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viernes, 22 de mayo de 2015

Jornadas de reflexión


Tengo bien presentes, desde que las oí por primera vez, las palabras del ex-presidente de Uruguay, José Mujica, acerca de las dos corrientes básicas de pensamiento político, la derecha y la izquierda, o más precisamente, el conservadurismo y el progresismo (que no se identifican siempre "exactamente" con los extremos anteriores).
         Decía Mujica que la patología (es decir, el extremo insano) del conservadurismo es el "reaccionarismo", mientras que la patología de la izquierda es el "infantilismo", el confundir realidades y deseos y no ser capaz de adaptar los medios a los objetivos que se persiguen.
         De las tendencias reaccionarias no tengo nada nuevo que decir, bastante he comentado ya sobre ello, sobre el miedo que se esconde tras esa obsesión constante por tenerlo todo controlado y no poner a prueba ninguna de las supuestas certezas. Sobre la falta de consideración hacia cualquier cosa y persona ajena a uno mismo y su propia historia.
         No, es más bien sobre el infantilismo que con tanta frecuencia desactiva los buenos propósitos de la izquierda, sobre lo que creo que es necesario hablar. Sobre lo que, de hecho, reflexionamos menos.
         Esa confusión entre LA REALIDAD y mi realidad, empeñados a toda costa en lo que creemos que es mejor sin habernos preocupado de contrastarlo con lo que para la mayoría de los otros es mejor. Y esa creencia, totalmente infundada, de que el verdadero activismo, el auténtico compromiso no puede tener nada que ver con lo que implique planificación, estructura y método.
         Es algo que observo muy a menudo entre la gente que trabaja en "lo social". Personas en general con las mejores intenciones, altruistas y comprometidas con el cambio y el avance humano. Pero que no tienen en cuenta que haya que sentarse a reflexionar, a definir objetivos, a diseñar los pasos necesarios para su consecución y los medios para hacerlos posibles.
         Se hace mucho, pero se cosecha poco. Se hace por hacer, se hace infructuosamente. ¿Por qué? Porque gran parte de las acciones que se emprenden no tienen una dirección clara y definida de antemano.
         Hay logros prácticamente accidentales. Muchos otros que se dan solo a costa de una gran perseverancia, y un "derroche" de tiempo y entrega personales que va minando las reservas de gente y recursos. Y gran parte de ellos, de los logros, que se pierden en la inercia del paso del tiempo y solo llegan a ser conocidos por aquellos que ya "están metidos en el ajo", que ya son conscientes de las necesidades de los demás y están implicados en el mejoramiento de aspectos sociales. En definitiva, los que ya pertenecen "al sector" y no necesitarían acción alguna para unirse y participar.
         Hay muchas buenas ideas, tantas, de hecho, que no logran dar fruto, que mueren a poco de ser enunciadas. Y mucha, muchísima ilusión, que va decayendo por pura ley natural al no alcanzar fruto.

Hay que tener en cuenta un factor psicológico que sirve, en ocasiones, de mantenedor de ese estado de cosas, y que afecta a un cierto porcentaje de personas con este perfil altruista y comprometido. Se trata de la gente que, a sabiendas o no, hace descansar su propia autoestima únicamente en "lo que hace por los demás". Hasta la generosidad, cuando es extrema, puede obedecer a un impulso equivocado. Conozco madres, por ejemplo, que hacen todo por sus hijos, lo dan todo por ellos aun a costa de sus propias personalidades y realizaciones. Es algo que parece muy loable, ¿no? Bien, no lo es. No cuando se debe a la creencia de no merecer algo por uno mismo, de no tener "valor" per se.
         La primera responsabilidad de un ser humano es para con él. Es su responsabilidad "ser", ser realmente. Y cuanto más sea, más podrá dar a los otros. Los hijos no deberían nunca ser una excusa para no vivir plenamente, para no realizarse por completo.
         El tema del activismo social puede ser bastante parecido. Es una cualidad admirable ayudar a otros y colaborar activamente para hacer del mundo un lugar mejor y más justo. ¿Cómo se puede dudar de eso? Pero siempre que la función que tiene eso para nosotros no sea la de llenar ninguna carencia, que no sea la de suplir en nosotros algún otro tipo de satisfacción. Si esto no es así, si servimos solo al deseo legítimo de ayudar a otros, lógicamente nos preocuparemos por que nuestras acciones sean efectivas, por que vayan a alguna parte. Es decir, no haremos por hacer, sin ton ni son, sino que nos marcaremos unos objetivos y lucharemos por ellos lo que haga falta.


