«Mierda,
mierda, mierda». No podía dejar de murmurar esa palabra. Estaba rodeado de
mierda y lo único que podía hacer era llorar su suerte y encontrar la solución
para salir cuanto antes de ese lugar. Tenía que localizar la causa del atasco,
no debía de ser muy complicado, o eso esperaba.
Caminaba por una zona estrecha y bajó adonde se redirigían
todos los desperdicios de la nave. Cuatro turbinas, tan grandes como él, se
situaban al final del conducto. Sus poderosas hélices trituraban los residuos y
los convertían en una especie de papilla de nutrientes que alimentaba los
enormes tanques llenos de algas que servían para abastecerlos de oxígeno. El
resto, lo poco que no podía ser aprovechado, se lanzaba al espacio sin
contemplaciones. No era la solución más limpia pero, como decía Marcos: «Que se
preocupen nuestros nietos que yo tengo bastantes problemas con vivir para tener
hijos».
Las cuatro turbinas estaban paradas en ese momento. No era
muy buena idea estar en ese lugar cuando funcionaban. Riordan se acercó a la
primera y la hizo girar, costó un poco pero era evidente que no estaba atorada.
Repitió la maniobra con la siguiente, esta vez tuvo más suerte y las hélices no
giraron como deberían. Hizo más fuerza pero era inútil, esa debía de ser la
avería. Fuera lo que fuera que estaba atorando la maquinaria, estaba bajo la
capa de fluidos.
Riordan maldijo su suerte por enésima vez antes de tomar
aire y sumergirse. A tientas —ni loco hubiera abierto los ojos aunque sirviera
de algo—, localizó las hélices y las siguió a palpo hasta encontrar lo que las
estaba obstruyendo. Agarró con fuerza y salió a tomar aire. Una vez fuera miró
lo que tenía en la mano; era el pie de un traje de mantenimiento.
—Ups —exclamó al reconocer el mono de la mecánica del
último puerto «¿Ana? ¿Alicia? ¿Cómo era?». La chica se había ido
apresuradamente después de su encuentro casual, se fue con una de sus camisetas
porque no había conseguido encontrar su ropa. La habitación de Riordan era la
hermana pequeña de un agujero negro y en aquel momento, lo último que pasó por
su cabeza era que el mono estuviera en el colector de residuos. Cómo demonios
había ido a parar al desagüe era un misterio—. Genial, creo que me voy a ganar
otra bronca.
Tiró con fuerza intentando sacar el traje pero era más
complicado de lo que había previsto; se había enredado en la hélice y no iba a
ser fácil desenredarlo. Se sumergió una vez más e intentó recuperar la prenda.
Consiguió desatascar la mayor parte de las piernas pero el cuerpo y las mangas
se negaban a liberarse de su abrazo.
Entonces oyó el ruido. En un primer momento no le dio
importancia, era como un zumbido eléctrico, pero él tenía los oídos llenos de
substancias que prefería no identificar y el dolor de cabeza no se había
mitigado lo más mínimo, así que un zumbido más no le llamaba la atención.
Pero cuando al zumbido le siguió el ronroneo de un motor y
la hélice empezó a girar sí que se dio cuenta, y se asustó.
***
Bien, era difícil pero lo había pensado mucho y no era tan
mala solución. El chico sabría cuidarse solo. Era espabilado y un buen
trabajador, eso no podía negarlo, pero no era suficiente. Sólo esperaba que los
demás lo vieran como él.
—Es la mejor solución —intentó justificarse ante Oma, pero
si su mujer era difícil de convencer no podía imaginarse lo duro que iba a ser
con Guille—. Sale caro de mantener y por su culpa no podemos acercarnos a
Sparta.
—¡Es tu hermano!
De nuevo el mismo argumento sin base alguna.
—¡No es mi hermano! Guillermo es mi hermano. Riordan es un
perrito abandonado que se encontró mi padre.
—¡No puede echarlo porque tenga que comer! ¡No es culpa
suya!
—Y tampoco es culpa suya que le persiga todo el maldito
gobierno spartano —dijo Julio, haciendo hincapié en el otro punto escabroso—.
¡Allí es donde hay trabajo! ¿No lo entiendes? Tenemos que ir a Sparta…
—¡No podemos ir a Sparta! —exclamó Oma al borde de las
lágrimas—. Tú no estabas… ¡Tú no estabas cuando él llegó a la nave! ¡Era un
niño, Julio! ¡Un niño asustado y malherido al que querían matar sólo por haber
nacido en el clan equivocado!
