabeza más grande que te puedas imaginar, colgado en el vacío a veinte metros
de altura, mareado por los efluvios de un montón de materia orgánica en
descomposición y sujetado por un estrecho cable de acero que parece haber
vivido tiempos mejores, piensas que las cosas no pueden ser peores.
Desgraciadamente, el universo se empeña en demostrar lo
equivocado que estás.
—Está bien, Marcos, creo que ya estoy donde se supone que
debo estar y no veo nada.
—¿No eres tú el que
tiene supervisión nocturna? —se burló la voz del mecánico desde el
comunicador.
—Ja y ja. Me refiero a que no veo la avería, Marcos, no a
que no vea. ¿Dónde se supone que tiene que estar el problema?
—Si lo supiera estaría
arreglado.
—Sí, ya. No te ofendas, Marcos, pero no te imagino aquí
colgado.
—No, pero si lo hubiera
sabido te habría hecho bajar mucho antes.
—Touché —admitió
Riordan con una sonrisa.
—Céntrate, cachorro,
fíjate en la luz de los controles: tiene que haber una roja y una verde
parpadeante.
—Una roja, una verde parpadeante y una palanca. —dijo
Riordan describiendo lo que tenía ante él—. Ya lo tengo. ¿Ahora?
—Baja la palanca y
espera a que la verde deje de parpadear, se debería encender una luz naranja.
Eso indica que se ha bloqueado el sistema y ya puedes hacer las reparaciones en
el drenaje.
—Ya está.
—¿La luz ha cambiado de
color?
—Sí —replicó impaciente— ¿ahora qué?
—Ahora es cuando te
descuelgas hasta el fondo, localizas el drenaje atascado y lo desatascas.
—Joder —masculló mirando el fondo. La sustancia oscura
formaba remolinos y emanaba efluvios pestilentes. Respiró hondo y se arrepintió
de haberlo hecho—. Mierda, Marcos. Me estoy mareando.
—Mierda, Leoncio, mierda: has dado en el clavo. Deja de
quejarte, cuanto antes acabes antes subirás. Así aprenderás a no abusar del kido.
«No abusé del kido,»
pero no tenía sentido seguir discutiendo el mismo tema una vez tras otra. Si
Oma decía que era por la anemia, pues eso sería.
El líquido viscoso le llegaba por las caderas, el cable
agarrado a su cintura tiraba de él y le dificultaba el movimiento que, de por
sí, ya era bastante complicado.
***
—No
puedo pagarte más, Julio —dijo la oscura belleza de color turquesa que mostraba
el monitor. Su contacto en la sociedad de transportistas pertenecía a la rara
clase de los “azules”, humanos fotosintéticos como él mismo pero con una
variedad de Nostoc[2]
como simbionte —.Y siento decirte que no tengo grandes ofertas.
Julio ya se esperaba esa respuesta
pero todavía conservaba la esperanza de encontrar un buen trabajo bien pagado,
pero con la crisis económica, los transportistas se habían multiplicado.
Cualquiera que tuviera una pequeña nave se ofrecía como tal y la competencia
hacía difícil mantener las tarifas.
—¿Y qué es lo que nos queda,
Brunilda?
—Sparta —dijo la mujer—, sé que no
quieres ir, pero escúchame primero: ha cambiado, es diferente, el nuevo
gobierno asegura la paz en la estación y promueve el comercio. Todas las naves
que atracan allí tienen escolta contra el pillaje…
—Brunilda —la interrumpió Julio—, no
puedo ir a Sparta.
Brunilda frunció el ceño pero no
siguió insistiendo. Consultó su pequeña agenda electrónica.
—Tengo algo que te podría gustar
—dijo agitando la cabeza poco conforme con la decisión del capitán—. Pero es
una mierda. Transporte de animales, un par de bestias malolientes pero
inofensivas.
—Si está bien pagado, me vale.
—Está adecuadamente pagado, no es
una ganga.
—Sí, sí, sí, me lo imagino. Dame los
datos.
—Es una mierda de encargo, esos
bichos cagan cuatro veces al día y apestan.
—No pasa nada—contestó Julio con una
amplia sonrisa—, tengo un voluntario para ocuparse de ellos.
***
CONTINUARÁ.......................................................................................................................
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