Pero más allá del método o la falta de él, más allá de las motivaciones profundas del compromiso social, otra de las cuestiones que habitualmente se asocian con el "infantilismo" es la Utopía. Tildamos algo de utópico refiriéndonos a su imposibilidad y a su alejamiento de la cruda realidad y sus determinismos.
         Yo no entiendo qué tiene de malo la utopía como objetivo a perseguir. La utopía debería ser el verdadero motor de la actividad humana. Aspirar a lo mejor, a lo más grande, a lo más justo. Sin olvidar que esa es la meta última y que lo que cuenta es descubrir los pasos necesarios para llegar a ella. Y darlos.
         Pero tildar algo de utópico e irrealizable es la mejor manera de inducir la parálisis, de desactivar cualquier protesta y cualquier iniciativa. Nos ponemos mejor a "ser prácticos", realistas, y así disminuimos la existencia y acotamos el pensamiento, lo hacemos mezquino y estrecho. Nos olvidamos de luchar por un mundo mejor y más justo. Total, seamos realistas y abracemos la realidad de los mercados, las leyes del comercio, tengamos en cuenta solo los números, tan confortables y abstractos. Asumamos nuestra propia debilidad, nuestra corruptibilidad como seres humanos. Y demos la bienvenida a los que son como nosotros, no sea que alguien mejor nos haga darnos cuenta de lo bajo que hemos caído. ¿Para qué un modelo mejor al que aspirar? Mejor, propugnemos una ética mediocre, reduzcamos nuestros valores, castiguemos el idealismo. Y así nosotros seremos igual que el resto. En el país de los ciegos, ya se sabe, el tuerto es rey. Ains, ¡se está tan a gustito pudiendo dar ejemplo y lecciones de moral a los demás!

Claro que, no todo es cuestión de realismo en la viña del Señor. Hay un país donde el terreno siempre está abonado para otro tipo de crítica, para cualquier tipo de crítica. Es el país de los estoy en contra de estar en contra, esa gente que se define mucho más por lo que odia o lo que critica que por lo que ama o lo que defiende. Personas que han convertido su espíritu crítico, en principio tan necesario y tan loable, en hipercriticismo permanente. Algo así como "Todo es criticable, e igualmente su contrario".
         Gente que se dice progresista, incluso de izquierdas, pero que no se casa con nadie porque todos acaban traicionando sus expectativas.  Gente que ha criticado duramente el 15-M, la única iniciativa realmente renovadora de los últimos años, la primera muestra de que si la gente de a pie nos unimos y nos movilizamos podemos conseguir cambiar las cosas; primero por su poca concreción, por no definir, y luego instrumentalizar, objetivos claros. Por no alcanzar ningún canal de actuación real y tangible... Y luego por haberse hecho "partido" (incluso aunque esto último fuera discutible), por haberse convertido en "lo mismo que todos", por entrar en el juego, por tener ínfulas políticas.
         Que critica a los partidos tradicionales, pero también critica a Podemos y a todas esas plataformas de nuevo surgimiento, donde confluye gente de distintas formaciones, que piensan dar la batalla en las urnas.
         Me llamó la atención en su momento, en ese mismo sentido, lo ocurrido con las elecciones andaluzas, más concretamente con la investidura de Susana Díaz como Presidenta de Andalucía. Se han criticado las exigencias de Podemos para abstenerse en la votación. Y también se ha criticado la "blandura" de esas exigencias, conminando a impedir cualquier colaboración con el PSOE, el partido más votado, sin importar si cumplen o no las condiciones impuestas.
         Entonces, ¿qué hacemos? ¿Qué alternativa propugnan? ¿Qué harían ellos?
         No sabe, no contesta. Salvo honrosas excepciones (admiro y suscribo las iniciativas para crear tejido social desde la base. Pequeños colectivos que se van entrelazando entre sí y funcionan de manera asamblearia. Eso se está dando, y creo que es el germen del cambio) los estoy en contra no parecen tener respuesta. Es el talón de Aquiles de los supercríticos, que saben lo que no quieren pero no saben lo que sí. Que ejercen de demoledores de edificios en mal estado pero no levantan nada en el solar.
         ¿Así se puede ir a alguna parte? Temo que no. Así lo que se consigue es dejar el solar derruido expuesto a la colonización de las malas hierbas, la degradación del tiempo y las posibles invasiones de elementos indeseables.
         Seamos críticos, sí. Por favor, no nos olvidemos nunca de lo peligroso que es tragar sin digerir, ni de que hay alimentos que son veneno, por más que vengan en envase de lujo. Pero que la crítica no nos impida distinguir lo importante. Que no nos lleve a quedarnos sin hacer nada porque no existe algo lo bastante perfecto para nosotros.

