Ya decíamos, al abordar el primero de estos artículos, de
qué modo el libro “Mujeres que corren con los lobos” explicaba el síndrome de
la “mujer atrapada”.
El cuento mostrado en ese capítulo servía para ilustrar el proceso: la cultura dominante desprecia nuestros dones naturales e instintivos y a cambio nos introduce en un modelo de vida provisto de rígidas y definidas normas donde se nos hace encajar.
Alejadas de nuestros instintos, enseñadas a renegar de nuestras intuiciones, perdemos la clara noción que poseíamos sobre lo que nos conviene o no, sobre dónde se hallan los peligros, cuál es nuestra voz auténtica y por qué no debemos perder la legítima admiración ante ella.
Nuestros instintos, de manera natural, nos empujan a la huida ante cualquier situación que pueda resultar lesiva para nosotras, impulsan nuestra rebeldía, la lucha y la acción de la búsqueda. Pero, en cambio, la excesiva domesticación embota esos saludables instintos y nos inculca la resignación o, en muchos casos, al menos el silencio, la negación de nuestros sueños, necesidades y, en suma, de nosotras mismas.
Uno de los más peligrosos engaños que pueden acecharnos en tales circunstancias es la ensoñación, el sumergirnos en dudosas fantasías como alternativa a cualquier acción que de veras pueda cambiar lo que estamos viviendo. La fantasía entendida en este sentido, no esa otra clase de imaginación creativa y positiva que nos lleva a plasmar fuera lo que tenemos dentro; es una de las trampas más paralizadoras que existen.
El cuento mostrado en ese capítulo servía para ilustrar el proceso: la cultura dominante desprecia nuestros dones naturales e instintivos y a cambio nos introduce en un modelo de vida provisto de rígidas y definidas normas donde se nos hace encajar.
Alejadas de nuestros instintos, enseñadas a renegar de nuestras intuiciones, perdemos la clara noción que poseíamos sobre lo que nos conviene o no, sobre dónde se hallan los peligros, cuál es nuestra voz auténtica y por qué no debemos perder la legítima admiración ante ella.
Nuestros instintos, de manera natural, nos empujan a la huida ante cualquier situación que pueda resultar lesiva para nosotras, impulsan nuestra rebeldía, la lucha y la acción de la búsqueda. Pero, en cambio, la excesiva domesticación embota esos saludables instintos y nos inculca la resignación o, en muchos casos, al menos el silencio, la negación de nuestros sueños, necesidades y, en suma, de nosotras mismas.
Uno de los más peligrosos engaños que pueden acecharnos en tales circunstancias es la ensoñación, el sumergirnos en dudosas fantasías como alternativa a cualquier acción que de veras pueda cambiar lo que estamos viviendo. La fantasía entendida en este sentido, no esa otra clase de imaginación creativa y positiva que nos lleva a plasmar fuera lo que tenemos dentro; es una de las trampas más paralizadoras que existen.
Y puede que este fuera el caso de nuestra siguiente poeta
suicida, SARA TEASDALE, a la que dedicamos el
artículo de hoy.
Sara Teasdale nació en 1884 en St. Louis, Missouri, y murió
en 1933 en New York, con 48 años. Es considerada una de las grandes poetas
líricas norteamericanas, reconocida y valorada ya en vida.
Siempre tuvo una salud delicada, lo que hizo que no fuera al colegio hasta los 14 años. Su primer poema, y más tarde su primera colección entera, se publicó a los 21 años. Su segunda colección cuatro años después, en 1911. Tuvo una buena acogida por parte de la crítica.
Durante los siguientes años Sara fue cortejada por varios hombres, uno de ellos, el poeta Vachel Lindsay, cinco años mayor que ella, estaba profundamente enamorado de ella, y ella debía de estarlo de él porque intercambiaron entre ellos una serie de cartas románticas y maravillosas. Pero Vachel no le podía ofrecer un futuro muy prometedor ni la estabilidad a la que, normalmente, una mujer de su clase tenía que aspirar. Y así, en 1914, Sarah se casa con otro de sus pretendientes, el exitoso hombre de negocios Ernst Filsinger. No sería nunca un matrimonio feliz, durante su convivencia Sara se sentiría a menudo sola y abandonada, debido a las frecuentes ausencias de su esposo y, quién sabe, tal vez a su indiferencia (si hay que tener en cuenta el poema que dejó para él en el momento de su muerte).
La tercera colección de poemas de Sara se publicó en 1915, de nuevo con éxito. Al año siguiente, 1916, los Filsinger-Teasdale se trasladan a New York e instalan allí su hogar. Recibe el Premio Pulitzer en 1918 por su colección de poemas Love Songs.