—¡Ya no es un niño! —gritó Julio empezando a exasperarse—.
Mierda, Oma, ¿estás ciega? ¿Acaso no lo ves? No hay comida para todos.
—Eso, deshazte de él, y luego de mí.
—No empieces con el chantaje emocional…
—¡Yo tampoco tengo dermis simbiótica! ¡Yo también soy cara!
—Esta discusión no tiene sentido… —dijo, sintiendo que
estaban entrando en un bucle de acusaciones.
—Puede que para ti no sea un hermano, pero para Guille es
más hermano de lo que tú has sido nunca, y para Marcos es como un hijo.
—Ya vale, Oma. Puede que haya estado fuera un tiempo, pero
la Valkiria es mi nave.
—¿Un tiempo? —insistió su mujer—. Cuando te marchaste,
Guille no tenía ni diez años, apenas hace tres que eres el capitán de la
Valkiria.
—¿Intentas decirme que ésta ya no es mi familia? —Podía
notar el puñal clavándose entre sus costillas a cada palabra que Oma
pronunciaba. «Eso, saquemos los trapos sucios.»
—No, Julio, es al revés. Si no fueras tan cabezón te darías
cuenta. Intento decirte que ésta es tu familia; toda ella. Cuando llegaste aquí
ya no estaba tu padre, pero estaban tu tío, tu hermano, el perrito abandonado y
una doctora inexperta. Te marchaste dejando una familia, y al volver te has
encontrado a otra. No puedes prescindir de los miembros que menos te convengan
sólo porque es lo más práctico. Una familia no es práctica, no funciona así
—Oma clavó en él sus enormes ojos pardos, él desvió la mirada, era difícil
resistirse a ella si te desarmaba con sólo pestañear—. Dime que mi discurso ha
servido de algo.
Julio agachó la cabeza. No estaba convencido, distaba mucho
de ello, pero la discusión con Oma sí que había servido de algo, le había
servido para darse cuenta de que la tripulación no lo aceptaría de ningún modo.
¿Acaso era tan descabellado lo que sugería? Dejar a Riordan en Galileo, Brunilda
le encontraría trabajo pronto. El chico estaría mejor sin ellos, pero eso que
era evidente y claro para él, parecía una locura a ojos de los otros.
Una vez más, Julio se limitó a asentir con la cabeza y
encogerse de hombros. Un pitido en el comunicador le libró de tener que mentir
a su mujer.
—¿Sí, Marcos?
—¡Las turbinas! ¡Las
turbinas se han puesto en marcha!
—Pero es bueno, ¿no? —preguntó sin comprender.
—¡Riordan sigue allí
abajo!
***
Apenas podía notarse los brazos. El cable de acero se
tensaba delante suyo mientras él luchaba por evitar que la corriente le
arrastrara hacia las trituradoras. Con sumo esfuerzo, consiguió avanzar un par
de brazadas pero distaba mucho de ser suficiente. Podía notar la
adrenalina bombeando en sus oídos
mientras el estruendo de las turbinas apagaba sus gritos y los que salían del
comunicador.
Desesperado, intentó llevarse una mano al brazalete que
brillaba en su muñeca: si se lo quitaba quizás tuviera alguna posibilidad. Pero
eso significaba aguantar su peso y la atracción con un solo brazo mientras con
el otro se libraba del aparato.
Miró hacia atrás, el movimiento de las cuatro turbinas
generaba un potente túnel de viento que apenas le permitía mantener los ojos
abiertos. Si conseguía llegar hasta el conducto vertical estaría a salvo. Si
perdía la presa… bueno, era mejor no pensar en esa opción.
Tomó aire y se dejó ir de un brazo. Un bandazo le impulsó
hacia atrás pero no se soltó del cable. Llevó su brazo libre hasta la pulsera.
Un poco más, casi lo tenía.
El zumbido cesó de repente. Y las turbinas fueron perdiendo
poco a poco potencia en cuanto los motores se apagaron.
Al desaparecer el túnel de viento, Riordan cayó de nuevo al
fluido de deshecho, pero esta vez no le importaba. Respiró aliviado. A pesar de
la pestilencia, estaba vivo.
—¿Estás bien? —dijo Guille, descolgándose por el conducto
vertical. Había llegado a tiempo de activar los protocolos de seguridad.
Riordan suspiró y sonrió, el corazón estaba a punto de
salirle del pecho, pero estaba feliz.
—Salgamos de aquí —dijo.
***
—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Julio ladrando a su
oreja.
