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miércoles, 12 de marzo de 2014

Pócimas teatrales

Cambiando radicalmente de tercio, hoy publico un relato corto que tenía como objetivo tratar el tema de la picaresca. No es un estilo que en principio me atraiga nada, así que hice como acostumbro: si el tema de fondo no me motiva trato de jugar con la forma.
         En tiempos yo leí bastante teatro, clásico y moderno, y se me ocurrió intentar algo parecido pero en forma de relato en prosa. Este fue el resultado.


Luis Ricardo Falero – La Fiesta en la taberna (1880)


Entremés en tres actos
            L.G. Morgan


ACTO I

Nos encontramos en una taberna ahumada y ruidosa. En una de las mesas, sobre la que recae la luz intensa de un foco, están sentados los cuatro personajes principales. Un joven con aspecto de caballero, atildado y apuesto, don Pere. Una moza de buen ver, de mirada recatada, con las manos cruzadas en el halda, Marcelina. Un hombre fornido con pañuelo en la cabeza, Fermín, el chatarrero. Junto al taburete que ocupa descansan un par de aparatosas muletas, es cojo. Y por último, un individuo de extraña catadura, cara de rufián pero alzacuellos de cura, Maese Joaquín. Toma la palabra el cojo.

- Que no, don Pere, que la cuestión aquí es que me ha dejaó preñada a la moza. –Mientras habla da sonoros golpes con el puño en la mesa-. Y eso no se puede consentir, por muy caballero que sea usía.

- Chssst, baje la voz, hombre –susurra el otro descompuesto- si yo no le estoy negando nada. Solo digo que habrá que esperar y ver...

- ¿Y ver qué, que se le note el bombo a esta? Todavía lo puede disimular usando la saya ancha pero en un par de semanas... y ahora a ver qué hago yo, ¿eh?. Estoy impedido, como puede ver –se señala la pierna con grandes aspavientos-, desde el accidente no he podido trabajar y no tenemos ni p’a comer. Y tenía a la moza comprometida con un buen hombre, un artesano del gremio, honrao, trabajador... pero ahora que usía le ha quitao la honra... pues no la va a querer –asiente el cura con gesto grave-. Ay, Dios mío –gime en voz alta mesándose los cabellos- qué va a ser ahora de mi dulce e inocente Marcelina.

- Que yo no digo –trata de calmarle don Pere- que no vaya a cumplir. Pero –y aquí le surge un gesto de lo más desconfiado- cómo sé yo que el niño... bueno –se arma de valor y sin mirar a la muchacha termina del tirón:- cómo sé que es mio.

       Marcelina se echa a llorar desconsoladamente, retorciendo entre las manos el extremo del delantal y su padre se levanta indignado y se encara con el asustado joven.

- Qué cómo sabe que es suyo? ¿Es capaz de decirle a un padre a la cara, después de haberse trajinado a su hija, que no sabe si el hijo es suyo? ¿Es que acaso mi muchacha no estaba entera?

- Tranquilícese, por Dios, tranquilícese –don Pere no cabe en sí de angustia. Mira a todas partes, seguro de que todo el mundo ha oído la conversación. Le señalarán por la calle, se enterará su padre, su vida quedará arruinada... Solo quiere resolver aquello de una vez y seguir con sus asuntos-. Si yo no dudo de la virtud de Marcelina. Que no, Marcelina, no llores más, mujer. Son los nervios, eso es, los nervios que no me dejan pensar con claridad. Claro que eras pura, mujer, si hasta me mostraste las pruebas. Yo... yo –balbucea- yo estoy dispuesto a hacer lo más decoroso. ¿Qué sugiere usted?

- Dígaselo vuecé, padre –Fermín le da un manotazo al cura, para indicarle que es su momento.

- Aquí lo único decente –contesta el reverendo con gesto puritano- es que os caséis con la moza... mmm... desflorada. Yo mismo puedo oficiar la ceremonia cuando gustéis.

       Don Pere se ha quedado blanco como la cal de la pared. No es posible, ¿cómo se va a casar él con esa zagala, guapa como pocas, eso sí, pero sin un real y sin un nombre. Su padre le deshereda, no hay duda.

- No puede ser –afirma tajante. El miedo le confiere un tono de barítono que no admite réplica-. Es que... –se nota que inventa una excusa- yo ya estoy prometido. Sería un honor, Marcelina querida, desposarte, pero no es viable. ¿Alguna otra idea?

       Los dos hombres hacen ver que reflexionan y por último dice el cura:

- Habría otra forma.... no es lo mejor pero si no hay manera de casamiento... podríais darle a la muchacha una buena suma, a modo de dote, y regalarle también un donativo para que en algún convento las monjas miraran con benevolencia a un recién nacido abandonado en su torno.

       Tras una cierta negociación, llena de tiras y aflojas, acuerdan una cantidad que, a requerimiento de Pere, trae un criado y entrega a Fermín. Don Pere se levanta luego, saluda, y hace mutis por el foro.

ACTO II
Una oscura calleja, Fermín, Marcelina y Joaquín se están repartiendo el dinero.

- Señor padre –dice Marcelina fingiendo una exagerada deferencia- ¡cuánto agradezco vuestros desvelos!

- Menos chuflas, moza –contesta Fermín- que de la guantá que te doy te recuerdo al padre que no conociste –la muchacha se echa a reir-. Ahora a buscar otro primo que te preñe, que los cuartos no duran para siempre.

- Si fuera cierto –interviene Joaquín, reflexivo- habrías parido más hijos que la Eva de Adán.

- Dicen que no hay mal que por bien no venga –sonríe la muchacha-. Desde que el carnicero aquel que atendió el parto de mi niño me tuvo que dejar hueca, estoy a salvo de esos lances.

       Se despiden y se van cada uno por su lado.

ACTO III
La misma taberna, la misma mesa. Esta vez el cuarto personaje es un joven distinto, estudiante aventajado de medicina y un romántico además de un bobo.

- Estoy impedido, como puede ver. Sin trabajo, sin na p’a comer. Yo tenía a la moza comprometida con un buen hombre... –está diciendo Fermín.

       Alejandro, que así se llama el estudiante, no tiene ojos más que para Marcelina, apenas escucha.

- Tiene que casarse con ella –suelta el cura a bocajarro, aprovechando la coyuntura.

- Muy bien –contesta el mozo, sin apartar la vista de la guapa moza.

- ¿Qué? –se atraganta Fermín.

- Sí, vida mía, nos casamos ahora mismo. No voy a dejar que un hijo mío nazca bastardo.

- Mire vuecé –interrumpe el falso reverendo- que no es bueno precipitarse, que las familias no siempre comprenden estos arranques de juventud...

       Pero Alejandro no quiere saber nada de inconvenientes. Se levanta y entre grandes risotadas proclama entre la concurrencia que va a casarse con esa hermosa mujer que le acompaña. De entre los congregados sale un cura, uno auténtico, capellán en la universidad, que se encuentra a esas alturas un poco achispado, y se ofrece, en medio del regocijo de todos, a celebrar el enlace en ese mismo momento.

       Los tres compinches no saben qué hacer. Para Fermín y su socio está a punto de irse al traste su único medio de vida. Para Marcelina empieza un lío de padre y muy señor mío, cómo va a capear la situación como mujer honrada y casada es algo que no imagina. Se celebra la boda entre la algarabía de los parroquianos y el más amargo desengaño de los burladores burlados.

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