4 comentarios:

  1. Sabias palabras, L.
    Con chiste de Forges incluido, lo cual siempre es de agradecer (y alivia la contundencia del tocho de lectura). Está visto y comprobado que los 140 caracteres no están hechos para ti y tus trinos.

    Permíteme añadir mis reflexiones a las tuyas.

    "Conservadurismo y Progresismo" son los extremos de un (te gustará la palabra) espectro transversal en la mentalidad de una sociedad. Esta opción de pensamiento (derecha-izquierda) no es muy relevante, a pesar de lo que se nos ha adiestrado a creer, porque en realidad su influencia se queda en el ámbito de lo personal, casi íntimo, de cada persona. Mucho mas importante es ese otro espectro que se mueve en la vertical de una sociedad: el arriba y abajo. Los explotadores y los explotados. Ellos son la verdadera minoría y la verdadera mayoría. El poder y no la ideología es lo que nos condiciona. ¿Tienes el poder y los demás se esfuerzan para tu beneficio, o es al contrario? Uno debería tener claro quién es y a qué categoría pertenece, antes de escoger con quienes alinearse. Al ir a votar es un buen momento para hacerse esta pregunta. Pero mejor aun sería que el ser conscientes de ello encauzara nuestro comportamiento todos los días que median entre uno y otro paso por las urnas.
    Es decir, que para ser "realistas" como tu quieres, antes hemos de superar la engañosa dicotomía de la izquierda o la derecha, laboristas o tories, demócratas o republicanos. Da igual con qué mano caves si ambas te introducen mas en el hoyo, en vez de usarla para unirla a la de otros que quieran salir de él.

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    1. Y sabias palabras también las vuestras, Señor de Tigana (por cierto, esto de "Está visto y comprobado que los 140 caracteres no están hechos para ti y tus trinos" me ha llegado XDD), que, no obstante, me voy a permitir retorcer un poco.
      Coincido contigo sobre la importancia de considerar el aspecto vertical de la política, en vez de solo el transversal. Nos da una perspectiva del asunto mucho más profunda y completa. Pero tiene también sus peligros. Nos puede inducir a pensar erróneamente que "los de arriba" siempre son los malos y "los de abajo" los buenos. Yo no tengo conciencia de clase, nunca la he tenido. Y desde que leí una de las novelas de Pearl S. Buck acerca de la revolución maoísta y uno de los protagonistas le explicaba a otro, muy idealista y bastante joven, que muchos de los pobres campesinos por los que luchaban, de estar arriba, en la posición de los señores feudales, se comportarían igual y cometerían parecidas injusticias; tengo clarísimo que no es la clase ni la economía lo que definen los valores y la conducta de las personas. Podemos ser aliados en la lucha, pero eso no nos convierte en iguales.
      Por eso para mí es muy definitoria la dicotomía conservadurismo-progresismo, que como he dicho no se corresponde exactamente con la derecha y la izquierda. Porque una persona progresista está a favor del cambio, de la adaptabilidad del ser humano y de la escucha. Y no se aferra al control y a la inmovilidad para evitar el miedo.
      Además, no olvidemos que los de arriba permanecen ahí en gran medida por los votos de muchos de los de abajo. ¿Se confunden de enemigo? ¿O es también cuestión de que son víctimas del mismo pavor al cambio y a la incertidumbre de lo nuevo?

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  2. Con lo que me gusta discutir contigo, Morgan... y con esta entrada no me has dejado. Olé compañera, y adelante.

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    1. Muchas gracias. Algo parecido me ocurrió a mi con tu reseña sobre el libro de Mars: estaba todo, ¿qué podía añadir? XD Me gustó cómo relacionabas los prejuicios lectores con los valores que aporta un género como la ciencia ficción.
      (Por si a alguien le interesa saber de qué hablo: http://www.pedromoscatel.es/)

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