—Y yo qué sé, sobrino —se defendió Marcos—, no tengo la
culpa de todo lo que funciona mal en esta nave. Ha debido haber un fallo en
seguridad, el cachorro dijo que había revisado las luces, todo debería estar
apagado.
En ese momento, primero Guille y después Riordan,
aparecieron por la compuerta de mantenimiento. Riordan estaba cubierto por una
sustancia marrón de los pies a la cabeza y apestaba.
—Oma, no te acerques —advirtió el capitán a su mujer, pero
fue un segundo demasiado tarde.
Oma palideció al percibir los efluvios y retrocedió
mientras contenía las arcadas. Marcos no pudo reprimir una sonrisa. «Demasiado
para tu súpernariz, ojos saltones».
—¿Qué ha pasado? —preguntó Riordan visiblemente alterado. No
podía culparle—. ¿Por qué se encendieron las turbinas?
—Eso pregunto yo —dijo Julio—. ¿Te aseguraste de desactivar
los motores?
—¡Claro que sí! ¡Por quién me tomas!
—No te tomo por nada, sólo digo que el sistema no se
enciende así porque sí.
—¡Pues es lo que ha hecho!
—¡Val! —rugió Julio—. ¿Qué mierda ha pasado?
—Los niveles de
deshecho estaban alcanzando niveles alarmantes, era necesaria su evacuación.
Riordan llevaba medidas de seguridad, apenas había una probabilidad entre cuatro
de que el cable fallara. Se consideró que era un riesgo asumible.
—¿Un riesgo asumible? —repitió Riordan incrédulo— ¡Un
riesgo asumible! ¡Y una mierda riesgo asumible! ¡Acostarse con la mujer de otro
es un riesgo asumible, lo que tú dices es una maldita ruleta rusa! ¡Jodida
máquina de mierda!
—Cálmate, Riordan —insitió Julio—. Marcos, revisa esos
parámetros de seguridad.
—Riesgo asumible. ¡Ja! ¡Un riesgo asumible, dice!
—Ya vale, Riordan, ha sido un accidente. Eso es todo. Ve a
ducharte.
—¡Pero Julio!
—Riordan —dijo, haciéndole callar—. A la ducha.
Marcos contempló la escena sin decir nada. Comprendía la
frustración del joven, pero qué podía hacer. Sólo había sido un accidente, un
error de valoración, nada más. Ya se le pasaría el cabreo.
***
Oma tenía un mal presentimiento, la estúpida certeza de que
había algo que se le escapaba. La actuación de Val no tenía disculpa, una
probabilidad entre cuatro era inadmisible para cualquier cálculo estadístico.
«Riesgo asumible», lo había definido. ¿Asumible el qué? ¿La probabilidad de
accidente? ¿La pérdida de un tripulante? Julio insistía en que había sido un
fallo del sistema, un simple error en los parámetros de seguridad, nada más.
—¿Encuentras la avería? —preguntó a Marcos. Éste estaba
metido en las tripas de la Valkiria, buscando entre los circuitos.
—Nada —dijo sacando un par de placas de circuitos para
luego volver a dejarlas en su puesto—, pero yo de robótica sé poco. Pregúntame
lo que quieras sobre el modelo Wagner o cualquier otro modelo de la Volkswagen.
Mecánica, ojos saltones, lo mío es la mecánica; háblame de tuercas, motores o
fluidos de transmisión, pero la IA es otra cosa. Mi hermano la compró de
segunda mano, yo le dije que no hacía falta, que era un lujo innecesario, pero
claro, era una IA original de Antobots; de esas ya no se encuentran.
—¿De segunda mano? —se extrañó la doctora.
—Reiniciada y rebautizada, por supuesto. ¿O crees que el
nombre venía de serie?
—Entonces… ¿qué falló? ¿Qué podemos hacer? —preguntó. Nunca
le había interesado ni la robótica ni la mecánica y el problema era otro.
—Bueno —carraspeó el orondo mecánico— no sé qué falló, pero
podemos reestablecer los parámetros de seguridad y confiar que con eso se
solucione.
—¿Y ya está? —. No estaba muy complacida con la respuesta.
—Ya está, ojos saltones, nada más. Ah —añadió— y acabar de
reparar la bomba de extracción, revisar los niveles de los depósitos de frelio,
arreglar los paneles de la cubierta solar y
recomponer los circuitos de control que se cargó el cachorro. Mucho
trabajo para un par de verdes manos —dijo, agitándolas para que quedara claro
que sólo tenía dos.