Y mientras, Sara se siente cada vez más sola y desgraciada en su vida personal. En 1929, durante un viaje de su marido, se muda a otro estado durante 3 meses, lo que era un requisito necesario para poder solicitar el divorcio. Después de hacerse este efectivo regresa a New York y reanuda su amistad con Vachel, entonces casado y con hijos y agobiado por problemas económicos y por una salud en declive, circunstancias que le llevarían al suicido en 1931, bebiendo de una botella de desinfectante. Sara lo haría dos años después, el 29 de enero de 1933, ingiriendo una sobredosis de pastillas para dormir.
Siempre tuvo una salud delicada, lo que hizo que no fuera al colegio hasta los 14 años. Su primer poema, y más tarde su primera colección entera, se publicó a los 21 años. Su segunda colección cuatro años después, en 1911. Tuvo una buena acogida por parte de la crítica.
Durante los siguientes años Sara fue cortejada por varios hombres, uno de ellos, el poeta Vachel Lindsay, cinco años mayor que ella, estaba profundamente enamorado de ella, y ella debía de estarlo de él porque intercambiaron entre ellos una serie de cartas románticas y maravillosas. Pero Vachel no le podía ofrecer un futuro muy prometedor ni la estabilidad a la que, normalmente, una mujer de su clase tenía que aspirar. Y así, en 1914, Sarah se casa con otro de sus pretendientes, el exitoso hombre de negocios Ernst Filsinger. No sería nunca un matrimonio feliz, durante su convivencia Sara se sentiría a menudo sola y abandonada, debido a las frecuentes ausencias de su esposo y, quién sabe, tal vez a su indiferencia (si hay que tener en cuenta el poema que dejó para él en el momento de su muerte).
La tercera colección de poemas de Sara se publicó en 1915, de nuevo con éxito. Al año siguiente, 1916, los Filsinger-Teasdale se trasladan a New York e instalan allí su hogar. Recibe el Premio Pulitzer en 1918 por su colección de poemas Love Songs.
Y mientras, Sara se siente cada vez más sola y desgraciada en su vida personal. En 1929, durante un viaje de su marido, se muda a otro estado durante 3 meses, lo que era un requisito necesario para poder solicitar el divorcio. Después de hacerse este efectivo regresa a New York y reanuda su amistad con Vachel, entonces casado y con hijos y agobiado por problemas económicos y por una salud en declive, circunstancias que le llevarían al suicido en 1931, bebiendo de una botella de desinfectante. Sara lo haría dos años después, el 29 de enero de 1933, ingiriendo una sobredosis de pastillas para dormir.
Todos sus biógrafos han reflejado el fuerte contraste existente entre el apasionado y romántico signo de su poesía y la frialdad de su vida, predecible y vacía, como mujer casada.
Yo creo que lo cierto es que Sara hizo en un momento de su vida una elección fatal: hizo lo que “tenía” que hacer, según los preceptos en los que había sido educada y según lo que la sensatez social dictaba; en vez de hacer lo que le aconsejaban su instinto y su corazón. Eligió al hombre conveniente en vez de al hombre al que amaba, y luego se dedicó a dar rienda suelta a su auténtico “yo” a través de su obra creativa, sin hacer nada en el mundo real hasta que fue demasiado tarde. Se “entretuvo” en su fantasía mientras la vida se le escapaba. Y eso llegó a hacerla tan desgraciada que no quiso y no pudo seguir viviendo.
¿Hubiera sido su obra de otro modo si la elección hubiera sido diferente? No podemos saberlo, pero lo que parece seguro es que, al menos, su vida hubiera sido más feliz, y pudiera haber escrito otro final para ella.
Aquí tenemos uno de sus poemas más famosos, recogido más tarde en un relato de Ray Bradbury
titulado igual:
Y aquí el poema que dejó para su marido, encontrado en un blog muy interesante, con un artículo dedicado a ella y firmado por Ancrugon, donde se puede encontrar más información sobre Sara Teasdale (aunque algunas fechas no coinciden).
NO ME
IMPORTARÁ
Cuando sepas que he muerto y el Abril luminoso
sus mojados cabellos sobre mi tumba agite,
aunque a mi lado inclines tu corazón en ruinas,
ya no me importará.
Tendré la paz que tienen los árboles frondosos
cuando la lluvia comba sus generosas ramas;
y estaré más callada y el corazón más frío
que lo que ahora estás.
El blog se llama EL VOLUMEN DE UNA SOMBRA.
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