Primera parada: Pamplona y sus rincones mágicos.
Segunda parada: Aubazine. Pequeño pueblo, conocido por su Abadía cisterciense, donde teníamos nuestro alojamiento.
Aunque el verdadero objetivo de nuestro viaje a esa zona era Collonges-la-Rouge, un pueblecito muy especial que descubrí años atrás gracias a una amiga, que compartió una presentación sobre él en facebook, tan coqueta que me conquistó al instante. No es solo que Collonges no haya defraudado mis expectativas, es que lo considero desde ya uno de esos sueños (bien) cumplidos.
Tercera parada: Lyon.
Iglesia del Buen Pastor, en el barrio llamado de la
Croix-Rousse. Un sorprendente templo que permanece inaccesible (parece que nunca fue abierto).
Croix-Rousse. Un sorprendente templo que permanece inaccesible (parece que nunca fue abierto).
Uno de los murales que hay en la ciudad
Torre Rossa en el Viejo Lyon
A Lyon le dedicamos dos días. Como había reservado previamente un free tour en español para el día siguiente a la llegada, tuvimos la suerte de hacer una visita panorámica muy bien guiada por toda la ciudad y hacernos así una idea clara de su estructura y su espíritu, para luego visitar ya más despacio los rincones y las calles que nos habían llamado más la atención. Lyon es también un destino súper recomendable.
Cuarta parada: Jaun, Suiza, donde pasaríamos una semana completa.
Ya solo el paisaje que se veía desde la casa que teníamos alquilada daba buena muestra de lo que podíamos encontrarnos el resto de las vacaciones.
Días de puro disfrute. Grandes paisajes, excursiones memorables y ciudades tan interesantes como Berna o Ginebra.
Pequeño viaje en barco por el lago Thunersee. En una de sus orillas se levanta el Schloss Oberhofen, un castillo del S. XIII levantado por la familia Oberhofen, reformado en el S. XIX.
Glacier 3000. O cómo se ve el mundo a 3.000 metros de altura.
Y ahora, el verdadero motivo de nuestro viaje, la chispa que encendió la mecha, la visión que inspiró todo el proyecto... (creo que es suficiente, ¿no?). Con todos ustedes... El Chillon Castle.
Mi inspiración para Blakkia la blanca, el castillo de la reina Mirella, el corazón de Aslund
Alternamos ciudades o castillos con pura naturaleza. Y así tocó descubrir Lauterbrunnen («solo fuentes»). Pequeño pueblo enclavado en el valle del mismo nombre, que es también importante centro de esquí en invierno.
Acercándose uno al pueblo le llamará la atención, inevitablemente, el Staubbachfall, una impresionante cascada que cae casi 300 metros desde una pared de roca.
Y tendrá que ir, si sabe lo que le conviene (y nosotros lo sabíamos) a las cataratas Trümmelbachfälle, escondidas en el interior de la montaña «Schwarzer Mönch». Diez saltos de agua glaciares con una altura total de unos 200 metros. El espectáculo puede visitarse sólo en verano y con un teleférico de túnel.
Subir al Schilthorn, desde cuya terraza panorámica podrá ver los famosos picos Jungfrau, el Eiger y el Mönch...
Reloj astronómico de 1530
sobre torre del S. XI.
Curiosidades
de Berna: numerosos sótanos
abiertos a la calle donde hay tiendas y garitos varios.
Antes de abandonar Suiza, una última mirada: Ginebra, a orillas del lago Leman.
Una perspectiva de la catedral de Genève y su famoso reloj de flores
Siguiente parada: Carcassonne. Vista del perfil de la ciudad amurallada, en el atardecer y luego ya iluminada.
Y de vuelta a España: Bilbao, que estaba en plena Semana Grande y, si ya de por sí suele tener un ambiente increíble, resultó una experiencia para recordar mucho tiempo.
Museo Guggenheim, una nave del espacio anclada en la ría.
Y la calle María Muñoz, en el Casco Viejo, con sus bonitas y señoriales fachadas.
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