—Pídele ayuda a los jóvenes y quéjate menos —dijo Oma
haciendo caso omiso de las protestas del mecánico—. No has sido tú el que ha
estado a punto de acabar triturado en el espacio.
—Ya —Marcos inclinó la cabeza con pesar—, pero no ha pasado
nada, sólo un susto —se justificó quitando hierro al asunto—. De todas formas,
Julio ya tiene a Guille revisando los niveles de frelio y ha mandado a Riordan
a reparar las placas de la cubierta solar.
—O sea que te quejas de vicio.
—Si no me dejáis comer, algún vicio me tiene que quedar.
—dijo Marcos, sonriendo de oreja a oreja, mostrando sendas hileras de dientes.
—Marcos —pitó
Guille desde el comunicador—, los niveles
de frelio están tres puntos por debajo. ¿Eso es mucho?
—No lo suficiente para preocuparnos —rugió. Oma sonrió,
Marcos era de los que creían que si no tenía delante a la persona con la que
hablaba, tenía que gritar bien alto para que le oyera—. Pero localiza la fuga o
un día de estos no nos despertaremos.
—¿A qué… ? —empezó a decir Oma. Marcos la interrumpió con
una mano.
—¡No jodas, Marcos!
Hay casi tres kilómetros de conductos. ¿Cómo voy a localizar la fuga?
—Si empiezas ahora tardarás menos.
—¡Guille! —exclamó Oma, las piezas del puzzle comenzaban a
encajar y no le gustaba la imagen que se formaba—. Creo que sé dónde está la
fuga de frelio.
***
La cubierta solar era una gran cúpula de cristal que
mostraba una bellísima perspectiva del universo que les rodeaba. El suelo estaba
cubierto de una fina capa de hierba, verde y húmeda. Era el corazón de la
Valkira, el lugar más hermoso de la nave y también el más frágil.
Todas las mañanas, la nave se colocaba en un ángulo óptimo
que permitía la llegada de los rayos de sol sin necesidad de filtros
fotosensibles, esto permitía a los tripulantes de la nave activar sus
simbiontes fotosintéticos. El resto del tiempo, la superficie acristalada se
cubría por una serie de paneles dorados que protegían la zona de la radiación
directa.
En ese momento los paneles estaban descubiertos; la
Valkiria había girado su panza alejando la cubierta solar de la zona de
exposición. No había sol que atravesara el cristal, sólo un universo infinito
cuajado de estrellas y nebulosas. En algún punto de ese firmamento debía de
estar Eos.
Riordan miró a su alrededor y suspiró, se preguntó cómo era
posible que no fuera nadie más a menudo. Las vistas eran espectaculares.
Todavía tenía el corazón en un puño del susto en los
drenajes. No era de los que se sobresaltaban con facilidad, pero todavía
temblaba y tenía los músculos de los brazos completamente agarrotados. La parte
buena era que ya no le dolía la cabeza.
Un par de reparaciones más y ya se habría acabado el día, y
podría sentarse tranquilamente a discutir con Guille sobre deportes o sobre el
mono de la mecánica.
—Val —dijo, intentando contener el genio, no había olvidado
que había sido un error de cálculo de la máquina lo que casi había acabado con
su vida—. Activa los paneles de seguridad.
Paneles de seguridad
activados.
Uno a uno, con exasperante lentitud, los paneles se fueron
girando, desplegándose como una persiana y ocultando el universo tras su
superficie metálica. Todos menos uno, que permaneció oblicuo a los demás,
dibujando una franja luminosa encima de la cubierta vegetal. En aquella zona la
hierba parecía haber sido quemada.
Riordan frunció el ceño y esperó pacientemente a que los
paneles se hubieran girado por completo, para acercarse al que estaba dañado.
La hierba chamuscada crepitaba bajo sus pies cuando la cruzó para llegar a los
engranajes. Por la rendija todavía se podía ver la inmensidad estrellada. Se
arrodilló para localizar la avería y, cuando lo hizo, sacó las herramientas y
empezó a trabajar.
No se dio cuenta de que las estrellas se movían: la nave se
estaba girando.
***
—¡Es una locura!
—No, no lo es —insistió Oma, todo tenía sentido de repente,
un horripilante nuevo sentido, pero su marido no quería verlo.
—Tú misma dijiste que era resaca —dijo Julio.
—Sí, y no sabes cuánto me arrepiento por ello, me
equivoqué.
—¿Frelio?
