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viernes, 6 de noviembre de 2015

Zaragoza en Penumbra - Domingo

Termino hoy, con esta tercera parte, la crónica del fin de semana en Penumbra. Lo hemos estirado todo lo posible (de hecho, creo que ya podría impartir a medias con Ken Follett el seminario "Cómo convertir en novela-tocho cualquier hecho mínimo"). Pero todo tiene un final.
         Seré breve (me llegan las carcajadas hasta aquí). Que sí, que voy a ser breve y voy a resumirlo todo como no creeríais que es posible.




Domingo. Había dos actividades simultáneas programadas: visita al palacio musulmán de La Aljafería, hoy sede de las Cortes de Aragón, y Taller de literatura en la sala Utopía.
         La visita al palacio musulmán fue un éxito. Nos juntamos 24 personas (según recuento de Rafael González, Guardián de la secta. El encargado de que no se nos despistara ningún fiel), junto al foso del castillo, por si había que tirar a alguien. Que soy una guía seria y a la que se me distrae alguno lo mando pasar a cuchillo y tirarlo a las pirañas (y como la sangre mancha mucho, es mejor que lo haga otro y le salpique a él o a ella).
         Me acompañaba en la sagrada misión mi buen amigo Sir Polite, llegado directamente desde su ubicación habitual en otro espacio-tiempo, concretamente el S. XIII. Yo me había interesado en su momento, solícitamente, por las dificultades de sus idas y venidas. Pero él me había asegurado que no era nada, que si conocías el puente exacto que hay que cruzar era cosa de pocos pasos. Y allí estaba, en efecto, poniendo su sapiencia y sus conocimientos enciclopédicos al servicio de nuestro objetivo.
         ¿Y cuál era este?, os preguntaréis (al menos, los que hayáis tenido la paciencia de llegar hasta aquí o la ingenuidad de creerme cuando dije que sería breve). Nuestro honroso cometido no era otro que viajar en el tiempo hasta el S. XI y el palacio real de la Taifa de Saraqusta, donde yo había puesto en una ocasión, en un relato mío histórico-fantástico, a Rodrigo Díaz de Vivar, nuestro Cid Campeador, a buscar una reliquia mística y mágica, el Libro de Elohim, en las entrañas mismas del castillo. Para más señas, en el mismo Salón Dorado al que Al-Muqtadir dedicara sus versos, cuando impulsó su construcción allá por el 1065. El descifrado de un código misterioso les había llevado hasta allí, a él y a sus hombres de confianza, en los tiempos de su primer destierro, y ... Y ya paro aquí, que si no, os voy a contar el relato entero y es largo (sorpresa, ¿eh?).
         El caso es que, una vez puestos en situación y ajustados nuestros parámetros psíquicos al siglo adecuado, entramos en el Palacio para empezar a recorrer paso a paso las distintas estancias de época taifal.
         Aunque pueda sonar extraño, quizá, yo veía aquello por primera vez, igual que el resto. Y me pareció muy emocionante ir reconociendo lo que había estudiado y contemplado en fotos y vídeos, y descubrir los inesperados detalles que habían escapado de tales documentos. Y "palpar" el ambiente y el peso de los siglos. Y tratar de imaginar qué fue lo que inspiró a aquellos reyes de entonces para crear semejante belleza, lo que les llevó a asentar allí su vida y su gobierno, reuniendo a su alrededor sabios, músicos y poetas, en una corte que tuvo que ser el asombro de cuantos la visitaron.
         De golpe se impuso la realidad y tuve que despertar de mis ensoñaciones. El S. XI quedó atrás y Sir Polite nos guió por las épocas sucesivas que se habían ido imprimiendo en el edificio. Que también eran chulas, cómo negarlo, pero mandaban a Rodrigo y sus chicos de vuelta al olvido, enterrado de nuevo en el mármol el Libro de Elohim, quién sabe por cuánto tiempo.
         Menos mal que quedó de nuestras andanzas una prueba tangible pues llevábamos como fotógrafas de excepción, dispuestas a dar cuenta del cumplimiento de la misión, a Karolina Llergo y Gisela Giawulf Folch Schulz, que me fueron explicando las dificultades de trabajar en nuestras condiciones.
         -Las fotos salen perdidas de ectoplasmas y presencias sobrenaturales -explicaba Karo-. Borrones y caras gritando que dificultan ver nada.
         -Por más limpiezas de aura que se hagan antes -confirmó Gisela-. Es algo inevitable.
         -Así que no queda otra que darle luego al photoshop -concluyó Karo, con gesto de resignación.
         Arriba podéis ver el resultado, después de la desparasitación de presencias.

El taller de literatura que hubo en paralelo, según me dijeron los que estuvieron allí, fue un auténtico gustazo. Casi en plan terapia de escritores. Habrá que intentar otro año que no coincidan estas actividades para así no tener que elegir y poder estar en todo.

Continúo. En un acto de masoquismo sin precedentes, nos fuimos a comer al Eclipse. Como compañeros de mesa tuve a Nachob, la Bruja del Este y Sarima, una magnífica ilustradora venida de Bilbao que me acababan de presentar. Mis otras camaradas habían volado de vuelta a sus haciendas.

         La conversación de lo más interesante, despellejando limpiamente a diestro y siniestro.
         Y ya de vuelta en el Utopía a seguir con las despedidas y a mantener el pabellón alto un poco más, con una Mesa redonda muy interesante sobre series y pelis de terror. (Como había poca gente me atreví a blasfemar, elogiando el Drácula de Coppola por encima de la novela de Bram Stoker, sobrevalorada en mi opinión. Sentí mi vida en peligro por un momento, pero como eran pocos y cobardes...).

Proyección del cortometraje "Con la comida no se juega", obra de Daniel M. Caneiro, que es el hermano de un colega escritor, Óscar Muñoz Caneiro, responsable de la selección de cortometrajes que se han proyectado durante todo el Penumbra. Comprendí que ambos hermanos comparten algún tipo de gen macabro, seguramente presente desde generaciones atrás. Y si no, juzguen ustedes después de ver el corto.

         Charla informal sobre el propio Penumbra. Despedida y cierre (me tuve que ir con todo el dolor de mi corazón a la mitad, dejándome muchas cosas en el tintero. Claro que eso es habitual, mi tintero siempre está rebosante de palabras por escribir. Definitivamente, voy a llamar a Ken (Follett) y ofrecerme a llenarle unas cuantas páginas como desahogo).

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