PAPATUANUKU - La Diosa Maori
Después de mucho buscar acabé decantándome por la cultura maorí y su preciosa historia de la creación del mundo.
Al
comienzo no había cielo, ni mar, ni tierra, ni dioses. Había sólo Te Kore, la
Nada. El verdadero comienzo partió de la nada. De este vacío salieron los
padres primigenios. De ese vacío surgió Papa, la Madre Tierra. De ese vacío surgió Rangi, el Padre Cielo.
Leyenda extraída del BLOG DE BANDERAS:
Un día, Rangi-nui (el cielo que está sobre nosotros) sintió un deseo muy fuerte por Papa-tua-nuku (la tierra) cuyo ombligo apuntaba siempre hacia arriba. La deseó para que fuera su esposa y así, Rangi descendió hacia Papa. Durante esa época, la luz en el universo era inexistente y la oscuridad absoluta – conocida como po-kutikuti kakarauri – dominaba todos los doce cielos. No había sol, no había luna, no había estrellas, no había nubes, no había luz, no había aire… sólo una quietud y oscuridad total y absoluta.
Rangi-nui, entonces, se unió con Papa-tua-nuku y empezó a vivir con ella como su esposa. Luego procedió a sembrar algunas plantas para cubrir la desnudez de Papa, para
sus axilas, su cabeza y su cuerpo, y después sembró algunos árboles
más pequeños para vestirlos a ellos dos… El cuerpo de la tierra ya no
estaba desnudo.
Después de que todas las criaturas habían sido plantadas por Rangi-nui en el cuerpo de Papa,
ellos procedieron a crear su propia descendencia, es decir, los Dioses.
Como Rangi-nui cubrió completamente de hijos a Papa —70 en total, todos de sexo masculino— ninguno de ellos podía crecer o madurar, ninguno de ellos podía reproducirse o incrementarse. Todos estaban ubicados dentro del abrazo que se daban Rangi y Papa.
Como Rangi-nui cubrió completamente de hijos a Papa —70 en total, todos de sexo masculino— ninguno de ellos podía crecer o madurar, ninguno de ellos podía reproducirse o incrementarse. Todos estaban ubicados dentro del abrazo que se daban Rangi y Papa.
Un día, un pequeño rayo de luz,
diminuto como el resplandor de las estrellas más lejanas, fue visto
desde el interior del abrazo. Ese rayo de luz hizo crecer el deseo en los
nuevos dioses de abandonar el espacio entre sus padres y perseguir la
luz que habían visto. Algunos de los dioses estuvieron de acuerdo pero
otros no y esto generó una importante confrontación entre ellos.
Unos querían ver la luz, otros estaban cómodos en la seguridad de lo que había sido su hogar por 7 Pō. El más valiente de los hijos, Tūmatauenga, dijo que lo mejor era matar a sus padres. Su hermano Tāne, sin embargo, estuvo en desacuerdo y propuso que los separaran de tal forma que Rangi fuera un extraño en el cielo sobre ellos mientras Papa, la madre tierra, permanecería debajo de ellos para alimentarlos y protegerlos. La mayoría estuvo de acuerdo con Tāne y pusieron el plan en marcha. Rongo, el dios de la comida cultivada, empezó empujando para tratar de separar a sus padres y luego fue acompañado por Tangaroa, el dios de los mares, y su hermano Haumia-tiketike, el dios de la comida salvaje. Pero, a pesar de sus esfuerzos conjuntos, Rangi y Papa continuaban juntos en su abrazo de amor. Luego de muchos intentos, Tāne, dios de las selvas y las aves, empujó fuertemente hasta que logró separar a sus padres. En lugar de ponerse de pie y empujar con sus manos como habían hecho sus hermanos, él se acostó en su espalda y los empujó con sus fuertes piernas… estirando cada músculo.
Tāne empujó y empujó, hasta que Rangi y Papa fueron separados en medio de gritos de dolor y tristeza. Y así, los hijos de Rangi y Papa vieron la luz y tuvieron espacio para moverse por primera vez.