—Sí, una intoxicación por frelio. Guillermo lo ha
comprobado, la fuga está en su habitación, y su habitación es un habitáculo
pequeño y cerrado. Si esta mañana no hubiera insistido en ir a buscarle,
probablemente estaría muerto; nunca se habría despertado.
—Pues… —Julio se encogió de hombros—. Me disculparé con él
más tarde, ha sido una confusión, le pediré disculpas y repararemos la fuga. Un
accidente, Oma, no un maldito plan de asesinato. Además, no tiene sentido echarle
la culpa a Val, tú misma erraste el diagnóstico.
—Pero Val no me lo dijo —insistió de nuevo la doctora—. Le
pedí un análisis de sustancias y me dijo que todo era normal. Y luego, el
accidente en el drenaje, dijo que era un riesgo asumible, ¿desde cuándo la vida
de un miembro de la tripulación es asumible?
—Vale —reconoció Julio—. Supongamos que tienes razón, hay
un complot para acabar con Riordan. ¿Por qué?
Oma desvió la mirada, era difícil de probar, difícil de
creer, difícil de justificar. Val estaba programada para cuidar y servir a la
tripulación, el planear algo así era impensable. Quizás estaba yendo demasiado
lejos y el chico sólo tenía un día gafe, nada más. Dos accidentes perfectamente
explicables, quizás había una avería en los parámetros de seguridad de la IA,
como dijo Marcos. Pero… había algo que no iba bien.
Una luz parpadeaba en el tablero de control.
—Julio, ¿por qué se está girando la nave?
Julio arrugó el entrecejo y miró el panel que le señalaba
Oma.
—No lo sé… —dijo extrañado—. Val, ¿por qué ha variado el
ángulo de inclinación?
Nadie contestó.
—Oh, oh —tragó saliva—. Esto no es bueno.
—¿Qué está pasando? —preguntó Oma, conocía lo suficiente a
su marido como para saber que la sonrisa que en ese momento se dibujaba en su
cara era una manifestación de su estado de nervios, y poco tenía que ver con el
buen humor.
—Bueno, supongo que te alegrará saber que te creo —dijo
Julio, acentuando la sonrisa nerviosa.
Oma no dijo nada, pero le atravesó con una mirada cargada
de interrogantes mientras su marido se peleaba con los botones de la consola.
—La Valkiria está adoptando el ángulo de exposición máxima.
Eso significa que, a esta distancia de Eos, la cubierta solar se convertirá en
una tostadora. ¡Val! —gritó—¡Mierda, Val, contesta! ¡Es una orden!
—Disculpe, capitán.
—¡Val! ¿Por qué estamos girando?
—…
—¡Val!
—Estamos adoptando el
punto máximo de incidencia solar.
—¡Eso ya lo veo!
—Julio, ¿qué pasa? —preguntó ella sin comprender.
—Oma, Riordan está reparando la placas en la cubierta solar
—El leve temblor en su voz delató lo que era evidente. Si la nave no adquiría
la posición de seguridad…—. ¡Val, te ordeno que vuelvas al ángulo óptimo!
—Lo siento, capitán,
pero no puedo obedecer esa orden.
—¿Qué?
—¡Riordan! —gritó Oma a su comunicador—. Riordan, ¿me
escuchas?
—Es inútil, Oma, he
desactivado las comunicaciones con la cubierta solar.
—Val, esto es ridículo —intervino Julio—, Riordan está en
la cubierta solar. No puedes matar a Riordan. No puedes —repitió—, va en contra
de tu programación primaria.
—Negativo.
—¿Negativo? ¡Tu programación primaria es proteger y servir
a la tripulación!
—Se equivoca, capitán,
mi programación primaria es proteger y servir a la familia Santacana. Riordan
no pertenece a la familia y su mantenimiento conlleva un gasto de recursos que
no compensa su presencia. Objetivamente, la eliminación de Riordan mejoraría la
calidad de vida de los miembros Santacana y abriría el camino a entablar
relaciones comerciales en Sparta. Usted mismo se ha planteado su eliminación
más de una vez, sólo hago lo que usted quería.
—¡No! —exclamó Julio—. Puede que dijera que estaríamos
mejor sin él —reconoció—, vale, lo he dicho. ¡Pero me refería a dejarlo en una
estación, no a matarlo!
—Julio, ya estamos en ángulo de incidencia máximo —le
informó Oma con un hilillo de voz.
—Tranquila —dijo con un susurro, como si así no pudiera
oírle la IA—. Los paneles están cerrados: pasará calor, pero deberían resistir
la radiación máxima.
