Marion Zimmer Bradley
The last sleep of Arthur in Avalón
Edward Burne-Jones
Hace poco terminé la saga de Marion Zimmer Bradley llamada Las nieblas de Avalon. Realmente, me ha encantado, y creo además que me ha llegado en el momento perfecto, no sé si en otra época la habría disfrutado con el mismo entusiasmo, la verdad. Había leído por ahí varias opiniones, todas buenas por cierto, que hacían hincapié en su aspecto como literatura femenina y feminista, y eso me había interesado especialmente (ya sabéis, mi monotema sobre las peculiaridades de la óptica femenina y la literatura escrita por mujeres).
Los cuatro tomos de la edición española |
Según iba leyendo los cuatro libros, uno detrás de otro como buena adicta, tenía esto presente y, después de terminarlos, creo que es cierto que la de Marion Zimmer pueda ser una visión especialmente feminista, en el mejor de los sentidos, otra óptica menos frecuente desde la que contemplar el mito artúrico, que elevaría el papel de las mujeres frente a lo que es habitual: personajes secundarios y casi irrelevantes. Pero además me parece un aspecto a destacar sobre todo la divinidad femenina que está en el fondo de toda la trama, los aspectos de la antigua religión celta que se refieren a la Diosa.
La primera vez que yo me planteé de manera especial todo lo relacionado con la posible divinidad femenina original, fue con el libro de Dan Brown "El código Da Vinci". (Ahora me coloco el rectangulito negro de rigor sobre los ojos, para exclamar con dramatismo —a la par que convincente rubor—: sí, yo también leí el Código Da Vinci XD).
Nunca he defendido el valor literario de semejante novela, pero sí considero que puede apuntarse unos cuantos méritos. Para empezar, es innegable el ritmo ágil de la narración y la capacidad de enganche de la trama. Logró que un inesperado número de personas se interesaran por cuestiones artísticas, símbolos religiosos (a eso volveré más tarde) y aspectos de la vida y milagros (nunca mejor dicho je, je) de Jesucristo y María Magdalena. Además de traer a primera página a un genio de la talla de Leonardo. Que sí, que ahora todo el mundo dirá conocerlo de pe a pa, pero a ver cuándo un pintor ha despertado tanto eco en la imaginación colectiva.
Nunca he defendido el valor literario de semejante novela, pero sí considero que puede apuntarse unos cuantos méritos. Para empezar, es innegable el ritmo ágil de la narración y la capacidad de enganche de la trama. Logró que un inesperado número de personas se interesaran por cuestiones artísticas, símbolos religiosos (a eso volveré más tarde) y aspectos de la vida y milagros (nunca mejor dicho je, je) de Jesucristo y María Magdalena. Además de traer a primera página a un genio de la talla de Leonardo. Que sí, que ahora todo el mundo dirá conocerlo de pe a pa, pero a ver cuándo un pintor ha despertado tanto eco en la imaginación colectiva.
He dicho que volvería a lo de los símbolos, uno de los ítems que personalmente considero clave en esa novela. Al igual que el tema, ya mencionado, de una potencia femenina deificada.
Aún mucho más tiempo atrás, me marcó un libro, esta vez un ensayo, que exponía la misma cuestión. Se trataba de «Las brujas y su mundo», de Julio Caro Baroja. Fue al primer autor que yo, neófita en esas cuestiones, le leí la relación de los supuestos aquelarres brujeriles con cultos paganos previos. La absorción, y consiguiente transformación, de ritos y creencias anteriores por el culto dominante, esto es, el cristianismo. Que era entonces catolicismo solamente. Las vírgenes negras que eran, en realidad, representaciones del culto a Diana, y antes aún, a divinidades femeninas que eran siempre distintos rostros de la Madre Tierra.
Cuando uno conoce ciertas cosas, es frecuente que las encuentre completamente lógicas, incluso casi obvias. Pero si recuerda el momento del descubrimiento, se da cuenta de cómo un simple rayo de luz enfocada desde otro ángulo es capaz de cambiar la realidad entera.
Así me ocurrió a mí cuando por primera vez contemplé la posibilidad de la naturaleza femenina de Dios. Perteneciendo, como es mi caso, a la tradición cristiana occidental, estaba completamente imbuida de la idea del dios-padre y, casi como recurso añadido, la existencia de una consorte como la Virgen María, absolutamente secundaria y limitada al papel de madre. Es decir, la mujer no puede aspirar a la divinidad sino solo a la santidad (y eso en el mejor de los casos). Y solo puede hacerlo en una dimensión, la de madre, negando sus otras naturalezas que sí contemplaba el culto de la Diosa: concretamente la naturaleza triple de la mujer-doncella, la mujer-madre y la mujer-anciana o mujer-muerte. Lo que es en realidad el ciclo natural de la vida.