Pero mientras la mayoría de los hijos había estado de acuerdo con la separación, Tāwhirimātea, el dios de las tormentas y los vientos, estaba extremadamente enojado al ver que sus padres habían sido separados. No podía tolerar los llantos de sus padres o las lágrimas de Rangi al ser separado de su amor. Prometió a sus hermanos que, a partir de ese momento, tendrían que soportar su ira permanente.
Entonces voló hacia los cielos a encontrarse con Rangi, su padre, y allí permaneció para siempre, enviando vientos y tempestades.
Unos querían ver la luz, otros estaban cómodos en la seguridad de lo que había sido su hogar por 7 Pō. El más valiente de los hijos, Tūmatauenga, dijo que lo mejor era matar a sus padres. Su hermano Tāne, sin embargo, estuvo en desacuerdo y propuso que los separaran de tal forma que Rangi fuera un extraño en el cielo sobre ellos mientras Papa, la madre tierra, permanecería debajo de ellos para alimentarlos y protegerlos. La mayoría estuvo de acuerdo con Tāne y pusieron el plan en marcha. Rongo, el dios de la comida cultivada, empezó empujando para tratar de separar a sus padres y luego fue acompañado por Tangaroa, el dios de los mares, y su hermano Haumia-tiketike, el dios de la comida salvaje. Pero, a pesar de sus esfuerzos conjuntos, Rangi y Papa continuaban juntos en su abrazo de amor. Luego de muchos intentos, Tāne, dios de las selvas y las aves, empujó fuertemente hasta que logró separar a sus padres. En lugar de ponerse de pie y empujar con sus manos como habían hecho sus hermanos, él se acostó en su espalda y los empujó con sus fuertes piernas… estirando cada músculo.
Tāne empujó y empujó, hasta que Rangi y Papa fueron separados en medio de gritos de dolor y tristeza. Y así, los hijos de Rangi y Papa vieron la luz y tuvieron espacio para moverse por primera vez.
Pero mientras la mayoría de los hijos había estado de acuerdo con la separación, Tāwhirimātea, el dios de las tormentas y los vientos, estaba extremadamente enojado al ver que sus padres habían sido separados. No podía tolerar los llantos de sus padres o las lágrimas de Rangi al ser separado de su amor. Prometió a sus hermanos que, a partir de ese momento, tendrían que soportar su ira permanente.
Entonces voló hacia los cielos a encontrarse con Rangi, su padre, y allí permaneció para siempre, enviando vientos y tempestades.
de Nicolás Cuervo González
La Creación
“En el principio estaba Te Kore, la Nada, y de Te Kore vino Te Poo, la Noche. En esa impenetrable oscuridad, Rangi, el Padre del Cielo, yacía en los brazos de Papa, la Madre Tierra”.
Los dioses de Aotearoa son hijos directos de Rangi (Cielo) y Papa (Madre Tierra), lo cual puede servir de ejemplo para demostrar cómo la cultura maorí está ante todo asentada en el respeto a la naturaleza, su entorno. Estos dioses “habitaban” el estrecho espacio que había entre los cuerpos de sus padres, pero todos ellos anhelaban libertad, vientos silbando en lo alto de afiladas colinas y a través de profundos valles, y luz, luz para dar calor a sus pálidos cuerpos.
Así que se preguntaron qué hacer, necesitaban su propio espacio, necesitaban luz. En estas se encontraban los, a la postre, dioses del pueblo maorí, cuando uno de ellos, Taane-mahuta, padre de los bosques, de todas las cosas vivientes que aman la luz y la libertad, se puso en pie, y así permaneció durante mucho tiempo, más de lo que uno puede aguantar sin respirar. Aguantó de pie, silencioso e inmóvil, aunando toda su fuerza hasta que estuvo preparado. Entonces, apretó sus manos contra el cuerpo de su madre, reposando toda su fuerza en ellas, y con sus pies empujó hacia arriba tan fuerte como pudo el cuerpo de su padre; los cuerpos del cielo y la tierra se resistieron todo cuanto pudieron, sin intención de poner fin a su enlace, pero finalmente terminaron separándose forzosamente.
