PRIMER MOVIMIENTO
Lanzo el primer golpe con el relato que abre la antología Quien tiene miedo a morir, que es «A Yolanda no le asusta el cementerio».
El libro arranca en realidad con otro relato que, según presumo por lo leído en el blog del autor, será el hilo conductor, o el relato marco, que englobe todos los otros.
Me ha hecho pensar de inmediato —por el recurso literario que supone, ya que en otros aspectos es distinto por completo— en el personaje que «justifica» la trama de uno de mis propios relatos, llamado Remake. En ambos casos se busca y utiliza un protagonista que haga de testigo de lo que se va a narrar, espectador involuntario de lo que se desarrolla en torno a él.Es cierto que, a partir de ahí, todo son diferencias. La identidad, papel vital, incluso la apariencia de cada uno, no tienen nada que ver con la del otro. Pero me resulta interesante esa coincidencia en cuanto al «voyeurismo», por decirlo de alguna manera, que se asigna al personaje que lo liga todo. Ese carácter de agente pasivo que, no obstante, provoca que suceda todo. El motor inmóvil que hace que el resto se mueva.
El personaje que cumple esa función en Quién tiene miedo a morir, un editor de éxito, sirve para introducir el primer relato propiamente dicho de la antología.
Se trata de una historia tierna y triste, con atmósfera sombría y a la vez poética, en cierto modo; que narra la relación entre un padre y su hija. El relato guarda un as en la manga, un giro de tuerca que cambia el sentido de lo leído y te hace repasarlo otra vez bajo esa nueva luz.
No es terror en el sentido habitual, esto es, conseguido gracias al uso de efectos dramáticos o acciones sangrientas. Sino que consigue sembrar cierta inquietud, cierto desasosiego existencial, debido a las ideas de fondo que lo sustentan. Podríamos decir que pulsa unas teclas que a todos, alguna vez, nos han resonado dentro.
Bien escrito y bien llevado. Sin alardes formales, con una prosa elegante que se ajusta perfectamente a la historia que cuenta. No me cuadra, sin embargo, la edad que asigna a la protagonista. Por la forma de abordarla y las descripciones que de ella hace su propio padre, debería tener, en mi opinión, unos cuantos años menos que los doce que se mencionan.
Otro aspecto a comentar, este como simple anécdota, es el que se refiere al tema de base del relato. Dice el autor que surgió como respuesta a una convocatoria de Calabazas en el Trastero que llevaba por lema «Supersticiones». Yo, por más que he puesto interés en ello, no he llegado a ver ningún elemento claro que permita asignarlo a ese argumento. Pero seguro que esto no va a ser una sorpresa. No es la primera vez que el autor y yo debatimos largo y tendido sobre lo que es o no es reflejo indiscutible de determinado contenido :-)
*** La respuesta, cuando la espada rival se atreva a devolver el golpe, en El rebaño del Lobo.
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