La barca de Avalon arribando a sus orillas |
A ese respecto es muy interesante la contraposición que se hace en toda la novela entre el emergente cristianismo, en su versión más ultra, y la antigua religión que veneraba la naturaleza, la vida y, por tanto, la figura de la mujer asumida en cuerpo y alma. Vemos cómo esa consideración influye poderosamente en conceptos tales como la sexualidad, el pecado, y la culpa (incluido el pecado original, sucedido por obra de la primera mujer, Eva, que hay que «lavar» mediante expiación). Porque sin esa demonización que se hace desde el cristianismo de la mujer, la noción de pecado asociada a lo que no es más que naturaleza humana carecería de sentido.
Lo que me lleva a otra reflexión, necesariamente relacionada. La oposición en realidad entre religiones mono o politeístas. En las religiones politeístas la femineidad igual que la masculinidad están deificadas. No pretendo mantener que ese solo hecho convirtiera a las sociedades en que se rendía culto a las diosas en sociedades o culturas igualitarias, pero sí creo que el equilibrio era mucho mayor. El simple hecho de concebir cualidades y potencialidades divinas en la mujer cambia necesariamente la concepción sobre esta. En cambio, las religiones monoteístas relegan directamente al olvido, y más tarde a la condena, lo femenino, y asocian inevitablemente lo relacionado con la sexualidad y la reproducción al pecado y a la suciedad. La mujer resulta impura, tentadora, pecaminosa, etc. y necesitada de una guía y una sujeción masculina, ya que su tendencia «natural» es el mal y la inconsciencia de la animalidad.
Con la evolución del pensamiento y la reivindicación que en los últimos siglos (en realidad no mucho tiempo, apenas doscientos años) se viene haciendo del papel y naturaleza de la mujer, nos damos cuenta cómo es a menudo completamente necesario repensar ciertos conceptos desde la base. Y eso es lo que novelas como esta, en mi opinión, contribuyen a hacer. Porque creo que tienen más efecto en cuanto al pensamiento global, que obedece en gran parte a impulsos no conscientes, a creencias interiorizadas desde la infancia sin juicio previo; proporcionándonos otra óptica distinta y haciendo remover ideas y concepciones, sin llamar la atención sobre el proceso; que disertaciones más científicas y racionales que suelen pasar sin pena ni gloria y desatenderse desde el principio.
Por último, da la sensación de que Zimmer Bradley se documentó largamente a la hora de abordar su obra, ya que, al margen de la historia en sí y la trama original, muchos aspectos de los que expone en las novelas coinciden con algunos artículos que he encontrado y que se refieren a ciertos datos históricos (dentro de lo que son, al final, interpretaciones, a menudo controvertidas) y hallazgos materiales, que parecen apoyar las nociones del culto a la Diosa, su triplicidad (quizá heredada más tarde, con sus transformaciones, por el dogma de la "Santísima Trinidad"), su integración de la potencia masculina, su mirada positiva sobre los actos reproductivos y el sexo en general...
Uno de esos hallazgos que menciono tiene que ver con unas curiosas esculturas, presentes en un buen número de monumentos de Irlanda y Gran Bretaña, España y Francia.
Son las Sheela-na-gig, estatuas colocadas sobre el umbral de algunas Iglesias, o sobre las puertas y ventanas de castillos y mansiones, que muestran mujeres desnudas en posturas que exhiben sus genitales en posición destacada; imágenes de mujeres con las rodillas separadas, que mantienen abierto con una o las dos manos el agujero de la vulva, en forma de vesica piscis**.
Con la evolución del pensamiento y la reivindicación que en los últimos siglos (en realidad no mucho tiempo, apenas doscientos años) se viene haciendo del papel y naturaleza de la mujer, nos damos cuenta cómo es a menudo completamente necesario repensar ciertos conceptos desde la base. Y eso es lo que novelas como esta, en mi opinión, contribuyen a hacer. Porque creo que tienen más efecto en cuanto al pensamiento global, que obedece en gran parte a impulsos no conscientes, a creencias interiorizadas desde la infancia sin juicio previo; proporcionándonos otra óptica distinta y haciendo remover ideas y concepciones, sin llamar la atención sobre el proceso; que disertaciones más científicas y racionales que suelen pasar sin pena ni gloria y desatenderse desde el principio.