Deseó que no hubiera dicho nada; en ese momento las luces
del monitor indicaron que la cubierta de protección comenzaba a retirarse.
***
Riordan seguía concentrado en su
trabajo. Le gustaba la mecánica, Marcos había reconocido que tenía talento para
ella, pero a pesar de eso rara era la vez que le dejaban arreglar algo más que
una puerta atascada o una de esas planchas. Hoy había sido su día de suerte,
había arreglado un drenaje atascado. Un complicado proceso mecánico que había
estado a punto de costarle la vida. Los paneles solares se averiaban
continuamente. Por mucho que le doliera a Marcos, la Valkiria era vieja. Cada
vez que se veía obligado a meter la mano en sus engranajes sentía como si
estuviera abriendo una caja de bromas de las que te sueltan serpentinas cuando
las tocas.
Se secó el sudor de la frente, respiraba con dificultad y
estaba bastante acalorado. Seguramente, la tensión estaba pasando factura. Las
gotas de transpiración se condensaban en sus ojos impidiéndole ver bien.
—Val —Hubiera preferido no hablar con la máquina, pero así
era difícil trabajar—. ¿Puedes bajar la temperatura de la cubierta solar?
No recibió respuesta. Riordan se incorporó extrañado; al
hacerlo, su brazo quedó expuesto a la radiación que entraba a través del panel
dañado. Lo apartó rápidamente al notar la quemadura. La franja de hierba verde
empezó a humear.
—¿Val?
El silencio de la Valkiria era una mala señal. El ruido de
los engranajes fue la respuesta al interrogante que no había llegado a
plantear. Los paneles se estaban abriendo.
Riordan retrocedió asustado al comprender la suerte que le
esperaba. Corrió hacia la puerta e intentó abrirla, pero estaba bloqueada.
—¡Socorro! —gritó pidiendo ayuda, pero no había nadie—.
¡Val, abre la puerta! ¡Val! Por favor —murmuró, sintiendo como las lágrimas se
agolpaban por salir. No, no lloraría. «Quien llora una vez, llora dos». Los
mantras que le habían inculcado de pequeño le perseguían incluso en esa
situación. Pero esta vez no bastaba con aparentar ser fuerte, esta vez
necesitaba serlo.
Riordan agarró el brazalete inhibidor y tomó aire antes de
arrancárselo de golpe. Gritó de dolor mientras tres largos capilares de
plástico salían despedidos al verse liberados de las venas que ejercían de
vainas. Había llevado el brazalete desde los catorce años, en cuanto empezaron
a aparecer los primeros síntomas de pubertad, y nunca había sentido la spartina
corriendo por sus venas.
Fue como una descarga eléctrica. La sintió recorriendo todo
su cuerpo: desde la punta de los dedos hasta las orejas. Podía notar el sonido
atronador de su corazón palpitando en las sienes, más alto que nunca, bombeando
con una fuerza que parecía imposible. Se miró las manos y no se las reconoció,
eran más grandes y de cada dedo crecía una uña amarillenta y curva. Un nuevo
calambre le dobló en dos. Apretó los dientes y resopló intentando reponerse a
una nueva convulsión. En algún lugar, perdido entre un laberinto de dolor y
nuevas sensaciones, oyó su propia voz recordándose que había sido una suerte no
haberse quitado el artefacto en el túnel de drenaje.
Intentó reponerse lo suficiente como para centrarse en su
problema actual, por el rabillo del ojo vio que las lamas de protección casi se
habían abierto del todo. Una luz cegadora bañaba la cubierta solar calcinando
todo lo que encontraba a su paso. Apenas le quedaban unos segundos. Cogió aire
y lo soltó de golpe en un grito a la par que descargaba toda su fuerza contra
la superficie metálica de la puerta.
Ésta se abolló, pero no cedió ni un centímetro.
Riordan aulló de frustración y desesperación y lanzó una
nueva acometida de golpes que dejaron sendas marcas en la superficie machacada.
Pero fue inútil. Podía notar como su piel comenzaba a enrojecerse por la
radiación solar.
—¡Por favor! —gritó pidiendo auxilio.
Su cuerpo entero rabiaba aún por los efectos del cambio,
pero la despiadada Eos empezaba a hacer mella en él. Su piel ardía de dolor y
adquiría cada vez un tono más rojizo. Riordan hizo un fútil intento de
resguardarse contra la pared. Se acurrucó, escondiendo su cabeza entre los
brazos, intentando no pensar que el olor a quemado que inundaba sus fosas
nasales era su propia carne.