“Fue el feroz empuje de Taane lo que separó el cielo de la tierra“, dice una antigüa creencia maorí; “Así que fueron separados, y la oscuridad se manifestó, como también lo hizo la luz“.
Mientras Rangi ascendía separándose cada vez más del cuerpo de su amada Papa, los vientos comenzaron a rugir furiosos y llenaron el espacio que se iba creando entre los dos amantes. Taane y sus hermanos permanecían expectantes ante todo lo que estaba pasando, contemplando por primera vez las curvas del cuerpo de su madre, la Tierra, y así fue como vieron aparecer desde los hombros de su madre un plateado velo de niebla, su forma de expresar el lamento por su pareja recién perdida. A su vez, Rangi, desde las cada vez más lejanas alturas, empezó a llorar, y con rapidez sus lágrimas bañaron de lluvia el cuerpo de Papa, la Tierra, creando lagos y ríos que corrían entre las serpenteantes y onduladas curvas del cuerpo de Papa.
Taane, pese a haber sido el ejecutor de la forzosa separación de sus padres, los quería por igual, y necesitaba hacer algo por ellos para calmar la pena. Primero, quiso vestir el cuerpo de su madre con una belleza nunca antes soñada en el mundo de la oscuridad en el que habían permanecido hasta entonces. Hizo crecer a sus propios hijos, los árboles, y los liberó para que poblasen la tierra. Pero en esos primeros días, Taane, pese a ser un dios, era como un niño que adquiere inteligencia a través de las pruebas, los errores y los aciertos. Así que plantó los árboles al revés, dejando a sus inutilizadas raíces boca arriba, inmóviles y hambrientas, y sus copas enterradas bajo tierra, donde no había lugar para otros de sus hijos, como los pájaros e insectos. Ante esta visión, Taane desenterró uno de los gigantes kauris (árboles autóctonos y ligados fuertemente a la mitología) y sacudiéndole la tierra de su copa, volvió a enterrar sus raíces, y la brisa jugó con las hojas, cantando la canción del nuevo mundo que acababa de nacer.
De esta manera fue como la Tierra se cubrió de un precioso manto verde de vegetación, los pájaros cantando y volando entre los bosques, el mar bañando sus orillas, y los dioses trabajando cada uno en su tarea, bajo las sombras de los jardines sagrados de Taane. Solo uno de entre los setenta dioses abandonó el lecho de su madre para seguir el camino de su padre; era Taawhiri-maatea, el dios de todos los vientos que azotan el espacio entre cielo y tierra.
Luego falta explicar, claro, cómo se crearon los hombres, ya que todos los hijos de Papa y Rangi eran varones. Pero eso es otra historia, que los maoríes tienen bien explicada.
Extraído del blog HISTORIAS, MITOS Y LEYENDAS
...Más adelante, Tañe se buscó una compañera. Primero se aproximó a su madre, Papa, que lo rechazó, y después se emparejó con diversos seres con los que tuvo hijos de varias clases: animales, piedras, hierba y arroyos. Pero deseaba una compañera con forma humana, como él mismo; siguiendo el consejo de Papa, modeló el primer ser humano, una mujer, con la arena de la isla de Hawaiki, le insufló vida y la mujer se convirtió en Hine-hau-one, la «doncella-creada-de-la-Tierra», que tuvo una hija, Hine-titama, «Doncella del Alba», a quien Tañe también tomó como esposa.
Hine-titama no sabía que Tañe fuera su padre y cuando descubrió la verdad huyó al oscuro reino de los infiernos. Tañe la persiguió, pero ella le gritó que había cortado el cordón del mundo. Desde entonces permanece allí y arroja a sus hijos a la tierra: así es como la humanidad se hizo mortal. Por tanto, Hine-hau-one posee un carácter doble: como origen del primer nacimiento y de la primera muerte humanos.
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