Por último, da la sensación de que Zimmer Bradley se documentó largamente a la hora de abordar su obra, ya que, al margen de la historia en sí y la trama original, muchos aspectos de los que expone en las novelas coinciden con algunos artículos que he encontrado y que se refieren a ciertos datos históricos (dentro de lo que son, al final, interpretaciones, a menudo controvertidas) y hallazgos materiales, que parecen apoyar las nociones del culto a la Diosa, su triplicidad (quizá heredada más tarde, con sus transformaciones, por el dogma de la "Santísima Trinidad"), su integración de la potencia masculina, su mirada positiva sobre los actos reproductivos y el sexo en general...
Uno de esos hallazgos que menciono tiene que ver con unas curiosas esculturas, presentes en un buen número de monumentos de Irlanda y Gran Bretaña, España y Francia.
Son las Sheela-na-gig, estatuas colocadas sobre el umbral de algunas Iglesias, o sobre las puertas y ventanas de castillos y mansiones, que muestran mujeres desnudas en posturas que exhiben sus genitales en posición destacada; imágenes de mujeres con las rodillas separadas, que mantienen abierto con una o las dos manos el agujero de la vulva, en forma de vesica piscis**.
Hay distintas interpretaciones sobre su significado
1. La patriarcal: serían advertencias sobre la naturaleza lujuriosa de las mujeres, para evitarles a los hombres la condenación.
2. Como su traducción literal es «mujer-vulva» se cree (iguales a las figuras yónicas de Kali y de Kalica) representaría a la Diosa (la vulva es la puerta primordial, la división misteriosa entre la vida y la no-vida) y su triple naturaleza: doncella, madre y bruja, o corva muerte.
3. Símbolos para alejar el mal y proteger la vivienda de que se trate.
La iglesia cristiana celta del primer milenio era mucho más liberal y más consciente de la importancia que tenía lo femenino en su sociedad que la iglesia romana. Por ejemplo, admitiría el divorcio hasta muy avanzado el S. XII. A la postre, la contribución de los celtas antiguos quedó suprimida y la influencia católica romana hizo que estas efigies se consideraran imágenes burdas y exhibicionistas.
Otro símbolo usado para la vulva es el triángulo, estrechamente relacionado con la diosa oriental Cunti, que da lugar a nombres como condado o vagina (cunt). Y hay otros más, símbolos con significado religioso que han ido evolucionando y siendo asumidos por las nuevas creencias. Está el trébol, que representa la triplicidad de la Diosa, anterior a San Patricio, que, como hemos dicho, podría haber sido recogido en la Santísima Trinidad.
La cruz celta, con su largo palo y los otros tres cortos se cree representaría en su primitiva concepción el falo, contenido dentro del yoni de tres facetas. Es el matrimonio entre lo masculino y lo femenino, el símbolo de la fertilidad y la continuación de la vida.
2. Un símbolo de Jesucristo
3. La vagina de la diosa femenina
4. El motivo básico en la Flor De la Vida
5. Un revestimiento del Árbol de la Vida
6. Una descripción geométrica de raíces cuadradas y de proporciones armónicas
Otro símbolo usado para la vulva es el triángulo, estrechamente relacionado con la diosa oriental Cunti, que da lugar a nombres como condado o vagina (cunt). Y hay otros más, símbolos con significado religioso que han ido evolucionando y siendo asumidos por las nuevas creencias. Está el trébol, que representa la triplicidad de la Diosa, anterior a San Patricio, que, como hemos dicho, podría haber sido recogido en la Santísima Trinidad.
La cruz celta, con su largo palo y los otros tres cortos se cree representaría en su primitiva concepción el falo, contenido dentro del yoni de tres facetas. Es el matrimonio entre lo masculino y lo femenino, el símbolo de la fertilidad y la continuación de la vida.
**Vesica piscis: es una de las formas mas antiguas y sagradas de todos los tiempos. Deriva de la intersección de dos círculos, siendo el espacio que se forma en medio. Es "la medición del pez" de Pitágoras, que era un símbolo místico de la intersección del mundo de lo divino con el mundo de la materia, y el comienzo de la creación. Se utiliza en una amplia gama de simbolismos:
1. La unión de Dios y Diosa 2. Un símbolo de Jesucristo
3. La vagina de la diosa femenina
4. El motivo básico en la Flor De la Vida
5. Un revestimiento del Árbol de la Vida
6. Una descripción geométrica de raíces cuadradas y de proporciones armónicas
Muy interesante, me lo apunto.
ResponderEliminarEs cierto que para replantearnos esos conceptos heredados y que nunca hemos sometido a juicio tenemos que mirarlos bajo nueva luz, ya sea por inspiración propia o ajena, ya trabajemos el cambio de manera racional o subconsciente.
Un abrazo.
Gracias. Lo expresas tan bien que me dan ganas de "robártelo" XDD
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