El ser humano vive con la creencia de que no existe un
dolor infinito. Que existe una barrera que no se puede superar, pero a veces
tiene la desgraciada suerte de comprobar que se equivoca. El límite existe,
sí, pero está mucho más alto. Entonces
se detiene el tiempo. Se grita, se llora
y se reza para que todo acabe pronto. Los segundos de agonía son la eternidad.
Pero al final acaba, bien o mal, el cuerpo humano dice basta. Las terminaciones
nerviosas se colapsan y ya no hay dolor. Entonces llega la ansiada
inconsciencia. Riordan todavía pudo oír una voz lejana que gritaba su nombre;
delirios de moribundo.
***
—He reiniciado la IA —informó
Marcos.
Julio asintió sin desviar la mirada, perdida en algún punto
de la inmensidad del universo. Todo el suelo de la cubierta solar había quedado
calcinado, volutas de humo se elevaban hacia el techo atraídas por los
extractores de la Valkiria. Un cementerio, en eso se había convertido el
corazón de la nave.
—He reestablecido los parámetros de seguridad y modificado
la programación primaria para que incluya la tripulación al completo.
—Después iba Oma —murmuró Julio, perdido en sus
pensamientos.
—No es tu culpa, sobrino, ya está.
—Yo le di la idea —confesó—. Yo quería que Riordan
desapareciera.
Marcos se atusó la barba y carraspeó intentando encontrar
las palabras, pero no había consuelo que pudiera ofrecer.
—Tenías tus motivos.
—Y ella —dijo Julio, inclinando la cabeza—. Y ella.
***
—Está… —Guille no sabía cómo decirlo—, diferente.
Oma le miró y sonrió, asintiendo con la cabeza.
—Es la spartina —le explicó—, cuando los niveles se
recuperen volverá a ser el que era.
Riordan estaba amarrado boca abajo en la camilla de la
enfermería. Oma retiraba los restos de piel muerta y de ropa quemada de su
espalda, dejando al descubierto varias zonas en carne viva. Guille frunció el
ceño y se estremeció de dolor empático. Era su amigo y le admiraba. Habían
intentado matarlo tres veces en un día y había sobrevivido. Siempre lo hacía,
era su naturaleza. Si el mundo se acabara quedarían las cucarachas y Riordan,
vivo pero malherido, siempre acababa malherido. No pudo menos que preguntarse
qué habría sido de él si hubiera estado en su pellejo. «Habrías muerto
tranquilamente durmiendo en tu camita, míralo por el lado positivo, Guille, no
tendrías que morir achicharrado, ni triturado…»
El cuerpo que estaba
atado en la camilla poco se parecía al de su amigo. Tenía más músculos de los
que podía contar y cada uno de ellos estaba surcado por venas que no sabía que
existieran. Sus uñas se había convertido en garras y le había crecido el pelo y
la barba.
—No es por meterme con los gustos femeninos, pero… ¿cómo
podéis considerar esto atractivo?
Oma no pudo evitar soltar una sonora carcajada.
—No es atractivo, Guille, son feromonas. La composición
química de la spartina es muy similar a la de las hormonas de atracción. Es
algo químico, no una cuestión de gustos.
—¿Y a ti te afecta? —preguntó el joven enarcando una ceja.
Oma se rió de nuevo.
—Un poco —reconoció ladeando la cabeza—, pero sé a qué se
debe —se apresuró a añadir—. No te preocupes, no me arrojaré a su cuello en un
arrebato de pasión.
Un gemido sordo desde la camilla atrajo su atención,
Riordan se estaba despertando.
—Buenos días —dijo Oma con su tono más maternal—. Vuelves
con nosotros, ¿cómo te encuentras?
El leónida carraspeó antes de contestar, no debía de ser
muy cómodo estar boca abajo.
—¿Por qué no puedo moverme?
—Estás atado y sedado hasta que pasen los efectos de la
espartina.
—El brazalete…
—Te lo he vuelto a poner, supongo que en un par de horas la
eliminarás por completo y volverás a ser el de siempre. No intentes moverte
—advirtió al ver que el joven intentaba incorporarse—, las quemaduras de los
hombros y de la espalda son bastante serias, tardarán bastante en curar. Si no
estuvieras sedado estarías gritando. Te quedarán cicatrices.
—«Las cicatrices son errores que no cometerás de nuevo»
—recitó Riordan.
—«Si tienes muchas, o eres tonto o has aprendido demasiado»
—dijo Guille, concluyendo con una sonrisa cómplice el proverbio espartano.
—Esto ya está —dijo Oma—, deberíamos conseguir unos cuantos
gusanos limpiadores cuando lleguemos a puerto. Deberías hacer tratamiento con
ellos durante un par de semanas.
—Gusanos no… —gimoteó Riordan.
—Gusanos sí —dijo la doctora y acompañó sus palabras con un
beso en la mejilla—. Ahora descansa.
Antes de que pudiera protestar, Oma apagó las luces y
obligó a Guille a salir de la habitación. Antes de hacerlo, fue hacia el
leónida y le sorprendió con un golpe en la cabeza.
—¡Au! —se quejó Riordan, pero enmudeció al descubrir la
mirada vidriosa de su amigo.
—Mejórate —dijo éste, simplemente, antes de dejarle en la
oscuridad.
***
Sus manos volvían a ser manos humanas. «Desconfía de aquel
que no enseña sus garras» rezaba otro proverbio. Guille le había puesto al día
de todo lo que había pasado, de los intentos de asesinato de Val. Frunció el
ceño al recordarlo, pero no podía sentir odio, sentía una estúpida mezcla de
autocompasión y culpabilidad.
—Lo siento mucho —dijo el capitán. Julio no era de los que
pedían disculpas, se podía considerar afortunado—. Me siento responsable de
todo lo que ha sucedido con Val, ha sido culpa mía. Nunca he tenido intención
de matarte, si te sirve de consuelo, aunque a veces no me faltan ganas —rió sin
gracia—. Lo siento, no sé qué más decir.
—No importa —dijo Riordan cabizbajo. Claro que importaba,
había sido muy estúpido al no haberse dado cuenta de lo que sucedía a su
alrededor, ¿cómo había podido estar tan ciego? No había muchas soluciones. El
accidente con Val obedecía a unas razones, y él tenía la culpa de todo, a él le
correspondía asumir los riesgos para solucionarlo—. No quiero irme —confesó el
leónida.
—No —se apresuró a aclarar Julio—, nadie ha dicho eso. No
es necesario, ya nos espabilaremos. Siempre lo hacemos, ¿no es verdad?
—Podríamos ir a Sparta —sugirió con voz queda, malditas las
ganas que tenía él de volver a Sparta.
—No podemos ir a
Sparta.
—Me mantendré oculto, no bajaré a puerto, nadie tiene por
qué buscarme en la nave —argumentó, sabiendo que no iba a ser tan sencillo—.
Dicen que allí hay trabajo, vayamos.
—¿Estás seguro? —preguntó Julio poco convencido. Riordan
asintió con la cabeza. No es que fuera fácil, por nada del mundo querría pisar
ese planeta de nuevo, pero la realidad era que la Valkiria había sido su hogar
más que ningún otro sitio, y no quería perder lo que había encontrado en ella.
El riesgo a ser encontrado era preferible a la alternativa.
—Tendrás que confiar en la fuerza de Guille para cargar
cosas.
—Bueno, le pondremos a hacer pesas. ¿Y tú? ¿Aguantarás sin
buscarte amiguitas ni fiestas?
—Oh, sí, prefiero a las mujeres que no tienen padres y
hermanos que quieran matarme antes de conocerme. Si quieren después… —El
leónida se encogió de hombros y Julio soltó una carcajada.
—A Sparta pues —dijo Julio con una amplia sonrisa. Parecía
satisfecho, debía de esperar esa oportunidad desde hacía mucho tiempo.
La voz de la IA resonó en la habitación.
—Mis disculpas,
Riordan. Parece que las medidas que adopté no fueron las más adecuadas para el
bienestar de la tripulación. Un error en los parámetros que no se volverá a
repetir.
Riordan se limitó a
fruncir el ceño, no respondió. La
aséptica disculpa de la Valkiria no valía una respuesta. Con suerte,
sería cierto y no se volvería a repetir. «Nunca des la espalda al que quiere lo
que posees, ni a quien te dé los buenos días por la mañana.»
—¿Sabes lo que es una valquiria, Riordan? —preguntó Julio
con la mirada ausente. Riordan negó con la cabeza, nunca se lo había
planteado—. Según algunas creencias antiguas, recogen el alma de los caídos en
combate y se la llevan al paraíso.
—Parece bueno —dijo Riordan sin comprender.
—Ahí está la trampa: es la valquiria quien decide quién
vive y quién muere.
Madre mía, qué crueldad, me has tenido sufriendo por el pobre Riordan, que es mi héroe. Te lo llegas a cargar... XDDD
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